Roberto Echavarren es poeta, narrador, ensayista y traductor. De entre sus libros de poemas se destacan: Centralasia (Premio Ministerio de Cultura de Uruguay), El expreso entre el sueño y la vigilia (Premio Fundación Nancy Bacelo) y Ruido de fondo. Performance es un volumen mixto: antología de poemas, entrevistas, reseñas críticas al rededor de su obra. Ensayos: El espacio de la verdad: Felisberto Hernández, Arte andrógino (Premio Ministerio de Cultura de Uruguay) Fuera de género: criaturas de la invención erótica, Michel Foucault: filosofía política de la historia, margen de ficción: poéticas de la narrativa hispanoamericana. Sus novelas: Ave roc, El diablo en el pelo, Yo era una brasa. Las noches rusas es una crónica acerca de la vida política y cultural de Rusia durante el siglo XX. Su obra Natalia Petrovna fue premiada y publicada por el Centro de España en Uruguay. Es responsable de las muestras de poesía latinoamericana Medusario (1996) e Indios del Espíritu (2012). Dirige la editorial La Flauta Mágica, especializada en ediciones críticas bilingües de poesía en traducción y el rescate de obras poéticas imprescindibles escritas en español.
El MONTE NATIVO
Fragmentos
En el cine del universo
esa curiosidad vacante
no pide necesariamente
encarnarse del todo,
nos deja esperar
una dimensión más vasta,
un estrato trascendental
aunque inmanente,
que precede tanto lo virtual
como lo actual,
un irracional caos
en el fondo de todo.
Mucho ingresa de lo invisible,
un arrebato de fosfenos
genera un efecto paralelo
que emana un atractivo original,
un efecto ilusorio de parecido,
un reconocimiento sin par,
sacándonos del hábito
nos enchufa al movimiento,
porque quiere ver más de lo que anticipa,
aparición no subjetivada todavía,
construida sobre una disparidad
de puntos de vista coexistentes.
Una hojita lanceolada:
su tamaño hace pensar
en un juguete, una maqueta,
un vehículo de aprendizaje.
El autito descascarado avanza
por una pista de zinc.
Las cosas dañadas,
el modelo infantil de las cosas,
una versión de tamaño reducido
en colisiones innumerables.
Un campo de inmanencia
recorrido en bici, casi un baile,
un corte expresivo superior
de clave vibrante y metálico.
La hojita lanceolada
sobre la mesa,
bajo la luz de la lámpara
es casi dorada.
El infinito dentro del mundo
muere con nosotros,
un reservorio nos alberga
y nos disuelve,
el mar detrás del nombre
en sí y no en otra cosa.
Y cuando se hace silencio
en el oído queda el chisporroteo
rotundo del silencio.
Las aves vuelan,
algunas plumas caen,
sirven para los bailes.
La oruga “gato peludo”
entre las glicinas,
el viento a quemarropa
sobre la duna,
constante e inconstante
la mar constante.
Una zona clara,
una zona oscura
en el mismo paquete,
en la misma tela
encerrada en el cráneo
al fin de febrero,
las moscas creen que están en verano.
Al caer las fichas
se oye un campaneo regular,
la corriente desprende la choza,
vuelan las garzas.
Si ajustamos el lente
veremos los pormenores de la ribera,
un arco iris completo,
cada extremo donde se posa.
Muslos de pachoulí
el bailarín pasa en equilibrio
hojas de bambú en el pecho
en la boca peces de coral.
El caos sigue allí,
renace a cada anochecer.
Quien estuvo en el campo sabe
cómo todo no cesa de crecer.
Una flauta de madera
avanza la noche de verano,
ganancia creciente,
de madera trabajada a cuchillo.
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