LP5 Revista de Literatura y Arte
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martes, 28 de febrero de 2012
LYDDA FRANCO FARÍAS: POESÍA VENEZOLANA
LYDDA FRANCO FARÍAS (Sierra de San Luis, Venezuela 1943-2004). Publicó, entre otros: Poemas circunstanciales (1965), Primer Premio en el Concurso Literario del Ateneo de Coro; Edad de los grandes ataúdes (1977); Summarius, prosa poética (1985); Recordar a los dormidos (1994); Descalabros en obertura mientras ejercito mi coartada (1994), con el cual gana el Premio Regional de Literatura Jesús Enrique Losada, Mención Poesía, otorgado por la Gobernación del estado Zulia; Bolero a media luz (1994); Una (1998); Antología Poética (2002). Falleció en 2004, dejando cinco de sus obras inéditas.
Selección de poemas por Gladys Mendía de Poemas circunstanciales (1965)
No nací para ocupar un espacio y nada más.
Ignoro cuál será mi participación.
Me tocó ser mujer y no me quejo,
me tocó caer en la humedad del tiempo,
en la inhóspita sequedad de los caminos
pero aquí me quedo
entre escombros y desperdicios.
Destruyan mi epidermis resentida,
despedacen mis sueños, mi alegría,
aniquílenme
mas no pretendan sancionarme
porque un día aparecí sobre la tierra
y tuve voz y grité
y tuve fronteras y no quise despertar sin ellas
y tuve armas y allí están
perfiladas, inmóviles, ariscas.
de Las armas blancas (1969)
comienza mi poema para nadie porque nadie es la absolución
todos llevan parches oscuros
aquí las cosas no suceden se dicen con naturalidad
esta gente tiene la piel de las victorias pasadas no asimila
esta gente feliz sueña con héroes de la independencia
en esta ciudad nadie mata
música suave franquea la distancia
salmo profundo flota en lo más alto
es la vigilia del poeta que sueña
gato agazapado en la oscuridad
aspiro a la otra orilla
esta orgía de cuerdas es un cerco continuo
en verdad no me lamento
en alguna parte la vida sale de su retiro
evaporando fantasmas de la víspera
en alguna parte no aquí esta gente es feliz
de Summarius (1985)
DÍA DE SIN
MAÑANA DÍA DE SAN JOSÉ
NADIE TRABAJA
TE QUEDAN TRES DÍAS PARA NO HACER NADA
TRES DÍAS TUYOS
TRES DÍAS PARA LEER UN CAPÍTULO
DE CADA UNO DE LOS LIBROS QUE NUNCA TERMINAS
LAS NOTICIAS ATRASADAS
MAÑANA SERÁ DÍA DE SAN JOSÉ
PARA MÍ HOY ES DÍA DE SIN JOSÉ
Y SIN EMILIO
Y SIN MIRNA
Y SIN MILTON
Y SIN LOS AMIGOS QUE TODAVÍA QUEDAN SI ES QUE QUEDAN
Y SIN DERECHO PARA SENTIRSE ASÍ CON UNAS GANAS DE LLORAR
DÍA DE SIN UNA LÁGRIMA
ES ESTÚPIDO
de Una (1985)
lisa y llanamente abre los ojos
se coloca la máscara del día
las zapatillas de rondar sobre el abismo
las pestañas de ir a los oficios
las alas de volar hasta la fábrica
a marcar la tarjeta que computa
la no vida
he aquí esta mujer lívida como un fantasma
real como una espina o una piedra
que menstrúa
que copula
y se vale de ciertos artificios
como teñirse los cabellos
ponerse sombras en los párpados
sacarle brillo al piso
brillo a la soledad
brillo a la parcela de aliento
que guarda en los cartílagos
en la marejada del corazón
en la penumbra de los sueños
donde a veces relampaguea
la dormida tenaza
guijarro contra espejo
preñez a contracielo
(la rabia de tener que lavar los mismos platos)
escucha ruidos que le vienen de adentro
fascinada por la comprobación
he aquí que esta mujer despierta
alarga la mirada sobre el mundo
y el mundo se retrae abatido
por un inminente apocalipsis
de Recordar a los dormidos (1994)
rasgo las vestiduras
me desprendo de lo suntuario
esta muerte holgada
y esta vida indecente
y traslúcida
de Bolero a media luz (1994)
si soy el capricornio
algo de cabra he de tener
si vengo de la neblina
de la roca caliza
del haitón donde el eco avaricia
el hilo de voz que no devuelve
si desnuda me bañé en los canjilones
si la montaña sigue allí
algo de sombra me quita
si sigo de pie atolondrada y renuente
si me revuelco en la sed
si tanteo buscando húmedas sílabas
y doy con párpados de invierno
es alucinación de los sentidos
si en cambio
un deseo vehemente me solicita
es que caerá sobre mí
un aguacero imprevisto
que me volví duende
que me fui viniendo por el río que se iba
de Descalabros en obertura mientras ejercito mi coartada (1994)
se desprende
un candor de pulseras
una deforestación
de rubíes
nunca estuvo la sangre
tan tijera
si me llaman
digan que no encuentro los pies
que el reloj se detuvo
que fui tras el rastro
de una quemadura en mi ombligo
que morí de mal parto
que me soñaron
que me seguiré pesadilla
y mala sombra
de Aracné (2000)
tejer en el vacío
es desprenderse de uno mismo
caer en el vacío
es recuperar el revés
lo que encandila
sábado, 18 de febrero de 2012
CHEMANÉ ARIAS RODOLFI: Poesía Actual Venezolana
CHEMANÉ ARIAS RODOLFI (Tucupita, Venezuela 1978). Historiador del Arte. Trabajó durante dos años en Egipto fotografiando los monumentos de El Cairo. Ha dado clases universitarias en Arapuey, Nueva Bolivia, Ejido y Mérida. Autor del libro La Iglesia de San Miguel de Boconó y su retablo mayor. Actualmente forma parte de Encayapa, colectivo dedicado a conocer y aplicar técnicas constructivas de la arquitectura tradicional de Venezuela.
Selección por Gladys Mendía
O-O
Y si yo tuviera los lentes redondos,
¿Mi pecho estaría cruzado por
el emblema de Santiago
como aquesta Mérida?
¿O amarrado por una flor lapizlabial
a la raíz de una bala?
Quizá prepararía té y galletas
para mis amigas
de mínimas tardes.
Habría redactado un tratado a las gracias
y desgracias
del ojo del culo
o una canción
en la que me llamo morsa y hombre-huevo.
Habría dado a luz el mejor soneto de la lengua castellana,
hijo del Amor
que mueve al sol
y las demás estrellas
más allá de la muerte,
o la canción que todo lo imagina:
¨nothing to kill or die for¨
-¿y ese vientre moreno y tenso
como la goma lúbrica de la canela?
-¿y tales ojos como el abismo en la noche?
Claro que luego sería preso
y tengo hijos que alimentar.
¿Sería yo un creador de belleza?
Si, como los demás, apenas puedo amarrarme los zapatos
y usar el celular.
-hay legiones sin celular ni zapatos
Y la belleza que ya está allí, sin que nadie la empuje,
sino que aparece entre las grietas,
en los juguetes de plástico y los motores de los carros:
¨take credit for it¨ le dijo a Gehry su profe de cerámica
y en los créditos no salgo
yo
aspiro y espiro
mi destino línea de fuga
que se escapa triangulado entre el emblema, las galletas y la bala.
(8 de junio de 2010)
Esta ciudad me hace pensar cosas extrañas
y desear imágenes de formas olvidadas,
la lluvia que regresa a nubes apagadas,
el parque silencioso, el hilo de la araña
quema la tarde
las naves del tiempo
sobre el espacio oscuro. La tez de la guadaña
corta la soledad y trazo sin medida.
En el led de tus ojos estallan las vitrinas
y el poliéster se arroja a tu cuerpo en campaña
las abubillas y las calandrias
vuelan
sobre los jardines de Nínive
publicitaria. Quién llora tras la fachada:
las cifras y modelos de nuestra Compañía
estrangulan la luna del Mar de los Sargazos.
célebre por tu cintura
y el arco de tus hombros;
por los remolinos negros
en tu nuca de seda
Los usuarios prefieren la dicha procesada:
tu corazón y el mío extractados en pasos
repetibles. La tele nos hace compañía.
y sobre los ríos de Babilonia
se dibuja la sonrisa
del ángel exterminador.
(Valencia-Mérida, agosto 2010)
Medley / Varia
Final
Nos consume el afán de más y más.
Si consiguiese ver
con ojos de certeza
más allá de mí mismo
y me encuentre fielmente
más allá del revés del espejo
no habrá muerte o temor:
Cuando algo es querido por el Cielo
ya nada se le opone.
I
Dicen que los demonios usan botas;
los ángeles, escarpines;
y las mujeres, alas invisibles
con las que acarician a los niños
y se roban a los enamorados.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,
cada día una obra.
Todo en siete sonidos
cinco sonidos
y otros siete sonidos
silábicos
los ángeles suben y bajan al Sol
por la escala diatónica
de tu terso romavali.
Ocho, nueve, diez, once, doce, trece
nuestras vidas son torrentes y arroyos
que van a dar a la mar
que es el morirse
en la membrana erizada de tus pechos líquidos
sin amarras
felizmente alejados
de soledad y tiempo.
II
Capitán Garcilaso, este es el programa para la Ciudad del Sol:
Night in Managua
Solaris
Ella
Plenilunio
Pico-Pico
My Heart, My Light
Complicated
Blue Tropic / Tristes Trópicos
Maracuyá
Una canción, una tarde
Luego de la muerte
habrá alguien que cante
bajo un árbol de maguey
cual Ella Fitzgerald o Billie Holliday
música nunca antes escuchada
en esta tierra.
Garcilaso,
a imagen y semejanza
de Adán en el Edén
no existimos sin palabras,
nombrando cosas
que son palabras de otra voz.
Garcilaso,
cómo convertir esta habla de mozos de mulas
en vehículo adamantino de gracia y belleza,
hacerla decir lo que dice Dios
en lenguas más antiguas, Fray Luis.
¿Cómo se dice Ridwan en castellano,
cómo se dice Pâramitâs
o cómo se dirá Akuena?
III
Dueñas que habéis intelecto de amor:
a escuadra y plomada
construyo una casa
al ritmo del sol y de la luna.
La cárcel son las palabras
y la liberación.
Bellas como la luz de un campo de maíz,
cuento las cuentas de mi rosario,
tendrá 108, 99 o 54
flores de los capullos del Paraíso
la majestad de vuestras corolas
anuncia la joya que reposa en el loto.
Al final
disipa el afán de más y más.
Si consiguiese ver
con ojos de certeza
más allá del espejo
de mí mismo
y me encuentre
no habrá muerte o temor:
Nada se opone
al mandato del Cielo.
(septiembre-octubre 2010)
Stella luci stellarum
Dante, enamorado de las estrellas
Alfonso Reyes
Acercando una linterna encendida
a cualquiera de tus orejas puedes
escuchar las estrellas, cual si fueres
rojo como el amarillo. La vida
en cápsulas de cristal recluida
sabe a feo la paz de las paredes
de la oficina: odios y mercedes
en papeles y desapercibida
se fuga la brisa de tus cabellos
hacia los arrayanes. Los venados
carician las copas de los bucares
y los pomarrosos como si a ellos
llevara la autopista otros lugares
y a los arroyos los días soleados.
Las estrellan también cantan de día.
(6 de noviembre de 2010)
dolce stil novo
Me pegó un tiro un carajito.
No le vi los ojos, llevaba lentes oscuros.
Mejor me hubiera escupido.
La bala ardía como todas las llamas del Infierno,
la bala acariciaba como todas las flores del Paraíso.
Penetró por una cavidad y luego pasó a otra
y luego a otra y a otra,
en zigzag,
como la bala que mató a Kennedy.
Se disolvió en mi sangre,
ahora intoxicada de un alka seltzer milenario.
Me dejó una herida en forma de volcán inverso,
inmensa,
por la que se me salen la vida y la muerte,
la sangre y las palabras.
Me duele como si hubiera arrancado
algo más mío que un pulmón.
La bala tiene un peso metálico
fundido en mis oídos y mis huesos
en mí
la bala florecerá de oro.
(agosto 2011)
viernes, 10 de febrero de 2012
RAMIRO SANCHIZ: Narrativa Actual de Uruguay
El avance
Ramiro Sanchiz
Uruguay
Al despertar me encontré en mi vieja habitación; no había rastro alguno de los otros enfermos. Alguien la había ordenado durante mi ausencia, llevándose la enorme cantidad de papeles, fotografías y libros de los que me había rodeado durante los confusos insomnios que antecedieron a mi entrada al hospital. Fue sorprendente saberme allí, pero esa noche, misterios aparte, logre dormir bien. Al otro día desperté sin dolor. Palpé mi abdomen con cuidado -y miedo-, pero no sentí incomodidad o malestar. Alguien me había dejado una bandeja con comida. Constaté también que la puerta estaba cerrada desde afuera. Desayuné a la espera de que la digestión se me volviera imposible, pero no fue así. Todos los procesos de mi cuerpo parecían haber vuelto a la normalidad, inclusive la defecación, que concreté en un retrete dispuesto en un rincón del cuarto. Después debí quedarme dormido. Hacía años que no dormía en paz. Al despertar descubrí una mancha en la pared, como si alguien la hubiese tocado con un dedo viscoso y dejara un rastro putrefacto, como dicen los poetas. Acerqué mi nariz: no despedía olor alguno. Un almuerzo consistente en carne, papas al horno y ensalada, más una jarra de agua fría, esperaba en el mismo lugar donde había aparecido el desayuno; apenas terminé de comer me venció el sueño. Dormí por lo que debieron ser seis o siete horas, y cuando abrí los ojos, allí estaba mi cena.
Estos curiosos acontecimientos se repitieron una y otra vez. Basándose en la frecuencia de las comidas, es posible calcular que fui rigurosamente alimentado a lo largo de varias semanas. Un día (las fuerzas habían regresado a mis músculos, la carne volvía a ser firme y ya no se me adivinaba la osamenta) abrí la puerta, o me dejaron abrirla. Salí a un amplio pasillo de pisos de tabla y lambriz hasta la mitad de las paredes. Los zócalos eran polvorientos y sentí la presencia de arañas minúsculas. Nadie, por ninguna parte.
Durante todos aquellos días la mancha no hizo más que crecer. Llegó a adquirir volumen y detalles, como si fuera una semilla que daba origen a una extraña forma vegetal. Me sentí arrinconado, invadido: estaba empotrada en la pared, pero sus zarcillos crecían a gran velocidad y pronto llenarían la habitación. No sentí miedo, sin embargo; a cierto nivel inconsciente yo esperaba esa proliferación. La entendía.
Al día siguiente de mi salida al pasillo dejaron de alimentarme. Las comidas ya no aparecieron en la habitación. Recorrí la casa -enorme y abandonada- en busca de una despensa, que encontré con una extraña y reconfortante alegría, alimentada también por la constatación de que había alimentos para varios meses. Entonces di paso a otra rutina. Podía controlar mejor mis ciclos de sueño, así que, si bien dormía en la misma habitación junto a aquella planta monstruosa, dejaba transcurrir las tardes en la biblioteca y las primeras horas de la noche en el observatorio. Al principio miraba las estrellas, pero pronto mi curiosidad se volcó a la ciudad en ruinas dispersa alrededor de la casa. Pasado el primer mes (el retorno de la luna llena fue mi primer indicio de un tiempo firme y real) se volvió imposible regresar a la habitación. La planta ocupaba casi la totalidad del espacio; sus zarcillos se habían cubierto de pelo y surgían como tentáculos de un núcleo central, palpitante y animal. En vano busqué en los manuales de zoología de la biblioteca. La palabra "bezoar", sin embargo, parecía ocultar un significado importante.
Rápidamente la planta –sigo llamándola así porque es lo que más parece aludir a su crecimiento ciego, su manera barroca de invadir todos los espacios de una antigua civilización u orden– cubrió los pisos más bajos. La biblioteca fue asimilada y sólo logré salvar una novela sobre un hombre que tiene un enemigo risible y, hacia el final, está claro que él lo ha imaginado o creado sacando y dejando crecer lo peor de sí, lo que más odia de sí mismo. También me hice con otra novela, titulada La glorieta, y un libro de cuentos en el que encontré la curiosa frase “un hombre que conoció en un golpe de suerte a una Diosa y la perdió jugando una partida de ajedrez”. Me refugié en el observatorio a leer y aguardar los zarcillos-tentáculo, mientras repensaba el plan de escalar la fechada y acceder a la calle. No pasó mucho tiempo antes que tal hazaña se volvió impostergable. Deseé explorar la ciudad, salir en busca del hospital donde había estado internado, encontrar a alguna persona, ángel o demonio, perro, gato, rata o ratón con quien hablar. Mis pies golpearon el jardín el día en que se cumplían nueve meses de mi recuperación. Dediqué semana tras semana a explorar las calles vacías y los edificios derrumbados. Al principio me asustó la posibilidad de no encontrar comida; pronto, sin embargo, dejé de tener hambre. Y no encontré otra cosa que ruinas, caminos y devastación. Ninguna señal de vida en la otrora majestuosa Ventomedio, sólo la planta que emergía de la casa y avanzaba entre los edificios en una lenta metástasis.
La perspectiva de abandonar aquella ciudad me hizo sonreír. Me aferré a los libros y a los años por delante y empecé a caminar.
Ramiro Sanchiz
Uruguay
Al despertar me encontré en mi vieja habitación; no había rastro alguno de los otros enfermos. Alguien la había ordenado durante mi ausencia, llevándose la enorme cantidad de papeles, fotografías y libros de los que me había rodeado durante los confusos insomnios que antecedieron a mi entrada al hospital. Fue sorprendente saberme allí, pero esa noche, misterios aparte, logre dormir bien. Al otro día desperté sin dolor. Palpé mi abdomen con cuidado -y miedo-, pero no sentí incomodidad o malestar. Alguien me había dejado una bandeja con comida. Constaté también que la puerta estaba cerrada desde afuera. Desayuné a la espera de que la digestión se me volviera imposible, pero no fue así. Todos los procesos de mi cuerpo parecían haber vuelto a la normalidad, inclusive la defecación, que concreté en un retrete dispuesto en un rincón del cuarto. Después debí quedarme dormido. Hacía años que no dormía en paz. Al despertar descubrí una mancha en la pared, como si alguien la hubiese tocado con un dedo viscoso y dejara un rastro putrefacto, como dicen los poetas. Acerqué mi nariz: no despedía olor alguno. Un almuerzo consistente en carne, papas al horno y ensalada, más una jarra de agua fría, esperaba en el mismo lugar donde había aparecido el desayuno; apenas terminé de comer me venció el sueño. Dormí por lo que debieron ser seis o siete horas, y cuando abrí los ojos, allí estaba mi cena.
Estos curiosos acontecimientos se repitieron una y otra vez. Basándose en la frecuencia de las comidas, es posible calcular que fui rigurosamente alimentado a lo largo de varias semanas. Un día (las fuerzas habían regresado a mis músculos, la carne volvía a ser firme y ya no se me adivinaba la osamenta) abrí la puerta, o me dejaron abrirla. Salí a un amplio pasillo de pisos de tabla y lambriz hasta la mitad de las paredes. Los zócalos eran polvorientos y sentí la presencia de arañas minúsculas. Nadie, por ninguna parte.
Durante todos aquellos días la mancha no hizo más que crecer. Llegó a adquirir volumen y detalles, como si fuera una semilla que daba origen a una extraña forma vegetal. Me sentí arrinconado, invadido: estaba empotrada en la pared, pero sus zarcillos crecían a gran velocidad y pronto llenarían la habitación. No sentí miedo, sin embargo; a cierto nivel inconsciente yo esperaba esa proliferación. La entendía.
Al día siguiente de mi salida al pasillo dejaron de alimentarme. Las comidas ya no aparecieron en la habitación. Recorrí la casa -enorme y abandonada- en busca de una despensa, que encontré con una extraña y reconfortante alegría, alimentada también por la constatación de que había alimentos para varios meses. Entonces di paso a otra rutina. Podía controlar mejor mis ciclos de sueño, así que, si bien dormía en la misma habitación junto a aquella planta monstruosa, dejaba transcurrir las tardes en la biblioteca y las primeras horas de la noche en el observatorio. Al principio miraba las estrellas, pero pronto mi curiosidad se volcó a la ciudad en ruinas dispersa alrededor de la casa. Pasado el primer mes (el retorno de la luna llena fue mi primer indicio de un tiempo firme y real) se volvió imposible regresar a la habitación. La planta ocupaba casi la totalidad del espacio; sus zarcillos se habían cubierto de pelo y surgían como tentáculos de un núcleo central, palpitante y animal. En vano busqué en los manuales de zoología de la biblioteca. La palabra "bezoar", sin embargo, parecía ocultar un significado importante.
Rápidamente la planta –sigo llamándola así porque es lo que más parece aludir a su crecimiento ciego, su manera barroca de invadir todos los espacios de una antigua civilización u orden– cubrió los pisos más bajos. La biblioteca fue asimilada y sólo logré salvar una novela sobre un hombre que tiene un enemigo risible y, hacia el final, está claro que él lo ha imaginado o creado sacando y dejando crecer lo peor de sí, lo que más odia de sí mismo. También me hice con otra novela, titulada La glorieta, y un libro de cuentos en el que encontré la curiosa frase “un hombre que conoció en un golpe de suerte a una Diosa y la perdió jugando una partida de ajedrez”. Me refugié en el observatorio a leer y aguardar los zarcillos-tentáculo, mientras repensaba el plan de escalar la fechada y acceder a la calle. No pasó mucho tiempo antes que tal hazaña se volvió impostergable. Deseé explorar la ciudad, salir en busca del hospital donde había estado internado, encontrar a alguna persona, ángel o demonio, perro, gato, rata o ratón con quien hablar. Mis pies golpearon el jardín el día en que se cumplían nueve meses de mi recuperación. Dediqué semana tras semana a explorar las calles vacías y los edificios derrumbados. Al principio me asustó la posibilidad de no encontrar comida; pronto, sin embargo, dejé de tener hambre. Y no encontré otra cosa que ruinas, caminos y devastación. Ninguna señal de vida en la otrora majestuosa Ventomedio, sólo la planta que emergía de la casa y avanzaba entre los edificios en una lenta metástasis.
La perspectiva de abandonar aquella ciudad me hizo sonreír. Me aferré a los libros y a los años por delante y empecé a caminar.