Diana Carolina Daza
Astudillo. (Bogotá, Colombia 1980). Redactora creativa y promotora cultural. Textos suyos han sido publicados en
revistas de creación literaria y suplementos de Colombia, Ecuador, Chile,
Venezuela y México. Ha sido invitada a encuentros de
creación literaria en Colombia, Venezuela y Ecuador. En el 2003 publicó con la
colección AQUÍ ESTAMOS DECENA de la editorial Funcreta, el poemario “el abrazo
de los días grises”, en el 2010 participó en la publicación colectiva:
“Domingo, vendedor de globos” con el laboratorio de escritura de las Américas.
Actualmente dirige el proyecto editorial independiente PIEDRA DE TOQUE. En el
año 2013 editó el poemario el Nacimiento
de la Gargolena con la colección estampillas poéticas y en el 2014 su
poemario Los demonios y la lluvia fue
editado por el proyecto Pirata Cartonera.
Selección por Gladys Mendía de Incendiario
Carta a Dacia
Maraini:
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Tus
noches de fin de año llegaron como el verbo que conjugaba el tiempo en el que
viajábamos en casa. Fue difícil escapar
de ese cuadro que pintaste con
tus palabras, ese espacio blanco cubierto de agua rota y cuellos torcidos.
Llegaste con tus noches de fin de año y tu dragón de oro, para recordarnos que
estos últimos días
han sido un largo y sostenido gemido de dolor, una música que nos
rompe los huesos. La música de mi madre y su cáncer, de mi madre y su colección
de cajas de hidromorfona y dextrosa, mi madre, que ya no habla, ya no se mueve,
ya no mira con amor. Mi madre, esa herida en la que todos hemos ido cayendo.
No
nos queda más que acomodar la silla y esperar que un soplo de dios nos devuelva
la tranquilidad. Nuevas noches de hospital vendrán.
Acostúmbrate, que la vida es una constante enfermedad.
Carta a Alejandra
Pizarnik
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Que
si el hastió por un padre y una madre y una hermana condenados a los buenos
modales. Que si demonio oculto bajo un rostro agrietado por la juventud o ángel
incomprendido buscando la libertad en una habitación cubierta de sombras y
fotografías. Que si Sartre o las anfetaminas, que si Sasha, Flora, Buma,
Blumita o Blímile o todas juntas desangrándose en las páginas. Que si el
silencio reclamando abrigo en una muerte anticipada, que si una cajetilla tras
otras consumida a escondidas, que si Olga, Liz, Julio o Breton.
Que
si el reposo en un pecho de cuarenta o
el deseo ausente en una boca de veinte,
que si el amor como naufrago o la soledad como gobierno. Que sí Alejandra, que
sí, que como sea tu nombre encontró la eternidad. Retumba.
Que
sí Alejandra, que sí, que por fin hallaste la calma en ese mundo que soñaste al
otro lado de la vida. Que sí, que puedes estar tranquila, pues dejaste de ser
esa pregunta, tartamuda, rebotando en un abismo.
Carta a Diane Arbus
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Llevo quince años
acumulando la infertilidad de las palabras, no me lo estás preguntando, nadie
me lo pregunta, pero este estado es miserable. Sin que mis palabras florezcan,
insisto en escribir, solo una pesada capa de musgo se extiende sobre mis páginas,
una capa que con tristeza veo cambiar de verde a gris, de gris a negro, veo
morir cada idea, cada línea que las une. Mis palabras no han alcanzado a ser
más que leña verde, fetos de pájaros y
tigres y cometas sumergidos en frascos con formol, puestos sobre la repisa de los intentos
fallidos.
He venido a hablarte de la admiración que sentí al entrar
en el cuarto oscuro donde revelaste la belleza de los personajes más
horripilantes y terminé pareciéndome a uno de ellos, termine entregándote el
retrato de una mujer mutilada por su propia mano, un animal asustado con la
piel que le arrancó a su presa, una atracción de su propio circo. Quizá, algún
día, alguien por accidente al ver tu nombre encabezando esta fotografía
escrita, se acerque por curiosidad y como en un espejo encuentre el reflejo de
su más grande miedo:
“el desprecio a
sí mismo”.
Carta a Rilke:
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Tomo
tu nombre entre mis manos como quien arrulla el nido donde crece el último
gesto de la esperanza. Aspiro el humo de tus palabras que aún, después de
tantos años, logran encender con la misma inocencia el fuego de la juventud. Vuelvo a tus cartas como quien vuelve a la
montaña donde siempre lo esperan, de donde nunca debió partir. Regreso a tu
nombre para entender, que para el amor y la poesía, siempre seremos jóvenes.
Las
guerras cambian de escenario pero la lucha sigue siendo la misma. El abismo que
ofrece el calor de invernadero de los amantes, aún es esa ola que golpea, moja
y sacude, para después lanzarnos a la orilla, como un zapato que pierde su par
en el viaje. La soledad también es la misma, lo dijo Julio, “somos Islas,
estamos solos”, lo dijo Paba, “tu casa será la soledad, allí aprenderás a
amar”, lo dice el tiempo, lo dice la casa de los abuelos que quedó vacía.
Somos
hijos del abandono, abrazamos cuerpos para luego abrazar el vacío. Volvemos a
los amantes, como volvemos a las páginas en blanco, que esconden todo y nada a la vez. Volvemos a los moteles, como volvemos a los
libros, buscando un poco de libertad o de infierno. Acercarse a un poema es
como acercarse a un amante, algunos traen espinas, otros insomnio, sal, otros
simplemente pasan mientras se consumen.
Me miras con la firmeza de hace diez años
atrás para hacerme la misma pregunta: ¿Quieres escribir? Y yo, que aún conservo
esta torpeza suicida de querer siempre dar un salto al vacío sin paracaídas,
tengo para contestarte una vez más, un honesto y profundo: “SI QUIERO”,
agregando, que la poesía y el amor
son un mismo asunto. Juntos, son esa herida de la vida que canta
mientras va buscando respuestas, ese conjuro que abra la rejas de la jaula,
para por fin un día asistir a ese sueño recurrente de vivir un aguacero en
Paris.
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