JOSÉ MÁRMOL (República Dominicana, 1960) Poeta y ensayista. Nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1960. Estudió licenciatura en Filosofía (UASD), posgrado en Lingüística Aplicada (INTEC) y Maestría en Filosofía en un Mundo Global (UPV, España). Fundador, en 1985, de la Colección Egro de Literatura Dominicana Contemporánea. Miembro de Número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana, desde 2007. Profesor Honoris Causa de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en 2013, y Person of the Year 2015, por Cannes Lions Dominicana. Ha merecido premio como el Nacional de Poesía en 1987, el Casa de Teatro en 1994 y el Accésit del Premio Internacional Eliseo Diego en 1994, de la revista Plural, entre otros reconocimientos. José Mármol es autor de libros como El ojo del arúspice (1984), La invención del día (1989), Lengua de paraíso (1992), Deus ex machina (1994), Criatura del aire (1999), Torrente sanguíneo (2007), Lenguaje del mar (2012), Yo, la isla dividida (2019 y 2021), entre otros. Sobre su obra se han publicado: José Mármol, antología poética ( Médar Serrata, 2004), Anatomía de un poeta. Aproximaciones críticas a José Mármol (Carlos X. Ardavin, 2005), El búho y la luna. Entrevistas a José Mármol (Basilio Belliard, 2005), y Viaje hacia el arúspice. Relectura de la obra de José Mármol (Mateo Morrison, 2015).
LENGUAJE DEL MAR
El mismísimo, eso sí, el inmenso irrepetible,
el mar alzado en vuelo, lentitud del lastimado,
alas que no pueden los azules levantar.
Un pájaro, ese,
cautivo, tal vez, me lo pregunto,
en su líquida y revuelta enredadera de sal.
Amarrado, puede ser, a la estela del aire y los pasos de sol,
en la suave traslación reposada del disfrute.
El mismísimo, el adorado en yodo
con la luna colgada en la quilla de tu rostro,
el que riega las arenas para el toque de tus pies.
El mar tuyo, el mar nuestro,
el de los acantilados feroces y las playas de luz,
el de las bolitas de queso crujiente, calamares en su tinta,
vodka tónica con chapas de limón.
El mar, eso sí, el de tu mirada de ámbar en la tarde de ayer,
el de la voz que dijo, mi niña,
no te vayas a mover del horizonte, quieta, ahí no más.
IDIOMA DE LOS DIOSES
De ti, como de un río, adoro cuanto fluye. Volando y danzando como los dioses hablan. Amo tu rápida presencia, la única manera de pasar, transfigurando en vuelo la quietud y la espera. Idioma poderoso del mineral y el árbol. Néctar salobre de las venas abiertas y miembros destajados en torno a la deidad. Palabras innúmeras con las que atemorizo y a la vez encanto las huestes de la noche y escuderos del día. Voces muy alzadas en sus puntas de roble, con las que canta el mago, gobierna el azar y predomina un orden geométrico de hielo. Grande la ocasión en que algo se consume, y con su muerte alumbra y destapa lo esperado. Ahora canto y bailo y salpico de luz las brechas de la sombra entre las llamas. Volando y danzando, como los dioses hablan. Del aire me sostengo, el universo en mí se apoya, gira espeso. Mi verso ha domado al vellocino de oro y ya diezmó mi brazo a los jinetes bravos, a cuyos restos doy mi canción y mi otra espada. Grande la ocasión en que todos danzamos, como dioses mirando la miseria del reino. Palabras que brindaron alma y cuerpo a las ciudades. Soberano idioma, lenguaje de las piedras, del laurel, del río adormecido en sus meandros; alfabeto de grutas intocadas, de lagos suspendidos y pájaros mudos henchidos de placer. De ti, como de un río, adoro cuanto es y ya no es y se transforma y pasa y queda suspendido. Oh idioma venturoso de los labios y las manos, de las praderas altas, los barcos diminutos, la cruz centuplicada en un mismo sendero. Oh danza de las danzas, con que los dioses cantan y bailan y nos llaman.
RETRATO DE MUJER
En tu boca tiembla un pájaro tirado a lo sediento. En tus dedos, templos altos de luz andan despiertos. Habla con tu voz aquel ángel seducido por una magia, un cuerpo, un vocablo insospechado. Nada por tus párpados un pez bello y fugaz y en la negra chorrera de tu cabello tieso, un celaje de carne con alas suena y brilla. No mis ojos te dibujan, no mi trazo maculado. No mi arte la perfila; es el agua desbordante que me asalta con mirarte, untadas por imanes lascivos ambas manos, y no importa que estés muda porque hablas con tocarme. Hay entre tus pechos matices imposibles, bosques y bahías, cañaverales limpios, mojadas poblaciones, algas finas, robles, yerba. Me asomo al intocable destello de tus manos y temo que mirándome se desnude tu voz, y como San Francisco de Asís hable a las aves, y se descalce y pese mucho menos que el aire. Mujer que lleva entera una bestia por ternura. Mujer que me desalmas con tan solo nombrarme; mas no importa si estás muda porque cantas cuando miras. En tu vientre acuna un mar con veleros erguidos, en tu pelo un surtidor de la noche se desgrana, en tu boca de nubes y pájaros me pierdo, y no importa si estás muda porque cantas cuando amas.
CANCIÓN DE LARGO A LA TRISTEZA HONDA
el mar es una cosa que nunca tuvo nombre. objeto que yo invento el mar son mis dos ojos el mar es un profundo invento de la nada empozamiento álgido de toda la resaca de los siglos llorados tormento desmedido infinita semilla de mi origen
el mar
el mar es un espacio e ser y de no-ser de brillar y apagarse las cosas al instante
espejo del vacío de la sombra de lo sin rostro
el mar
el mar es aquel hueso que duele a mis ancestros (herida que no cesa el mar no es mi niñez) combada penitencia con tantas vejaciones mi mar mi vacío corazón que me llena la muerte de vivir
sediento
LA BALADA TRISTE DE WYCKOFF
A Gabriel José, in memoriam
La tragedia siempre acecha como un lince lastimado.
Como el mar, la tragedia
no conoce la fatiga, no hay reposo en sus misterios.
Wyckoff, un silencio, nuestra guarida de paz.
En verano, la hermosura de las flores y los prados.
En invierno, calles tristes y nevadas, techos compungidos,
el patio recogido en disipada soledad.
El silbido nocturno del tren era una fiesta
y sin enmbargo ahora es un grito de dolor.
Era noche fría, esperaba la escalera el toque de su arribo.
El mundo para él, tan pequeño, tan extraño,
su amor quiso salvarlo con un gesto de sus labios.
Un libro en torno a Buda en su mesa de noche,
poemas sobre el mar, fotos disgregadas con la tribu de la escuela,
lo insondable de la vida en un puñado de palabras.
Todo en él serenidad, una flama su semblante.
Su tiempo entre nosotros lo eternizan sus abrazos.
Le fatigaron hondo los tormentos de la vida,
tan deprisa, tan temprana la derrota de sus días.
Tuvo de los ángeles la indefensión y el sueño.
Que no se canse nunca, pido al cielo,
la andadura amorosa de sus pies y su mirada.
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