LP5 Revista de Literatura y Arte

martes, 1 de octubre de 2024

SANTOS MORALES ARONÍ: Poesía Actual Peruana

 



Santos Morales Aroní. Ayacucho - Perú. Abogado por la U.N San Luis Gonzaga de Ica, con maestría en la U.N. Mayor de San Marcos. Ha publicado Flor de Lluvia (poesía) en 2015, Bajo la Lluvia (cuentos) en 2019 y Urankancha (poesía) en 2022. 

Ha sido ganador del concurso de “Poesía Universitaria Blanca Varela” y X Congreso Nacional Lingüístico Literario CONALL 2013.  

Forma parte de la “Antología Poética Iqueña” 2009, “Esencia de la Palabra” 2010, “Antología de la Nueva Poesía Iqueña ARAWIY” 2011, Antología de la Poesía Iqueña “Poetas en la Arena”, 2017, de la Antología sobre la Narrativa corta de Ayacucho “RIPUNTI PARA” 2021, de la Muestra de Narrativa Iqueña Contemporánea “ARANVILKA, 2023” y la muestra de poesía contemporánea escrita en Ica, “Todos somos el mismo cerro” 2024.  

Ha participado en diversos festivales de poesía. Sus poemas han sido publicados en México. Es miembro del Círculo de Poesía ARAWIY, fundada en el año 2010, y coeditor de la Editorial Ícata.  



Tunankancha

 A mi hermano Miguel


El abuelo ha cosechado las mejores piedras hechas con la saliva del sol y ha musitado; “wasiytaruwasaq”.

En su boca, amalgama de coca y toqra, irriga fortaleza. Se quita el sombrero, hace reverencia al tayta inti y besa la Pachamama, para que la casa perdure. 

Al atardecer, la casa está lista a la orilla del arroyo. 

El abuelo ha edificado el nido matriz en honor al sol. La lluvia le habla desde el techo con su gorjeo matutino. 

La abuela, por su parte, domestica al pukupuku para tener certeza de la hora. La abuela ha domesticado el tiempo.

Ambos se asoman al río y miran sus reflejos. 

Han decidido multiplicarse. Veo a mi padre ligero como chubasco, gatear y zambullirse en el pecho de la abuela buscando la vía láctea.

El abuelo ha sembrado ayrampu a un lado de la puerta. Será su cancerbero. 

El pájaro árbol ha crecido, sus pequeñas hojas se alimentan de destellos. A echado como fruto granos púrpuras; papá los derrite en su boca como pequeños soles sangrantes.

Tunankancha solariega, sudor casa, sangre casa, árbol casa, wasihause.

En tu puerta, los abuelos Santos y Virginia como dos Monarcas Inkas, esperan a sus wawas mientras en tu techo fulgura la garra solitaria del relámpago. 



Urankancha

A mi abuelo Santos Morales in memorian.

*

Hervían ccocha yuyus en tus ríos y a las piedras de tus arroyos le crecieron alas.


El ayrampu orillaba tus párpados y los venados dormitaban en el bramido del wayra.  


El rojo polvo de tu cuerpo fue sacudido por nómadas, cuyos pies gregarios arribaron a tus caderas, en busca de puka kachi.


El color ocre de tus mejillas, sedimentaron sus miradas. Los wamanchas y lagartijas lo nombraron “tribu de los pukas”.


Las primeras mujeres se alimentaron del lácteo de las estrellas. Podaron el relámpago y lo plantaron, regaban con leche de sus senos, hasta que brotaron hojas, le crecieron ramas y echaron flores y frutos. He ahí el germen de la agricultura. 


El clan de los pukas recolectores de granos de garúa y cazadores de destellos fueron colonizadas por los bravos Chankas. 


Los mozalbetes aprendieron afilar sus salivas y fueron reclutados al ejército. Las niñas se alimentaban del polen de las lluvias y capullos de sol, para cuando grandes engendraran guerreros capaces de tumbar al propio rayo. 


La etnia bravía cierto día después del arco iris, fue deslumbrada por el propio Pachacutec; las orlas doradas de su manto acariciaron el color bermejo de sus entrañas.


El Inka con su lengua de emperador, oteando la bella planicie la nombró; Urankancha y las brevas de su corazón fueron cosechadas por el jerarca.  



Monoral del Camino 

 A Vladimir Vila Vargas 

Cuando faltan piedras a las palabras, rayo a tu aliento; tu orfandad se desgrana en migajas y pones tus pies en mi pecho de reptil.

Vivo centurias por esta parte del orbe. Hechura de tus ancestros; forjaron mi cuerpo empedrado y polvoriento como a un garabato hecho por un niño zurdo.

He acariciado los pies de tus tatarabuelos y ellos han besado el polvo de mi cuerpo. Se sentaban en mis orillas a saciar sueños apetecibles o a merendar fiambres de tunas escarlatas. 

Los cascos de sus mulas retumbaban en mis costillas. Te he visto aún pequeño, con pantalón remendado y zapatos de jebe, limpiándote los mocos como quien quita un lunar que lo afea.

Jalabas la mula y al burro pardo, esos que tenían unos ojos que relucían en el charco de la madrugada.

Corrías apresurado detrás de tu padre. Hurgué tu miedo, tu agitación de viento; otras veces, te prendías a la falda de tu madre como queriéndote bordar en sus cicatrices.

Y ahora vienes de vez en vez, cuando le faltan granizos al poema.



Aroma solar.

A Alejandro Licas Morales.

Existe en la familia cierto magnetismo; esa gota de sangre que te llama como un aroma solar. 

Mientras endulzamos la garganta, mi primo Alejandro ríe a carcajadas y las hebras de su risa hacen florecer violetas.

Su rostro grafica las bofetadas del tiempo.

Sus barbas castañas me recuerdan al tío Patrocinio, lo veo; aderezando las presas para la Pachamanca y condimentando sus años, aún con hierba buena creciéndole en los falanges y abejas zumbando como sangre en la tibia. Mientras la tía Victoria la mira desde una esquina, con el aliento bramando en el olivar de su caja torácica, recordando el día que zurció su corazón al tallo nacarado; justo a la hora del canto del puku puku, justo a la hora de la miel, en la puerta de Tunankancha, cuando el abuelo aún guardaba rebaños siderales en la saliva.   

El tío Patrocinio se unió a la tierra para abonarla y germinar como habas bermejas, como capulí cuyos frutos rojos estallaran en los labios de su descendencia.

Con el cañazo colonizando la sangre, grita; ¡carajo, te parece al abuelo Santos! Muge, con esa energía de toro que se ha pasado la vida arando barloventos.  

En Alejandro se resumen los hijos de la granizada; árboles creciendo en el iris del sol, cactus irguiéndose en el meandro de las venas.  


 

A -  E l e n a

Antes del nacimiento de Elena, mi madre era un manantial lácteo. 

Cogía sus senos como racimos de uvas. 

Sus pezones, cual dátiles, vertían dulzura hierática. 

Cuando nació Elena me obligaron a convidar. Ella lactaba del lado derecho y yo del lado más pródigo y generoso. Sorbía parsimonioso como relámpago recién nacido.  

Cierto día mamá al ver a Elena esmirriada, resolvió agraviar a su seno izquierdo.

Lo untó con ají. 

Tenía cinco años cuando conocí la tragedia. 



Feliciano. 

huk

A 4500 msnm; los charcos son esquirlas lácteas adheridas a la piel de las punas, sedentarias heridas, palpitación celeste de alguna deidad remota. 

Las nubes escupen granizadas.

La sangre fluye densa y saluda el estallido asmático de una flor. 

La violencia dulce del viento vuelve anidar en los cabellos de la abuela, el aliento aletea lento, lentísimo como chirririnka en su afán de alcanzar altura.  

La abuela Virginia es una lince, pastora de fuego y auquénidos. Tiene quince abriles, sus mejillas escarlatas le dan aire de luna incendiada.

Los bisabuelos Nazario y Josefa se alborozan viéndola desde la rendija del alba, desde el pilar de sus proezas; juntar su vacarumi y nombrarlas; ésta Utarina, aquella Pawsinay, y estos otros sus becerros; Chukchunkino y waylurcha.

La abuela, hace florecer escarchas en las praderas.



Allpachaka

Vértebra de piedra, de siglos, de memorias enraizadas a las masas de la tierra como carne incrustada a los huesos.

Relámpago a dos orillas que claman comunión.

¿Acaso el viento azorado, que recorre las punas como atuq fullero? 

¿O el hombre forastero, apátrida, que recorre los andes como quien camina las líneas de sus manos, te ha edificado?

Mi bisabuelo, cierto día, arreando sus auquénidos, ya no le fue menester bajar a la ribera para vadear el río. 

Estabas ahí, tendido como un mamífero recién nacido, meciéndote con tu esqueleto de piedras y tu cuerpo embadurnado de cal.

Confieso, cuando niño tenía miedo de pisar tu cuerpo de lagarto.

Se dice - el río por debajo de ti albergaba una laguna donde vivía una sirena fosforescente.

En noches de eclipse, salía a peinarse con las espinas de tankar, y ha perfumarse con floripondios y retamas. También vivían las truchas polícromas que daban origen al arco iris.

Cuando se ocultaba el sol, quedaban sus barbas doradas flotando en el agua. La luna era concubina del sol desde hace ya siglos y fruto de ese idilio habían procreado a la sirena y las truchas polícromas.

Pero luego me hice amigo tuyo y ahora me siento a tus orillas a contemplar artrópodos en llamaradas.

Allpachaka, Relámpago amoroso, adherido a dos orillas que claman comunión.



Andina sempiterna

Fulguraban piedras en la saliva del tiempo. Cantaban las hojas del guindal augurando estelas ovíparas. De cuando en cuando el chubasco arreaba piara de nubes.

Y tú, andina sempiterna, dejabas morir en tu pecho palomar de suspiros; en otras edades donde el atuq; era pequeño insecto herbívoro, el rayo; cordón umbilical que zurcía el cielo con la tierra, los arroyos; niños pequeños que gateaban en busca de su padre río.

Por la mañana, cogías tus rebaños. Salías alegre al pastizal, salpicada de ternura. Llevabas de quqaw; machka, puspo y tu puchka para hilar caminos al regazo de tu madre.

Al medio día te sentabas furtiva a la sombra de algún ichu a merendar. Te quedabas dormida, soñabas con cernícalos iridiscentes aleteando en la hendidura de tu lengua. Despertabas resollosa, brincabas a contar tus rebaños. Por la tarde, retornabas junto con el sol, musitando a la distancia la humareda anunciaba tu llegada. 

Así transcurrían tus días, alegres como vísperas de herranzas.

Cargas en tu lliklla amalgama de garúas, de wayra, wayta.

Ahora te encuentro en el alba, con herbajes liándose a tus huesos, con semillas brotando en el surco solar de tus ojos. 





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