domingo, 31 de octubre de 2010

Sobre Músico de la corte, de Felipe Moncada. Por Sergio Muñoz



“MÚSICO DE LA CORTE”
LA ESCRITURA DE FELIPE MONCADA
O EL VIAJE DEL PAISAJE BARROSO DE SAN FELIPE
A LA EXPLOSIÓN NEOBARROSA DE LA LENGUA

Sergio Muñoz Arriagada
Valparaíso, mayo de 2008


El engranaje retórico de esta presentación se echó a andar hace muy poco tiempo, por lo que voy a excusarme ante Felipe y ante ustedes de efectuar una lectura casi a primera vista.
Hace algunos días, recibí un llamado telefónico de Felipe, encargándome la escritura de una presentación para el libro que iba a presentar al final de la misma semana, en Valparaíso, publicado por Editorial Fuga. Un libro, cuyo nombre me pareció algo anacrónico y sospechoso: “Músico de la Corte”. Sin embargo, me comporté de manera educada y solidaria con Felipe y accedí a su petición, debo reconocer, no muy convencido, por la premura y porque generalmente me excuso de participar en estos ritos de presentaciones, lanzamiento o iniciación, donde casi no se presenta, donde generalmente no se lanza nada, y donde poco se inicia.
Porque este seudo-oficio de presentador de libros, aunque ustedes no lo crean, es ar-duo y duro. Implica, por un lado, el alejamiento de la familia, y por otro, la esclavitud de comenzar a girar días, noches y semanas, en torno a palabras llenas de ajenidad. Palabras que a veces no nos dicen mucho. Pero además, por otro lado, nos coloca en el riesgo de aquella actitud inconveniente y vergonzante de tener que promocionar efusivamente, y a veces hasta el hartazgo, textos que a uno -a veces- no lo convencen demasiado. Más aún, uno está aquí para entrar en la conciencia y en la billetera de los asistentes a estos eventos, para rogar que compren un libro que talvez uno no compraría. Es decir, una actitud de las peores, por donde se la mire.
Le pedí a Felipe que me enviara el libro, y aquella noche, al encontrarme finalmente con los primeros versos, debo reconocer que mi situación afectiva respecto del libro, y del autor, cambió radicalmente. Me sentí absolutamente complacido, halagado y agradecido por la invitación. Porque los versos iniciales del libro tienen que ver de manera increíble, precisa y certera, con algunos de los rasgos y características más queridos por mí, tanto en el estudio de la música, como en mi propia obra poética.

Dice Felipe en el arranque de su libro, en el poema “Campanas en el Puente”:

“Con trescientas ochenta campanas
compuse un palíndroma musical

si caminas en un sentido oyes una melodía
si caminas en el otro una melodía distinta

costó muchos viajes en avión
imaginar una partitura reversible: una casa de putas
a cuerda
un piano que cruza un río. Al ser necesario

compuse una garza que al batir
desordena las ideas de los peces

pero si las ideas son lunas o lupanares
el río se quiebra en las campanas.”

Es decir, en apenas 12 versos, Moncada da cuenta, o más bien, demuestra una filia-ción con una tradición musical riquísima y antigua, diversa y curiosa.
Por nombrar sólo algunos ejemplos: el minueto de la Sonata en Do Mayor de Haydn, donde el segundo movimiento es exactamente igual al primero, pero interpretado al revés; el Ludus Tonalis, colección de doce fugas escritas por Paul Hindemith, donde el postludio es igual al preludio, pero tocado invertido y al revés.
O algunos otros ejemplos de músicos o estilos que aparecen en la obra de Felipe Moncada. Por ejemplo:
Las fugas y cánones en espejo (directas e invertidas) de Johann Sebastián Bach en El Arte de la Fuga, en las Variaciones Goldberg y en El Clavecín Bien Temperado, entre otras, donde los temas se presentan al revés y con diversas modificaciones (aumentos y disminuciones rítmicas):

Cito a Moncada:

“el deseo es conectar música étnica
con pulsaciones de galaxias Bach…”

Las partes 14, 17 y 18 del Pierrot Lunaire de Arnold Schöenberg, escritas también como contrapunto canónico, en espejo e invertidas:

Cito a Moncada:

“su canto: un chirrear de máquinas de molino;
estertores en do-de-ca-fo-nía
para envidia de los agonizantes.”

Es decir, todas composiciones musicales de un trabajo formal denso, donde, de al-guna manera, la forma es la obra.


El título “Músico de la Corte”, parece hacer referencia al empleo de músicos que comienzan a efectuar los señores feudales y la nobleza europea a partir del siglo XIII.
¿Pero, cuál es la corte que aparece en estos textos? ¿Tiene alguna relación con nues-tra propia historia musical?
En rigor, la casa patronal de la Colonia chilena, nunca dio para tanto. No llegó a ser una corte, en el sentido europeo y clásico del término. Como lo dice Octavio Paz: “Hay una diferencia capital entre el pluralismo novohispano y el pluralismo medieval: los grupos que componían a la sociedad novohispana no tenían representación política y no conocieron esa forma hispánica de parlamentarismo que fueron las Cortes”.
La música en Chile, al menos hasta comienzos del siglo XIX, se dio fundamental-mente en dos espacios distintos, claramente diferenciados: primero, en el campo, ligada a una tradición más bien oral. Y luego, en el ámbito eclesial, donde se efectuaron los primeros ejercicios composicionales de música escrita en partituras en Chile.
Algunos hitos de aquello fueron la llegada del sacerdote jesuita y Cantor Juan Blas, en 1543 o la experiencia de otro sacerdote, Francisco Cabrera en 1573, en Valdivia. El enorme talento de dos indios yanaconas Juanillo y Diego, cantantes en el coro de la catedral de Santiago en 1579. Andrés de Olivares, organista de la catedral desde 1686. El español José de Campderrós, maestro de capilla de la catedral de Santiago entre 1793 y 1812, y la música creada y escrita por la esclava negra María Antonia Palacios a fines del siglo XVIII, por nombrar sólo algunos.
Sin embargo, es posible constatar que la experiencia musical en Chile, se enriqueció exponencialmente a partir del tráfico comercial y humano que se dio con lo más cercano a una Corte de verdad, como fue el virreinato del Perú. Desde 1778, año en que se decreta la libertad de comercio, y se deja de utilizar la ruta obligada del istmo de Panamá que era re-corrido a lomo de mula hasta llegar al Pacífico, se comienza a verificar un tránsito nuevo por Valparaíso, pues gran parte del comercio que llegaba desde Europa, así como también las compañías musicales que venían a presentarse a Lima, desde Europa o desde Buenos Aires, pasaban por Valparaíso. Es así como el 26 de abril de 1830, se presenta en Valparaíso la primera ópera: “El engaño feliz o el traidor descubierto” de Rossini.
Sin embargo, el dato que más nos puede ayudar en relación con el libro de Felipe Moncada tiene relación con el entusiasmo musical del Director Supremo. Bernardo O’Higgins, que estudió piano y composición en Londres, que tocaba el pianoforte con regu-laridad, como lo afirma María Graham en su diario, curiosamente puso al tambor mayor de la banda de Santiago, a estudiar y a perfeccionar sus conocimientos musicales (adivinen dónde) en la ciudad de San Felipe.
Me pregunto: ¿No quedará de ese gesto algún resabio en la memoria celular del poe-ta, o en el humus del lugar –que el poeta habitó- y que hizo brotar, 200 años después, a un músico, de otra corte, con otras preocupaciones y deberes laborales y estéticos que empiezan a crear una argamasa personal, curiosa y única en nuestra fértil provincia?


Sábato -en sus conversaciones con Borges- afirma que los sistemas filosóficos y li-terarios, casi siempre son desarrollo de una metáfora central. Siguiendo esta idea, el devenir de la obra de Felipe Moncada, está desembocando en algo que él mismo ha nombrado como “la transfiguración de payaso a plañidero”. Más allá de la broma, hay un asunto esencial vinculado más bien a la estética de su obra impresa. Porque la escritura de Felipe Moncada está sin duda en movimiento.
Después de realizar una lectura panorámica de lo suyo, yo diría que la clave de este cambio se encuentra en el Capítulo 3 de “Río Babel”, que lleva justamente por nombre “Babel”. Allí se produce una explosión neobarrosa que está teniendo consecuencias en la obra posterior (léase “Salones” y “Músico de la Corte”).

Cito a Eduardo Milán para contextualizar los alcances del término Neobarroso que ocupo, y que ocupa también Felipe Moncada en su libro.

Dice Milán:

“En su generalidad, los poemas "neobarrosos" practican una divi-sión entre la utilización programática de los significantes y el uso del len-guaje poético como señalamiento al marco social del estado de cosas del mundo. Utilización programática: el aumento del lenguaje, la constitución afirmativa del lenguaje poético jugará con el azar del parentesco eufónico como productor de significación, como señalador de un devenir -esa es la palabra- de significación no sujeto a un área semántica predeterminada. El poema, como juego del lenguaje, adquiere el derecho a desbordar cualquier área semántica pre-establecida en cuanto a la construcción de un objeto de arte.”

Obviamente, la utilización del término, no guarda relación total con la suma de ca-racterísticas estéticas y poéticas vinculadas al original. Por eso me parece interesante que nos situemos en el epicentro de esta explosión del lenguaje en la obra de Moncada, que como he dicho, se encuentra a mi juicio, en el capítulo 3 de “Río Babel”, donde el poeta dice:

“Se acabó el río de Babel, su deslenguadura
se curvó tras el último siglo, su hoguera fue neón.

Terminamos por fin de enredar la lengua:
ascensores de la torre se oxidan al eriazo

la liebre salta en cualquier momento.”


O más adelante:


“veo personajes
que burlan el tiempo en un jardín
vagamente
conocido:
un sueño a fin de cuentas
ajustado al marcapasos.

La palabra se quiebra en la página.”


Es curioso que esta explosión del lenguaje ocurra en un ámbito cerrado, circunscrito en un caso, a los salones, y en otro, a la corte. Tal vez el cambio más significativo en lo que respecta a Felipe Moncada es –por contraposición a su obra anterior- la ausencia, o más bien la presencia velada o silenciada de la naturaleza.
Indudablemente, ambos trabajos giran en una órbita similar, con personajes y esce-narios retóricos curiosamente acotados en tal dispersión de significantes y significados.
En “Salones”, plaquette editada este mismo año por ediciones Alquimia de Santiago, el fondo del fango expresivo, guarda una relación mayor con las artes visuales y la imagen. Sin embargo, hay también algunas otras alusiones y referencias a la música. Leo algunas de ellas:

- “los músicos llevan un monóculo y la partitura del aire entre los dedos”

- “y de una ventana cerrada, pueden elevarse las partituras de Pitágoras”

- “En el bodegón (una hoja de cálculos), se combinan una lámpara de petróleo, un violín y un paquete de tabaco, la tarea es resolver muchas veces el mismo problema, calcular hasta que las cuerdas ardan en su lámpara”

- “atrofian la quimera para no salir del canon, pero intentan superar el modelo con escuadra y compás religioso”

- “Humo que sale de un saxofón y una mujer pintada por Modigliani”

- “Cualquier acto podría contener poesía, cualquier texto en verso o prosa podría tener un final de cuerdas vibrando y un pez dorado que lo atraviesa”

- “a los instrumentos de guerra convertidos en musicales por encantamiento de Lesbia en su acuario de luz”.


En el caso de “Músico de la Corte”, la preeminencia de los elementos que constitu-yen el libro, está vinculado más bien al ámbito musical. Los 43 poemas del libro, están uni-ficados férreamente por la presencia de un hábitat simbólico donde se reiteran una y otra vez, los términos musicales, los nombres de instrumentos, la aparición de una orquesta neo-lítica, las pulsaciones de galaxias bach, el pentagrama de la sordera, etc.
Yo diría, la peripecia completa del músico instalado en el espacio cerrado de una corte algo extraña, que de alguna manera está ambientada a la manera de las cortes europe-as, pero que despide un tufillo recargado, donde es posible admirar a una serie de personajes caracterizados, casi como caricaturas que deambulan en las intrigas de palacio: La reina y el rey, las archiputas y pornodoncellas, el duque y la diuca, el archiobispo austríaco, el cardenal purpurado, los jotes, galanas, putas y doncellas, el teórico de palacio, etc.
Martín Cerda afirma en su libro “La palabra quebrada”, que el autor, en el sentido que hoy lo entendemos, es un producto de la sociedad burguesa: es el escritor liberado de la tutela que, a través del mecenazgo, ejercieron sobre su obra la Iglesia, la Corte y la nobleza.
Resulta curioso entonces, que Felipe Moncada, nos vuelva a sumergir en el espacio cerrado de la corte, con el predominio externo de esta tutela ideológica y estética en el más amplio sentido, a la que se refiere Martín Cerda, y que sin embargo, en el caso de Moncada, esta tutela encamine su poética hacia espacios de ecos, resonancias y reverberaciones más vinculados a las vanguardias europeas, o a la neovanguardia latinoamericana, (lo que él personifica como neobarroco, neodadá, y yo agregaría como neosurreal). En ese gesto de permanencia en un espacio cerrado, que sin embargo, tiende puentes expresivos desde la música y el encierro, a realidades transfiguradas más complejas, está -a mi juicio- el nudo fundamental de este libro.
Un elemento relevante en mi lectura de “Músico de la Corte” está vinculado justa-mente a la existencia de otro espacio cerrado, que aparece también en el libro, en sordina, pero que no tiene relación con el lujo de la corte, sino más bien con la suciedad y la sombra lúgubre de la cárcel.
Esa presencia, a mi juicio, está relacionada con la aparición del archipaco, los gen-darmes, el espacio de la prisión y la tortura, con su patio y sus claves inconfundibles.

Cito a Moncada:

- “En hueso de prisionero
tallé un par de lunas menguantes
la constelación de la zorra
y los agujeros del mes.”

- “y si le doy cuerda
es sólo por despistar a los gendarmes
pasatiempo, solamente
para ver crujir los engranajes del aire.”

- “Al gendarme le gustó el juego
y me permitió asomar a la ventana
dos veces al día:

ahí podía ver una cancha de cemento
y jugadores de cuerpo rotacional
dando patadas a una pianola

en las partituras colgaban su ropa mojada…”

- “ya que al cortarse
un gendarme grita desde el patio
y la idea vuelve a su ladrillo original”

- “una tarde que pendulaban los aromos
se aburrió de mi torpe sonatina
y cambió su favor a los amigos del archipaco…”

- “archipacos, gendarmes y galanas forman un tren
que se balancea con la borrachera del reloj”

- “quedando cualquier artefacto construido
en poder de los tribunales y su parentela”

Dice luego, en uno de los últimos atisbos de esta realidad carcelaria y judicial, que es posible verificar en su libro:

- “si algún jurado de la corte
hubiera jalado conmigo de la niebla del eriazo”

¿No será posible entonces, que la corte a la que se refiere el título del libro provenga más bien, o también, aludiendo a la polisemia del lenguaje, de una realidad más vinculada a los tribunales de justicia, y a la experiencia de la cárcel, más que a la corte principesca que aparece en una primera lectura?
Andan también en la obra de Moncada, algunas partículas extraídas de su experien-cia intelectual como Físico, y cómo no, si seguramente aquellos conceptos se relacionan con parte importante de la experiencia y de la identidad del poeta.

Dice Mocada en “Músico de la Corte”:

“mi teoría musical son antipartículas
disparadas por dios africano al azar”

“apenas me nombraron astrónomo imperial
Quise establecer la geometría mística de los cielos”

“un temporal de partículas parte las cajas
para que la comarca baile al compás”

O este último ejemplo donde Moncada hace coincidir tanto la cita científica como la conceptualización teórica y estética en una misma estrofa:

“Consideremos que neodadá
se comporta con densidad
sodomítica, de tal manera
que neobarroco se abanica
con la frecuencia del protón”

Como sea, Felipe Moncada es un poeta cuya obra me parece muy trabajada, cuidada y fina. Inteligente incluso en aquellos momentos expresivos donde el lenguaje pareciera ensuciarse. Es un poeta que, en rigor, no es de San Felipe, pero sigue siendo de San Felipe. Nació en Quellón, Chiloé, en 1973, vivió luego en Talca, donde terminó la educación me-dia, y estudió Física y Matemáticas en Santiago.
Ha sido fundador y director de la revista La Piedra de la Locura, con siete ediciones desde el 2002 al 2006. Ha obtenido diversos premios, entre los que destacan el septuagé-simo aniversario de las juventudes comunistas, el concurso Stella Corvalán de la Municipa-lidad de Talca, el concurso Dolores Pincheira de la SECH Concepción y la Beca del Conce-jo Nacional del Libro y la Lectura.
Ha sido antologado en varias publicaciones desde el 2002, y ha publicado los libros individuales: “Irreal” (2003); “Carta de Navegación (2006); “Río Babel” (2007) y “Salones” (2008).
Entre los años 2000 y 2006 vivió en San Felipe, incorporándose a este curioso grupo de nuevos y talentosos poetas del Valle de Aconcagua, donde la obra de nombres como Cristián Cruz, Camilo Muró, Patricio Serey, Lautaro Condell, Carlos Hernández, Marco López, Rodrigo Martel, Raúl Tapia y Lorena Véliz entre otros, comienzan a dialogar con el resto de las poéticas chilenas y latinoamericanas.

Cito nuevamente a Eduardo Milán:

“La actitud neobarroca es una crítica a la identidad cultural. Cru-ces de identidades, mestizaje, cultura no consolidada totalmente en sus valores -o asumida en los que construye cotidianamente-, la de América Latina parece ser una condición multicultural en transición constante.”

Al respecto dice el poeta Néstor Perlongher, autor del término:

“Yo hablaría de “neobarroso” para la cosa rioplatense, porque constantemente está trabajando con una ilusión de profundidad, una pro-fundidad que chapotea en el borde de un río.”

Resulta altamente sugestivo el trabajo que han realizado y están realizando estos nuevos poetas de San Felipe de Aconcagua, por cuanto han hecho posible articular desde allí, desde un barro distinto al rioplatense, por cierto, desde lo que he denominado como el paisaje barroso de San Felipe, un trabajo altamente concentrado en el lenguaje, que opera en el ámbito de una creación estética seria y en movimiento.

Yo creo que esta obra de Felipe Moncada, “Músico de la Corte”, trasciende al poeta, al músico y al físico-matemático que se esconde y sucesivamente aparece detrás de sus líneas, y espera la complicidad de lectores que puedan arribar a nuevos destinos estéticos después de su lectura.
Por eso, apelo al papel ingrato de quien debe entrar en sus conciencias y en sus bi-lleteras, para recomendarles de corazón, que adquieran este hermoso libro de Editorial Fuga, imprescindible a la hora de dialogar con la música, la física, la corte y la prisión que todos llevamos dentro.

jueves, 28 de octubre de 2010

DAVID BUSTOS: Poesía Actual de Chile


DAVID BUSTOS (Santiago de Chile, 1972). Ha publicado Nadie lee del otro lado (Mosquito ediciones, 2001), Zen para peatones (Del temple ediciones, 2004), Peces de colores (Lom ediciones, 2006) y Ejercicios de enlace (editorial Cuarto Propio, 2007). En el 2006 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por su libro Peces de Colores. Sus poemas han sido seleccionados en diversas revistas y libros tanto en Chile como en el extranjero. Actualmente es editor de la Colección de poesía Amarcord de Ediciones del Temple.

Selección por Gladys Mendía



LA ACCIÓN ESTALLA EN CUALQUIER PARTE

Un caballero pudiente agudo como un puñal
(Violeta Parra)

Se trata de una mochila llena de explosivos
un vagón de metro repleto y la decisión
que has pospuesto por años.
No es el fondo del fondo
ni menos la permanencia de un estado sombrío:
el frío en los huesos o la frecuente inseguridad
de las manos ahorcando una idea que tirita.

No, se trata de esto y esto,
una arruga en la frente el mal olor de las personas
el futuro crepitando
a la orilla de una carretera que no puede y debe
conducir a ninguna parte.

Es algo sin dimensiones que se expande y expande
algo que no existe, pero que he inventado para hacerte daño
para hacerte sentir la necesidad de volar esa mochila
en el vagón más lujoso de tu mente.
No es el apellido, es el nombre completo
que se quiebra en alguna parte
como todo lo que se une punto a punto
y toma cruel desvío.
No es el oscuro Pozo
es la mínima expresión de esta condena
un aliento que modula sílabas salivadas
salidas en un árabe poblacional
un árabe infanto-sexual.

Una secuela biológica
la historia mal resuelta de esta casta
castrando canibalizando
hasta el cansancio
el presupuesto de todos los sueños
mis sueños.
Insisto, no es un apellido es algo menos profundo
pero a todas luces dañino.




martes, 19 de octubre de 2010

CAMILO MORÓN: NARRATIVA VENEZOLANA


Alguien me Hizo Recordar que Alguna vez Vestí un Inverosímil Pantalón Rojo

Los colores mudables del corazón que lleva la cara rayada como un vísure bajo todos los soles, alimentado por todas las arenas de oro. El mito yacía descuartizado, hecho girones, putrefacto y pegajoso, bajo un montón de recuerdos de ocasión, de borracheras deshilachadas, sublunares, aromadas por la traición y la piel anónima de mujeres al paso, sin rostros ni nombres. Recuerdos cortados a tijera y pegados con engrudo, recuerdos verdaderos atrozmente maquillados de recuerdos falsos.

Aquellos pantalones rojos tenía la textura del olvido, justo la del olvido, como el algodón mojado de sangre al tacto, hasta que alguien una mañana andina me hizo recordarlos. Colgaron al sol pendiendo de las cuerdas de la memoria apenas un momento miserable. Luego se hundieron en el pantano de todo lo que creemos que nunca ha pasado. Aquellos pantalones que nunca fueron, como el unicornio azul de la vieja canción, eran testigos de otra configuración mental, más joven, ágil, veloz, hambrienta, un reptil caliente; una piel menos prejuiciada, porque los prejuicios crecen con los días y fructifican amargos con los años.

La estampa recuperada de los pantalones rojos limita los bordes de una caja de embalaje, acaso un ataúd. Eran pantalones regalados, acaso abandonados al paso para damnificados de lluvias tropicales de estación, pantalones de hermafrodita o andrógino, pantalones para vestir un bufón sangriento que recorre el mundo con una antorcha en cada mano y un cuchillo mordido entre los dientes. Cuando mi madre me preguntó si los quería, tuve el anuncio subcutáneo de querer olvidarlos, pero así y todo los acepté. Retamos en la gota suspensa del presente el ridículo del mañana…

Aquellos inverosímiles pantalones rojos pasearon las calles andinas acaso dos o tres veces, cuando los pantalones negros o azules o marrones estaban petrificados de mugre, sudor y dejadez. Cuando se es joven y delincuente (por experimentación) no se tiene tiempo para la batea ni dinero para la lavandería. Apenas hay tiempo para beberse el mundo en un solo trago largo, mientras se brinda a todo pulmón VIA EST VITA.

Alguna chica paramera me vio vestir los pantalones rojos y le quedaron tatuados en los ojos. Cuando ella me hizo recordarlos, ya eran historia antigua, convenientemente arrumada en una esquina polvorienta del cerebro, exiliados del guardarropa biempensante de mi condición de anarquista asalariado.

Recordé los pantalones rojos en otras esquinas distantes de la geografía de la memoria. Una cuando un amigo de nombre mafioso hablaba a mis alumnos de artesanías, y vestía él un llamativo pantalón color de sangre de toro. La otra en un bar de las afueras, siempre en las afueras, cuando vi, viajero del tiempo, humo sobre el agua, a Ian Gillan, vocalista de Deep Purple, vestir un pantalón color de sangre coagulada. Otra viendo un documental sobre la película Tiburón y veo con asombro a un burócrata vestir pantalones color de herrumbre. En un oleo fechado hacia 1826, el Mariscal Antonio José de Sucre, héroe de Ayacucho y otras matazones, lleva ajustado pantalón rojo. No era esto capricho ni extravagancia de joven militar, pues los grabados de la época nos muestran a los Mariscales de Campo y a los Capitanes Generales vistiendo el trapo rojo en las piernas tintas en gloria (Vide: Bueno, José Ma.: Uniformes Militares Españoles. El Ejército y la Armada en 1808). En estos tiempos de decadente machismo urbano y digital, de mucho sexo oral (habladera de paja), llevar pantalones rojos es un grito estridente o una estupidez, no así vestir con trapos rojos otras comarcas de la anal-tomía…

Y una noche, cuando desenterraba el cadáver putrefacto y pegajoso de Michael Jackson, constaté que llevaba los pantalones rojos que vistió en Thriller. “Sientes la mano fría y te preguntas si alguna vez verás el sol cierras tus ojos y esperas que esto sea sólo imaginación pero al rato oyes que la Criatura está arrastrándose atrás estás fuera del tiempo”. Fueron emboscadas de colores en la geografía sin mapas de la memoria. Ahora, vestido de gris plomo a flor de piel, llevo el corazón disfrazado de bufón con los girones de un pantalón sangriento.

Camilo Morón



viernes, 15 de octubre de 2010

KARINA VALCÁRCEL: Poesía Actual de Perú


KARINA VALCÁRCEL (Lima, Perú 1985) Estudiante de periodismo. Realizó estudios de artes plásticas en las escuelas de arte ENSABAP y Corriente Alterna entre los años 2002 y 2006.Fue editora de la publicación de creación en formato fanzine “Heridita” hasta su último número producido e impreso en el 2008.
Ha publicado los libros “Poemas Cotidianos” bajo el sello editorial Casatomada (Lima, octubre 2008) y “Una mancha en el colchón” con Lustra editores en enero del 2010. Dirige el taller de creación literaria “Instrucciones para volar” realizado anteriormente en el Centro Cultural Alberto Quintanilla y la Pontificia Universidad Católica del Perú. Textos suyos han sido publicados en distintos medios, impresos y virtuales así como en la muestra poética “Cuatro” – Ed. Paracaídas, 2009 – y en la antología “Nueva poesía peruana: Post Hora” – Ed. Espartako, 2010. Actualmente se dedica a la promoción cultural. Escribe como respira. No baila.
karinavalcarcel.blogspot.com

Selección por Gladys Mendía



DOCUMENTAL

Pasará un día
el pájaro despertará/ y al abrir sus alas/ no habrá viento que lo impulse/
sus semejantes serán a penas
siete aves con máscaras de oxígeno
y la rama donde ahora estaría su nido
y la rama donde ahora estaría su nido ¿Dónde estará?

Al abrir los ojos el campo ya no estaba
mi hijo no ha crecido con la infancia sumergida en aroma de eucalipto quemado
no sabe qué es el mar
sabe que nada es para siempre
y no puede llorar,
no tiene agua en el cuerpo.

Pasará que una noche
extrañaremos las estrellas
como si alguien nos hubiera extirpado la sonrisa
y el camino donde nos deteníamos a abrazarnos
y tus flores favoritas
y las piedras que lanzabas los veranos en la playa
y el gras recién cortado
y el color azul
y las manzanas
solo serán parte de un documental de la National Geographic.

Pasará que el detergente sea la nueva Coca-Cola
y no quedará nada para lavar nuestras conciencias.





viernes, 8 de octubre de 2010

Selección de Poesía Ecuatoriana Actual I PARTE. Por Augusto Rodríguez

I PARTE



Siomara España (Manabí, 1976)

El regreso de Lolita

Yo soy Lolita
así los Lobos esteparios
me desenreden
las trenzas con sus dientes
y me lancen
caramelos de cianuro y goma.
Intuí mi nombre aquel día del puerto
con los náufragos
¿recuerdas?
Y aquel combate
con Vladimir, el imperecedero.
Sé que soy Lolita
lo supe cuando me entregó
sus manos laceradas de escribirme.
Por eso cuando apareciste
libidinoso y suplicante
a contarme tus temores
te deje tocarme
morder mis brazos y rodillas
te deje mutilar entre mis piernas
los ardides de Charlotte.
Sabía que tu vieja espada
cortaría una a una mis venas
mis pupilas
y me burlé cien veces
de tu estupidez de niño viejo
llorando entre mi vientre.
y cuando todos los náufragos del mundo
volvieron a mi puerto
a entregarme dadivas
que yo pagaba con carne
tú saltaste tras mi sombra
mientras yo, huía y bailaba.
Por eso sé que soy Lolita,
la nínfula de moteles y anagramas
que vuelve con la maleta al hombro
a retomar tras años el pasado.



Luis Bravo (Milagro, 1979)

Sofía

Salgo a las doce de la noche,
a darle un trozo de vidrio a los niños.

“Vuelvo…
¡Junta la puerta para que entre yo,
para evitar a los ladrones!”.

Hay algo de noche en el gato.
Hay algo de gato en el zinc que da a la calle.

Al final del jardín un duende defeca,
lo sé por los árboles
-¡tosen los árboles!-;
tiene la oreja de un cerdo
y el mandil de un carnicero;
Me arropo mientras la araña me mira:
sueño a Kerouac atropellado por un camioncito de marihuana,
y en el cuarto adjunto,

(a ti)
se te revientan los ojos.



Rocío Soria (Quito, 1979)

Él (11)

Seres inanimados pueblan su cuerpo por dentro
está hecho de miles de ellos
está hecho de las repeticiones de sus propios gestos y lloros
tantos que le es imposible encontrarse la cara con la mano y secarse
los ojos.

Seres inanimados pueblan su costumbre,
tiene espejos atravesándole la columna vertebral,
se apoya pero no lo lamenta,
se acarrea en su soledad sórdida
de un lado hacia otro
con una inexplicable picazón en las ventanas.

Una canción oscura vive en el fondo de sus ojos,
como terminando de alucinar
con el ángulo homicida empotrado en alguno de sus enfisemas.

Ha olvidado abierto uno de los cajones dentro de su cabeza,
y es como si una fruta rodara para perderse
debajo de algún sillón.
Y ningún ángel le guardara fidelidad.



Alexis Cuzme (Manta, 1980)

Podemos mentirle al placer

Sigilosamente
la tarde arrebata desencantos.
Creer en tu sexo,
en su frescura,
sonoridad,
es común y agotador.
Zozobra el artificio,
pero podemos mentirle al placer.
Amor,
tus glúteos encierran otra forma de vitalidad.



Marcelo Villa Navarrete (Quito, 1981)

Jinete

cuando tenga un hijo
habrá un sol ocultándose de mi ventana
y quizás porque ya no seré
la única sangre derramada por el mundo
cada día se alternarán
la dicha y la agonía
qué podré decirle a mi hijo
sobre la guillotina del tiempo
la miel silvestre de las caricias
o los verdugos que acechan nuestras espaldas
tendré que dejarle caer
sobre una almohada de agujas
o sobre un abismo de pétalos
será otro jinete embistiendo la noche
y no tendrá más alternativa
que deambular con su brújula de polvo.



Freddy Ayala (Latacunga, 1983)

Visiones

Enfurece el sol detrás de mis omóplatos
la mañana llega con muletas
cuando tu pezón
hace borbotear al agua
soy testigo de tormentas grises
desentierro dardos a la espuma
excrementos de papel carbón
parpadean raros mares
sus orillas topan tierra
las olas levantas páginas

dientes lanzados hacia el lodo
donde los designios se diluyen
la neblina aloca en mi boca
un remolino que se lleva las agujas
los barcos estampas reverencias
cachalotes en la alegoría de su sexo
presurosos por esperma
aparecen a cien leguas.



Ana Minga (Loja, 1983)

XIV

Te he sacrificado.
La ciudad está desinflada
dos pichones con alas harapientas rezan conmigo.

¡Dios! ¿Qué Dios está detrás de ti?
tus hijos respiran en mi estómago
me los comí de desesperación
al sentir que el espermatozoide
cruzaba los límites de la paciencia.

Perdón
te he sacrificado
como a todos los que se han acercado
mi culpa
es mi culpa
pero de qué me sirve
si el día de los espíritus muertos llega cada mes
me reclaman sus tumbas
quieren ponérselas
y Yo
sólo puedo mirarme los ojos.



Dina Bellrham (Milagro, 1984)

Anhedonia

Hasta los sismos en las piernas han mutado a esfinges. Hemos huido de la catástrofe de las encías. Nos mudaremos de falanges y ventanas, con el miedo bajo el brazo cual portafolio de oficina. El parque se torna pluvioso, quebradizo. No basta crujir nuestros dientes de columpio, ni bostezar resbaladeras si nos sobran extremidades y saliva. El suelo se ha vuelto puta en los zapatos. Y yo pretendo seguir de raíz en los cordeles, ahora que hay suburbios en un racimo de ósculos.



Tamara Acosta (Guayaquil, 1986)

Falo maternal

Permite a mis labios succionar el alimento de antaño. Beber del pecado desgarrando la manzana mientras simulo el sueño prohibido. Mi lengua cicatrizará tu castillo, dando rienda suelta a nuestro galope, entrelacemos nuestra lúbrica miel y pezón a pezón unámonos, atando en venas nuestra desnudez, probando de tu boca mi bosque humedecido por el líquido de desamor. Desgárrame el dogma, el prejuicio,
la atadura para que mi fuerza, irrumpa en el clítoris, los latidos de sabernos y sentirnos amadas.



Carolina Patiño (Guayaquil, 1987-2007)

Adiós

Tan cansada de estar aquí
con todos estos miedos sin infancia
me voy sin perdurar
sin lograr que voltees por mí
sin lograr que enciendas la luz
sin lograr que abras tus ojos
el dolor tan limpio no sostendrá tu mano
demasiados espejos
descuelgan tambores en mi funeral.