MAURIZIO MEDO. Ha dirigido proyectos como el espacio de creación Transtierros a lo largo de una década, y el proyecto de divulgación crítica País Imaginario: Escrituras y transtextos, un estudio en tres volúmenes. Ha publicado algunos libros de poesía como Manicomio (Primera edición, Santiago de Chile, La calabaza del diablo, 2005; segunda edición: Lima, Editorial Zignos, 2007; tercera edición, 3era ed., Monterrey, La regia cartonera, 2013; 4ta edición, Guadalajara, Mantis, 2012; cuarta edición, Madrid, Varasek. Colección Buccaneers, 2015); Cuando el destino dejó de ser víspera (poesía reunida 2005-2015) (Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2016); Y un tren lento apareció por la curva (Madrid, Ay del seis, 2016), Las interferencias (Madrid, Ay del seis, 2019) y Tren Europa (Madrid, Colección On the road, Varasek, 2024) Actualmente dirige El Laboratorio.
Buena parte de los textos que presentamos fueron escritos durante el proceso de edición de Tren Europa, su última entrega.
VII
Comenzamos a construir la casa de
acuerdo con los detalles que expliqué
a los albañiles, un día antes de
que llegaran, con tal
de concluir la tarea. Tardaron.
Y esa urgencia también
fue del pasado. El presente nos exige
estar alertas: un vecino reescribirá
un auténtico clásico evocando el aura
de un pasado cicládico, después de haber
cancelado la hipoteca contraída con los
muertos antes de que pensáramos en esa
frondosa arboleda, ni siquiera como un telón
de fondo para el spin-off de un futuro paisaje.
Nadie querrá reeditar ese clásico después de
revisar el tono de cada uno de esos párrafos
plagados de églogas, con un aire pastoril que
tendría que traducirse con medias palabras.
Es la historia de nuestro tiempo.
No puede ser conjugada, salvo
con esas medias palabras.
LI
Pour Ana María et Yves Niolet
1. Regresaba de ese enclave medieval, escondido bajo el friso labrado de un cuento de hadas en medio del bosque. Los niños descubrieron que los pinares no aparecieron en la saga. En su ficción, el bosque, salvo por la pregunta a la que le da vueltas hasta que el pasado acontezca de nuevo, le enseñó al héroe a no esperar una respuesta.
Entonces encontró el Grial.
2. El héroe, de acuerdo con el manuscrito original de Chrétien de Troyes, pudo convertirse en leyenda después de interpretar que el sentido real de su misión consistía en mirar hacia atrás adivinando qué sorpresas regresarían del final del relato para suceder otra vez en el presente sin concitar sospechas por resultar predecibles, al menos durante cierto lapso de tiempo.
3. De Troyes era un judío converso. Este detalle quizá explique por qué en su obra el héroe se revela en medio de las tormentas o bajo el calor del desierto, a través de vivencias que conciernen solamente al peregrino. Era un cualsea. Para Guilhem de Peiteus fue difícil comprender esto como un hecho político hasta el momento de sentarse y escribir farai un vers de dreyt nien. 4. Hoy es imposible regresar al origen de tal frase y encontrar otra que pueda provocar la risa estrepitosa de la mesnada, guareciéndola de la vasta oscuridad occitana. No en que reverberaría siglos después. Necesitas oírla. Parece que recién se hubiera dicho ayer, pero en el registro enciclopédico se consigna que transcurrieron varios siglos.
¿En qué otro bosque habrá caído esta lluvia?
5. Lo sé bien. El héroe no habla con el bosque. Desaparece. Se vuelve parte de él sin una salida de emergencia como en ese cuento sufí.
6. El editor observó que repetí 9 veces héroe. Si soy reiterativo no es por euforia, no logro traicionar mis viejos ideales. Intento convencerme: es por escéptico. No presté servicio en Poitou ni en Lemosín, y aunque nunca hubo normando ni francés en mi casa, he de seguir escribiéndola cada vez que evoque el aura de esa antigua algaba en el Gers, la de ese y no la de cualquier otro enclave, sin que ello me obligue a buscar consuelo en el consejo auroral de un falso chamán después de oír las últimas noticias en el podcast de Greta Thunberg.
8. No, no estamos destruyendo la naturaleza. Procreamos una nueva. A imagen nuestra. Por ello ya no habrá lugar para nosotros. 9. Nuestro futuro es como el de Homero. Si es verdad que fue ciego, habrá que reconocerle que recordaba muy bien lo que alguna vez pudo haber visto. 10. Los científicos calcularon que la probabilidad de que exista una memoria de esta clase es de una entre un millón. Los Magos sabían bien que las probabilidades de una entre un millón se cumplen nueve de cada diez veces. Afuera, el mundo sigue sucediendo en instantes sucesivos que nos llaman a vivir de forma permanente en un futuro en el que no existirán recuerdos.
11. El héroe va por otra senda, inmortal, pero sin eternidad. Pensaba en el de Marianne Moore, obligado a caminar como un joven pilgrim que va en búsqueda de una nueva tierra y contra todo pronóstico consigue encontrar su pergamino; en el de Dostoievski, escondiéndose como si necesitara tomar aliento lejos del mundo y recordar todo cuanto ya se había abolido; en el de Broch quien sabía que la primavera más hermosa transcurrió en el último otoño; el héroe de Spicer no consiguió librarse de la inmortalidad que su soberbia le había construido; el de Ashbery fue Fantomas; el de Viel Temperley, Cristo. 12. Ninguno de ellos luchó con monstruos, depuso tiranos, robó extraños tesoros o rescató una doncella. Tampoco evadió la vergüenza al verse sujeto como tema en la gestación de la épica. 13. Cada uno vislumbró cómo los sueños y las realidades se entrelazaron en un abrazo etéreo que reveló la fragilidad de nuestras percepciones en un fluctuante caos primitivo y, dondequiera que fuera, supo llevar consigo el desierto y su sagrada zona de frontera, la misma que aparecía desprovista de malicia como en los filmes de Sergio Leone en las cuales el héroe, a quien creímos archivado en una vitela del Códice Voynichés, se confiesa, tambaleante, estando a punto de morir, con la ilusión que sus frases perduren para siempre. 14. Amén de ello, la Thunberg no sonríe con la misma frescura de la chica del clima.
Le vendría bien leer a Mary Oliver. Es muy graciosa.
—Alguna vez fue de Roccanera.
El bosque continúa haciéndome preguntas: es lo importante.
No el héroe.
(….)
¿Recuerdas el título de esa canción? El silencio del héroe nos obligó a fabricar la realidad sobre la marcha sin ningún preconcepto que pudiera negarla o confirmarla como un ensayo que se exalta transitando a lo largo de una ruta mítica, la cual era cierta en el sentido en que la luz la mostraba posible. Improvisamos entre sus curvas y sus peraltes inciertos y otras cosas más que aparecían en secuencias simultáneas. Y aunque cada gesto no revelara ni advirtiera nada, significaba. Vislumbramos cosas que jamás terminaron de expresarse. No es que no existieran. Estaban fuera. A través de ellas pudimos sentirnos parte. La ansiedad es vigilante, establecía el límite que separa los acontecimientos de la experiencia, aunque, en algún momento, nos creímos ciegos debido a nuestra incapacidad de comprender lo que transcurría alrededor de nosotros. Fue sólo un súbito eclipse, efímero con respecto a todo lo que se nos revela en el crepúsculo.
Supimos que uno de los colores que los ciegos extrañan es el negro; otro, el rojo. Aunque hoy los momentos no tengan tanto color, yo soy celeste —te lo advertí en nuestra primera riña — pero finjamos que hoy preferiría rehuir a dicha cuestión. El celeste no es sólo por fe, también por historia. Rojo y negro son los colores del equipo de un pueblo en el que nadie es capaz de conjugar el verbo sillar. Es óntico. Entraña sólo a las piedras y no por la naturaleza metafísica con la que lo imaginamos. Su valor cayó en la bolsa. Es un descrédito. Tanto que empezamos a dudar si el pasado incumplió con la cláusula estipulada en el contrato sobre las distintas variables ocultas en una conjugación verbal. Apenas podemos registrarlas como en ese poema de Marwan Makhoul en el que el abuelo afirma: Palestina es un verbo irregular en pasado. Y el padre lo corrige acotando que no, que es en tiempo presente.
Como fuera, desde hace siglos sus pobladores están de paso buscando el modo más conveniente de regresar en los próximos mediodías. Aunque no por mucho tiempo.
Los días festivos llegan los lunes y pasan desapercibidos con el mismo color de los sábados bisiestos. Fue en una de esas fechas cuando confundimos el sol con un flagrante oso de fuego ardiendo sobre los ritos sofocantes de la vida provinciana y entonces decidimos volver al asombro en un presente intensivo, repleto de pasado y preñado de porvenir, pero en las márgenes de una historia sumida en la endogamia la cual parecía encontrar el equilibrio en la rapidez con la que arrastraba el pueblo hacia la nada.
No deberías permitir que los poemas te mientan. Tampoco Björk.
Hoy, de acuerdo con el Mapa de la Historia del Mundo, es imposible pensar en ti sin mí arrancando armónicos en el aire del concierto nocturno, y como tampoco consigo pensar en mí sin que medie el tenue resplandor de tu sonrisa, decidimos dejar el pueblo.
En La Cantuta todo pareció adquirir sentido, aun cuando el viento nos persiguiera con su llanto zigzagueando entre las ramas de los molles tal si intentara gritar una pena. Nunca fui capaz de traducírtelo. Los yaravíes son expresiones de lo que alguna vez pudo significar esa pena. Amén de la dubitativa referencia a los albañiles que nunca llegaron en la espuria ficción del poema VII, no existe un relato. El único arquitecto es el tiempo. Y de pronto el recuerdo que surge cuando encendemos la lumbre de la chimenea, quizá porque te amo aun cuando el futuro haya transcurrido hace mucho tiempo. Nuestra prerrogativa es no olvidar el presente señalando las distancias mientras dejamos salir los sentimientos que escondimos en el fondo de una baulera caleidoscópica en la cual las leyes del tiempo y el espacio no podrán verse alteradas. Como el héroe, elegí mirar hacia atrás con tal de ver qué sorpresas volverían, lejos de las tertulias en la Quinta Tirado. El héroe no existe. Como el Tren es otro país. Está lejos, No tiene una historia, salvo la que se está escribiendo.
LIII
Dicen que, en la ciudad, salvo por el
débil furor del orgullo cívico, la espiral
inflacionaria, y unas pocas palabras
después del Big Bang, el universo nunca
fue muy complicado. No ocurrió nada
interesante en 13 000 millones de años.
Lo que existe es posible sobre la base
de una serie de ausencias que evocan
lo que no ha sucedido con tal
de legitimar la esperanza.
—Habría que reconstruir los lugares
turísticos y volverlos sostenibles
—me interrumpen. La vecina
salió en camisa de dormir a tender
en el cordel los calzoncillos del marido
después de llevarlos delicadamente
como quien porta consigo una reliquia
del año 12, la misma ya no corresponde
con lo que él hoy pudo haber prometido.
Por ello me mira con hostilidad. Le devuelvo
el gesto, igual de punitivo, pero pensando
en qué capullos florearan de acuerdo con
el umbral de riego. Hay una gardenia crecida
al improviso. Creímos que brotaría un molle,
aunque nos cueste admitirlo, nos faltó el cauce
de un río y faenar bien los rebaños en el terreno
que sobrevuelan los drones. Debían ser pájaros.
Un dron produce 75 decibeles de sonido
y accede a nuestras vidas secretas. Mientras
la hierba crece cuesta arriba. En la otra acera
un antiguo deportista camina después
de jubilarse pensando que, salvo la señal
de extremaunción, ya no le ocurrirá nada.
Tal vez por eso olvidó sus extraños zapatos
de baile sobre una nota al pie de otra versión
de la leyenda, en la que se rumora que
él y la vecina tuvieron un romance, sin
saber bien cómo atenuar la deshonra
después de tal apostasía.
El rumor no pudo confirmarse,
Las noticias son más fugaces que
nosotros, no sólo las concernientes
a la nueva nacionalidad de Snowden,
los vientos de equinoccio, el sub linaje
Q.1.1, las Kardashian o aquellas del
clan Baybasin, en otra telenovela.
La internet también funciona así, los datos
duran unos cuantos minutos antes de desa
parecer, aplastados por una vertiginosa marea
de nuevos estímulos en los cuales «todo es
posible» para la paulatina cancelación del futuro.
Tampoco se pudo corroborar la idea que corcovaba
menguante alrededor de la zánora, no era un río,
al momento de encender el cortacésped, el tiempo
suficiente para imaginar un pantoum, esa forma
de verso malayo que un día usurparon los franceses.
Aunque la idea amagara ya no la recuerdo.
Quizá fue sobrestimada, sin un lugar, como
el que ocupan los árboles y los edificios.
La mitología se acerca más a lo que estoy
pensando, podría confesarlo también ante
el visor de una Cámara Gesell, sin la menor
emoción, pero lejos del mindfulness,
el feng shui, las terapias de familia,
y también de una ciudad
que no recuerdo.
Entonces los perros comenzaron a ladrar.
Yo soy un hombre que riega, no como
Ámpelo, peor que otro cualquiera, en
tanto cumplo con las horas de dictado
en medio de otras tareas planeadas antes
de que el metabolismo del tiempo, debido
al modo en que ha venido aconteciendo,
me imponga otra velocidad
al enfrentar a su antítesis.
—Desde el anonimato medieval los textos
no constituían bienes, eran acciones. Debí
decirles, con tal de aclarar después que
aunque la escritura plantea delimitar
fronteras, después las trasgrede. Escritura
es un tipo de expresión que, como en ciertos
relatos de ciencia ficción, asume significados
diferentes. Es un destiempo que transcurre
en un presente que no es el de todos.
Entre los chuukeses robar está permitido.
Es una muestra de poder. El de un escrito
está en quedarse sin palabras, después de haberse
reapropiado de las que habíamos perdido,
siendo capaz de registrar esa pérdida como
otra noción de la realidad o un nuevo flujo
de conciencia, y no como el centro de atracción
en un nicho rentable, sólo por la corazonada
de que alguien precisa encontrar esa oferta.
Quizá durante un desayuno, una vez que
las noticias de la Tierra le hagan comprender
que no tendrá más otro planeta.
Ahora que el homo sapiens es un algoritmo
obsoleto, debería concentrar mi atención
en atender la gardenia, y no a quienes aparecen
en clase como objetos de su propia publicidad,
con la experiencia expropiada para el disfrute
de las redes sociales en un auditorio que no
consigue verse a sí mismo, por ello me resulta
imposible comentar lo que estoy escribiendo,
no sin el socorro de un doble, contratado para las
escenas de peligro, especialmente para aquellas
que devienen desde una voz interior y que nadie
se atreve a reconocer como un Yo.
—¿Qué le decimos al Dios de la muerte?
—Hoy no.
¿Importa quién habla?
—La gardenia es una planta arbustiva.
Sus flores crecen en el ápice de las ramas
bajo el aroma de la lluvia en un jardín que
no existirá hasta la próxima primavera.
La pedicurista se imagina como la maestra
de futuros astronautas en un lugar en el cual
dios puede estar disponible; el vecino con una
kufiya en la celebración del FanFest;
y ella en redimir el romance en una
habitación ninfoléptica.
Ninguno podrá ser escuchado.
Afuera el negocio tiene que ver
con el mundo onírico de un grupo
de turistas con camisas hawaianas;
equipos de póker seleccionados por
la I.A para el programa Artemis;
la subasta de una foto en miles
de tokens no fungibles.
El futuro distrae, jamás advierte.
Cuando Clyde Barrow insistió en cantar
Siboney en la prisión de Eastham.
Bonnie Parker pudo decir: un día de estos,
caerán codo con codo.
—Yo soy Nadie —gritó Ulises salvándose de ser devorado.
Las sirenas eran un rumor.
No son otra cosa que canto.
LV
Las cosas cambiaron a tal velocidad que el futuro parecía estar transcurriendo. Por ello, antes de que consiga marcharse del todo encontramos la manera de irle pidiendo cosas comprometiéndonos a devolvérselas con una lógica retrospectiva sin saber bien cómo concertar con el relato. Ignorábamos el desenlace de esa narración, no las canciones de su banda sonora. las cosas cambiaron podría ser el título de alguna como si se tratara de una experiencia inmersiva en la amplitud modulada hasta que la historia baje la velocidad. Iré por tabaco donde Cristo perdió el mechero, y también por unas toneladas de argamasa para pegar los pedazos de un país que, hasta este momento, no ha conseguido serlo. Yo sólo hablo del Tren, después podré comentarte algo acerca de Clyde Barrow. Las cosas nunca cambiaron. En un tren todo es contemporáneo, y no porque lo interesante ocurra en la sombra, tal como exclamé alguna vez, aturdido en la boca del túnel. El movimiento no se confunde con el espacio recorrido. El espacio es lo pasado, el movimiento es presente. Lo que vemos a través de las ventanas es aquello que transcurre el tiempo suficiente como para creer que, después de cruzar la boca del último túnel, encontraremos la tierra prometida, esa que jamás conocimos. El perfume de Clyde contrastó con el olor a pólvora quemada, quizá para que el tiempo la recuerde. Bonnie escribía poemas.
LVI
No hablemos de ellos, los poemas acontecen una vez, después desvanecen. Nosotros pasamos a través de ellos en un espacio que el relato no quiso concedernos. No como experiencias, podrían cambiar de sentido. La poesía hace eso. Pone a las palabras en peligro, mientras el habla experimenta con la lógica heterónoma de su propio material, tanto que, cuando creemos avizorar un final, una mano invisible dibuja una curva que nos conduce otra vez al principio. Ese artificio cíclico indica que el trabajo recién ha comenzado. La posteridad es anacrónica. Habría que preguntarse ¿qué hacemos entretanto? Non siate dunque in ansia per il domani, perché il domani si preoccuperà di sé stesso, recitaba la nonna con tal entonación que volvía verosímil la ficción de los viejos evangelios como si cada uno de ellos revelase una verdad consigo, aun cuando mintieran.
LVII
No me tradujeron en el idioma del país en el que orina el diablo cada vez que dios amaina la velocidad del vértigo que gira en dirección contraria. En el noticiero de la noche él dejó de hablar de sí en plural mayestático. El entrevistador, en vivo y casi al borde del llanto, exclamó afligido: ¿por qué se sufre tanto? Tampoco pude creerle.
En la política el discurso guarece aquello que miente. Tal vez ello se deba a mi desdén. Antes que ver los noticieros preferí aprenderme bien el ruido de los distintos acentos auditivos de sus auspiciadores, negociar su retórica, arrastrarlos por otras fronteras simbólicas y construir con ellos una dramaturgia en la que todos esos ruidos sean el eco discontinuo de un relato reticular, y no el de una poética analógica.
En medio de la calígine, al fondo de la Sala de Máquinas, comprendí que, en la particular dimensión de las noticias, cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto quien lo siente. No pasa otra cosa. Las guerras de armas biológicas, la supremacía de la Internet, la obnubilación por la carne sintética, los corrimientos de tierras, los tsunamis, e incluso el auge de las criptomonedas ocurren en los momentos en los que la realidad se sitúa junto a la ventana y mira a otra parte hasta que dios diga basta, lejos de las primeras planas.