Marcela Parra (Temuco, Chile 1981) Es poeta y
compositora e intérprete musical. Como poeta, ha editado en Chile el libro Silabario, Mancha (2008, con re–edición
española en 2012) y Ambulancia (2010,
con re–edición argentina en 2011). Ha recibido el premio de poesía Enrique Lihn
en el Concurso Nacional de Arte y Poesía Joven de la Universidad de
Valparaíso/Chile, la Beca de Creación Literaria de la Fundación Pablo
Neruda/Chile y del Consejo Nacional del Libro y la Lectura del Gobierno de
Chile. Su obra ha sido antologada en diversos medios en Chile, Argentina, Perú,
México, España y Reino Unido. Sus composiciones presentan un cruce entre el
folklore latinoamericano y europeo, diferentes corrientes del rock, música
contemporánea del mundo y música objetual. Participa además como vocalista y
bajista en el proyecto Tábano: garage–fusión chileno. Ha editado como solista
el E.P Astronautas en la playa en 2008, y junto a Licántropa, el disco
Agüitaperra. Como solista, ha realizado presentaciones en Chile, Portugal,
España y China. En 2010 recibe el tercer lugar en el concurso internacional de
cantautores Abril para Vivir, en la ciudad de Granada.
Selección del
libro Ambulancia, por Gladys Mendía.
Villanas
Pude ser la
chica de los calendarios de Capel
que mi tío
regalaba a mi papá en los ochenta.
La misma del
taller de bicicleta del abuelo
la novia
imaginaria de mi hermano
esa que mi prima
dibujaba.
El vecino de la
casa #640 me lo dijo
él me vio crecer
desde la edad
que tienen sus
dos hijas ahora
(de vez en
cuando juego con ellas).
En la villa nos
encuentran ricas a todas.
¿Será por el uso
de material ligero
formando pliegues
en casas y faldas?
¿Será que su
metáfora no es el caviar
sino la Fanta
con tacos de mortadela?
Qué calendario
ni qué vecino.
Con mis hermanas
a esas desnutridas
les declaramos
lenta guerra.
Borrando sus
dientes con lápiz pasta
poniendo bigotes
y juntando cejas
porque mi madre
rellenita cocinaba frente a ese muro.
A fines de
diciembre el calendario daba risa y pena.
Sin embargo cada
enero, con enemigo renovado
cargaríamos
nuestros lápices para la próxima contienda.
Anotaciones negativas
No se depila, se
pinta, no plancha la falda.
Imita a los que
fuman, escarba su entrepierna
con un espejo y
se lo comenta a sus compañeras.
Tiene dos amigas
para comer helados de agua
que se pegan en
la lengua. Juntas persiguen
a chicos que no
conocen y les ponen nombres
pretendiendo que
son sus novios
llegando incluso
a la autopolución.
Se vuela con
nuez moscada o con cáscaras de plátano,
rebana sus
brazos con un tip top
(eso lo hace
todo el grupo curso, todas se fabrican tatuajes
como si el
colegio fuese la cana).
Orinaron paradas
afuera de la disco que se hacía en el gimnasio,
acto en honor al
perro gris y polvoriento
que enterraron
en nuestro patio,
medio en broma,
medio en serio.
Camina hasta su
casa porque no encuentra el monedero
ensayando su
primer amor en el reverso de la mano
mientras espanta
la borrachera con palmetazos de lluvia.
Confunde a la
luna con una bola de espejos
Y se adueña de
la pista, desafiando bocinas de bicicletas
y de unos
cuantos autos viejos, que por más que lo intente
nunca la
van a atropellar.
Vacaciones domésticas
Entre una ruma
de muebles y de ropa
(escultura llena
de bolsillos y cajones falsos)
chilla la
honestidad con que se dobla
el cartón de la
caja de tus nuevas zapatillas.
Hemos pasado
tantas vacaciones en la casa
como el número
de cerrojos sin llaves
que guardamos
junto a un puñado de llaves sin cerrojos;
una pareja
perfecta
que no funciona.
Simulaciones de
oro y piedras preciosas
conforman las
joyas de nuestro ascenso
a una
mediocridad inofensiva.
Aunque detrás de
todo trofeo siempre
habrá otro
monumento que se impone:
Un día se asoma
el plástico de las perlas, rompemos los bolsillos falsos y les hacemos un fondo
cocido a
mano con una
tela comprada por peso, suave, tornasol,
inflamable. Y
así, seguimos turnando nuestras rondas al
rededor del
núcleo de la centrífuga; un punto suspendido
en que nada se
mueve y en torno al cual lo que sucede
a diario se
apelotona y gira.
En la casa
anterior siempre hubo
sacos en lugar
de sábanas, sábanas en lugar de cortinas,
cortinas en
lugar de manteles, frazadas en lugar de puertas.
Hemos comenzado
a ordenar esta otra, como siempre;
sin ganas, y
terminando obsesionados
con eliminar
minúsculas manchas
y realizar
costuras milimétricas.
Se nos pasa el
día rebotando entre dos pisos
arrejuntados por
una escalera sin barandas,
esparciendo cera
por el suelo inclinado de la cocina
con la camiseta
de unos ídolos que nadie recuerda.
Limpiamos sin
querer, pensando en la nieve y un trineo.
En una navidad
blanquecina que heredar,
antípoda de las
abejas
de los orejones
deshidratándose en el techo,
del espejismo en
el manguereo callejero
que derretía en
sol y agua el rostro de los niños.
Imaginando una
alegría tosca, como un ramillete de malezas
extraídas de
aquel patio hoy dudablemente enorme
custodiado por
una perra mansa, mestiza
cuyos cachorros
alguien hizo desaparecer.
Sonambulancia
Algunas noches,
estando solos,
Se escuchan pasos
que recorren el cuarto. El piso suena
y aparecen
siluetas de reojo.
Sentimos su
presencia por la espalda,
excusa para
tomar un cuchillo inútil
contra aquellos
que no tienen carne.
Qué nos
enseñaron los siete años de ingeniería
las prácticas de
laboratorio y los posgrados en el extranjero.
Tenemos miedo y
volvemos a creer en los fantasmas.
No podemos ir al
baño
porque al
sentarnos en la cama, algo
nos puede tomar
los pies y
¡sorpresa!
por eso casi nos
hacemos encima.
Al cerrar los
ojos, forzando el sueño
se proyectan
sobre los párpados
imágenes
horribles,
las que
quinientas veces
replican hasta
el amanecer.
Cuando un rayo
de sol nos recuerda
que las tablas
viejas crujen
y la llave del
lavaplatos
sigue goteando.
Que volvimos a rendirnos
ante el asecho
de una garra amenazadora
que resultó ser
por la mañana
la tímida
silueta de un
arbusto.
Primeros auxilios
¿Te acuerdas
cuando estábamos en el jardín infantil y le apretaste el dedo a esa niña con la
puerta?
Cómo se llamaba.
¿Débora?
Siempre
discutían porque ella decía que era tu
hermana de leche
y tú no querías serlo. Débora no tenía
padre ni madre,
la tuya en cambio, era directora del jardín
y las había
amamantado a las dos. Tú no le hacías daño
a nadie sin que
te lo hicieran primero, pero esa vez nos
sorprendimos
todos y aún no sabemos si fue sin querer.
Corriste a la
cocina mientras ella te seguía y cerraste con
fuerza para que
no entrara, pero la puerta rebotó y tú
insistías en
cerrarla. Hubo silencio, luego un chillido,
mocos y llanto.
Mientras llegaba la ambulancia, tu madre
le hizo
curaciones y te obligó a pedirle disculpas. Sus
lágrimas se
sumergieron en el escote de la parvularia, y
fue su
hija, y tu
enemiga, y sonreía.