MARÍA CALCAÑO (Venezuela, 1906-1956). Publicó tres libros, Alas fatales (1935), Canciones que oyeron mis últimas muñecas (1956) y Entre la luna y los hombres (1961), este último póstumo.
Laberinto
En la calle obscura
algún hombre libre
se quedó perdido...
Bajo la ventana
oigo sus pisadas
de muchacho fuerte.
Sólo nos separa
un ancho de acera,
mientras estamos
como a una legua
de la ciudad...
Y estoy levantada
con un gozo nuevo,
con un gozo loco
de oírlo allí afuera...
La suave ternura
Me adorné con un ramo
de rosas los cabellos.
Por qué tendré esta gana
de flores!
Mi voz es de cristal
cuando te llamo
y mis ojos son bellos.
Si te alargo las manos
es que adivino lirios
en tus manos.
Contra los labios
las estrujara
avara.
Mi voz es de cristal
Tal vez te llegue
perdida mi canción...
La Toma
Me trepan las raíces
de tus manos amadas
y arropada en caricias
ya casi no me veo.
Me saltaste tan sólo
la blancura serena;
seguros de la noche
me moldearon tus brazos,
y fue un enredo fácil
la fiesta inagotable.
Hombre partido en cien
que me fuerzas la vida,
en mis pechos desnudos
desata tu rudeza,
para que tengan ellos
ese duro barniz
que les falta de hombre.
Tarde
Te miro.
Te miro de cerca:
te escudriño hosca...
La tarde está linda afuera en el monte.
La promesa que traigo
de belleza
se me aprieta a la boca.
Y me dueles.
Tus caricias me arden como tus palabras.
Me dueles.
Por eso vengo de tan lejos
a plantarme en tu alfombra
como gajo henchido.
A sentirme los ojos dolorosos
cuando me suba el oleaje
de tus brazos crespos.
El aire se hastía
los deseos me apresan
yo soy la tarde linda...
Grito indomable
Cómo van a verme buena
si me truena
la vida en las venas.
¡Si toda canción
se me enreda como una llamarada!,
y vengo sin Dios
y sin miedo...
¡Si tengo sangre insubordinada!
Y no puedo mostrarme
dócil como una criada,
mientras tenga
un recuerdo de horizonte,
un retazo de cielo
y una cresta de monte!
Ni tú, ni el cielo
ni nada
podrán con mi grito indomable.