FERNANDO VARGAS VALENCIA (Bogotá,
Colombia: 1984).
Abogado especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional
Humanitario de la Universidad Externado de Colombia. Estudios de sociología
jurídica en el Instituto de Estudios Interdisciplinarios de dicha universidad.
Magister en Sociología Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona,
España. Coordinador del Festival Internacional y Popular del Libro de Bogotá.
Miembro del Grupo Poético Esperanza y Arena y de la Corporación Escafandra.
Ganador de varios premios literarios entre los cuales se destaca la obtención
del segundo lugar en el VII Concurso Nacional Universitario de Cuento Corto y
Poesía de la Universidad Externado de Colombia, en la modalidad de poesía
(2001).
Ha
publicado los siguientes poemarios: El Espolio (Bogotá, Magia de la palabra: 2000),
Cuentas del Alma (Bogotá, Magia de la Palabra: 2001), Silencio Transversal
(Bogotá, Isla Negra: 2007), Épica de los Desheredados (Bogotá, Isla Negra:
2010), Canto Abacua (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia: 2012),
Apesadumbrado Fantasma: Antología poética (Bogotá, Caza de Libros: 2013) y
Narcisismos Distantes (Guayaquil, El Quirófano Ediciones: 2013). Igualmente, ha publicado el libro de ensayos
La Realización Poética de la Justicia (Bogotá, Universidad Externado de
Colombia: 2008).
En
el campo de los Derechos Humanos, ha participado en varias publicaciones
colectivas para la Procuraduría General de Nación y para la Comisión de
Seguimiento a la Política Pública sobre Desplazamiento Forzado en Colombia,
entre los años 2008 y 2012. Coautor de los libros Memoria y reparación:
elementos para una justicia transicional pro víctima (Bogotá, Universidad
Externado de Colombia: 2012) y Violencia, memoria y sociedad: debates y agendas
en la Colombia actual (Bogotá,
Universidad Santo Tomás: 2013). Invitado especial en encuentros de escritores y
simposios literarios en Colombia, Venezuela, Nicaragua, México, España, Ecuador
y Cuba.
Igualmente
se destaca su participación en las antologías internacionales de poesía: Tierra
Común (Caracas, Ed. La Mancha: 2008), Tránsito de Fuego (Caracas, Casa de las
Letras Andrés Bello: 2009), Poemas para suspirar un siglo (Veracruz, CONACULTA:
2010), Cajita de Música (Madrid, AEP: 2011), Me arde: Brevísima antología
arbitraria Ecuador-Colombia (Lima, Paracaídas Editores: 2012) y Memorias del V
Festival Internacional de Poesía “Ileana Espinel Cedeño” (Guayaquil, El
Quirófano Ediciones: 2012), así como su participación como antólogo en Sólo la
herida: veinte poetas jóvenes colombianos (Guayaquil, El Quirófano Ediciones:
2013).
De
Postales desde ciudades insomnes
LASTRES
DE LA RAMBLA
"Pienso en dónde
guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las
pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar
algún lastre sobre la vereda..."
OLIVERIO GIRONDO
Las
efímeras cárceles del recuerdo
ensombrecen
el verdor de los paisajes
como
un cielo torpe que no se deja amar por las nubes.
Ausencia
de tambor y ásperos silencios
que
se cuelan entre los dedos
como
pájaros ciegos que atinan a latir entre las manos.
En
la madrugada, los callejones son amargos
como
el sabor de las efímeras miradas de las romerías;
como
la marea reseca de este cielo atroz.
La
memoria juega a revisitar los faroles y transeúntes
de
otros territorios vedados:
dibujo
el peligro de un callejón más allá de los mares
y
soy el extranjero de las fronteras inauditas.
Las
efímeras cárceles de la memoria
se
dilatan para jugar a cierta libertad que hiere.
Quisiera
ser el atizador de los relojes adulterados,
la
mujer ciega que se desnuda en el Barrio Gótico
a
la luz de una luna incandescente;
todos
los pasos arrasados de la rambla,
a
cambio del latir violáceo de las catedrales.
Las
profundas ganas de correr sin rumbo alguno
se
detienen en los labios,
como
un cristal de sal que es uno solo con la sangre:
quisiera
ser el barco que se pudre en la ensenada.
De
tanto desear mis otros, no sé quién soy.
Sólo
juego a dejarme habitar por las ausencias
y
sólo un susurro me dice que ya he dejado
mis
lastres en la vereda.
GEOMETRÍAS
DEL VALLÈS OCCIDENTAL
Los
cuerpos son irreductibles.
Sin
embargo,
hubo
que hacer notaciones
sobre
los difíciles días de los purgatorios,
para
hallar la imagen difusa de la cifra.
Nos
jugamos la vida en el pequeño silencio
que
antecede a las breves tempestades
y
no somos más que el vacío
en
el jardín euclidiano.
Las
sombras son irreductibles
como
la terquedad del movimiento
que
a veces nos juega bromas,
haciendo
pasar ondas por corpúsculos.
La
luz es también un albur,
la
encendemos e invocamos las sombras.
Son
las sombras nuestros únicos amantes,
la
confirmación de lo irreductible.
La
notación del tiempo varía
con
el primer tren que se despereza
en
túneles orinados e inconclusos.
Es
el aleteo de un pájaro ciego
la
medida de nuestra eternidad.
Las
miradas se buscan y se evaden
movidas
por el mismo azar que presagia
la
caída de una gota de sangre caliente
en
la hoja de un libro
tan
blanca como las paredes
de
un viejo hospital en ruinas.
¿A
dónde nos llevará la línea oblicua
del
tren fantasma?
¿Qué
quiere revelar el parpadeo de los ignorados
que
se embriagan de imágenes
y
miden las distancias en latidos?
Euclides
no pretendió
lo
irreductible de los purgatorios,
sin
embargo, henos aquí:
cifras
de lo inconcluso,
cuerpos
sin sombra que se dejan multiplicar
por
el cero infinito de las estaciones
como
el último grito de una tempestad
que
agoniza.
CANCIÓN
DE DESPEDIDA DEL QUE NO SE VA
"Barrio que fue cuna de mi alma inmortal,
calle que fue mi esquina, siempre será"
RUBÉN BLADES
Tristeza del exiliado
al no recordar los círculos
de las glorietas,
los callejones sin salida,
las paredes sin vacío.
Pobre del niño cuya memoria
tejió una mirada
en la Calle diecinueve con
carrera Tercera,
esa misma esquina
donde los mendigos
ofrecían taxis a los
enamorados
y yo te llevaba,
después de bailar
hasta el cansancio o el
hastío,
a hacerte el amor
en las postrimerías
de la avenida primero de mayo,
entre las casas del barrio
inmortal
donde aprendimos a caminar
en círculos.
¿Es esta iconografía una
ciudad inventada
por mi memoria de niño?
El aire que huele a
chocolate
esparcido en la treceava
avenida
y que se surte hacia tu
casa,
como un juego de cartas sin
apostador.
Los laberintos de La
Candelaria,
donde en los rincones
más absurdos de una
biblioteca,
fuiste todas las mujeres
juntas.
Las vivas y las muertas.
Las felices y las infelices.
Las putas y las santas.
Las marchitas y las que no
quieren
ser comparadas nunca con una
flor.
El Parque Nacional y sus
maíces rotos,
la discrepancia a orillas de
la Calle 39,
entre mendigos y grietas en
las paredes
que parecían bares
por su música trashumante
y sus sonidos de bolas de
marfil
estrellándose contra la
muerte.
La cueva de los exiliados
en un edificio ebrio en lo más profundo de un jardín
que alguien llamó Centro Nariño.
Las amplias caminatas
por la carrera séptima
cuando buscábamos
la cerveza propicia,
como un simulacro de
cansancios,
pues en todo caso cualquier
botella
podría beberse a cántaros.
Pero todo ello es una vana
promesa
de lo que vendrá,
la insistencia en el
retorno,
la búsqueda del alba en la
boca de la noche,
lo que suponemos el futuro:
Un torpe recuerdo eterno.
Un hasta siempre.
Un hasta siempre.
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