sábado, 24 de enero de 2015

FERNANDO VARGAS VALENCIA. Poesía Actual Colombiana


FERNANDO VARGAS VALENCIA (Bogotá, Colombia: 1984).  Abogado especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Universidad Externado de Colombia. Estudios de sociología jurídica en el Instituto de Estudios Interdisciplinarios de dicha universidad. Magister en Sociología Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, España. Coordinador del Festival Internacional y Popular del Libro de Bogotá. Miembro del Grupo Poético Esperanza y Arena y de la Corporación Escafandra. Ganador de varios premios literarios entre los cuales se destaca la obtención del segundo lugar en el VII Concurso Nacional Universitario de Cuento Corto y Poesía de la Universidad Externado de Colombia, en la modalidad de poesía (2001).
Ha publicado los siguientes poemarios: El Espolio (Bogotá, Magia de la palabra: 2000), Cuentas del Alma (Bogotá, Magia de la Palabra: 2001), Silencio Transversal (Bogotá, Isla Negra: 2007), Épica de los Desheredados (Bogotá, Isla Negra: 2010), Canto Abacua (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia: 2012), Apesadumbrado Fantasma: Antología poética (Bogotá, Caza de Libros: 2013) y Narcisismos Distantes (Guayaquil, El Quirófano Ediciones: 2013).  Igualmente, ha publicado el libro de ensayos La Realización Poética de la Justicia (Bogotá, Universidad Externado de Colombia: 2008).
En el campo de los Derechos Humanos, ha participado en varias publicaciones colectivas para la Procuraduría General de Nación y para la Comisión de Seguimiento a la Política Pública sobre Desplazamiento Forzado en Colombia, entre los años 2008 y 2012. Coautor de los libros Memoria y reparación: elementos para una justicia transicional pro víctima (Bogotá, Universidad Externado de Colombia: 2012) y Violencia, memoria y sociedad: debates y agendas en la Colombia actual  (Bogotá, Universidad Santo Tomás: 2013). Invitado especial en encuentros de escritores y simposios literarios en Colombia, Venezuela, Nicaragua, México, España, Ecuador y Cuba.
Igualmente se destaca su participación en las antologías internacionales de poesía: Tierra Común (Caracas, Ed. La Mancha: 2008), Tránsito de Fuego (Caracas, Casa de las Letras Andrés Bello: 2009), Poemas para suspirar un siglo (Veracruz, CONACULTA: 2010), Cajita de Música (Madrid, AEP: 2011), Me arde: Brevísima antología arbitraria Ecuador-Colombia (Lima, Paracaídas Editores: 2012) y Memorias del V Festival Internacional de Poesía “Ileana Espinel Cedeño” (Guayaquil, El Quirófano Ediciones: 2012), así como su participación como antólogo en Sólo la herida: veinte poetas jóvenes colombianos (Guayaquil, El Quirófano Ediciones: 2013).

De Postales desde ciudades insomnes





LASTRES DE LA RAMBLA

"Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda..."
OLIVERIO GIRONDO

Las efímeras cárceles del recuerdo
ensombrecen el verdor de los paisajes
como un cielo torpe que no se deja amar por las nubes.
Ausencia de tambor y ásperos silencios
que se cuelan entre los dedos
como pájaros ciegos que atinan a latir entre las manos.
En la madrugada, los callejones son amargos
como el sabor de las efímeras miradas de las romerías;
como la marea reseca de este cielo atroz.
La memoria juega a revisitar los faroles y transeúntes
de otros territorios vedados:
dibujo el peligro de un callejón más allá de los mares
y soy el extranjero de las fronteras inauditas.
Las efímeras cárceles de la memoria
se dilatan para jugar a cierta libertad que hiere.
Quisiera ser el atizador de los relojes adulterados,
la mujer ciega que se desnuda en el Barrio Gótico
a la luz de una luna incandescente;
todos los pasos arrasados de la rambla,
a cambio del latir violáceo de las catedrales.
Las profundas ganas de correr sin rumbo alguno
se detienen en los labios,
como un cristal de sal que es uno solo con la sangre:
quisiera ser el barco que se pudre en la ensenada.
De tanto desear mis otros, no sé quién soy.
Sólo juego a dejarme habitar por las ausencias
y sólo un susurro me dice que ya he dejado
mis lastres en la vereda.





GEOMETRÍAS DEL VALLÈS OCCIDENTAL

Los cuerpos son irreductibles.
Sin embargo,
hubo que hacer notaciones
sobre los difíciles días de los purgatorios,
para hallar la imagen difusa de la cifra.
Nos jugamos la vida en el pequeño silencio
que antecede a las breves tempestades
y no somos más que el vacío
en el jardín euclidiano.
Las sombras son irreductibles
como la terquedad del movimiento
que a veces nos juega bromas,
haciendo pasar ondas por corpúsculos.
La luz es también un albur,
la encendemos e invocamos las sombras.
Son las sombras nuestros únicos amantes,
la confirmación de lo irreductible.
La notación del tiempo varía
con el primer tren que se despereza
en túneles orinados e inconclusos.
Es el aleteo de un pájaro ciego
la medida de nuestra eternidad.
Las miradas se buscan y se evaden
movidas por el mismo azar que presagia
la caída de una gota de sangre caliente
en la hoja de un libro
tan blanca como las paredes
de un viejo hospital en ruinas.
¿A dónde nos llevará la línea oblicua
del tren fantasma?
¿Qué quiere revelar el parpadeo de los ignorados
que se embriagan de imágenes
y miden las distancias en latidos?
Euclides no pretendió
lo irreductible de los purgatorios,
sin embargo, henos aquí:
cifras de lo inconcluso,
cuerpos sin sombra que se dejan multiplicar
por el cero infinito de las estaciones
como el último grito de una tempestad
que agoniza.





CANCIÓN DE DESPEDIDA DEL QUE NO SE VA

"Barrio que fue cuna de mi alma inmortal,
calle que fue mi esquina, siempre será"
RUBÉN BLADES

Tristeza del exiliado
al no recordar los círculos de las glorietas,
los callejones sin salida,
las paredes sin vacío.
Pobre del niño cuya memoria
tejió una mirada
en la Calle diecinueve con carrera Tercera,
esa misma esquina
donde los mendigos
ofrecían taxis a los enamorados
y yo te llevaba,
después de bailar
hasta el cansancio o el hastío,
a hacerte el amor
en las postrimerías
de la avenida primero de mayo,
entre las casas del barrio inmortal
donde aprendimos a caminar en círculos.
¿Es esta iconografía una ciudad inventada
por mi memoria de niño?
El aire que huele a chocolate
esparcido en la treceava avenida
y que se surte hacia tu casa,
como un juego de cartas sin apostador.
Los laberintos de La Candelaria,
donde en los rincones
más absurdos de una biblioteca,
fuiste todas las mujeres juntas.
Las vivas y las muertas.
Las felices y las infelices.
Las putas y las santas.
Las marchitas y las que no quieren
ser comparadas nunca con una flor.
El Parque Nacional y sus maíces rotos,
la discrepancia a orillas de la Calle 39,
entre mendigos y grietas en las paredes
que parecían bares
por su música trashumante
y sus sonidos de bolas de marfil
estrellándose contra la muerte.
La cueva de los exiliados 
en un edificio ebrio en lo más profundo de un jardín
que alguien llamó  Centro Nariño.
Las amplias caminatas
por la carrera séptima
cuando buscábamos
la cerveza propicia,
como un simulacro de cansancios,
pues en todo caso cualquier botella
podría beberse a cántaros.
Pero todo ello es una vana promesa
de lo que vendrá,
la insistencia en el retorno,
la búsqueda del alba en la boca de la noche,
lo que suponemos el futuro:
Un torpe recuerdo eterno.
Un hasta siempre.






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