Luis Varela (Cali, Colombia, 1987). Poeta colombiano que vive actualmente en Hamburgo, Alemania. Poemas de su primer libro Tomates (Entreríos, 2022) han sido traducidos al alemán y al portugués como también han sido compilados en la antología Voces periféricas. Antología de poetas latinoamericanos en Alemania (Equidistancias, 2023) por Timo Berger. Ha participado en diferentes lecturas, entre ellas, la Hafen Lesung, un evento de carácter internacional y multilingüe.
Hacia una colina
Antes del amanecer
llevan la primera vaca al matadero.
Si estás cerca, allá en Campo Alegre,
escuchas el chorro de agua en la nuca de la vaca,
un chorro fino que tranquiliza los nervios
antes del golpe
y el derrumbe.
¿Quién no lo reconoce?
¿Quién no lo ha sentido?
Las demás vacas que van en fila,
hacia una colina donde todos
tendremos que llegar,
inician un rezo suave,
mientras la neblina las bendice
y les acaricia el lomo.
Aquel coro imperceptible, absurdo, aterrador,
estrecha la vida en su final
y el brote de la primera luz.
Que brillen sus manos
Mi madre llamó para contarme
que se había soñado en una fiesta.
Una voz le dijo
que mi abuelo estaba achantado,
pero no supo decirle
dónde estaba.
Este domingo ofrecerán una misa por él.
Mi abuelo nos llevaba los miércoles
a comer pescado
con la mano.
Despacio, y en silencio, le quitábamos
las espinas, las juntábamos en un mismo plato
como si estuviéramos acumulando,
con cuidado,
el dolor.
Hoy te lo digo, amá,
donde sea que esté mi abuelo
espero que brillen sus manos
como si hubiera comido pescado.
Lautaro
Aprendimos nuestros cuerpos juntos
descubrí tu espalda y tus brazos,
vos me señalaste un lunar que nunca he visto,
estuvimos entre hombres,
desarmados, en ese mundo tuyo de asma y toldillo,
que nos protegió de todo menos del viento
y de estar vivos, uno al lado del otro,
jugando, queriéndonos
sin un lenguaje establecido, sintiendo
nuestros penes a veces erectos
en los estómagos y en los muslos.
Nos cuidamos, como soldados,
en el barrio. Convivimos con las alarmas
en los oídos. Vimos el primer muerto juntos.
Los otros me los describías o yo te los contaba.
Todos miraban hacia un mismo lugar.
Tomates
i
El amanecer te sorprende mirando los tomates
que se dan bien en tu ventana.
Un par de veces al día,
los riegas en pequeñas cantidades.
Eliminas las hojas más cercanas al suelo
porque son propensas a lesiones pardas.
Yo sé por lo que estás pasando.
Lo que habita tu pecho
le da gravedad, equilibrio,
a esta tenue y aún inestable madrugada.
No tienes la misma edad
de tus tristezas.
Algunas se hunden y se extravían
en la oscuridad de la tierra
de tu pequeño cultivo de tomates.
A las demás
les da el sol.
ii
Parto el tomate en rodajas,
espero que se disipe la ansiedad
y dejo el cuchillo en la tabla para picar.
Has venido hasta acá para hablarme de la luz
reposada de ese vaso de agua en la sala de espera
del consultorio psiquiátrico.
Te empecinas en que escuche
el hundimiento de la vida
mientras los pacientes ojean
una revista de variedades
descifra
qué animal extinto
recuerda la sed
en sus pechos.
iii
A un lado de la mesa
cada vez más grande y peligrosa
dices que es tiempo de dar frutos.
Pero las tomateras
cuando no pueden hacerlo
florecen.
Tratan de dispersar
sus semillas
y con suerte
encontrar lugar
en otra ventana.
Apartamento persona sola
i
Como un paisaje
te mueves en el nuevo apartamento
persona sola.
El hijo único regresa
a tu eterna mudanza
para cuidarte.
En la ducha, el agua cae en tu nuca
como la calma en los mataderos.
La herida no se puede mojar. Por eso
cubre tu barriga con papel film
y piensa en el útero que te extirparon
como otro hogar irrecuperable.
Cada mañana, el ritual de cambiar
el papel film, envolver el estómago
como una larva y esperar, durante la tarde,
el origen de un nuevo animal, mientras
en la basura brilla, como una placenta,
la materia sagrada
de la vida.
ii
Hay algo
sentado en la mesa
junto a ella
— que hace de madre—.
Como los ríos
anuncian las piedras,
parece revelarse
ese algo:
en las flores artificiales
en las frutas de madera
color verde, morado y amarillo
— que hacen de aguacate, uva y banano—
Pero ella sigue
con sus manos en las rodillas
sin probar
ni una sola cuchara
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