Winétt de Rokha (Santiago de Chile, 1984-1951). Nació con el nombre de Luisa Anabalón Sanderson. Fue hija del coronel de ejército Indalecio Anabalón y Urzúa y de Luisa Sanderson Mardones, cuyo padre fue el políglota y gramático Domingo Sanderson, traductor de autores clásicos, como Safo de Lesbos y Ovidio. Cursó su educación básica en el Liceo N.º 3 de Santiago de Chile. Su incursión en el medio literario comenzó con la publicación de versos de influencia parnasiana y simbolista ofrendados a San Francisco de Asís, en la revista Zig-Zag, que firmó como Luisa Anabalón Sanderson. En 1914, decidió enviarle un poemario de su autoría, Lo que me dijo el silencio, al poeta Pablo de Rokha, bajo su seudónimo de entonces: Juana Inés de la Cruz. El 25 de octubre de 1916 Luisa Anabalón y Carlos Díaz Loyola, nombre real de Pablo de Rokha, se casaron. A partir de entonces, ella adopta el seudónimo literario de Winétt de Rokha. La familia se conformó finalmente con sus hijos Carlos (poeta), Lukó (pintora), Tomás, Juana Inés, José (pintor), Pablo, Laura y Flor. Carmen y Tomás murieron cuando eran muy pequeños, mientras que Carlos y Pablo, murieron ya mayores y de manera trágica. Sus obras son: 1914 - Horas de sol, 1915 - Lo que me dijo el silencio, 1927 - Formas de sueño, 1936 – Cantoral, 1943 – Oniromancia, 1951 - Suma y destino.
Selección de Gladys Mendía
“X” de Lo que me dijo el silencio
El llorar de un crepúsculo
viene a mí estremeciéndome
con temblores de estrella
y rumores de fuente.
Palidecen las rosas...
Vagas incertidumbres
me cogen, lentamente,
y en su regazo me hunden.
Pienso en el desplorado
amanecer de un sueño
que refleja sin fiebre
la luna de un espejo...
“Santiago ciudad”, de Cantoral
A tus orillas cantan aún las ranas azules,
sin embargo en tu corazón la multitud busca ritmo
con ese acento eléctrico, ardido y cosmopolita del avión en vuelo.
Ciudad americana, atrevida y triste,
te ciñe un cerco alto, desde donde te cae
aquel influjo blanco y boreal de las nieves calladas.
Torres como llamas, rascacielos que iluminan la tarde,
avenidas hacia el horizonte, plazas amorosas, campanarios de ayer,
alegría de fuentes italianas, estupefactas, erguidas aguas inocentes,
que columpian una ley que tiembla,
aguas de atardecer republicano
armonía del mar, disminuida,
para los hombros de las mujeres rubias,
para las piernas escolares de los niños.
Hacia los barrios que se multiplican ingenuamente
avanzan las gentes preocupadas, presurosas de la propia vida.
Repercuten los tranvías por los puentes viejos de la Recoleta,
y allí, a la virtud de las Iglesias y las casonas vastas,
sentimos aún en las pupilas de las rezadoras atávicas,
abalorios y sueños, mezclados a un niño-Dios, de esperma sonrosada.
Ahora se asciende con el corazón sencillo y sereno,
el hogar recóndito, el nido de cada uno, perdido
entre las abejas y los parronales de Pedro de Valdivia,
Ñuñoa, El Nido, como en las palomas, las hormigas o los no-me-olvides.
Parque, Quinta, Alameda de las Delicias,
la bella e incierta peregrinación del espíritu.
San Francisco, casa del Mito, no interrumpe el poema,
que se perfuma a sus pies, por ese ramo eternamente vivo de las azucenas aldeanas;
Santa Ana, en cuyos pórticos jugaron los abuelos y las golondrinas de antaño,
y se bautizaron las muñecas de todos.
Guardas el camino de los días evaporados;
aquel sauce de cobre oxidado, aquel banco municipal,
su sombra y mi sombra iluminadas de piel nueva y de esperanzas,
la tarde, copiosamente estrellada de rumores y azules románticos,
y, como un loto negro, imantado, abierto,
la noche remota, abrigadora, encerrando la cantidad de nuestras almas.
Ardiendo, como la palma de una mano franca y tendida,
te das al emigrante. Mucho andar, mucho andar...
como en los cuentos, que no llegaban nunca al pueblo de las cúpulas de oro.
Álgebras de automóviles te abrazan y te poseen,
teatros y cines encienden su bullicio, y los cartelones pronuncian:
Greta Garbo, la nórdica iluminada y pálida.
Te sumerges, te elevas, te extiendes, te lavas el alma,
ciudad.
Hombres y mujeres-niños, tras las tiendas occidentales,
Gath & Chaves, impasible,
mirando las cinturas de plata del Oberpaur,
el almacén lírico y tranquilo, arquitectura desenfadada,
con el número armonioso del pincel de Matisse.
Desde mi vida, miro el San Cristóbal,
el cerro que justifica tu estilo como el acorazado en el puerto;
aquellas lucecitas que juegan a la ola,
los reflectores que, minuto a minuto, se entreabren como párpados,
y blanca, sola, muda, en lo más alto, la leyenda de Jesucristo,
blanca, sola, muda.
En tu jardín de muertos, acostado entre estatuas pálidas,
marchito está el mejor ramo de flores de nuestra casa,
y la figura herida que durmió sobre mi corazón una Primavera.
En la juventud de tus parques, yo escribo
caballos y aspectos de novedad, llevando la línea de nuestros héroes,
caballos de mármol, en cuyas fauces abiertas,
penetra este viento que tú y yo amamos, mariposa en Febrero,
la pezuña hincada y decidida,
los ojos con luz cóncava, llena de amaneceres y noches inmensas.
Tu orgullo provinciano escala el Santa Lucía;
recuerdo mi alegría de siete años,
correteando a la rueda saltadora
y cómo veía abajo un mundo pequeñito.
Santiago, ciudad,
despierta y dormida, dignamente, en ti misma;
abres las puertas;
piscinas, canchas de tennis, cárceles, fábricas,
el rico todo de oro,
el pobre con su atado de sombra.
Se produce vida en ti, como en Constantinopla,
en París, en Londres, en Ginebra, en Nueva York, en Roma;
te visitan los acontecimientos y las estrellas,
y acaso una canción sin nombre
o el nombre milenario de una canción...
Poema del Valle pierde su atmósfera
*
La lira de algún satélite desfigurado, espoleado, declamador,
rompe circunferencias que arden, rotas; techumbres dan alivio
con un cohete de ultratumba en tapias aldeanas, coloradas.
Con su contorno sucio, de librea, una ciudad creciente, fábricas
con amplitud de calles hermanas por argolla y futuro de llagas:
faenas, hipotenusa, basura, movimiento en combate de agonía y círculos.
Completa humareda sorteada, panales al descubierto, enseñoreándose serenos, dolidos,
sobre promontorios sentados, indefensos en el pórtico carcomido.
Cartelones-lunados. Por el Guayas, la bagatela, los peligros,
la intermitencia, los telegramas y el rubro de alcatraces malditos.
Algo gime cruel, agrandado, en la garganta dentada, sanguinolenta,
de algunos peces cuadrados, artesanos, en navío de signos actores
la voz bordada de la criatura fea se mata quintaesenciada,
medrosa y espectacular en su desarrollo barato y vacante.
“Miel y laureles de Chile” de Los sellos arcanos:
Brilla en los pájaros del Sur su nombre de oro y plata,
los niños lo transmiten en las pizarras escolares del asombro,
en cada nueva canción está presente,
las mujeres calladas lo llevan en la flor de sus corpiños negros,
y los héroes de ayer lo empenacharon entre sus cascos y sus almas de piedras:
porque Chile es así: liviano como el ala del mundo,
inmenso, enriquecido por la paloma internacional de lo sencillo,
igual a un violín en el violín del viento,
florido de amor en la mirada de la doncella en celo,
fuerte como la razón y el dolor del destierro.
Cruzada de poesía en arco iris
entre espectaculares vuelos interoceánicos,
recordé la flecha azul de sus tierras delgadas
besadas, íntegramente, por la carta-espuma del mar
y por la intacta sinfonía insular de los ríos.
¡Cómo en su corazón-campana cruje al rebote del trueno
que se extiende con sonido y esplendor en su mapa de fruta,
entre pezuña pavorosa de caballo salvaje
y ubre estremecida de vacada en fuga!
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