ENRIQUETA ARVELO LARRIVA (Barinitas, Venezuela 1896-1962). Al parecer, la verdadera fecha de su nacimiento es 1896, pero se ha hecho tradición datar su nacimiento a principios de siglo. Como mujer y gente de provincia, particularmente del llano, vivió aislada de contactos intelectuales. La circunstancia hace resaltar el aspecto más conocido de su poesía: el paisaje, no como elemento de descripciones sino como vivencia esencial. El azar de sus lecturas y formación determinaron unos primeros poemas de naturaleza romántica que por inteligencia se fueron trasformando en ruptura con formas tradicionales y estereotipos modernistas. Por esta razón, y para sorpresa de la autora, se la ubica en la generación del 18. Sin embargo, no publicó sino tardíamente en 1941, cuando tenía 53 años. El cristal nervioso (escrito entre el 22 y el 30) pertenece a una etapa de búsqueda que se define mejor en Voz aislada (escrito entre el 30 y el 31 y aparecido en esta fecha), al que sigue Mandato del canto (1944-1946). A finales de esta década tuvo actividad pública, escribió en la prensa y argumentó sobre el arte y la cultura. La lejanía de cenáculos y de la actualidad ha terminado por valorizar una expresión auténtica, doméstica y gozosa. El conjunto de su obra ha sido recogido en Poemas perseverantes (1963), Antología poética (1976), Poesías (1979); sus prosas aparecen en Testimonios (1980).
TODA LA MAÑANA HA HABLADO EL VIENTO
Toda la mañana ha hablado el viento
una lengua extraordinaria.
He ido hoy en el viento.
Estremecí los árboles.
Hice pliegues en el río.
Alboroté la arena.
Entré por las más finas rendijas.
Y soné largamente en los alambres.
Antes —¿recuerdas?—
pasaba pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.
INSOMNIO
Cuando toda la casa está dormida,
vienes tú, mi arbusto de entresueño;
mas el hacha
va dejando astillas en la almohada.
Y en el reposo nulo,
salto de flautas y delgadas cuerdas
a salvajes tambores:
de persianas en frescura
me llegan miradas de imposibles espías;
y el aroma más puro me flagela.
La noche, estremecida,
llena de repiques pasados,
de mis guardados duendes
y de lejanas bestias, hermosas, resonantes,
cava en su negra tierra
y crea llamaradas en los hoyos profundos.
Mis ojos, abiertos o cerrados, son ojos incapaces.
Inquiero en los rumores
voces de ángeles o de réprobos.
Lluvia de espinas cae
desde antigua sonrisa.
Los que sufren, tan míos,
se abrasan en mi mente encendida.
Y afanados martillos practican en mis sienes.
La madrugada es lisa, sin vecindad de alba.
Y en su laja se abaten mis caballos.
EL RÍO
El río está tibio
como mi piel
y sabe bañarme el alma.
Juega conmigo a ahogar mi hondura,
nervudo de culebras de sol.
No se parece el río
a aquellos ojos quietos que no quise.
SITUACIONES DE LA ESPIGA
1
Sol de comienzo canta en valle puro,
lucen azuleantes los verdores,
hay rompientes aromas.
El anhelar nace ligero y listo:
ave soltada, con gozosa hambre.
La espiga se destaca, amaneciente.
Asirla es el impulso vigoroso.
Asirla, con la mano latiendo entre las brisas.
Asirla sin recelo.
Está la espiga en valle de rocío.
2
El bosque sumergido en zumosa tiniebla
cuartease de almizcles frenéticos y densos.
La espiga está madura, madura e invisible.
Y la busca la sed de bravo viento,
la sazonada ansia.
La espiga está en el bosque de astros enterrados.
Y el anhelo no acierta entre mazos de sombra.
3
Huir, sobrellevando el desgajado impulso,
huir de lo medroso con el valor intacto,
huir ante los ojos que lloran lo quebrado.
Desde las crines del caballo muerto,
huir hacia las formas aéreas de las aguas
y ser infancia asida a la falda más tierna.
En un bloque de nubes afincase la espiga.
Vibran gajos de ímpetu.
DESTINO
Un oscuro impulso incendió mis bosques
¿Quién me dejó sobre las cenizas?
Andaba el viento sin encuentros.
Emergían ecos mudos no sembrados.
Partieron el cielo pájaros sin nidos.
El último polvo nubló la frontera.
Inquieta y sumisa, me quedé en mi voz.
TODA LA MAÑANA HA HABLADO EL VIENTO
Toda la mañana ha hablado el viento
una lengua extraordinaria.
He ido hoy en el viento.
Estremecí los árboles,
Hice pliegues en el río.
Alboroté la arena.
Entré por las más finas rendijas.
Y soñé largamente en los alambres.
Antes — ¿recuerdas? —
pasaba pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.
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