LP5 Revista de Literatura y Arte

jueves, 10 de noviembre de 2016

Sobre Hatun Mayu, de Yaxkin Melchy. Por Kevin Castro



Caminata a ciegas persiguiendo el sonido del río
o una lectura de Hatun Mayu, de Yaxkin Melchy

Por Kevin Castro

Recuerdo muy bien las primeras palabras que Yaxkin Melchy (Ciudad de México, 1985) y yo intercambiamos. Fue un mail donde yo le enviaba, por aquél entonces, un texto/ensayo que había escrito a propósito de una materia universitaria que estaba cursando y mi lectura de su libro Ciudades electrodomésticas (Red de los poetas salvajes, Internet, 2008). Un texto (el mío) bastante fallido por cierto (especie de panfleto punk sobre lo que debía ser la nueva poesía), que Yaxkin me respondió de la manera más amable sobre lo que estaban haciendo por allá, y con una sentencia final: “ten cuidado con la palabra ‘debe’. En este tiempo la poesía me ha enseñado que uno propone, tienta y seduce”.

De aquél entonces para ahora no solo conversamos sino que tuvimos la oportunidad de vernos en varias oportunidades. Y la amistad que hemos tenido no solo me ha permitido conocer la gran persona que es Yax, sino, en especial en aquél entonces, conocer poco a poco lo que se estaba planteando en la poesía mexicana de finales de 2000’s / inicios de 2010’s. Era algo totalmente novedoso, fresco y lleno de una vitalidad que fuera de caer en el mero “innovacionismo” (por inventarme una palabra) demostraba tener un verdadero compromiso con la poesía. En aquél momento nos influenció mucho a Jorge Castillo y a mí, que dimos un giro de 180 grados a la propuesta de nuestra revista Mutantres y comenzamos a experimentar pero sobre todo a leer nuevas cosas, propuestas como la de David Meza que cruzaron el atlántico y llegaron a traducirse en China y Rumania, o las de Manuel de J. Jiménez, Daniela Serrata o Genkidama Ñu.

Recuerdo (y disculpa, lector, el exceso de añoranzas referencias a las experiencias personales de un servidor, te prometo que todo tiene que ver con lo que tengo que decir sobre este libro) un CD que por aquél entonces Yax me regaló, y que vimos repetidas veces con nuestros colectivos y revistas y editoriales en un viejo DVD de la casa de Jorge Castillo. El CD era un documental sobre la movida poética en México, que en un contexto difícil había optado por salir del formato tradicional, ya no solo literario, sino formal, físico, temporal y espacial, donde la performance, los asaltos poéticos, la edición artesanal y la conformación de redes espaciales (que se fortalecían principalmente con festivales subterráneos de poesía en toda Latinoamérica, o que al menos empezaban a hacerlo) y redes informáticas (en aquél tiempo, Blogger principalmente) se presentaban como forma de resistencia ante la corrupción, la violencia y el dolor del mundo, como reza el documental. Recuerdo cuánto nos inspiró todo aquello a leer, a escribir y a trabajar y mover cosas. Y en todo ese contexto, Yaxkin, evidentemente, era el poeta que unía todos los cabos, con una poesía interplanetaria monumental que entendíamos y sentíamos cercana quizá por un tema generacional, pero que sobre todo nos parecía (y me parece, hasta ahora) honesta, algo que es difícil de lograr cuando tu poesía está cerca de eso que llaman vanguardias, ya que es bastante fácil caer o quedarse en formas vacías y dibujos por el mero afán de resultar cool, sin comunicar nada, sin decir nada.

De este período, las dos últimas veces que vi a Yax fue en Pucallpa, en la edición 2015 y 2016 del Festival Dentro de los Bosques Famélicos que organiza Renato Pachas en esa hermosa ciudad. Es difícil llegar a Pucallpa y no irse con algo, con un fragmento de selva, con un poco de viento de la tarde o de agua de la laguna o de cumbia en el corazón, de esas cosas que a uno le hacen volver a Lima con ganas de renunciar a todo y regresarse inmediatamente a la selva. Sobre todo cuando además se tiene la oportunidad de compartir con amigos brillantes como David Meza, Berta García Faet, Crhistian Bafomec, Jorge Rengifo, etcétera; además de conocer a personas como Pedro Favarón, poeta y miembro de la comunidad shipibo-conibo que tiene una visión muy interesante sobre la tarea del poeta, o los poetas miembros del grupo Maldita Boa, que son las personas más hospitalarias que he conocido en mi vida.

Pero en el caso de Yaxkin Melchy no solo quedó allí. El poeta que ahora publica Hatun Mayu (Hanan Harawi Editores, Lima, 2016) nos muestra en ese libro lo que ha sido un re-descubrimiento de la poesía y de la vida a partir de no solo la experiencia espiritual de hacer Ayahuasca en una comunidad, sino de su propia búsqueda, una búsqueda personal y poética en la que incluso luego de haber desarrollado una obra magnánima de más de mil páginas el poeta persiste porque, creo, de eso se trata, de buscar, de buscar y de buscar. Si antes de Hatun Mayu, Yaxkin Melchy mostraba ante los lectores el viaje interplanetario y futurista del poeta en pos de ese nuevo mundo (o tratando de enviar mensajes desde éste, que se dejaba vislumbrar entre apuntes de cuaderno con visiones, dibujos, juegos de palabras y montañas implosionando ante el poder de la poesía, un poder que, por cierto, en muchos poemas era transmitido al lector que salía de la lectura como de una sesión de recarga de combustible poético, algo similar a lo que nos sucede a los más jóvenes luego de leer libros como Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, aunque este paralelismo que hago resulte medio forzado), es a partir de este nuevo libro que Yaxkin opta por una mirada reflexiva, como quien se da cuenta que en realidad la magia siempre estuvo entre las flores que crecen justo después de la lluvia.

Debo resaltar aquí la influencia del pensamiento y la poética de Pedro Favarón en esta nueva propuesta de Yaxkin. Me refiero específicamente a la tarea que tiene el poeta como tal frente al mundo, y a la importancia de la poesía en ese contexto. En el texto de Didier Andrés Castro (quien estuvo presente en el último festival de poesía en Pucallpa) en el que cita la entrevista que hizo a Yaxkin en dicho festival de poesía, dice Didier:

“…sin embargo YaxKin, influenciado por el pensamiento de los indígenas, piensa que el efecto de la palabra es real. La literatura tiene poder de hacer bien o mal. Tiene poder para mostrar las contradicciones de un pueblo y quizá ayudar, hacer bien a quien se refugie en ella, pero también tiene el poder de seguir reproduciendo una forma de pensar, de reproducir la violencia que ese agolpa en nuestras sociedades. Esto hace del escritor un ser comprometido con su entorno. Quiéralo o no. Casi de forma inconsciente. Pero lo que sí se pregunta YaxKin es cómo hacer de la literatura algo que realmente haga bien, que tenga la fuerza para ser bella e impartir sabiduría o conocimiento o algo mucho más profundo, al estilo de la antigua poesía china.”

A esto quisiera sumarle un pequeño fragmento (no son las palabras exactas, pero casi sí) de algo que dijo Yaxkin en el conversatorio hecho en la Universidad Nacional de Ucayali, a propósito de una discusión sobre la poesía joven y de los estudios que Yaxkin realiza sobre oriente en México:

“La poesía ‘joven’ puede ser importante, sí, pero puesto en perspectiva con todo lo que hay, centrarse en solo eso no sirve de mucho. Lo que yo me pregunto es: ¿Cómo es que un antiguo poema de la época de la Dinastía Tang sobreviva a nuestros días? ¿Qué hacer para que un poema sobreviva de esa manera al tiempo y la historia?”

Estas dos cosas, me parece, son fundamentales para comprender la propuesta de Yaxkin. Por un lado, la consciencia del poeta como portador de un poder transformador del mundo y al mismo tiempo con la responsabilidad ética de hacer el bien, es decir, no solo buscar a toda costa tocar el absoluto a través de la poesía sino hacerlo de manera consecuente con el mundo. Lo segundo es la puesta en perspectiva, que reemplaza un inicial entusiasmo juvenil del tiempo de La red de los poetas salvajes, para tratar de re-entender la poesía, a partir de la experiencia, de la naturaleza: de la reflexión en lugar de la alucinación, de la contemplación en lugar del ensamblaje tecnológico, del caminar en lugar del ver pasar y del sobrevolar en lugar del orbitar. Después de todo, mirar con telescopio, microscopio, ácido o DMT el universo es igual de exploratorio y aventurado que mirarlo, con detenimiento y una nueva consciencia, con los propios ojos: una constante búsqueda. El poeta no produce montañas de fuego poético aquí: si bien es consciente de su poder creador (porque de ningún modo estamos ante un libro que ensalza la pasividad), entiende que su tarea es transmitir ese savia creadora de manera que produzca otros nuevos árboles, sin necesidad de quemar nada.

Hatun Mayu es la muestra total de la consciencia solidaria y bondadosa mencionada anteriormente “este es mi amor / más allá de lo que ahora comprendo / hojas / caídas / cielos / que no se han descrito” además de que su reflexión no es para nada inútil, si bien el poeta, que tiene ya bastante oficio, se permite incluir frases que parecen obvias y que las personas de ciudad (“la gente de Lima”, diría Favarón) solemos tragarnos con una mueca de “uff” aunque en el fondo esta retórica sea muy propia tanto de la lírica andina como de la amazónica: “está hecho de fragmentos de pasado, de presente y de futuro”.

Con una estética minimalista en comparación a los primeros trabajos de Melchy, Hatun Mayu explora la belleza en lo honesto. Es decir: embelleciéndolo desde el contenido, que termina calzando perfecto en los recursos líricos del poeta: los tiempos breves pero lentos, el tono de pregunta usado varias veces en las preguntas que se hace a sí mismo el poeta, las metáforas de pocas palabras y gran significado: “vi mi vida llevársela el río / una hojita que se lleva la corriente / y no sentí pena. / Agua es piedra / piedra es agua”. Además de las referencias a poetas y sabios orientales  e indígenas de Norteamérica que refuerzan la sensación de que el libro tiene el cometido de dejar esas sentencias en forma de verso (a la manera en que enseñaban los sabios del antiguo oriente), a partir de la experiencia del poeta.

¿En qué momento ocurre la revelación? ¿Cuál es el instante en el que el poeta decide que el camino no era la biblioteca sino la naturaleza? (“me he cruzado con esta flor / y he dejado mi bilbioteca / para buscar al dragón / para montar en el buey”). El lector lamentará no encontrar esa gran revelación en Hatun Mayu. Y es que no hay tal cosa. Aquí Yaxkin nos tiende una trampa: como en los antiguos sutras, nos deja entrever, en claves, las revelaciones que ha tenido:

“He llegado aquí, ligero,
pero la distancia es un peso también
¿Por qué he venido cargando en mis espaldas tantas nubes?”
(O  el descubrimiento de contemplarse a uno mismo como parte tan minúscula del universo)

“Los bosques
que fueron arrasados
ahora crecerán entre los pálpitos
de nuestros corazones”
(O el poder creador del poeta para construir un nuevo mundo que renace hermoso ante nosotros)

“Contemporáneo de la poesía experimental
Contemporáneo de la poesía no experimental
no me pierdo
pongo una mano en mi pecho
y la otra la extiendo arriba
y dejo subir a los pajaritos”
(O de la inutilidad de las discusiones formales de la poesía frente a el contacto con Lo Vivo del mundo, que es la fuente de vida y poesía)

Lector: el libro entero es una revelación. Cada sentencia y cada poema de Hatun Mayu (en especial el poema de la página 46, 47 y 48) leídos detenidamente son la muestra de un conocimiento adquirido por el poeta que, debo confesarlo, sobrepasa el entendimiento de un servidor, que se limita a adivinar aquí y allá la presencia de algo que no sé explicar, pero que presiento grande, con el poder de llenar de vida la vida, de reverdecer los prados, sin importar a estas alturas si como escritor me inscribo o no a su estética (que es bella, bellísima, de una manera muy difícil de explicar) o a su ética.



Este libro, Hatun Mayu, del cual he leído fragmentos en algún recital donde me dijeron que aquél poema de la página 46 le parecía revelador y le dejaba pensando miles de cosas sobre la poesía actual a la persona que me lo comentó, marca el fin de una etapa poética en Yaxkin Melchy y el inicio de otra que espero en algún momento poder entender a cabalidad, ya que creo intuir, de manera muy borrosa, las luces de un camino que empecé a caminar como lector luego de leer El Sueño de Visnú de David Meza o ciertas partes de Rehenes del tiempo de Walter Curonisy. Y es que, querido lector, si de algo está convencido un servidor es de que hay que explorar los caminos incluso si estos pareciera que se nos escurren en las manos. Después de todo, aquél que apuesta por la poesía con honestidad y amor, si bien no tiene la victoria segura (de hecho, tiene un 99% de posibilidad de derrota), es dotado de una intuición u olfato que a veces permite vislumbrar, aunque de manera desordenada (nosotros los menos “tocados”), haces de luz, formas, escuchar el sonido de un río grande que intentamos rastrear haciéndonos paso entre ramas, a ciegas y desnudos.





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