Wilson Alves-Bezerra (São Paulo). Es poeta, traductor, crítico literario y profesor de literatura en Brasil. Tiene libros de poesía publicados en Portugal, Chile, El Salvador y Colombia. Ha publicado también los ensayos Reverberaciones de la frontera en Horacio Quiroga (ensayo, Más Quiroga, 2021) y Nuevos Papeles Íntimos. Cartas inéditas de Horacio Quiroga (Más Quiroga, 2022). En Inglaterra publicó una biografía de Horacio Quiroga: A narrative biography of Horacio Quiroga, the Lone Anarchist (Cambridge Scholars, 2023). Ha traducido al portugués a autores hispanoamericanos como Horacio Quiroga, Luis Gusmán, Sergio Bizzio y Alfonsina Storni (con apoyo de la Beca Looren / Fundación Pro Helvetia). Su traducción de El Peletero, de Luis Gusmán, fue finalista del Premio Jabuti 2010, en la categoría Mejor traducción literaria español-portugués. Es doctor en Literatura Comparada por la Universidad del Estado de Río de Janeiro y docente del Programa de Posgrado en Estudios de Literatura de la Universidad Federal de São Carlos. Impartió conferencias, talleres sobre literatura, poesía, traducción y escritura creativa para estudiantes y adultos en diversas instituciones brasileñas, y también en EE.UU., Portugal, Aruba y Chile. Se dedica, además, a la escritura y al estudio de las literaturas escritas con mezclas lingüísticas, como el portuñol, el spanglish etc.
Paubrasilia Alucinata.
Historia natural de mi patria (Hanan Harawi Editores, 2024)
Wilson Alves-Bezerra (São Paulo)
Traducción: Jesús Montoya (Venezuela)
SOBRE EL LIBRO
Prólogo Vegetal a la edición peruana
Cuando los portugueses inventaron Brasil, hacia 1500, lo bautizaron con sucesivos nombres: Isla de Vera Cruz, Tierra Nueva, Tierra de los Papagayos, Tierra de Vera Cruz, Tierra de Santa Cruz, Tierra de Santa Cruz de Brasil, Tierra de Brasil. El definitivo y más popular hasta la fecha vino de un árbol muy frecuente en la costa atlántica y que servía para teñir telas de rojo: el Palo de Brasil. Su nombre científico era Caesalpinia echinata. Sus nombres en algunas de las lenguas locales eran: Ibirapiranga, Ibirapitanga, Ibirapitá, Orabutã, Arabutã. Se lo encontraba en la costa atlántica, hoy apenas existe, pues lo diezmaron los colonizadores. Desde el año 2016, el nombre científico se actualizó para Paubrasilia echinata – el palo de Brasil espinado.
En este mismo año, ocurrió el golpe blando parlamentario que depuso a la presidenta Dilma Rousseff. Asumió el poder el vicepresidente Michel Temer, quien gobernó en una alianza con los sectores más retrógrados del país – el ejército, los empresarios – con un programa totalmente diverso de aquél votado por la población brasileña. El país empobreció, la violencia, la miseria y la censura aumentaron y, como un efecto en cadena, las instituciones nacionales se fueron fragilizando cada vez más. A lo largo de tres años se crearon las condiciones para que la ultraderecha, por el voto popular, llegara al poder. El año era 2019 y empezaba el gobierno de Jair Bolsonaro. Al fin del periodo de la Nueva República (1988-2016) le corresponde el nuevo nombre del árbol nacional. ¿Se trata de coincidencia o de un ciclo más de nuestra historia natural?
Desde la llegada de los colonizadores portugueses, quizás movido por las olas, por el cambio de la luna, tenemos periodos de más muertes, abusos, violencia; esos períodos se alternan con otros, en los que se respira un poco y buscamos pensar que somos el paraíso que un día soñado por los europeos. No por otra razón, la portada de esa edición peruana de este libro es la reproducción de la primera historia natural brasileña, realizada por los holandeses Wilhelm Piso y Georg Let Marggraf, en el siglo diecisiete. Solemos vernos por el ojo del otro.
En portugués, ese libro se llama O pau do Brasil, nombre que, en portugués brasileño significa tanto el árbol como el órgano sexual masculino. Se pone en escena, sin mucha elegancia, lo peor del discurso patriarcal brasileño, inspirados por el destape de la olla brasileña de los últimos años. En otros países de continente se lo puede leer como una obra clásica de la Colonia, como un museo de un pasado olvidado, o incluso como una caótica sucesión de poemas políticos, escritos entre los años de 2016 y 2020, sobre una tierra imaginada. El contenido de esos extraños textos se proyecta, a la vez, hacia el pasado y el futuro del más extenso país de Latinoamérica. Está la historia del golpe a Dilma Rousseff, de la prisión de Lula, de los proyectos de Michel Temer para entregar (aún más) el país el capital extranjero, de la elección de Bolsonaro, del asesinato de la concejala Marielle Franco y muchos otros nombres que se pueden investigar en los diarios de la época. O tal vez, no. Porque son historias que se repiten con distintos tintes a lo largo y a lo ancho de nuestro continente. Para nosotros, brasileños, los nombres nos sirven para crear memoria. Tal vez para los extranjeros funcionen más como descripción de la Fauna y Flora.
2016, decía, fue el año en que se renombró el nombre científico del palo para exportación que nos nombra. Con el velo de la poesía, me pareció más exacto bautizar esta obra traducida con Paubrasilia Alucinata, pues no fue sin delirar que se han vivido esos años. ¿Qué es toda la historia de Brasil sino un largo recuento pesadillesco de los sucesivos períodos de excepción?
El autor
TEXTOS SELECCIONADOS
La poética de la soledad
Lo que no fue hecho, ni dicho aún, el juego aún no jugado, aquello aún por ser escrito, eso que se mueve bajo y sobre tu piel, el día en que desististe de tramar el juego que todos jugaban, eso que te hace más solitaria al día siguiente, porque todos los compinches se fueron cuando el dinero ya no era parte del pacto. El tipo de la maleta intentó una vez más otra jugada, porque de chantaje vive el mafioso. Y dijiste que no, sabiendo nuevamente que la boca te llevaba a la fuerza a ser diferente y menos numerosa; solo se vive entre pandillas en el madrigal de los gallinazos, te dijeron, y te encogiste solitaria en medio del lodo. Aunque parece que te levantaste más fuerte a la mañana siguiente, más erguida que el enemigo, como no te sentías hace tiempo, una vez más en la coalición de tantos. Cuando necesitas hablar entre chacales, tu voz se altera, se engrandece, se agudiza. Eso te lleva al límite de la lucha corporal: es necesario hablar con fuerza, tu cuerpo y tu falo son tu valentía, cincuenta años después. Parece nuevamente injusto no contar con las armas de la máquina, ni jugar el juego de lo simple, después de tantos años en la soledad del poder, ser una persona a solas, sin asedio de los que te lamían los zapatos a cambio de una putrefacta caricia. Tú gritas tus palabras de antes, y te preguntas después, a ti mismo: ¿cuánto tiempo dura en una calle vacía el eco de tu grito?
Réquiem a la Amazonia
Para cantar vuestras crisis, traje cisnes, traje indios, odaliscas y un jarro. Observé el conjunto abismado, un difunto carcajeo plácido, palacio adentro. Su boca era cloaca, no anteojos de sangre-partidos de Allende. Discursaba. Un ministro cae, otro ministro sale, un ministro apesta. En las calles nadie se mueve. Un gorrioncito entre labio y labia de acusado. Ni un pio. Cisnes indecisos en el espejo de agua picotean profundas plumas de titanio. El presidente indignado desfilaba en su podio: alas derretidas, entrañas devoradas, apenas exudaba. Duro ultrajaba huesos polvorientos. Hasta que. A pesar de. Se vio todo por la grieta escudera de la guardia, entre bala y bala. Plantas nordestinas al Parlamento se frotaban. Incontenible muchacha inundándose en llamas. Gritos, gases, golpazos. La muchacha inflamable. Millones de bocas bajo el hormigón de Brasília. Con tino, con desatino. Hay indios y negros soterrados bajo un sol inmenso.
Estafa de Excepción
Yo te amo y entonces parto. Yo te amo y entonces grito. Yo solo gozo en el exilio. Que, de rodillas en el maíz, pato desinfla, gallo afina, pinocho menea y gepettea gallina que no pica lombriz. Mi píldora galopa la lengua aturdida, no le cae rocío; a la flor de nuestras bocas le brotan purulentos huevos transnacionales. Mi bossa se embola, nada lírica se embrolla Alicia. Yo te amo y no permanezco, grito y no descanso. El soplo manso de mi cuerno, cabalgado por la circunstancia, ansia de un afligido. Yo paso, y juro que paso, hondo corriendo y lento. Yo te amo y no pico ni el queso y me coagulo. Su beso que no lamo hace tiempo. Allá viene de nuevo el machete purulento del sistema financiero. En un trueque las manos se abren, piensas, no chupo ni grillo y su olor no recuerdo. Que, con la ley de matanza, nos dan vara y el novillo cobarde no se mueve. Que, con la ley de la bragueta, quien tiene miedo tiene culo. Que, con la ley del I love you, el banco ofrece tarjetas y tasas amplias como anos de cobras. Que, con la ley de jubilación, es mejor morir a la orilla de un hueso que estar en la fila de negaciones. Que, con la ley de la ciencia, la tierra es plana y quien tiene nalgas que las defienda. Que el estado no. Hoy el estado no. Quien no tiene lo suyo, ¿qué hará?, ¿qué haremos?, ¿un poema más?, ¿un retroceso más?, ¿otro escalofrío?, ¿prefieres ser un obtuso vivo, que una Marielle muerta?, ¿tener un nazi a cuestas sin padre ni madre ni clan ni prensa que te defienda? La ley necesita de un pueblo como el periódico necesita de unas nalgas. Frente a la profunda y vana cólera, otro huevo purulento pasa y se la clava.
Galope
Pasa un gobierno entero galopando y el poeta pregunta al polvo: ¿qué ha de ser en el fin del fin? ¿Cuatro años más de gemidos? ¿Más marchas spray látigo cárcel y todo el ganado viendo un verano espectacular? Relájese y aproveche la experiencia, dice la muñeca rusa al arrancar el avión militar. Hágase la paja y manténgase con mesura frente al general, mientras abre las piernas en las arenas de Alcántara, en la Punta de la Playa, en Guantánamo. Ánimo. No todo lo que llega se va, pero todos pierden los sentidos: esto no es un poema, es el país del exilio. Balanza el sillón, el pastor en el picadero corea: volteretas y diezmos, no se pierdan el culto, que Jesús el prostituto vendrá a devorar el capital. El poeta avista la fila al pie del guayabo. Este es un juego de cintura dura, este es el juego de sus vidas. Si no se inscribieron todavía, en el amor de la herida de cristo, que sean ungidos, que sean poseídos por el ejército. Paguen sus recibos mientras la ministra come caviar. Amplia es la tierra y llana es la idea. No adiestren sus pensamientos. Paja y mesura al general.
¿Y para qué poetas?
El poeta se extiende en el libro y el libro se llama O Pau do Brasil. Elemento nocivo, repulsivo, de cañería, comunista, poeta escupitajo, de garganta roja, inmunda, de las honduras de la literatura. El poeta que se explaya en la llama de la escritura, en el sarcófago de las librerías acabadas; él no se salva de la oreja hedionda de otro poeta que lo valida, él, que no se apuesta por ningún premio o manifiesto: el poeta es un resto –flotando en la manteca del capitalismo. En la arruga sebosa del cinismo, un poeta trama con otro una batalla contra el fascismo, una antología, un encuentro, un recital, una bacanal de palabras que no saldrán en televisión. ¿Quién lo lee? Hay rastros de sus versos en el vertedero, aquellos que nadie leía: residuos. Principio de esperanza de la utopía barbuda, como la barriga rotunda del luciferino –¿cuándo vendrá? Y aquellos viejos poemas de Maiakovski, ¿qué decir? En torno a los poetas, marcharán a la tormenta. Hay una jauría de píldoras fuertes navegando en un mar de cabellos prematuramente blancos. Ismálias al borde de los edificios, una lengua hilada en cada mueca, una imagen en cada callejón, un soldado en el gueto, un amigo en la fosa, una memoria insepulta. Hay una pila de procesos judiciales empodrecidos, de la que todos los poetas sienten vértigo frente a la tempestad que avanza.
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