martes, 7 de mayo de 2013

ANNEL MEJÍAS. Narrativa venezolana actual




Annel del Mar Mejías Guiza (Barinas, Venezuela, 1979). Licenciada en comunicación social, mención periodismo impresa, egresada de la Universidad del Zulia. Se ha desempeñado como corresponsal del diario Correo del Orinoco y Panorama. Entre los reconocimientos que ha recibido se destacan el Premio Nacional de Periodismo en 2003 con la serie "81 días en crisis, consecuencias del paro petrolero", y en 2005 con mención honorífica, por los trabajos "La lemna invadió el Lago de Maracaibo". Ganó el Premio de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores 2011, mención narrativa, con el libro de cuentos Mapas de Sangre.

de Mapas del Sangre 

Baño público

Estoy frente al espejo, rodeada de rayos de sol. No quiero sonreír porque los demás me miran. La felicidad es de extraños, no cabe en los labios púrpuras de las mujeres que vienen a retocarse el maquillaje en el mismo espejo donde yo me veo. Y le dan vueltas a los labiales, exprimen los polvos opacos, levantan las melenas brillantes y envidian de reojo el maquillaje de las demás. Sus ojos, los tridentes de sus ojos destilan belleza, una belleza efímera. Algunas vienen en grupo, sólo para demostrar quién es la más acróbata frente al espejo. Otras se regodean solitarias, casi tímidas, pero dejan el sinsabor de sus perfumes. Cuando estoy frente al espejo, los lunares de mis ojos no dibujan el triángulo de mi mentón, ni circundan como una presa la redondez de una espinilla en mi nariz; el café de mis ojos choca con el rastro de otras mujeres. Y levanto mis senos para mostrar el escote de media luna de mi blusa. Y me alboroto el cabello para enredarme en mis rizos oscuros. Y me sigo arrastrando dentro de la laguna que refleja una belleza efímera, mi belleza efímera. El calor de los rayos de sol evapora los charcos de agua dejados por las tuberías rotas, mientras acomodo mi tristeza en un rincón, ya derrotada por la memoria del espejo. Cierro apresurada la puerta gris del baño. Y me ahogo en el pozo de orín, en los mensajes de no sé quién escritos en la pared diciéndome maldita: "Ha llegado la hora de acostarme con él, pero sé que el día que lo haga nunca más volveré a verlo. Necesito tu ayuda". Debajo del número de teléfono alguien responde: "¡Estúpida!". No hay agua en los lavamanos, pero sí mucho sol evaporando la miseria, la miseria de un espejo que muere lentamente en el olor a baño público, en el mediocre narcisismo de las miradas. Y saco las cremas pastosas de la cartera para pintar en el lienzo pálido de mi rostro otros ojos, otra boca, otras cejas, la misma respiración suave cayendo en el vidrio de esa urna, donde se enciende la imagen del hombre, donde se escala la manzana de Adán, donde se pudren las ganas de mecer mis caderas en ti.





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