Selección por Gladys Mendía
Alfredo, las noches y las calles
A Lautremont, el
Vampiro
Alfredo, ¿recuerdas las viejas postales, las
imágenes fijas de tu cámara, tu foto en Londres junto al viejo Marx? ¿Recuerdas
el olor a plomo de las viejas imprentas, tu experiencia como editor en los
vericuetos del oficio? Creíste en nuestra palabra, allí en el desalojo de un
pasillo.
Alfredo, ¿Cuánto tiempo dura este suicidio cotidiano
donde nos embarcamos?
Tenía que pegarle. Lo pedía con angustia, sin
disimulo. No fue el gesto de mis nudillos por grabar su piel, ni el instinto
guerrero que fluye entre mis venas. Tenía que hacerlo para que su sensibilidad
no estallara en desechos, trozos de una historia de calles nunca caminadas.
La noche nos cobija, nos arropa y es solo el
tránsito. Una mano rompe el aire, busca estrellarse en una tez que clama. Un
instante marca el pacto. Otro día seré yo, estaré allí entre sombras y alguna
mano restallará en mi rostro, quizás clamando por ella, anhelándola
secretamente.
Solo entre sombras, mi amigo me muestra los hechos.
Somos tan parias, Alfredo, que solo nos pertenece el
recuerdo. Los amores, los hijos, los cuerpos: pasaron. Solo tenemos nuestro
húmedo traje que vamos diluyendo poco a poco pero con certeza para cantar el tránsito.
Heredamos la estirpe de los malditos, bebemos siempre en el tiempo que huye y
necesitamos la embriaguez, el vértigo, este territorio de la conciencia que
todos miran de soslayo. Somos aristócratas, reyes en exilio, ángeles caídos,
por eso la gente se parta al ver nuestros ojos llenos de noche.
Mi situación es insostenible. Vivo lo que me toca,
aprendiendo la humildad de los místicos como el más violento de los hombres.
Recorro lo bajo y lo alto. Vivo como príncipe y como mendigo. Habito en cuartos
que el azar me depara y no me extraña despertar en cualquier parte. Todo lo
hago sin falsedad, con resignación y nadie podrá hacerme reo de decir
inútilmente. Cuento los días por las hendiduras y el desgaste de mis zapatos,
por las cuadras recorridas, por la memoria de la ausencia. Miro con fascinación
las cosas que me pasan: atestiguo, aprendo. Los instantes son como gigantes
fugaces, las circunstancias me han aligerado el sueño. Escribo estas hojas como
testimonio de un terrible milagro. El auxilio le viene al hombre en los amigos,
los amores, los compañeros de viaje y en este afán de aferrarse a la libertad
como un demente.
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