Selección por Gladys Mendía del libro Las Damas Juegan Ajedrez
De todos los ojos que adoro. De todas las manos que tengo. Prefiero tus pies en mi camino. De todas las bocas y las palabras prefiero las tuyas para guardarlas por el solo hecho de satisfacer esa manía de atesorar cosas que pertenecen al pasado. De todos los juegos, esos juegos estúpidos y aburridos, prefiero los tuyos que son de vida o muerte y siempre es más muerte que vida y siempre me dejan perdiéndolo todo, apostando por nada.
De todas las espaldas que naufrago tu espalda es la más distante como un gran océano como un mar profundo y oscuro de algas que flotan enredándose en los dedos. Por eso tu espalda es nada más que una espalda sin mis manos. De todas las cosas que digo solamente una es verdad. De todas esas mentiras. De todas esas bocas. De todos esos brazos. De todos los ojos los que más adoro son los míos.
Esta forma de guardarme en los caminos de tu cuello en el silencio de tus ojos en la forma de tu boca cuando ambas caemos en el amor espeso de la noche cuando la noche nos da sus horas para ser la gran tormenta que se anuncia. Esta situación de hacer malabarismo con los días con el injusto dolor que proponen los días con esos tonos grises de la historia mientras se deshace la piel si la brisa de tu aliento se acerca y ya no podemos más que vaciarnos hasta quedarnos dormidas sobre nuestros cuerpos. Esta extraña melodía de escuchar tu voz en el eco de un caracol abandonado y cuidarlo del silencio mientras estoy muda y callada ante la ola que te envuelve. Esta manera de deshacernos de derrumbarnos delicadamente sobre el deseo sobre las telas que nos desvisten sobre el sol que nos despoja sobre la deliciosa idea de sentir que nos vamos perdiendo. Esta endereza para soportar la distancia fina y cruel como una aguja como si tu vida pudiera ser raptada por las aves como si esperar fuera el destino del juego del tiempo como si esa aguja se clavara en la sombra en los espejos en la lluvia en las hojas secas que duermen el sueño de nuestro amor.
Estoy aquí, lejos. En la noche. Esperando en las alas abiertas de la noche que esas alas te acerquen. Nuevamente esperando a alguien desconocido. Es extraño cuando estamos tan lejos y sin embargo hay un halo imperceptible que cubre mágicamente la distancia y me dice que te espere.
Es un fantasma el que se acerca en silencio y juega a enredarme el cabello y me besa los ojos y se despide en las líneas fugaces de la nocturnidad.
En ese fantasma reconozco tus manos aunque no sepa cómo son tus manos aunque los sueños tal vez sean los que me hablan y entonces me uno al presagio que te trae.
Esas alas blancas que casi pueden tocarme vienen singlando el recuerdo para nombrarte nostalgia en la noche. En esas noches donde tu existir estaba ajeno y yo estaba desmayada bajo la sombra de una roca.
La suavidad de esas manos que contienen el pan caliente, emerge junto al vapor del agua en siluetas que se escapan; las mismas manos que anuncian el transcurrir de las horas. El complejo silencio de esos pasos que te acercan que te alejan. Así serán las mañanas en los días del amor.
Delicado se inclina tu cuerpo en las orillas de la cama en el centro de mi sueño. Tenues destellos atraviesan las chapas oxidadas de un patio añejo de paredes sombrías de una casa más de la gran capital. Así serán las mañanas del amor que no quisimos.
Tus dedos delgados y tibios esparciendo el dulce sobre el pan sobre mis ojos adormilados que no comprenden sobre imágenes difusas de otras mañanas que se mezclan de sábanas haciendo cosquillas de saborear esa presencia inquietante de presentirte. Así serán las mañanas del amor tejiéndose.
La profundidad de esa voz habitando el silencio, haciendo ecos en tu espalda, invitando a estas manos todavía anquilosadas a dejar caricias en las barcas que van por los extensos mares de la razón por los turbios ríos del deseo por los tranquilos lagos de las distancias, esas barcas con caricias que jamás llegan a puerto. Así serán las mañanas del amor desde ventanas.
Atrapada y detenida la imagen en el espejo, el estupor de verme desnuda, casi despellejada, mientras extendés un mate y pretendés no verme y quisiera cerrarme tan sólo un poco porque el viento me arde tanto como el espejo. Así serán las mañanas, mi amor; inevitables.