ERASMO SAYAGO HERRERA (San Cristóbal, Venezuela 1988). Escritor. Poeta. Estudiante de Educación mención Español y Literatura
de la Universidad de los Andes. También es traductor freelance. En 2012 con su poemario breve
titulado Nieve cálida, ganó en
Mención Poesía el I Concurso de Escritores Noveles del Fondo Editorial “Simón
Rodríguez”.
Selección por Gladys
Mendía
Desde las manos
ausentes
Todavía se enroscan los
fierros
alrededor de los muñones de
mis brazos.
También, la sierra con la
que mis brazos y manos
caen hacia mis abismos.
No es la falta de anestesia
son los dientes brillantes,
la sangre,
los músculos, los tendones
desgarrándose,
retorciéndose en los
recipientes al lado de la mesa de operaciones.
Mi sangre ha empezado a
brillar
igual que el acero
hierve, se estremece, no le
basta imitar;
llora como un volcán…
¿Qué es lo que forja con
tanta fuerza,
golpea tan insistente, con tal
maestría, que en mí
en todas las personas y cosas
retumban ecos insospechados;
tocan las manos que ya no tengo?..
No pudiese aguantar y
aguardar el fin de la forja
si al fundirse el bombillo
de la sala de operaciones
-abierta la flor carnívora del sueño-
con los ecos luminosos de cada
golpe
con mis manos que nunca se
fueron
no fuese capaz de, noche
tras noche
perderme en el primer
abrazo que te di
al completarlo.
Desde allí
puedo tocar el mundo.
para un transeúnte anónimo,
falto físicamente de ambos antebrazos y manos…
Siempre fue la Luna
Las ruinas circulares
de Borges fueron solo la entrada,
también, en esta
tarde, el sol devastándose en mí en su anillo, como una fiebre,
el espíritu que
agoniza en este después de los seres y las cosas,
como un barco que
surca los afilados dientes de un huracán en alta mar.
Soy el contrario de
Ulises,
con un templo
quebrado,
o una brújula que en
mi viaje inmóvil llora hacia dentro
¿cuál materia solar
fluye a través del silencio?
me dije
y puede ser lo que
hay dentro de la imagen inicial*:
no un mandala, un
samsara que se erige como una montaña desnuda
cuya cima no solo
sueña con aquel templo
si no que, dentro de
su sombra incandescente,
alrededor del
relámpago y el rayo
puede ser él mismo en
la palabra que a cada instante se crea
y no deja de caer
a cada gota
a cada astro de los
días
él viene con la
música que restalla de los abismos,
no deja de venir y
venir
es el alfabeto
cegador de Virginia Woolf: frase final de los océanos,
ardiendo con su
plumaje
es mi plexo cambiándose el nombre
hundiéndose en sus
brazos y piernas abiertas
luego se rebasa
y sigue y sigue
llamándose pleamar
sin que su cálido
abrazo cese en mí:
la noche, la cima
espejo, la madrugada
aunque se halle en
una jaula
y solo la cal de mis
huesos, la ceniza del sueño
sea materia de mis
alas
sin embargo, cae,
cae, no deja de caer
es decir, me soy más
solar
mientras fluye la
sustancia misma de la palabra
no tenía idea
hasta ahora
no tenía idea
se va haciendo más
brillante
como Virginia
despertándose en la mañana a sus veinte años
resplandor fugaz,
absoluto, silencio corpóreo en su piel
blanqueándose cada
vez más
el templo
mi pleamar solar
tan solo se prenden a
su estela en el cielo...
creciéndome en mí
el propio árbol de su
verbo:
vuelo
y sigue y sigue
goteando
ahora se revela
a sí misma
circular
absoluta
me doy cuenta:
espíritu
materia
sin espejos
hermanos de sangre
poesía
son desde allí:
antes de soñarse
siempre
siempre fue la Luna.
En los ojos del siempre
Llevo la danza
llameante de la materia al borde de la boca.
Coliden inmensas las
frases primigenias de Dios,
llaman al campo
fecundo que circula por la sangre
como pulsos de un
faro cuya luz apenas recordamos,
ellos les dicen
“bosones”, de Higgs,
aquél golpeado por el
mar inmenso e imposible que nos habita
y solo puedo
entregarle un breve susurro
quién sabe si de la
música entre las músicas
tal vez, la poesía
tensa en su arco
donde vibra el mundo
volviéndose y
girando, más que danzando: hablando tan de sí
verdadera, no en sí y
su envés,
armónica y amorosa
como los derviches
girando, las letras
del poema…
¿Las mueve Dios?
¿Coliden entre ellas?
Quién sabe.
El par de letras
reunidas por una voz soñada de mujer
Ese “no”, la piedra
extraña y maravillosa, el silencio que es en sí mismo, sabio
sea la sangre de la
frase
que estalle plena en
luz
nos haga ser,
viéndonos íngrimos
como la hoja en
blanco
pues será la espera y
la semilla indivisas:
música roja e inmensa
del cuerpo
Eros dividiendo de un
tajo la piedra de Sísifo insomne,
doliéndose a sí mismo
en nosotros
tanto, tanto
que en su por fin
podrá llorar en nuestras llameantes auroras
tal vez, aun sin
lengua y voz en el instante
pueda volver a ser
desde su habla, recordando su nombre
alguna vez “Alegría”
…
Iremos hacia quienes
somos
Y ese “no” se
desbordará en una vocal inmensa, vibrante,
besando profundamente
la de Siddharta…
No importará llegar a
las Ítacas
Sin saberlo
Desde nosotros
Volverán a nacer:
La música
Abrazada
Despierta
Por completo perdida
En
los ojos del siempre.
Llama transfigurada
para una descendiente del
Shivá en Rishikesh…
El
paso semiesférico de los días
enciende
a ratos una llama que parpadea
desde
el viaje al Estambul de primavera;
ciudad
lejana solo en kilómetros.
Llama,
a veces transfigurada en una lengua
que
condensa en la palma de sus manos:
El
girar consciente de nosotros con este antiguo hogar.
La
mirada de un río al vacío que atraviesa todo.
La
muerte, que no es muerte.
La
ausencia, que no es ausencia.
Un
púlsar rojo, cuyos estallidos intensos de energía alumbran u oscurecen el alma.
Condensaciones
de la vida que permanece
en
las manos de esa lengua, habitante de ese libro*
lengua
que espera con paciencia en esas páginas
observando
el cielo próximo a los polos;
está
atenta al paso de la aurora boreal y austral
al
fin, cuando las divise
saltará
donde estén ellas, abrazando los verdes-turquesa de sus filamentos
transformándolas
en murallas de fuego,
tan
vez tan vivas tan incandescentes que toquen su alma
o
sé si arderán las auroras o no
sé
que me acercaré a su resplandor
recorriendo
miles de kilómetros;
en
transportes, a pie, con el pensamiento
hacia
el polo Norte, Sur
o
hacia un verdor que inunda los ojos
y
un rumor que desemboca en el Atlántico.
*:
Poemas Selectos, por Eugenio Montejo
Muchacha del alba
a “eMe” y a “Ye”;
luciérnagas en los desiertos
de mi tránsito
Las
eMe y Ye proyectadas en mí caen en un letargo cercano a la muerte
como
un poema no escrito que se pierde en sus silencios y distancias tangibles
señaladas
por el dedo índice de una muchacha
saliendo
de la bóveda del amanecer
caminando
sobre una curva del aura semiesférica de la Tierra, encendiendo las capas de
su resplandor azulado con su cobriza piel
hasta
llegar al atardecer que observo
desplegando
su alameda exterior a la exactitud de los símbolos
recorriéndola
hasta llegar a mi habitación
sentada
en una silla, con su vestido estampado de hojas multicolor
tal
vez, las cuerdas,
la
música que emana del vacío, tal vez, la gravedad cuántica
más
que teorías, ellas puede que sean
en
cuerpo y espíritu presente
apoyo
mi cabeza sobre sus piernas
siento
su mirada tierna
mientras
sus caricias en mi cabello son el arado del tiempo que conmueve a mi ser
aprieto
sus rodillas hasta que la ola rompe dentro de mi pecho
y
lloro
porque
eMe y Ye son espejismos;
mis
lágrimas las recoge la muchacha en su mano derecha, llevándolas a la penumbra
sin
recuerdos, luego encendiéndolas, creando nuevas luciérnagas
desconocidas
no
puedo soportar el incomparable cimbrado de esta ilusión o éxtasis
ahora
que abrazo con toda mi fuerza
un
verdadero corazón de la Poesía:
estallido
esquivo y eterno
forjado
en el nacimiento mismo del fuego.
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