LP5 Revista de Literatura y Arte

lunes, 10 de enero de 2011

Cuatro reseñas sobre El alcohol de los estados intermedios de Gladys Mendía


El alcohol de los estados intermedios de Gladys Mendía
Por Raúl Heraúd
Perú

“El alcohol de los estados intermedios” (Fundación editorial el perro y la rana) reciente publicación de Gladys Mendía (Venezuela - 1975) nos muestra, desde el interior de su vehículo de carne y hueso, toda la fragilidad humana, la resignación como sinónimo de culpabilidad, el caos en el que se suele subsistir cotidianamente, el límite al que solemos estar expuestos. Nos encontramos ante una voz que incendia la vida, que busca el equilibrio, que lucha contra sus demonios internos, que advierte el existir como una mueca absurda del destino:

solo somos parpadeos con nombres
confinados y finados nombres repitiendo los mismos incendios
caen los pedazos de piel mientras caminamos y
conversamos y comemos y dormimos…

Existe cierto sometimiento a lo largo de este viaje, cierto gusto por el estado angustiante en el que se desenvuelve el yo poético. En medio de la ponzoña, también encontramos vida, calor, fe. Bajo la sombra tóxica del esperpento la felicidad también puede ser posible, menos gris, pero igualmente desesperanzadora. A través del pirómano discurso la poeta va destejiendo la vida como un trapo raído e inservible:

destejer
hay que destejer
acabar con el rito
la voz se construye mientras arde fríamente
el intelecto es caricatura
el viaje se ha iniciado (…)

Dentro de estas páginas la imagen de (la caverna) se constituye en un elemento repulsivo, disociador, es la figura a la que hay que doblegar, incendiar, aun cuando el alma y el cuerpo se tornan el receptáculo de todo el dolor y la angustia, aun cuando el eterno barco a la deriva no haya de triunfar sobre el objeto maligno:

(…) la caverna es el espacio sin forma
sin forma ni claridad no hay reflejo
pero todo arde viéndose
el incendio es el parpadeo que esconde el espejo


¿Qué camino tomar cuando la vida se cierra hasta no dejar ni una puerta de salida? Aquí los poemas actúan como una válvula de escape, son ese otro yo proyectado en el papel, el doble dentro del espejo, un vehículo que la poeta usa como forma de liberación. El siguiente texto encierra toda la fuerza poética de Mendía y creo que traduce muy bien el alma de este libro:


procreo sin semillas
soy tan FERTIL como el aullido del mar
velocidad máx. 90
dicen encienda las luces en el túnel
como si uno ya no estuviera encendido hace siglos
no hay DESVIO
no hay regreso
llamo por el teléfono de emergencia
el túnel mira dentro de su ojo un luminoso cadáver

Los caminos se han transformado en venas abiertas, acido para la carne aún viva. Las imágenes han sido dinamitadas por las palabras que actúan como señales de advertencia, dentro de un trayecto mohíno, vívido, reincidente:

COMIENZO DE CAMINO SINUOSO (…)
DISFRUTE EL PAISAJE (…)
SR CONDUCTOR MANEJE A LA DEFENSIVA (…)
BOSQUE NO PRENDA FUEGO (…)
FIN DE CAMINO SINUOSO (…)

El descenso ha terminado. Gladys Mendía encuentra en los estados intermedios de la palabra un nuevo punto de partida, una tabla donde aferrarse: el fin no es el fin, es la incógnita que deja una vida incendiada por la poesía:

el alfabeto en tránsito es la ruleta rusa
la autopista cuando es río se libera del juego



Raúl Heraud

La Molina, Perú, Junio de 2010




EL INCENDIO DE LAS MIELES O EL ALCOHOL DE LOS ESTADOS INTERMEDIOS
Por Miladis Hernández
Cuba

Si se mira correctamente, toda forma es hermosa
J.W. Goethe.

El Caos como consecuencia inmediata de los excesos se impregna en la memoria como base de sistema, reverso y anverso de imágenes que, bajo una relación de significados se convierte en mosaico para que un poeta pueda formar sus juegos especulativos. El alcohol de los estados intermedios, de la poeta Gladys Mendía, presentado en las extensas jordanas del XV Festival Internacional de Poesía de la Habana (2010), publicado por El Perro y la Rana y Nadie Nos Edita. Venezuela, 2009, precisa Feddy Ñáñez, su prologuista...”No es la metáfora del viaje ontológico sino el refugio de quienes huimos de los excesos del logos”. . La poeta asegura: primeramente su invernadero, el antojo de permanecer en su caverna de plata, arquetipo de la autovigilancia, de la contemplación, y de la corrosiva destrucción.
Para perpetuar su área, Gladys Mendía, (nacida en Venezuela en 1975), se convierte en guardiana de una sustancia genésica, de una fórmula prístina para adentrarse en las canteras infinitas del logos. Propone una reinvención para depurar los alcoholes embrionarios que conforman al Ser. “Una misma sustancia estelar conforma la materia de todo lo existente”, decía Carl Sagan, la poeta signa la totalidad, se enraíza en el eros de los espacios infinitos, y no precisamente a la manera pascalina, si no bajo el ejercicio de transgredir, de sentirse, al unísono transgredido por los desbordantes horizontes, multisígnicos que, trastocaba Rimbaud al medir las dimensiones infinitas, los espacios vencidos. Los Espacios pulverizados por la memoria colectiva.

Este poemario escrito con una admirable economía de recursos estéticos, resulta también una oferta de lucidez. Con un tono equilibrado, exento de preconcebidas metáforas, su autora nos sorprende cuando confiere su utopía lograda bajo un ritmo latente, apoyada en intersticios, en párrafos breves, versos concisos, fragmentados, sentenciosos. Concuerdo otra vez con Ñáñez al afirmar que…” Libre está su voz del hipocondríaco tono del arte contemporáneo y sus inútiles sarcasmos”… Las pretensiones están en la búsqueda, en la comedida fuerza que traza su espíritu, alejado de todos los subterfugios, banalidades, y caotismo que nos ha dejado la postmodernidad con la infecunda asimilación de los estratos culturales.

A la postre hay una estigmatización de los estados humanos. Los estados (no políticos, no sociales, culturales, ni religiosos), sino los estados de la vida normativa, los estados naturales. Se trata de versos que rememoran en los inicios, el viaje interminable que propugnaban los antiguos egipcios, la desintegración y los accidentes de esa aprensión natural que equivale a la muerte. El ir y el venir. El partir y el regresar. La sustancia proteica, la vida, el polvo y el aliento insuflado. La teoría del túnel poseso, devorador de los cadáveres, preceptivo; el sumular, dador de luz germinadora, donde se ofrece una muerte lenta, paladeable, de una muerte sin fin como la vacilaba el místico Gorostiza.

“El túnel mira dentro de su ojo un luminoso cadáver”
Dentro de éste, el alcohol se personaliza, es el hombre destruyendo los estados intermedios, ((todo lo que se centra entre la vida y la muerte)). Bajo estampas minimalistas, sin forzar la expresión, ni utilizar el verso logrero, la autora sabe nombrar los misterios, la química, o la alquimia de los rasguños que nos va haciendo la vida. Hay mangos cayendo como símbolo de la manzana prístina, creadora de todos los males. Derribando, o iniciando la expulsión de las criaturas.

Al mismo tiempo ventilamos una forjadura de desconocidos estados de la vida contemplativa, una especie de transición de esos años sin lenguas, el callado silencio de los pueblos muertos que se levantan dentro de ese túnel que, la autora de este poemario quiere cauterizar. Es la plétora, la copia a Heráclito, su versión para no caer en el mismo pasadizo dos veces. Acepta que sólo se muere una sola vez, y nos enseña a vivir. Señala nuevos rumbos, ajenos estados, da fórmulas para no llegar, o no caer precozmente al atajo devorador.

Mendía, al final propone su condición de criatura filiada a la esperanza. Ensaya un método diferente, donde visualizamos varios carteles, sucedidas consignas para que el hombre, la humanidad toda encuentre ignorados derroteros.
Mantenga la distancia, CONDUZCA CON PRECAUCIÓN; CIRCULE DESPACIO; DISFRUTE EL PAISAJE; PELIGRO ENTRADA Y SALIDA DE VEHÍCULOS; ACAMPE SOLO EN LUGARES AUTORIZADOS; RESPETE LAS SEÑALES EVITE ACCIDENTES; NO ADELANTE ZONAS DE DERRUMBES; CUIDADO HIELO EN LA CALZADA.

Estas recomendaciones nos aproximan a un inédito código del decir, a través de ellas, la autora retorna a su estado thanático, a la gravedad de los cuerpos, a la subversiva oscuridad que transporta al Ser. Proyecta un alfabeto, una lengua desconocida que los sentidos no alcanzan, un Babel con otras resonancias para arrastrarnos al río, a la otra autopista que nos libera del juego: es decir, a las aguas que redimen, nos rescatan, donde al fin, el hombre encuentra futuridad. Se vuelca a las márgenes concluyentes, las orillas donde bebemos el néctar alcalizado, las sales, los ácidos estertando desde un corazón que, quizás trasmuta, pero no abdica en su afán de explorar la Condición Humana, porque su afán es luchar contra todo lo que ha hipotecado al hombre sometido a la noche etílica, perpetrar la conciencia adscrita a la selva plural de esa humanidad que avanza agrietada y triste.

Pero no malinterpretemos la propuesta de Gladys Mendía, no nos ceguemos al compás de los corolarios dionisiacos. Este poemario no raya sobre los efectos etílicos que muchas almas saborean para danzar sobre el desfiladero, sobre el laberinto de cuerpos, de arcilla, de grada. No nos dejemos confundir en ese exabrupto de las bacanales, de los tránsitos desbocados, atemperados del dolor. Este es un poemario que requiere de varias lecturas porque sostiene una superación de los espacios humanos, vencimiento de fenómenos, causas, efectos, orden: mañas para prevalecer en la vida. Es de cierta manera una exploración, un retorno a las formas, a las conquistas, a la expresión de los sonidos, al sosiego, al incendio de las mieles donde la vida que yace en la ruleta, en la autopista, en el río heracliteano renace.


Miladis Hernández Acosta. (Princesa de la poesía cubana)

Guantánamo, Cuba, 17 de Julio de 2010.
Escrito bajo la Luna de Cáncer.



El alcohol de los estados intermedios.
De Gladys Mendía.

Por Marcelo Guajardo
Chile.


Tiene un mérito original la poesía escrita en la tensa calma de la vida cotidiana. Despunta sin ficción, desde el abismo de las domésticas servidumbres y trae a nosotros un fruto rojo y maduro. La poesía puede gestarse sin problemas arrebatada de las horas espléndidas de la mañana, de la modorra acuciante del medio día, el lento reptil de la tarde. A su tiempo y a su modo. La buena poesía se resiste a la inmediatez. Se resiste a ser llevada a la rastra a la plaza pública. La buena poesía sale sola a tomar el aire, cuando ella quiere, sin apresuramientos majaderos, cuando está lista, cuando tiene algo que decir.

La espera no es en vano. Durante este tiempo el lenguaje abandona la simple anécdota y mientras aguarda su momento se llena de sentido. Se escribe a favor del sueño rescatando del pasado aquello que dialoga. Mientras decanta, en la transparencia del agua tranquila, al fondo destella la palabra que ha de recobrar el tiempo perdido.

El Alcohol de los Estados Intermedios de Gladys Mendía corresponde a esta clase de poesía. Albergado entre sueño y la vigilia un sabueso escarba en la ceniza que ha dejado el incendio. Nos alerta de la catástrofe silenciosa de una existencia frágil y en permanente amenaza, cito: “pero arder no es una enfermedad el sueño es la enfermedad el delirio es arder con los ojos cerrados”. Todo aquí se construye en la niebla. El lenguaje balbucea sin pausa, respira la brasa de los acontecimientos, se cuela entre el fenómeno y su reacción, se alambica y se desmadeja mientras la bestia se revuelve debajo como dice Yeats. “destejer hay que destejer acabar con el rito la voz se construye mientras arde fríamente el intelecto es caricatura el viaje se ha iniciado la desarmonía de las partes la llama de las partes la fragilidad de las partes lo tóxico de las partes amamanta la voz” El lenguaje está sometido al horno de una suerte de bovarismo estético y ritual. Su inconformidad dinamita las fisuras de lo cotidiano, instala cuñas en sus trizaduras esperando el derrumbe.

Gladys nos hace testigos de su incendio y nos revela el nuestro. Vemos arder su casa desde afuera, parafraseando el poema “Frente al Fuego” de Rosario Concha de su libro homónimo (Ediciones del Temple. Santiago, 2002) volumen muy emparentado con estos estados intermedios, en tanto ambos, son asedio al cotidiano craquelado.
Su testimonio atraviesa un tamiz estético de gran calidad. Los poemas, sobre todo los de la primera parte, están construidos al amparo de una cadencia armónica y pareja. Con su respiración entrecortada nos posibilita el trance hacia sus territorios donde “la voz es la brasa bajo la ceniza” y “la lengua es dolor cuando la pureza la rodea.”

Entre parpadeos la realidad se aproxima a su condición más amenazante y total. Paradojalmente todo se ve más nítido en el sueño. El diálogo muestra su reverso, el fenómeno se fragmenta ante nuestros ojos. Desde esta hostil intemperie la poesía de Gladys Mendía extrae su sustancia. “Estoy frente al incendio de espaldas a la voz la nieve es el mar es el aullido quién es uno sino un aullido en silencio todo arde calculadamente qué es la voz sino un afecto corrosivo”.

He aquí el doble filo de la poesía, belleza y revelación. Belleza en tanto evidencia de lenguaje y respiración única, revelación en tanto limpieza de los fenómenos para nuestra conmoción y perplejidad.


Marcelo Guajardo Thomas.

Santiago de Chile, septiembre 2009.


UN ENSAYO SOBRE EL MOVIMIENTO
Por Miguel Adolfo Romero Blanco
Venezuela

Yo soy un “fósil intelectual viviente”, que aún cree en la descripción racional del mundo –aunque reconozco los límites de tal empresa- y en la existencia de una verdad absoluta y universal, si bien lo bastante compleja como para impedir integrismos.

Sé que no parece la plataforma ideológica apropiada para leer un poema.

Veamos. El libro consta de un solo poema, en verso libre, así como liberado de las normas del uso de los signos de puntuación. El lenguaje se usa con total libertad, subjetividad, digamos, y sin embargo, a medida que se avanza en la lectura, las ideas, el manejo de las ideas por parte de la autora, se vuelven claros (lo siento, pero mi condición intelectual precámbrica, reivindico la validez de términos como “autora” y “poetisa”, aunque marquen distinciones de género, simplemente porque cuentan con la sanción del tiempo, y rechazo neologismos que pretenden marcar diferencias donde no las había).

Como comprenderán, necesito leer para entender el texto, y verter las impresiones que me parezcan más razonables acerca de qué quiso decir la autora. Pues no puedo desasirme de la noción de que el lenguaje es un sistema abstracto –mayormente abstracto- creado por la humanidad para comunicarse, para compartir ideas, experiencias y sentimientos. Luego, si tengo tiempo, hablaré de los límites de la razón…

La poesía es una forma de arte, y el objeto del arte es transmitir, emocionar (por eso el arte moderno ha fracasado mayoritariamente; casi nadie sabe qué intenta decir. No transmite ni emociona, así que desaparece olvidado para el 99% de la humanidad). ¿Es arte éste poema? Sí.

Transmite. Usa muchas imágenes y las repite, plantea situaciones en que vemos a los elementos involucrados recibiendo, no, demostrando un sentido, o una ausencia de sentido… pero cada cosa dice lo que es ella misma. Y las expresiones tienen pasión.

¿Y qué nos dice el poema? En los términos más generales posibles, podríamos afirmar que habla, por una parte, del fracaso de los intentos humanos de comprensión del mundo y de transmisión de lo que se ha entendido, empezando por el lenguaje mismo. Habla del desgaste, de la destrucción, no violenta, sino paulatina.

También nos habla de los momentos –si es que los estados intermedios son momentos- en que la propia experiencia cotidiana se interrumpe. Casi como si aludiera al Bardo de las creencias tibetanas –imposible asegurar si esa era la intención, pero la lectura general del texto me produjo esa impresión- o quizá a la famosa “experiencia oceánica”, de negación del yo y afirmación de lo absoluto, del todo, y de la paradójica comunión que un no-yo con el resto del Universo (si el yo no existe ¿quién vive esa comunión? Pero no caigamos en la tentación de la digresión). Aunque no se presentan como un remanso en las angustias generalizadas del poema, a cada rato se presentan como interrupciones de la continuidad de la experiencia cotidiana –creo- y de cómo son impulsados por todo aquello que se resiste a ser determinado y esclarecido.

Pero, en ese caso todo sería un estado intermedio. El poema –o la poetisa a su través- no deja títere con cabeza: como ya decíamos antes, se niega la comprensión real del mundo, así como la posibilidad de transmitir lo que se (cree que) ha comprendido. Salvo una cosa; el desgaste.

Las imágenes de túnel, cadáver, etcétera, parecen ser bastante claras, por no mencionar términos como arteriosclerosis. Es el desgaste llevado a su última consecuencia. Y, sin embargo, justo en la pérdida definitiva, se asoma la reconciliación.

No solamente la voz del poema hace las paces con el desgaste. Inclusive, se muestra capaz de enseñarle al elemento fracasado –que nombraré dentro de poco- cómo superar su situación: olvidándose de “ser” y asumiéndose como “devenir”. Éste, y la constante mención del fuego –y la manera como es mencionado- al principio, son dos elementos que parecen traicionar, a nuestro juicio, un subtexto heraclítico. (Debemos admitir que hay otras alusiones al filósofo griego del cambio. Pero esas, por ser las más asimiladas a imágenes, deviene, en el campo de la poesía, que siempre intenta, que siempre busca, el juego difícil de seguir comunicándose a despecho de trastocar el lenguaje, las más ciertas. Insisto, a nuestro juicio).

Falta algo por analizar. O por estudiar. La autopista.

La autopista parece haber sido el hilo conductor de éste poema –y eso no es sólo un juego de palabras- pues, parece aportar la metáfora sobre la vida. Parece mostrar la manera de referirse al final –el túnel, el cual (¿o quién?) parece no saber tampoco qué sucede, pues su ojo resulta un poco impotente- aparte de… los carteles. ¿Qué sería del poema sin los carteles? Desde una óptica muy personal, encontramos el inicio del absurdo de los carteles como un toque de ironía cómica que agradezco. No obstante, la idea no es hacer un chiste. La idea es que la autopista es el mundo. Más aún, nuestra visión del mundo. No; nuestra visión –o la visión de la poetisa- acerca de la visión del mundo: un conjunto, sistematizado y lógico, que parece funcionar, que hasta cuida de nosotros, pero que es incapaz de resolver el más urgente de nuestros problemas: el final.

Para eso, según el poema, según la poetisa, sólo hacer las paces, y asumirse como devenir en vez de cómo ser, pueden ayudarnos. Es entonces cuando la visión del mundo se torna, si no mundo, al menos vida.



Miguel Adolfo Romero Blanco
Caracas, Venezuela, septiembre de 2010.

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