WAFI SALIH (Valera, Venezuela 1965) Profesora de literatura, magister en Literatura Latinoamericana, egresada de la Universidad de los Andes. En proyecto doctoral en Historia. Posee diecisiete libros publicados entre ensayo, poesía, cuento y una veintena de textos inéditos. Uno de sus aportes más valorados, es el legado a las letras de nuevas voces, a través del taller “José Antonio Ramos Sucre”, cuya permanencia, de siete años continuos, deja una inmanencia en todos sus participantes.
Su tesis sobre género, es una reflexión que abre una interrogante en torno al modo de producción cultural y sus efectos sobre el ser social, publicado en Monte Ávila Editores año 2007 bajo el nombre: Las imágenes de la ausente, es una propuesta innovadora sobre el feminismo.
Parcialmente traducida, al árabe, al francés, inglés, y pronto al italiano, es en cátedras de literatura, y escritores de diferentes latitudes, objeto de crítica literaria desde disímiles posturas.
En estos momentos a nuestra autora la ocupa como una deuda a saldar, el escudriñar antropológico de los mitos fundacionales para la compresión del origen almático, de la venezolanidad.
Selección por Gladys Mendía.
SECRETO
Adentro
como una llave
perdida
en el mar
me he negado
(Los Cantos de la noche)
CENIZAS
a Magaly Acosta Oviedo
¿Hacia
qué fondo
se precipita
sin ruido
sobre mí
la niebla?
(Las horas del aire)
TORTUGA
Una piedra
tallada
de secretos
Lanzada
lentamente
al infinito
Frágil
y resguardada
como un pedazo
de Dios
caído
(Pájaro de raíces)
ESCARABAJO
Ante la ciega
lluvia
una cáscara
de ébano
se esconde
Inocente
y diminuta
Filtra
su oscuridad
entre las hojas
(Pájaro de raíces)
EN EL CAMPO
¿Es el pájaro
o el viento
Asomado
en la tenue
mirada
En la ortografía
remota
de las piedras
En el diálogo
cautivo
de las luciérnagas?
(Pájaro de raíces)
¿Quién puede en el rayo de la niñez distinguir dos cielos? Círculo de lo que fue escribe su ardor a orillas de un latido. Como si el afuera no fuese también lo fijo. Atrás, antes, no paran de temblar, llama de una vela frente a una ventana abierta.
Visito en los retratos la aldea atávica de tus ojos nativos de una inmortal desventura. Procesión de piedras, el pasado en el movimiento habitual de mi hastío pregona el semblante sin tinte de extraviada esperanza.
Peces, arrecifes y ciclones de la casa pequeña, pero jamás extinta, navegan en el desfiladero de mi garganta. Astro de raíz hundida en la furia quebrada de un naufragio.
Nosotros, nubes calladas que levitan en el vuelo curvo de lo amargo, prodigamos la liturgia de un país desolado. Trágico sigilo en la marea insaciable de la angustia. Allí una frase blanca, ángel en los ecos del linaje, interpuso entre mi vida tantas vidas, como en el vuelo de sus alas la secreta murmuración del aire.
(El Dios de las Dunas)
MADRE
Había algo
sin nombre
en el polvo
de la casa
Su silencio
dejaba
una tácita
complicidad
Algo suelto
Sobre la vieja
alfombra.
EL DIOS DE LAS DUNAS
¿Quién me llama con el índice de una lágrima?
Fuego
desgranado
deletrea
el Líbano
devuelto
en la sangre
de Dios
En las raíces
entre muros
de tierra
dolorida
En inaudible
abrazo
Masacrado.
PRONUNCIAMOS EL LATIDO
¿Dime qué batalla
falta en las entrañas
sin Dios de la demencia?
Soles
embriagados
de noche
Enfilan
hacia otro infierno
el infierno
Vida
llegas de vivir
tan lejos
Agrietas
el pecho de la luz
sin nadie.
PLEGARIA
¿Cuántas tumbas hay en el pecho de Dios?
Beirut
deshoja el lenguaje
de la tarde
en el humo
del café
Allí
Soles embriagados de más cielo
Abona
mi silencio
todo lo que se fue
Ancho camino de latidos
donde la hora no muere
Permanece algo
paralelo a la noche.
(CON EL íNDICE DE UNA LÁGRIMA)
He negado mi destino. Plegaria en vuelo, la arena, rasga las vocales de la fe, arrodilladas en la sangre. Vértice de un infierno blanco, velo de seda, sacude las cimitarras.
Ramo de estrellas en discordia, poblándome el pecho.
No sé qué maldición sobre la roca astillada de mi vida, calcina transparencias.
Esto que fui, intacto en las paredes aéreas de los siglos brota más allá de la voz, en la noche que jamás termina. Desmorona entre nosotros, espacios sin piel como el insomnio. Soles líquidos sobre las dunas del Golán.
Recoge Israel, sobre las líneas de mi mano, el cuerpo del Líbano en tus muertos.
(El Dios de las Dunas)
Atemporales los muertos, la brusca ternura de su presencia ida, golpea en el pecho, similar a un Sultán cuando hinca en el lomo blanco de su corcel las espuelas.
Exceso de espesura sobrevive de ellos. Quietud ilimitada, copia el tormento en las ramas de sol. Ritual silencioso de la amargura.
1973. ¿Ha muerto quién dentro de mí? El desierto tenía la tez húmeda de pólvora, comparable a la grandeza ostentosa de un Califato. Deshace esta tarde de esfiges traídas en el paisaje litúrgico del agua, el simple acto de vivir. Allí dibuja la borra del café, serpientes de triunfo, en el semblante de ángeles sin reino.
Himnos del país inmolado por las arañas del alba, espejo ausente del devenir, pudre la luz, y el ver una rara propiedad de las arterias, proyecta este otro país sustituido por sus sombras.
(El Dios de las Dunas)
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