Flavia Pesci-Feltri (Caracas, Venezuela 1968)
Abogada y profesora de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela de la Universidad Central de Venezuela. Obtuvo la especialización en Derecho Constitucional y Ciencia Política en el Centro de Estudios Constitucionales de Madrid y la especialización en Derechos Humanos de la Universidad Complutense de esa misma ciudad. Hizo los cursos de Doctorado en Derecho Administrativo en la Universidad Complutense de Madrid. Tiene varios libros y ensayos jurídicos publicados. En el ámbito de la poesía, ha participado en diversos talleres con importantes poetas venezolanos. Algunos de sus poemas han sido publicados en antologías poéticas. En el 2012, su poemario Lugar de Tránsito fue seleccionado como ganador del Concurso Nacional de Literatura, organizado por la Asociación de Profesores de la Universidad de los Andes (APULA). En abril de 2017, la editorial Oscar Todtmann Editores publicó su poemario Cuerpo en la Orilla y en el 2021 la misma editorial publica trazos en fuga.
Selección del libro trazos en fuga
domingo
se aparta del marco de la ventana. los rencores se alejan. sus pies retroceden tantean el frío. los gritos los nuestros vienen de otro tiempo. mira dormir al que fue su hombre. tanta belleza junta acobarda. la piel volvió́ de la insensatez. nada nuevo en realidad. es el amor recogiendo sus raíces.
cura los huesos para hacerse casa. agradece el recorrido: la violencia de las piernas circulares. la mirada delirante. su osadía la asalta. prefiere guardar el ardor en una caja. no quiere volver a los tiempos de las cuevas a los espantos haciendo mella en el sueño. solo deja que la tarde respire. se asiente en sus labios cuando canta secretas armonías. el domingo se resiste a ser lunes. él me dijo que no quería volver a las almas en pena. a la ciudad derrotada que al parecer soy yo.
abasto don francisco
dos niños sentados en la esquina del abasto. edad entre ocho y cinco años. son hermanos. la fiereza de uno la admiración del otro. en sus miradas ternura y valentía. es domingo 7:30 de la mañana. regreso del parque y me estaciono. ellos no juegan con la primera luz. les paso enfrente con cierta duda. después de todo no han sido mis manos las hacedoras de tal miseria. medito sobre la capacidad de acostumbrarnos al dolor.
mi aliento entrecortado repasa los anaqueles con pocos víveres. procuro lo justo para el desayuno: la mantequilla con azúcar cubrirá la rebanada de pan para mi hijo; y la alisará con piel dulce como hizo en tantas mañanas felices de mi infancia.
abro los ojos a la fila. un atasco de carritos y cestas esperan ser empujados hasta la caja registradora. se escuchan murmullos. desacuerdos. exclamaciones. devolución de productos. algunas cabezas niegan con mirada avergonzada. gente pasa de largo con sus puños.
salgo con mis dos bolsitas. el niño «grande» se acerca en silencio. hace movimientos para ayudarme con la salida del automóvil. gesticula intenta dirigirme. se asoma a la calle. le digo no con la cabeza. aquiétate. bajo el vidrio oscuro. le pregunto si quiere queso y jamón. me mira sin decir. se los doy y retrocedo.
el volante vira hacia la izquierda. veo como el más chiquito va al encuentro de su hermano. levanta los brazos al sol sus pequeñas manos de júbilo. abraza al héroe. se estrechan con alegría.
( pienso en la madre )
ojo de huracán
la lluvia a la espera. la maleta lista para la lluvia. indecisa en un retorno sin comienzo. el frío en los huesos desde esta silla que mira. el todo acallado en las páginas breves de un libro. una sombra que es la sombra sola y la lluvia. inmutables en las paredes de la esquina. ungidas de incrédulos días por venir que en vuelo buscan y nada tocan. sombra y lluvia. y la lluvia sola.
los despiadados
todavía se sentía en el aire el olor a pólvora. llegaron a la hora en punto del mediodía. venían dispuestos a seguir las órdenes. gritos y sonidos de cascos los precedieron. entraron compactos blandiendo escudos en acerados caballos. como huestes paganas se esparcieron por el pueblo. los habitantes espantados aseguraron sus casas. había pasado algún tiempo desde la última vez. pero el recuerdo permanecía en sus cimientos. los ancianos bajaron el sonido de las radios. las madres retiraron a sus niños. las matronas dejaron de cernir el maíz.
se escuchaba el sol en la tierra seca y una lagartija asomaba el latido de su garganta.
fueron asaltados todos los albergues todas las casas y cada bodega. no hubo zaguán sótano jardín sin ser desvalijado. en la furiosa búsqueda arrancaron desde sus raíces los alimentos. sacrificaron animales del camino. una cabra. otra vaca y algún perro solitario. recogieron las pieles más sedosas y se las echaron a sus espaldas.
tronaron las rejas de las fincas. ardía implacable el cielo. llegaron a una casa de color anaranjado. derrumbaron la puerta. encontraron en el fogón restos de café́ caliente. partieron sillas y mesas.
salieron al patio trasero. fueron sorprendidos por silbidos rapaces. cuando una explosión dispersó sus miembros.
todavía se sentía en el aire el olor a pólvora. la tarde comenzaba su regreso. las mujeres se acercaron a sus hijos escondidos bajo tierra. los hombres apagaron los fuegos.
afuera y adentro
a Gego, quien al huir de los nazis lanzó las llaves de su casa al rio.
lárgame de ti —le dijo al oído. quiso su misterio. solo reflejos sin voz.
con paso firme abrió la puerta. cruzó el umbral. apoyó la espalda en las sombras. dejó caer el bolso se acercó al rio. la dolencia había zanjado su cara. tragó grueso. negaba mirar(se) con desdén. después de todo comprendía la inutilidad del odio.
epílogo
la patria tembló
susurraban los muertos
bajo túmulos de asfalto
uno a uno
la estrecha mudez.
Selección del libro cuerpo en la orilla
plegaria
tiempo de mudez
tiempo para el acecho
acércate
levanta la cerca
estaré bajo tus párpados
puedo ser suave cuando quiero
olerte sin que lo sepas
andarte
no temas
soy esa voz que tiembla
por los rincones de tu cuerpo
cruzada
hay una guerra
que no hemos iniciado
deja tus botas al pie de la puerta
a mis calles nadie se acerca
la espesura de mis labios te aguarda
encarna en esta piel sin dejar de pulsarme
levántame como el más alto árbol
plántame
entre tus piernas
que el río nos susurre
lo blando estremezca
tus dedos viertan
todas mis aguas
arrástrame
hasta el último grito
extranjero
te aferras como sentenciado a muerte
bebes temblores de la comisura de mis labios
empuñas mi cuello
sostenido ritmo el de tu lengua
derramada en mis dientes
bailarina de mil brazos
dura blanda dulce
indeleble
en mi cueva
asombro
vengo a liberar de tu cintura lo que escondes
a disolver de tu tierra mojada los miedos
vuélame en picada
rómpeme en el aire
mírame
es esta
la vida
que ofrezco
y en un segundo
tus ojos
circe
sea mi boca para envenenarte
mis brazos tres veces te enlacen
mis piernas tu poder amarren
y cuando me encuentre volando sobre tu cuerpo
será certera mi mano
firme puñal
duro golpe
así
estaré segura
caerás sobre mí
para siempre
cómplices
llegué a tus campos sin saber
la piel temblando hacia sus adentros
peinaba tu cuerpo
mi aliento en tus gemidos
la noche deshizo los nudos
tus cabellos mis piernas tu centro altivo hacia mi
estremecida pluma de ángel
me fuiste remando aliado
demorabas así la soledad
su camino
ahora
en el silencio de la casa sola
mucho de ti en mis rincones
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