LP5 Revista de Literatura y Arte

martes, 17 de junio de 2025

Entrevista a Santos López. Por Gladys Mendía

 


Entrevista con Santos López
“Poetas, eviten ser atrapados”

Queridxs amigxs de la comunidad literaria, hoy comparto con enorme entusiasmo mi diálogo más reciente con Santos López, una de las voces esenciales de la poesía venezolana contemporánea. De la sabana ancestral de la Mesa de Guanipa al vasto horizonte de las tradiciones iniciáticas, Santos despliega en esta conversación un mapa biográfico y espiritual con intuición, lucidez y rebelde ternura.

En la entrevista, Santos evoca la música primera de Platero y yo, la cadencia de Andrés Eloy Blanco que le hizo “repetir el acetato cada fin de semana”, y la fuerza matriarcal de los relatos orales que fundaron su imaginario. Explica por qué prefiere la vía iniciática antes que la mística domesticada por Occidente, y cómo las enseñanzas del Ifismo, Sufismo, Taoísmo, Zen, Kabalah y Chamanismo convergen en su “poesía del trance”.

“La poesía es la traducción de una intuición; un manto apedazado que viste el poeta.”
—S. López

Hablamos del silencio como matriz de toda palabra, de la condición pendular de la realidad y de la poesía como “hormiga” frente al golem de la inmediatez y la IA. Su recomendación a los jóvenes: “poetas, eviten ser atrapados.”

El texto completo abarca sus reflexiones sobre la tradición venezolana, el desafío de difundir poesía en un sistema que desconfía de los “alimentos del alma” y su próximo proyecto: una “taberna” literaria que funde autobiografía, ensayo, aforismo y canto.

Lean la entrevista —un viaje que atraviesa el vértigo de lo sagrado, la resistencia creativa y la dignidad de la palabra liberada de ataduras. Compartan, comenten y dejen que la voz de Santos López lxs acompañe.

Gladys Mendía.


¿Cómo fueron sus primeros acercamientos a la literatura y qué papel jugó su entorno en su formación como poeta?

Nací en una sabana, en la Mesa de Guanipa, en medio de una familia de ascendencia Kariña; y mi padre, negro. Vivía rodeado de animales domésticos y salvajes. Los pajonales eran mi mundo, igual que los morichales en los ríos; con chamanes presentes en la familia, experimentando con ellos una constante errancia, ya que las compañías petroleras desplazaban a las comunidades kariñas de sus territorios para explotar este recurso natural. Era un entorno muy pobre desde una perspectiva cultural, pero muy rico desde la visión  natural y mágica de un niño.

¿Recuerda algún momento o lectura específica que haya marcado su decisión de dedicarse a la poesía?

En mi infancia tuve la protección de una mujer especial, un hada madrina, Elenita, que me regaló Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Nada más ese comienzo tan sonoro, musical, se quedó guardado en mi corazón: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”. 

¿Qué edad tenía?

Tendría yo tal vez 8 años de edad y ese ritmo de Jiménez, junto al petricor, me catalizaron hacia un vórtice de la imaginación creadora con las palabras. Ya a los 10 años de edad tenía un cuaderno lleno de imágenes escritas. También recuerdo otro factor muy importante:  a esa edad escuché por primera vez recitar a Andrés Eloy Blanco, a través de un acetato que mi mamá me hacía repetir todos los fines de semana. A ella le fascinaba la poesía de Andrés Eloy. 

¿Qué impacto tuvo la tradición oral y el entorno familiar en la conformación de su experiencia poética?

Mi familia era un matriarcado liderizado por mi abuela que vivió más de 100 años. Alguien de la familia se conocía todo el repertorio de un libro que más tarde descubrí que se titulaba: El testamento del paisa, de Agustín Jaramillo Londoño, que era puro folclore antioqueño. En la hora del crepúsculo y primeras horas de la noche, los niños nos reuníamos para escuchar aquellos cuentos, travesuras, aventuras, poesías, adivinanzas que estaban contenidas en este libro. Aquí la voz, la oralidad y la magia aguijonearon mi ser.

¿Cuáles han sido sus principales influencias literarias?

Las influencias han ido mutando a través del tiempo. La consciencia es la responsable de estos desplazamientos de interés. Ahora he estado muy cerca de dos de los más grandes poetas vivos, Adonis y nuestro Rafael Cadenas, quien repuso el asombro entre nosotros.

Su obra ha sido asociada con una mirada mística de la poesía. ¿Cómo se dio esa conexión entre espiritualidad y escritura en su proceso creativo?

Yo no la llamaría mística, tengo mis razones para no sentirme un poeta místico. Me asomo más a la poesía con tono iniciático, aunque podría tener a un místico como vecino. 

¿Puede abundar en el tema?

Para responder apropiadamente a esta pregunta, me permito elaborar una precisión que llevo años explorando: la palabra “místico” se ha deformado tanto en la cultura de Occidente que a mí me da alergia. ¿Por qué lo digo? Este término se ha degenerado y vulgarizado tanto que ha perdido todo su sentido original: místico deriva de la palabra Misterio, proviene del griego Myeo, que significa «Iniciar en las Cosas Sagradas», una labor que hacían en la antigüedad las Escuelas de Misterios. También, de la misma raíz, encontramos Mystagoia, que significa Iniciación. Mystos significa Iniciado y Myesis, insisto, quiere decir Iniciación. Así la palabra «místico» se fue degenerando con el tiempo, porque la religión intervino, ocasionó una ruptura, un corte en la cadena iniciática en Occidente. 

¿Qué implicó esta ruptura?

Todo lo místico pasó a formar parte del campo religioso, normativo por excelencia, como otra forma más de acondicionamiento. Pero el místico y el religioso van de la mano, quiero decir, se quedan muchas veces en el regodeo individual, en el sentimentalismo, la divagación y la elucubración. La iglesia Católica se adueñó del sentido místico y lo corrompió. Imposible que un místico alcance lo supraindividual. Yo me alejo de esa vía, intento la vía iniciática, que representa una ascesis dinámica de realización: demanda un esfuerzo interior, requiere tener un maestro y continúa una línea de transmisión espiritual ininterrumpida. No obstante, como te decía antes, podría tener a un místico como vecino, hay un terreno de convivencia.

¿De qué manera la filosofía oriental y el contacto con todas estas enseñanzas que narra han permeado su poética?

Este diálogo se lo debo a los maestros y maestras que he tenido de distintas fuentes que me han moldeado: el Ifismo, el Sufismo, el Taoísmo, el Zen, la Kabalah, el Cristianismo, el Chamanismo, todos estos fractales me acompañan, los he ido incorporando con el paso de las décadas. Cada maestro y maestra han dejado su impronta en mi camino como poeta: me han dado algo y les he dado algo, así suele ser.

¿Cómo concibe la escritura poética? ¿Es un acto de revelación, de exploración o una combinación de ambas? ¿Cómo lo ha vivido?

Desde el libro Soy el animal que creo experimento la poesía como una revelación de mi alma. La poesía me llega como un hallazgo, un chispazo, una iluminación. Entonces me dejo tomar por la experiencia. La poesía sucede. Y sucede como el amor. La última experiencia poética la expreso en un poemario reciente, titulado Yo soy Uds. Allí digo: la poesía es ese manto apedazado que viste un poeta: montones de retazos unidos por su voz y por su alma. En Canto de luz negra, por ejemplo, hago una fábula de los maestros, un recurso antiquísimo, por lo demás.

En su experiencia, ¿cuáles son los elementos esenciales para la construcción de un poema?

Todo poema es una traducción, es algo incompleto. Es la traducción de una intuición. La intuición es rasgar un velo y otro y luego otro… Y cuando uno penetra, consigue una llave para franquear esos umbrales, te encuentras con lo inefable. Por eso digo que el poema es la traducción de una intuición. Para escribir un poema uno debe mantener una voluntad de autoconocimiento, visitar nuestro adentro. Así lo digo en Yo soy Uds.: el poeta tiene un cercano pariente: es un pequeño creador de sabiduría que transforma su cadáver de anoche en un ser vivo hoy.

¿Cómo ha evolucionado su poética a lo largo de los años?

Yo no sabría decir si ha evolucionado o no. No creo ser tan arrogante para saberlo. Sí siento que mi voz pasó en un momento a ser más germinal. Aun cuando reconozco algunos patrones recurrentes, también en cada libro se asoman habitaciones nuevas de la casa que no estaban abiertas. Al final, el ensimismamiento egocéntrico, la divagación y la elucubración dejaron de ser los dueños de la casa.

El tema de lo sagrado está muy presente en su poesía. ¿Considera que la poesía puede ser un vehículo de trascendencia?

Lo sagrado no es uno de mis temas. Considero que todo en el mundo es sagrado, no hago separación esto sí y aquello no. La poesía siempre ha tenido una filiación con lo “Otro”, es un anhelo del poeta. Si hablamos de lo trascendente, aludimos a todo lo que trasciende el nivel del lenguaje. La poesía no es un vehículo de nada, es un misterio. Todo lo trascendente es poesía. El hombre, a través del lenguaje, apenas se acerca a la imaginación, ese bosque de símbolos del que hablaba Baudelaire. O como dice Adonis: la poesía es la casa que está habitada de símbolos, alusiones y sugerencias. Los nombres, las palabras se gastan, pero nunca su significado; lo silencioso está más allá del lenguaje.

En su obra se percibe una tensión entre la palabra y el silencio. ¿Cómo conciliar estos dos elementos en su escritura?

Es curioso esto que usted percibe o cómo lo percibe. La palabra no se antepone al silencio. Tradicionalmente el silencio es la fuente de todo. Mi poesía tiene muchas pausas, cesuras, quiebres… propone un ritmo; a veces es una poética del trance y otras veces es una poética del péndulo. Yo vengo del péndulo y transito hacia el trance, para ser más exactos. Mi maestra Noemí, la que me enseñó Kabalah, me dio este regalo, este hallazgo que jamás había advertido. El lenguaje nos permite tener una concepción compartida de la realidad. Pero esta es una realidad de tantas otras más. Hay tantas realidades. La realidad pendular es como la de los astros: palabras que se acercan y se retiran en nuestras vida mientras recorremos nuestro camino. Venimos del silencio y regresamos a él. La luz negra es el silencio. Ahora, la experiencia del trance significa darle preferencia al mundo analógico o aleatorio, como se le llama ahora, para anteponerlo al mundo algorítmico y de lo previsible. La humanidad renunció al silencio, es lo que veo. Todas las palabras flotan sobre la respiración del Universo.

¿Cómo percibe la situación de la poesía venezolana actual? ¿Cree que ha cambiado la recepción de la poesía en el país en las últimas décadas?

No suelo pensar en la categoría “poesía venezolana”, porque tampoco me considero un poeta “venezolano”. Somos poetas del mundo, estamos en el mundo; la vibraciones de la guerra de Ucrania, las de la franja de Gaza, las de Yemén del Sur, o Corea del Norte, las de Shanghai, las vibraciones del genocidio alimentario en Estados Unidos, o las del declive del Vaticano, las recibimos todos por igual; las vibraciones del desecamiento de la Tierra, por cierto, también nos llegan por igual. Somos poetas de nuestro tiempo, y nuestra alma sabrá explorar esta época en busca de su alimento. Y ese mismo tiempo dirá lo que cada poeta encontró. Lo mismo ocurre con la ciencia: tú no eres un científico de Venezuela, de México o de Brasil… Estás en el mundo, y tu avanzada se verá en el mundo, no en tu lejana provincia o pueblo.

¿Qué poetas contemporáneos considera que están renovando la tradición poética venezolana?

Si nos trasladamos a 1826, cuando Andrés Bello publica La agricultura de la zona tórrida –y lo cito porque representa nuestra catedral– podemos entender que nuestra tradición poética es imberbe. Si nos trasladamos a nuestros pueblos originarios, nuestra tradición es más robusta. ¿Qué hacer ante una y otra? Y cuando hablamos de tradición, ¿de qué se trata? No hay nada claro en la poesía venezolana. Y no lo hay hasta tanto no reconozcamos ese coro de ancianos de nuestros pueblos originarios, nuestros ancestros también, como lo es Bello. Lamentablemente no soy un crítico, ni estudioso de la literatura, por tanto no tengo herramientas para saber lo que está pasando en eso que se llama “poesía venezolana” y si se ha renovado o no. Pero seguimos en la época de Bello. En el buen sentido. ¡Qué paradoja! 

¿Qué lugar ocupa la poesía en un mundo marcado por la inmediatez y la virtualidad?

No ocupa ningún lugar. Y no soy pesimista. Ese no es mi enfoque. La poesía no quiere ocupar ningún lugar. No quiere ser nada, ni nadie. Ni escalar ninguna posición… Eso es un patrón egocéntrico. Ante el Golem de la IA, la poesía es una hormiga. Y es que este tiempo no solo está marcado por la inmediatez, la utilidad, sino sobre todo por el egoísmo.

Como promotor cultural, ¿cuál cree que ha sido el mayor desafío para la difusión de la poesía en Venezuela y América Latina?

Todos los alimentos del alma tienen obstáculos de difusión y distribución. No solo la poesía. No seamos tan engreídos los poetas. Lo bello es uno de esos alimentos. El sistema no tiene interés en que la gente reciba este alimento. Así que el problema es global.

¿Cómo fue la experiencia de dirigir iniciativas como la Fundación Casa de la Poesía?

Pienso que fue una experiencia muy precursora, renovadora, pionera. Recuerdo que cuando iba a los recitales de poesía en la Asociación de Escritores de Venezuela, en la Avenida Lecuna, éramos cuatro o cinco pelagatos como público. Yo me sentía tristísimo. Yo era un culicagao. Estaba Caupolicán Ovalles de cacique. Al rato entré en una crisis. Y como no quería ser un esclavo, renuncié al trabajo que tenía en El Nacional. En ese momento concebí el proyecto de una Casa de la Poesía. Me acompañó mi compadre Pantelis Palamides. ¿Qué logramos? Que la gente disfrutara de nuevo masivamente los recitales de poesía. Fueron doce años en esa mina. Hasta que llegó un día Farruco Sesto, quien era Ministro de Cultura (y se creía poeta), y quería inaugurar la noche de la Semana de la Poesía dedicada a Eugenio Montejo, leyendo sus porquerías, y yo le dije que no. Y él juró destruir la Casa de la Poesía como venganza. Y así pasó.

¿Cómo define su relación con la palabra y qué significa la poesía en su vida?

No tengo muy buena relación con la palabra. Honestamente lo digo. Busco la palabra perdida, tal como la recojo en El libro de la tribu. Aprendí a hablar a los cuatro años de edad. Ya mi mamá creía que yo era sordomudo. Gagueo habitualmente. Y la elocuencia nunca fue mi novia… Reconozco que lo averbal me atrae. Pero es lo mismo en el fondo. Es el arte de trocar. Mi poesía no viene de mí, sino de las fauces de un cielo primitivo.

¿Qué consejo daría a los jóvenes poetas que están iniciando su camino en la escritura?

Darle consejos a los jóvenes es algo inútil. Ellos saben ya lo que tienen que hacer. Los jóvenes son como peces: una ribazón. También las mujeres son peces: peces que resisten, esperan y aman. Los peces no hicieron ofrendas para evitar ser atrapados. La lección es sencilla: poetas, eviten ser atrapados, dejen de ser peces.

¿En qué proyectos literarios está trabajando actualmente y qué podemos esperar de su obra en el futuro?

Acabo de terminar un poemario y espero conseguir un editor. Y ahora me ocupo de escribir toda mi experiencia espiritual en África Occidental: una fusión narrativa que combina autobiografía, ensayo, poesía, aforismos, fotografía, dibujo… Sería mi taberna. 

¿Cómo sería?

Un poeta quiere tener una taberna: allí hay vino (que él mismo cosecha), hay comida (que él mismo cocina), hay tabaco (que él mismo macera) y hay música (que él mismo canta); y además, están los temas de conversación que él mismo recrea. Quien quiera visitar mi taberna podría encontrar una música distinta. A fin de cuentas, una flor exótica siempre es humilde y lo humilde también tiene su encanto.


Caracas/Santiago/São Paulo, mayo 2025.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario aquí