LP5 Revista de Literatura y Arte

lunes, 24 de junio de 2013

MARCELA PARRA. Poesía Actual de Chile




Marcela Parra (Temuco, Chile 1981) Es poeta y compositora e intérprete musical. Como poeta, ha editado en Chile el libro Silabario, Mancha (2008, con re–edición española en 2012) y Ambulancia (2010, con re–edición argentina en 2011). Ha recibido el premio de poesía Enrique Lihn en el Concurso Nacional de Arte y Poesía Joven de la Universidad de Valparaíso/Chile, la Beca de Creación Literaria de la Fundación Pablo Neruda/Chile y del Consejo Nacional del Libro y la Lectura del Gobierno de Chile. Su obra ha sido antologada en diversos medios en Chile, Argentina, Perú, México, España y Reino Unido. Sus composiciones presentan un cruce entre el folklore latinoamericano y europeo, diferentes corrientes del rock, música contemporánea del mundo y música objetual. Participa además como vocalista y bajista en el proyecto Tábano: garage–fusión chileno. Ha editado como solista el E.P Astronautas en la playa en 2008, y junto a Licántropa, el disco Agüitaperra. Como solista, ha realizado presentaciones en Chile, Portugal, España y China. En 2010 recibe el tercer lugar en el concurso internacional de cantautores Abril para Vivir, en la ciudad de Granada.

Selección del libro Ambulancia, por Gladys Mendía.


Villanas

Pude ser la chica de los calendarios de Capel
que mi tío regalaba a mi papá en los ochenta.
La misma del taller de bicicleta del abuelo
la novia imaginaria de mi hermano
esa que mi prima dibujaba.
El vecino de la casa #640 me lo dijo
él me vio crecer desde la edad
que tienen sus dos hijas ahora
(de vez en cuando juego con ellas).
En la villa nos encuentran ricas a todas.
¿Será por el uso de material ligero
formando pliegues en casas y faldas?
¿Será que su metáfora no es el caviar
sino la Fanta con tacos de mortadela?
Qué calendario ni qué vecino.
Con mis hermanas a esas desnutridas
les declaramos lenta guerra.
Borrando sus dientes con lápiz pasta
poniendo bigotes y juntando cejas
porque mi madre rellenita cocinaba frente a ese muro.
A fines de diciembre el calendario daba risa y pena.
Sin embargo cada enero, con enemigo renovado
cargaríamos nuestros lápices para la próxima contienda.


Anotaciones negativas

No se depila, se pinta, no plancha la falda.
Imita a los que fuman, escarba su entrepierna
con un espejo y se lo comenta a sus compañeras.
Tiene dos amigas para comer helados de agua
que se pegan en la lengua. Juntas persiguen
a chicos que no conocen y les ponen nombres
pretendiendo que son sus novios
llegando incluso a la autopolución.
Se vuela con nuez moscada o con cáscaras de plátano,
rebana sus brazos con un tip top
(eso lo hace todo el grupo curso, todas se fabrican tatuajes
como si el colegio fuese la cana).
Orinaron paradas afuera de la disco que se hacía en el gimnasio,
acto en honor al perro gris y polvoriento
que enterraron en nuestro patio,
medio en broma, medio en serio.
Camina hasta su casa porque no encuentra el monedero
ensayando su primer amor en el reverso de la mano
mientras espanta la borrachera con palmetazos de lluvia.
Confunde a la luna con una bola de espejos
Y se adueña de la pista, desafiando bocinas de bicicletas
y de unos cuantos autos viejos, que por más que lo intente
nunca  la  van  a  atropellar.


Vacaciones domésticas

Entre una ruma de muebles y de ropa
(escultura llena de bolsillos y cajones falsos)
chilla la honestidad con que se dobla
el cartón de la caja de tus nuevas zapatillas.
Hemos pasado tantas vacaciones en la casa
como el número de cerrojos sin llaves
que guardamos junto a un puñado de llaves sin cerrojos;
una pareja perfecta
que no funciona.
Simulaciones de oro y piedras preciosas
conforman las joyas de nuestro ascenso
a una mediocridad inofensiva.
Aunque detrás de todo trofeo siempre
habrá otro monumento que se impone:
Un día se asoma el plástico de las perlas, rompemos los bolsillos falsos y les hacemos un fondo cocido a
mano con una tela comprada por peso, suave, tornasol,
inflamable. Y así, seguimos turnando nuestras rondas al
rededor del núcleo de la centrífuga; un punto suspendido
en que nada se mueve y en torno al cual lo que sucede
a diario se apelotona y gira.
En la casa anterior siempre hubo
sacos en lugar de sábanas, sábanas en lugar de cortinas,
cortinas en lugar de manteles, frazadas en lugar de puertas.
Hemos comenzado a ordenar esta otra, como siempre;
sin ganas, y terminando obsesionados
con eliminar minúsculas manchas
y realizar costuras milimétricas.
Se nos pasa el día rebotando entre dos pisos
arrejuntados por una escalera sin barandas,
esparciendo cera por el suelo inclinado de la cocina
con la camiseta de unos ídolos que nadie recuerda.
Limpiamos sin querer, pensando en la nieve y un trineo.
En una navidad blanquecina que heredar,
antípoda de las abejas
de los orejones deshidratándose en el techo,
del espejismo en el manguereo callejero
que derretía en sol y agua el rostro de los niños.
Imaginando una alegría tosca, como un ramillete de malezas
extraídas de aquel patio hoy dudablemente enorme
custodiado por una perra mansa, mestiza
cuyos cachorros alguien hizo desaparecer.


Sonambulancia

Algunas noches, estando solos,
Se escuchan pasos que recorren el cuarto. El piso suena
y aparecen siluetas de reojo.
Sentimos su presencia por la espalda,
excusa para tomar un cuchillo inútil
contra aquellos que no tienen carne.
Qué nos enseñaron los siete años de ingeniería
las prácticas de laboratorio y los posgrados en el extranjero.
Tenemos miedo y volvemos a creer en los fantasmas.
No podemos ir al baño
porque al sentarnos en la cama, algo
nos puede tomar los pies y
¡sorpresa!
por eso casi nos hacemos encima.
Al cerrar los ojos, forzando el sueño
se proyectan sobre los párpados
imágenes horribles,
las que quinientas veces
replican hasta el amanecer.
Cuando un rayo de sol nos recuerda
que las tablas viejas crujen
y la llave del lavaplatos
sigue goteando. Que volvimos a rendirnos
ante el asecho de una garra amenazadora
que resultó ser por la mañana
la  tímida  silueta  de  un  arbusto.


Primeros auxilios

¿Te acuerdas cuando estábamos en el jardín infantil y le apretaste el dedo a esa niña con la puerta?
Cómo se llamaba. ¿Débora?
Siempre discutían porque ella decía que era tu
hermana de leche y tú no querías serlo. Débora no tenía
padre ni madre, la tuya en cambio, era directora del jardín
y las había amamantado a las dos. Tú no le hacías daño
a nadie sin que te lo hicieran primero, pero esa vez nos
sorprendimos todos y aún no sabemos si fue sin querer.
Corriste a la cocina mientras ella te seguía y cerraste con
fuerza para que no entrara, pero la puerta rebotó y tú
insistías en cerrarla. Hubo silencio, luego un chillido,
mocos y llanto. Mientras llegaba la ambulancia, tu madre
le hizo curaciones y te obligó a pedirle disculpas. Sus
lágrimas se sumergieron en el escote de la parvularia, y

fue  su  hija,  y  tu  enemiga,  y  sonreía.

lunes, 17 de junio de 2013

WINGSTON GONZÁLEZ. Poesía Actual de Guatemala


Wingston González. Livingston, Guatemala, 1986. Ha publicado los libros de poesía Los Magos del Crepúsculo [y blues otra vez] (Guatemala: Cultura, 2005), Remembranzas del recuerdo (San Marcos, Guatemala: edición de autor, 2008), CafeínaMC, segunda parte, la fiesta y sus habitantes (Guatemala: Catafixia, 2010), CafeínaMC, primera parte, la anunciación de la fiesta (Buenos Aires: Folía, 2011), san juan – la esperanza (México d.f.: Literal, 2013) y Miss Muñecas y Vudu (San José, Costa Rica: Germinal, 2013). También ha escrito el guión para teatro Autopsia del resplandor.



Lo incorpóreo y evidente [del cadáver de un piano], i

Callada mi locura. Nunca fui feliz, nunca zambra
Imantado el infinito me ciega: un ruido desde
el carro detenido en aguas aéreas es mi tumba
Ni vago dios americano, ni color sujeto al polvo
Mala hierba fui, madera fina de nave que náufraga
de báscula con trampa, de lengua extranjera
asombro fértil y el corazón que tuve
capaz de tiempo y paria, capaz de luz y charco
piel de mármol, piel, reversa a las estrellas

Canciones foráneas, estos partos mortíferos
Un verde espíritu, pintalabios, dos tacones altos
alzaban del piso los desperdicios de mi alma;
Blanca nieve, un bikini rayado, lentes de sol
la lengua o la vida entre dos murallas en llamas
Arriaba la incertidumbre sus invisibles banderas

Hacé maletas, andate rápido me dijo el mediodía
Huí de hado y hojarasca; de olvidos e historias
Callado entero mi rostro: la materia, la imagen
marea de cosas que fueron, de formas trabajadas
desde el inmenso sonido y victoria de la muerte

Me veo: un animal chapoteando en las piedras
Viví ríos negros, viví matanza, viví extraviarme
Ser otra ¿qué era?; estar satisfecha ¿qué fue?
Moldea la materia de la alegría y chilla de horror
algún polvo profundo, alguna inmaculada entraña
en el lodo del patio, sobre ornamentos metálicos

Y la noche abierta y el mundo impropio fueron
aquella media luz somnolienta donde tras una
vulnerable cultura del habla, silencio mediante
se reconocieron cara a cara todos mis hombres:
perpetuos, ausentes y fugitivos





Armas de salvación, i

3 de mayo, no salí de Múnich, ni llegué
a Viena a la mañana siguiente con voz entrecortada
ni temprano, ni tarde, ni nunca
ahí donde había flores, aún hay flores, Apolo
maldición, sortilegio, ronda, muerte, espantajo
nadie ataja la ternura del alba a avión al Bucureşti
de las cosas sin guardianes, las cosas sin fuego
de los hilos volantes, del soundtrack infinito
del mundo sin agua, desnudo, infértil

¿qué es del mundo sin agua, desnudo, infértil?

caballos abajo chillantes, trepadores, flexibles
mi imagen sangra, jamás la batalla propia, jamás
el lipstick, la ventanilla, lo desconocido, intermitente
fatalidad que no ovaciona, fatalidad que no comulga
en la figura de las víctimas uno encuentra
huellas fulgurantes, oscuras, espacios ceñidos
puentes espléndidos, brazos despojados, ritmo

Europa mueve el universo interior del yermo y ahí
está mi sangre, ahí flores negras, muertas, ahí
yo
doppelgänger de un mundo radioactivo





Armas de salvación, xxi: muerte en ramadán (el cielo en medio de un cisma de luz)


lo que hay en el espejo eres ,existe el reverso de un árbol y sus raíces ,en ese reverso hay un espejo

igual que ayer cuando dibujaba una sombra, un rito a mi alrededor, un aura, que se aferra a mis genitales echados abajo; protégeme de todo mal, día difuso; protégeme, polvo
 
el día difuso polvo    rín de laceraciones inmensurables, el día difuso

sa raída cobertura de unos pechos delirantes más extraños que un venado derretido en el cielo
 

a diario sueño que hoy es el día en que tú y yo recíprocamente trasformados laceramos el yo anterior del otro
 
hay lenguaje en el      magenta de tu blu







                               
                                 carnal humedad anulada
                                 hay lenguaje en esos tacones tan altos
                                 en la repetición difícil de un show de modas
                                 vasta tristeza
                                 cama el cielo abandonado al sujeto líquido
         del descono     cimiento

                                 arde también la casa de infancia
                                 cual desfile de puntos y sucesiones rítmicas
                                 el día difuso arranca una rumba
                                 te amo nena, pero detrás de ti
                                 espacios de luz violentan el pudor


                                 el placer
                                 oficio de espejos
                                 entonces


en el mes de ramadán estas carnes inquietas deformarán el infinito
en una liturgia profana, nos devoramos enfermos y alegres





Armas de salvación, xxv

retrato con madona, santos y granero encontrás
cámara en mano, abrazás la sal del universo
la reproducís, la reescribís, deconstruís
el sonido del agua cuando un cuerpo desespera

ñandús corren por tundra asombrosa
destrucción de pechos, presencias fijas, preguntas
cosas obvias, lugar exacto, sentido, palabra limpia
en brizna de paja, exaltada, una voz pregunta
porqué un ñandú correría por tundra si apenas
sé qué es tundra, si apenas, he imaginado ñandú, apenas
su imagen incompleta, su rasgo de plaga, ese
retrato que rompe este poema, la pequeña hermenéutica
de la plenitud difícil de los besos, de las fotografías
en la pared de tu cuarto, tus recuerdos
plenos de resonancias muertas, qué
qué significa ser pleno
si hay que romperlo todo, qué significa el verdor
tras puerta y nube de cigarrillos a dos centímetros del techo
dibujando un cuerpo, secando piel que suda
sombra del nosferatu, jóvenes británicos
pub fantasma del Yorkshire, arrabal maldito
posibilidad monstruosa, asomada
en el frontispicio de un cine que abandonamos
a fantasmas que nunca vieron estos pueblos, dentro
del vientre de una batalla contra imagen hundida
en sofás baratos, tv technicolor, de lado a la herencia
la miseria de pariente extranjero cuya calavera asoma
por el cierre de los pantalones mientras el agua golpea
tus recuerdos, dispersos, el tiempo atípico
el leve simulacro de traducción que suena en las palabras
que escribo para ti, animal intraducible
cuando en O brother where art thou brilla arrodillado
ese mismo muchacho, dentro de la canción
de tres sepultureros negros cavando lluvia muy lejos
lejos
del lugar en que le encontrás, redundante, innecesario
bar alegre y oscura piedad, insolación adolescente irritable
le tirás
lazo, llamada telefónica, pantalla plasma
a él que no es valiente, que no es bravo, que jamás
amasa coraje para emborracharse y perder
el control que queda de la vida; maceta al océano
o hipopótamo que habla de amor cara a un ataúd
ya no sé, la vida, ya no sé dónde alzar
el niño mugriento que a las dos de la tarde
despierta un domingo y piensa
en el fondo ofendido de esta ciudad, en esta marcha
que exhibe el espectro imantado
de mi cabello agua, cabello luz, cabello placidez municipal
factura incendiaria que baila como el mar

como una tabla de felicidad en un pueblo
            que no habla bien
            de la felicidad



  
Vida de parque

Por qué no dormís, Marcial, hoy que suspendieron
todas las licencias y no brotan pasiones escondidas.
Tras aquellos campos de golf que ves rechinan los
dientes de la hermosa policía tres veces de noche.

Despertar y despertar insomne a falta de oficios
tu corazón, a poco aguacero al final de la grama
unge sus piernas en la desnudez salobre de la vida
abecerrada, confuso cubo de basura, sueños coloridos
agencia publicitaria para lagartijas moribundas
entre oscuras fuentes vítreas, desiertos helados
y ropa seca avisando a gritos desde el aeropuerto
que cesó la marea para la gente sola, para la gente
que desde hoy aspira con fuerza a zumbidos de perros
a comedores para momias, funerales y oficinistas
a levantarse con algún pubis exhausto en la cara,
recortes de prensa infantil lanzada del infierno,
telarañas sobre los pechos redondos, los pechos
suaves como serifas, lechosos que muestran impunes
los héroes enfermos en los carros blancos del aire.

Por qué no dormís, Marcial: que tu sueño sea yodo
para la nieve que tiñe una noche de otra noche
más grande aún que el César, la repartición de su
muerte y cielo diurno apagado al calor del laurel
y del rocío hinchado, extenso, como si no acabase
como lengua de caballo roza desprendida del paladar:
Así siempre la vela, parca vela, respetuosa vela.

¿Por qué no te dormís, eh Marcialito? ¿Cuántos
aeroplanos de fuerza necesita la nación romana
para aguantar así tus párpados en la bruma? ¿eh?:
Retírense monstruos, retírense con este año autos
de la Avenida Central; desaparezcan y dejen a solas
el alumbrado público y a los ciudadanos recortados
por leyes agrícolas y piedras más rápidas que la
ansiedad de grabaciones viejas de televisión.
El dominio de la guardia sobre fuegos atónitos
sobre el reflejo propio en el cabello propia, sobre
la heroica distracción de un elefante. Pesan más
que la muerte trágica de adolescentes esos párpados.
Pesan más que la durísima urgencia de prodigios
que la sed eléctrica de la civilización inmóvil
ocupada adentro por desocupados trágicos, por su
hermosa y disolvente vida de parque, frío, mediodía.

Pesan más que las coronas de mujeres valientes que
llorando sobre rocas gritan que harán algo grande
para que la gloria cubra sus cadáveres desvestidos.
Eso es un mártir: Un(a) joven virgen de curiosidad
una ardiente simulación de incertidumbre, una casa
que se derrumba para ser habitada después, Marcial.

¿Ves? tras aquellos campos de golf rechinan los
dientes de la hermosa policía tres veces de noche.
Yo no quiero que retroceda el invierno sobre mí así
y por qué no dormís entonces. Si pronto los cuerpos
arderán por mi causa, se revelará la suerte de los
asteroides que brillarán sobre el ganado, el miedo
el exquisito miedo, la juventud que se desvanece
en la locura completa de la sangre coagulada:
Dejaste caer un dios al jardín vacío para apagar mis
celos lubricados por las llamas de la sumisión.
No soy imbécil, viejo amor mío. No soy imbécil.


martes, 11 de junio de 2013

Sobre la poesía de Alfredo Silva Estrada (Caracas, Venezuela 1933-2009). Por Willy Mckey


Cantera de vacío: la poesía esencial de Alfredo Silva Estrada
por Willy Mckey

“Lo nunca proyectado / entre sombras veraces se sostiene”
ASE


“Verdad dice quien sombra dice”
Paul Celan


Cuando Paul Celan nos descubre que en el verso habita la propiedad de interrumpir el avance de la luz, la sombra del cuerpo verdadero de la palabra ―ese volumen― se convierte en amparo. La verdad del poema es un lugar para guarecerse.

En 1992, en el prólogo a la tercera edición de la antología poética de Alfredo Silva Estrada titulada Acercamientos, Rafael Castillo Zapata habla de “una voz que trata de encarnar en el poema la quimera de un lugar de paso y de traspaso donde el imaginario del hombre encuentre una zona propicia para su re-animación, sin candideces extemporáneas, a fuerza de una palabra poderosa por lo arriesgada que es y por lo pura e implacable que se quiere a sí misma”. Un año antes, el ensayo “Alfredo Silva Estrada. La imaginación lingüística” de Ludovico Silva atiende una pulsión insular en la obra del poeta. En 1996, en su imprescindible Antología histórica de la poesía venezolana, Julio Miranda afirma que su universo poético nace ya maduro, a diferencia de muchos de sus contemporáneos. Tan aventajadas lecturas previas invitan a aventurarse en la poesía de Silva Estrada como si fuera un lugar, una dimensión.

Al cumplirse cuarenta años de la primera edición de la compilación Acercamientos, intentemos acompañar la extensa obra de Alfredo Silva Estrada hasta 1969, año en el cual ―joven como pocos― llegó al entonces difícil canon poético que significaba ser publicado en la colección Altazor. Celebremos al hijo tropical de Mallarmé, al traductor de Andrée Chedid, Fernand Verhesen, Francis Ponge, Georges Schehadé...

1. Antes de Literales. La singularidad de Silva Estrada entibia los esfuerzos que han hecho algunos críticos que tienen el hábito de considerarlo parte de la llamada “generación de 1958”, distendiendo toda cronología posible y opacando la fuerza presente en libros como De la casa arraigada (1952-1953). Allí, un poema como “Reconstrucción” muestra que la inconformidad con lo inmóvil puede deshacer lo compacto de una limpia prosa poética, haciendo que el germen del verso aparezca entre párrafos casi basculantes, como orgánicos contrapesos. El simple hecho de leer párrafos blindados de sentido como “Yo pienso en el héroe minúsculo, en su combate hundido que lo lleva a encontrarse. El viejo: uno y todos. La defensa en el margen por una hora abierta rescata algunos planos”, y luego enfrentarse a preguntas que flotan en una sola línea como “¿Naufragaron los rumbos?” o “¿Creció el itinerario en ancla tensa?” son gestos que sorprenden en la voz de un poeta de apenas veinte años.

Alfredo Silva Estrada segaba una trocha propia, contrastando con la voluptuosa voz de Juan Sánchez Peláez en Elena y los elementos (1951), un poemario que apareció confirmando el legado surrealista del grupo Viernes. Pero el elemento que advirtió la voz que venía fue el paso de ese primer libro a Cercos (1954): factores como los textos numerados, las constantes referencias plásticas y la disección del poema eran ya claros síntomas.

Versos como “Desde el nudo calino / la elevación destrenza el alféizar hambriento / con todo ese vigor de enredadera abrupta” precisaban de un encuentro individual del lector con el poema. No se trataba del universo sereno de Ramón Palomares, menos aún de la prosa heredada que aparecerá en la voz de Rafael Cadenas años después. Lo que encandilaba de esta poesía era otra cosa: su apetito de volumen, la necesidad urgente porque el poema adquiriera un cuerpo lleno, el ímpetu de imponerlo a los ojos en lugar de abandonarlo a flotar como la reproducción sonora de alguien que declamaba para un auditorio. En Cercos todo deviene muro, frontera, lindero. “Espasmo de barrotes relevados por escoria de cactus / hasta pedir rendidos un semblante de umbelas, / una demolición de felices estambres”, un verso en búsqueda de una lógica de expresión que a la vez es su vehículo.

En Integraciones (1954-1957) la indagación en la palabra puede parecer la misma, y no en vano los años de escritura se solapan: “Raíz, nimbo de trizas. / Alborear en las grietas. // La clave de vacíos renueva su efusión. // Reír en lo quebrado. / Nuestra visión en quiebres concibe un nuevo sol”. Sin embargo, en este tercer libro la luz empieza a transformarse en lo ese soporte invisible que será de allí en adelante: el anclaje luminoso de la imagen posible. Digo “posible” porque creo fielmente en que un modo de leer la imagen en Silva Estrada ―al menos a partir de De la unidad en fuga (1957-1961)― es atendiéndola como un elemento constantemente potencial, nunca pleno, siempre dependiente de la mediación lectora. En el poema “Signos de laberinto” escribe: “Cuerdas, simple medida. / En lo habitual la fuga / y la humildad tendida a los vientos adversos”. Con la delicadeza artesanal de un albañil que, por medio de sogas, eleva una cúpula para coronar las irregularidades de un techo, así Silva Estrada articula poleas de palabras que hacen aparecer el sentido y no aquélla viceversa que es la metáfora: “Fuga que restituye: / destino de lo oscuro sacia su incertidumbre. / Visión que ya no intriga: / superficies serenas resisten y responden”.

En los textos de Del traspaso (1961-1962) vendrá la constante tensión de lo unitario para pretender, apenas, el fragmento. Es como una sierra delicada una voz capaz de “Dejar, labor de estar, de nunca / abriéndose un camino / en toda calma ahíta de hundimientos”. Poemas como “Duración uno y cuatro. Danza de Sonia Sanoja” pretenden mucho más que la enunciación individual: el poema es lo que atiende, lo que escribe son sus fronteras, se recorta del mundo, demarca su lugar: está territorializándose. Del traspaso es una cantera de vacío de la cual un mutismo aparente se abastece de abismos, de blancos de página. Y es que entonces la fascinación sólo podía provenir de una forma que transgrede todo referente existente en las afueras del poema. Oponiéndose a la luz, proveyendo sombras, este poemario parece ser compañero de otras formas que vendrán a definirse inatrapables: Carlos Cruz-Diez, Jesús Soto, Gego...

2. Con Literales. Como pequeños móviles en una calma de vientos, la mayoría de los textos de Literales (1962-1963) se sostienen en equilibrio perfecto (visual, sonoro, gráfico), habitando la holgura de unas imágenes que remiten a la serena pero vasta voz de Enriqueta Arvelo Larriva, dueña de una poesía cuya intensa influencia se pone en evidencia en el trabajo de Silva Estrada a partir de este poemario. Los versos finales de “Instancia frente a una sabana amanecida”, en el poemario Voz aislada (1939) parecen alumbrar todo Literales: “Respetaré ―tanteando― tus pájaros y tus ingenuas flores / y haré en tu anchura conscientes trazados de augurios. // Háblame, llano. / Húndeme tu acento”.
El encuentro del poeta con la brevedad parece, hoy, una alegoría de lo absorto. Basta leer los verbos y tópicos dejados atrás repitiéndose en la voz del poeta, pero con nuevo ánimo: “Dejar que se abra paso, / dejar / de extremo a extremo el acento inaudito. / Un más allá relega la pobre conjetura / y el asentir escucha el creciente circuito”; o el surgimiento de una voz nueva como en “Acento sobre blanco / se abre paso, nos recobra, / nos salva del trasmundo, // niega los símbolos, / nos hace respirar la variación novedante // y el acento pasado, ese mensaje / profundamente hueco en el rostro difunto”.

En la poesía venezolana, pocas voces han sido tan fuertes como la de Silva Estrada para permitirse el contagio de una poética sin sufrir el riesgo de ser eclipsados por una influencia tan poderosa: Reynaldo Pérez Só, Luis Alberto Crespo, Igor Barreto...

3. Tras Acercamientos. Entre 1963 y 1967, Silva Estrada escribe el poemario Acercamientos, un libro de lector, quizás el más reflexivo de toda su obra, que emplea el verso como herramienta de contemplación de sus afueras, incluso hasta las regiones de la crítica. Mientras, una prueba de que la poesía de Silva Estrada había alcanzado el anhelado volumen es la convivencia con los más destacados artistas plásticos. Los textos de Lo nunca proyectado (1964), en compañía de unos grabados de Gego, fueron certeros golpes de cincel que condujeron hasta el conocido poema escrito a la “Reticulárea” como momento climático de la conjunción de las apariciones de la plástica en la obra del poeta.

Pocos críticos han atendido la importancia de los años que siguieron a Literales en la poesía de Silva Estrada como Oscar Rodríguez Ortiz. Su ensayo “Trans-verbales: el azar y el absoluto” (publicado en 1998 por la revista Imagen y reeditado en 2008 por El Salmón – Revista de Poesía, Año I No. 3) evidencia una coincidencia que debe enorgullecernos: “en el mismo momento en que Alfredo Silva Estrada concibe para publicar los tres pequeños volúmenes de la serie Trans-verbales, Octavio Paz, por ejemplo, está editando los celebrados libros Blanco, Discos visuales, Topoemas o Renga”. Gracias a una inquietud que no precisó de los eBooks para poner en tensión la idea del libro como objeto, Alfredo Silva Estrada editó en Francia Trans-verbales 1 (1967), con Carlos Cruz-Diez y John Lange al cuidado de la edición, para luego editar en Caracas los Trans-verbales 2 y Trans-verbales 3 (1971). Ese compendio de versos-naipes (tres sobres plegados ―uno rojo, uno azul y uno verde― que contenían las tarjetas Trans-verbales) fueron contemporáneos con los cuestionamientos de la forma que en París o México sucedían con igual genio. Esa fractura del paradigma iniciada por el golpe de dados de Mallarmé llegaba a su máxima expresión: un no-poemario, artefacto poético incatalogable y conectado con el lector, de quien exigía una renuncia a la pasividad como vía única hacia el poema. En medio de ese juego versus el libro estuvo el hito editorial que legitimó el ascenso de la obra de Alfredo Silva Estrada a ese Parnaso de papel que fue la colección Altazor.
Justo antes de la segunda edición de la compilación Acercamientos (hecha en 1977), un libro audaz y curioso como Los moradores (1975) siguió retando a los lectores: “Así, por instantes, nos sorprenden los moradores / Cuando habitamos el silencio de los pacientes signos / Y la primera persuasión de la luz rozando nuestra piel”. Ni hablar de lo que representó la aventura irreproducible de Los quintetos del círculo (1978), secundada por Contra el espacio hostil (1979) como una celebración de la palabra. De allí a Dedicación y ofrendas (1986) y De bichos exaltado (1989), para que en 1992 apareciera la tercera edición de Acercamientos, enriquecida hasta los textos de ese animal bicéfalo que es Por los respiraderos del día / En un momento dado (1980-1992). Finalmente, será Al través ―escrito entre 1993 y 1995; editado en 2000― el poemario que devuelva el verso de Silva Estrada al juego arriesgado del trapecio, al verso como dimensión posible (no sólo para la metáfora, sino además) para la forma.


Una voz ausente en antologías esenciales. Una poética arriesgada hasta los bordes de la soberbia. Una carrera literaria similar a una épica emancipadora del verso. Permanece la esperanza de que una edición de la poesía completa de Alfredo Silva Estrada pueda ser un gesto de agradecimiento y no uno de despedida.



Marzo 2009.