LP5 Revista de Literatura y Arte

lunes, 20 de abril de 2020

EDUARDO SERRANO VELÁZQUEZ: Poesía Actual de Chile


EDUARDO SERRANO VELÁZQUEZ (Santiago de Chile, 1984) Escritor y Profesor. Su campo de estudio se enfoca en los espacios reales y oníricos de la ciudad, publicando ensayos en diversos medios. El 2010 obtuvo una mención honrosa en el concurso de poesía “Stella Corvalán”, apareciendo en la publicación del concurso. En el 2015 publica el libro Mapa de guerra por Das Kapital Ediciones. En el 2017 obtiene el Fondo del libro en la línea de creación literaria con el proyecto Aeronáutica. Y más recientemente en el 2019, ha obtenido una Mención de Reconocimiento en el concurso de poesía “Aristóteles España” con el libro Profundidad de campo.

Selección por Gladys Mendía de Aeronáutica

Aeronáutica
Remolcar entonces
toda la costa del pacífico
del hoyo de nuestras retinas,
como fragmentos
de maquinaria destruida
y dejar en su lugar
solo el holograma
de las más feroces pesadillas.
nos parecía, en este caso,
el mejor plan de asalto
para recuperar un poco
de ese líquido amniótico
del paisaje que nos envolvía.

Ese era el mejor plan
que podíamos imaginar
para remolcar la noche
de nuestros párpados
y arrastrarla como
un simple pedazo de chatarra
desde nuestra nave acústica,
vibrando a 270 nudos por segundo.

Porque el truco estaba sin duda,
en la posición y en la forma de las alas,
en la manera en que el viento
entraba y quemaba los átomos de los motores
mientras nuestras barbas crecían
descomunalmente hasta confundirse
con el océano y sus corrientes.

El truco estaba en dejarse caer en picada
 a través de los acantilados
y arrecifes de la memoria,
evitando a los cazas
y bombarderos enemigos,
dejando un mapa de nubes
como rastro para nuestras
identidades secretas.

Y si entonces o después de eso
remolcar la costa, la noche y la ciudad
del subterráneo de nuestras bocas
se vuelve una artimaña de la posguerra,
el mapa se convertirá simplemente
en el holograma más temible y feroz
de nuestras propias pesadillas.


Cabaret “La Posguerra”
Las ciudades-templos que agolpaban nuestros ojos
 eran solo otro enjambre de luces
para los aeronautas perdidos
que observaban desde el aire
el teatro nocturno de la posguerra.

Lo sabían nuestras pupilas estáticas
 como catedrales bajo la luna,
 mapas de antiguos temores
que miraban hacia dentro
de la verdadera carnicería
de nuestra memorias.

Lo sabían nuestras retinas
 extendidas como pieles de leopardo
 adheridas a la ciudad
entre acantilados
y desiertos nocturnos.

Lo sabían porque
era el único modo
de repetir las rutas aeronáuticas
que habíamos heredado
 y grabado como tatuajes
 en nuestros brazos
para no olvidarlas.

Se trataba sobre todo de la piel
rayada de nuestra memoria
semejante a un cabaret de terciopelo negro
 donde aterrizábamos nuestras naves
como aves metálicas
fuera de sus órbitas.

Parecía toda una constelación de océanos
tapizada en las paredes de una capilla
 semejante a un escenario de neón
al medio de la ciudad
y cuerpos revolcándose
sobre el cuero sintético del suelo.

Parecía una plataforma
de luces estroboscópicas
donde los cuerpos,
se doblaban hacia atrás
y se quebraban con un estallido.

Entonces los acantilados
que llevaban nuestros ojos
eran como ciudades de terciopelo
 vistas desde el aire
que no aguantaban más de temores,
 estáticas como catedrales bajo la luna.


Samsara
Una vez alcanzada la altura indicada
solo había que dejarse caer
como pájaros metálicos
o pilotos kamikazes
en una gélida mañana de agosto,
 cercenando y decapitando cuerpos
 con las alas de katana
tal como se muestra en la insignia
 de nuestro escuadrón,
al costado de las chaquetas
de cuero negro gastado.

Una vez alcanzada la altura
solo había que soltar las amarras
para desfigurarle el rostro a la noche,
 como aves cayendo en picada
desgarrando el atlas de nubes alrededor,
porque las curvas en el cielo
son más anchas que la memoria
y la piel de la infancia
ya no aguanta como antes
la combustión que devora el fuselaje.

Y entonces a medida que nos acercábamos
 al estruendo y al fogonazo,
justo antes de que colapsaran los motores,
 la ciudad por un instante
parecía un holograma vacío
como una de las estaciones del samsara
 donde la devastación se repite
como un diálogo eterno hasta la madrugada,
donde los transeúntes padecen
infinitas torturas
y dolores sin revelarse,
encerrados en automóviles
o mirando estáticos por las ventanas
de algunos edificios.




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