CRISTINA GUTIÉRREZ
LEAL (Coro, Venezuela, 1988). Ha publicado el
poemario Estatua de Sal, que obtuvo el
Premio XX Bienal de Literatura José Antonio Ramos Sucre (2015). Con su poema
“Sé del mar reventando contra un muro”, ganó el II Concurso Nacional de Poesía
Rafael Cadenas (2017). En la actualidad realiza estudios doctorales en la
Universidad Federal de Río de Janeiro.
Selección de poemas por Gladys Mendía
Es hora de
acumular ciertas certezas, me digo.
Es que uno
abandona la cama
intenta caminar
escamoteando el hundimiento
entonces en el
pecho se crece ese maldito ardor.
Para envejecer
quietos necesitamos certezas.
Me digo esto sobre
todo los días
en que la tragedia
asoma su cola y nos deja doblados,
torcidos.
Anhelo enterarme
cómo somos escogidos para sufrir
quiero saber
si ese animal que
provoca desgracias se despierta
se bate un poco,
estira los brazos
y sus lagañas
matutinas caen al azar.
Es necesario tener
la certeza, me digo
que la tragedia no
toca de a una por persona
como el amor.
Que bien podemos
tener todas las plagas una tras otra,
sin opción a
quejas, a berrinches, a póstumos dramas
existenciales.
Nos enseñaron a
dudar, a sospechar, a pregunta
Sí.
pero esta súplica
que extiendo hoy,
(Léase bien:
súplica)
es para ofrecer
todo cuando tengo
para que alguno
venga
a regalarme la
certeza
de que cuando las
nuevas tragedias pasen
ya no vendrán más
que estaremos
absueltos.
Quiero decir que
ofrezco mis viajes todos
a cambio de que
alguien venga cansado de tanto
correr entre uno y
otro destrozo
y me diga
que ha pasado una
rayita encima de nuestros
nombres
que no me queda un
amigo
un ser amado
pendiente por
recibir los coletazos de la desgracia.
Que todos han sido
ya marcados.
Que fue
suficiente.
Sé del mar reventando contra un muro
cómo me asusta
cuando levanta demasiado su oleaje
cuando enfría sus
aguas y es imposible.
Sé de gente buena
acodada en puentes
contemplo sus
miradas cristalinas y la mía se envidria
me siguen
enfermando mis ojos litorales
mis costas.
He visto desde un
balcón
un río que divide
tres países
abrí ya muchas
veces mi puerta para saludar
desconocidos
ya estiré una
nueva lengua
ya me senté lo más
al norte posible
ya estuve en la
última calle de un país
ya fui todo lo
insular que pude
ya he puesto toda
mi fe en un viaje
ya he querido
volver y abrazar
corro tras un
nuevo paisaje que se alborote en mis ojos
vivo huyendo de
este lugar que soy
pero el desarraigo
no me cura
no me cura.
Me han prohibido
acercarme a ese árbol.
Presiento sus
trampas.
Y es que ese árbol
parece mirarme como por
última vez.
Temo, lo admito.
Podría correr y
destemplar algunos ruidos
(huir temblando
sobre el suelo)
yo que puedo
moverme
(y halarme los
cabellos)
que al parecer no
tengo ramas.
Me han prohibido
comer de su fruto
y yo no tengo
tentación del fruto.
Pero ese árbol
sabe que puede enterrarme con él
y convertir mis
piernas en raíces.
He de confesar que
nunca entendí el cuento del
fruto prohibido
siempre pensé que
era Adán o Eva quienes
estaban
prohibidos.
Nunca el fruto
quizás el árbol.
Escribo ahora
porque
nunca he sabido
guardar mis secretos.
Desconozco las
maneras de lidiar con la trastienda
la vida detrás de
la vida.
Ya los amigos
desgastan sus razones
buscan la forma de
irse o de no llegar
(entonces queda el
poema).
Necesito contar
que alguien se hunde en mi cabeza
que me oprimo
fuerte contra su hondura
y no salgo entera.
¿Qué tan
inconfesable es estar seriamente
minusválida?
¿Cuáles afectos no
soportarían que mi tibieza se haya calentado
por completo?
Sin
puñal
Quise escribir con
toda la rabia del mundo
buscaba la imagen
que sostuviera mi enojo
Desperté madrugada
tras madrugada
intentando crear
nuevas palabras
a falta de una que
describiese
el exacto sonido
de mis muelas rotas de tanto
apretar la
mandíbula
Creía inefable
mi fruncir de ceño
mi cuerpo
giroscopio
Perdona, me dije
no sin antes
nombrar el odio con todos sus pesares
con todas sus
vertientes
yéndome por todas
sus ramas.
Recuerdo cómo
quería escribir cortando
hiriendo con mi
lesión
quería escribir
con un puñal
y llenar de pus y
sangre techo paredes espejos
Pero olvidé
mi rabia
y mi puñal
Me quedó este
olvido calmo,
sosegado
demasiado cansado.
El
primer suicidio es único.
Siempre
te preguntan si fue un accidente
o
un firme propósito de morir.
Miyó
Vestrini
La primera huida
es única
siempre te
preguntan cuándo vuelves
teniendo en cuenta
la distancia repetida
algunos toman para
sí lejanías más hondas
silencios y
aporías
Cuando la huida se
vuelve tótem
costumbre de los
tristes
muy pocas son las
preguntas ya
no importa cuándo
vuelves
allá aquí acullá
opacidad si
vuelves
La primera huida
es única
luego
absolutamente todo sucumbe al espejismo
de lo lejos
y todo es añoranza
mimimi
todo es saudade
blablablá.
Queda el hartazgo
la mueca de
aquellos que asumen olvido
cuando dicen
despedida
infranqueables
lenguajes del adiós
la fuerza más
minusválida del abrazo.
La primera huida
es única.
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