MARTIN
ECHEVERRÍA
(Mendoza, Argentina, 1968). Licenciado en Comunicación Social y periodista. Es
autor de letras de canciones populares, algunas de las cuales que han sido
musicalizadas y/o grabadas por diversos músicos argentinos. En 2011 publicó Los Invisibles y otros secretos.
Editorial La Aldaba. En 1ra y 2da edición. En 2007 publicó Los Desangelados, abrazos en la intemperie.
Su obra “Zamba de Almas Perdidas”, compuesta con Analía Garcetti, fue grabada
en el CD “Doce Uvas” junto con el reconocido músico y compositor argentino,
Jorge Fandermole. Su obra “Quedarme o ir” (Huayno) compuesta junto a el Maestro Daniel Morcos, fue registrada en la
placa “Flores del Silencio” de Alejandra Bermejillo, Daniel Morcos y Ernesto
Pérez-Mattas.
Selección
por Gladys Mendía del Los invisibles y
otros secretos
VII
Tienen
ciertas propias
maneras
de mirar
de
reír
de
indagar lo cotidiano
con
fruición.
De
lo común
se
extrañan y se alejan.
Y
suelen no estar conformes
con
ciertas extrañas
maneras
propias
que
tienen las cosas
de
ser.
Viven
incómodos con su era
como
quien habita una piel ajena.
Algunas
madrugadas
río
arriba en la nostalgia
anhelan
otras vidas
otros
cielos
otros
modos
otros
tiempos en los que con mucho menos
tanto
más.
Y
así van viajando hacia el amor
los
invisibles.
Inquilinos
pasajeros
pensionistas
del tiempo
despojados
que siempre se están yendo.
El don de
enrojecer
Me
gustan las mujeres que enrojecen.
Tanto
cromática
poética
como
políticamente.
Para
empezar me gustan porque son
la
única prueba contundente
de
que aún hay vida
en
mi huraño corazón.
No
es que aborrezca
a
las féminas azules
grises
o celestes.
Es
simplemente que en nada
se
comparan
a
las que tienen
el
don de enrojecer
que
equivale nada menos
a
reinventar cada mañana la utopía
multiplicar
los panes y los sueños
y
poner las cosas más calientes
tanto
romántica
poética
como
políticamente.
Me
gustan las mujeres que enrojecen
pues
aquellas hembras
que
aún suelen sonrojarse
son
la última trinchera que nos queda
en
la lucha contra el neo-desamor.
Cuando
te tornas mi bien
del
verdadero color de las estrellas
quisiera
entonces tantas cosas
y
entre ellas
ser
peregrino en tu piel
cuando
anochece
comer
tus besos
uno
a uno
lentamente
curar
tu soledad
e
incluso a veces
quisiera
simplemente
amarte
amor
cuando
enrojeces.
Ser
canción
Ser canción por
memoria
de niño-padre
roto de frío
de sólo luz de
luna en el plato en cada cena
y los agravios
del día en postre amargo
y sólo muy de
cuando en vez
una porción
pequeña de dulce de miradas
para no ir a
dormirnos tan hambreados.
Ser canción
porque también a
los invisibles
nos nombra la
luna.
La rosa me
nombra y en azul
la montaña me
nombra y a veces
yo también la
nombro
cuando suelo
andar
callando hondo.
Ser canción
porque la calle
madre dura
fumando las
horas inmensas
con abrazo hueco
madre de los sin
techo
de los sin nido
virgen sorda
madre al fin
me pariste a
esta soledad mía
que es lo único
mío además
de mi porfiada
sombra.
Gracias madre
soledad mía
gracias miradas
esquivas
oscuras miradas
gracias
porque hasta ti
me trajeron amor
para llenarme de
vos los abrazos
y ser uno en
canción de amorosos
transparente
canción de etéreos perros urbanos
canción para las
blancas manos panaderas
de compañeros
canción
con el Armando,
el Víctor, la Violeta.
Ser canción de
hermanos
para tejer con
mi voz
tal tibio manto
de estrellas que cubra
hasta los más
lejanos
y procurarle al
fin
un nido a la
luna nueva en mis zapatos.
Para esto quiero
ser canción compadre
[para que nadie se nos quede
afuera de lo humano]
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