SOBRE LA CRÓNICA “CABEZAS CORTADAS”
DE DENZIL ROMERO
Por Gladys Mendía
Denzil
Romero (1938-1999) fue un gran escritor venezolano en la senda de la narrativa
histórica con elementos ficcionales; lo que Serge Doubrovski llamó en los
setentas: Autoficción. Ha sido incluido dentro de la llamada narrativa
neobarroca, que según Omar Calabrese (La
era neobarroca, Madrid, 1989, p.44-196), posee ciertas características (que
se observan en nuestro autor a lo largo de su obra), como: “ritmo y repetición, límite y exceso, detalle y fragmento,
inestabilidad y metamorfosis, desorden y caos, nudo y laberinto, complejidad y
disipación…y distorción y perversión”.
Tierno vocero de su pueblo Aragua de Barcelona, en muchas de sus
crónicas remite a pasajes y personajes de su infancia. En general, su obra se
caracteriza por no aferrarse a la linealidad temporal, dando como
resultado una atractiva alteración del tiempo y una fantástica subversión de lo
considerado real.
He
elegido del libro El Invencionero
(Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2004), una crónica titulada “CABEZAS CORTADAS”, escrita en 1979. Son seis
párrafos breves y ágiles, donde predomina la figura literaria de la imagen. El
narrador describe varias historias de personajes que aunque han sido
degollados, las cabezas siguen funcionando separadas de sus cuerpos. El primero
es un soldado-poeta llamado Gublio, quien después de quedar decapitado en una
batalla, con su cabeza en la mano, se levanta ante el ejército (romano) contrario
y les recita en verso predicciones sobre su futura caída a manos de un pueblo
de Asia; cosa que no se cumple, ya que fueron los pueblos del norte los que hicieron
caer el imperio romano. El narrador especifica que Collín de Plancy en su Diccionario
Infernal (París, 1839), aclara que debido a lo erróneo de la
predicción, alguien se equivoca, el finado o los que refieren esta historia (M. Salgués y Pelgón). Luego
es Aristóteles el citado, quien fue testigo de algo parecido, un
sacerdote de Júpiter luego de ser decapitado, señala al asesino, quien fue
preso, juzgado y condenado. Continúa con un cuento escrito por Norman Mailer,
titulado “Eso” y que narra la
historia de un soldado que en batalla pierde su cabeza y sigue su cuerpo
caminando hasta verse separado y reconociendo su muerte cae al piso. Ya casi
finalizando la crónica, nos dice el narrador que su propia madre le cuenta una
historia similar y especificando que su madre no tiene conocimientos
referentes a esta tenebrosa curiosidad, le dice que ella había sido testigo
de un incidente años atrás en La Margarita del Llano, resulta que un campesino
por cuestiones de celos mata a su mujer, le quita la cabeza; lo curioso, es que
la cabeza de la mujer sigue renegando de la acusación, a todas estas, el marido
se va, se interna en el monte y nadie sabe de su paradero. Ninguna persona se
hace cargo de la cabeza parlanchina por lo que continúa con los ojos abiertos y
protestando, en cambio, su cuerpo tiene un cruel fin al ser comido por los
zamuros. El final de esta crónica se resuelve genialmente y es por la inclusión
del verbo materno, afirmando que así se
lo cuenta ella, al igual que el diccionario, el filósofo griego y el escritor.
Todos en una misma línea de credibilidad.
Si
revisamos el año en que fue escrita esta crónica, 1979, vemos que la escritora
venezolana Elisa Lerner publica su libro de crónicas Yo amo a Columbo o la pasión dispersa, por lo que podemos
reflexionar que en esa época Denzil Romero no estaba solo en su propuesta de
unir la ficción literaria con la autobiografía. También podemos nombrar a
Alfredo Armas Alfonso, quien al igual que Lerner, publica en el ´79 su libro Angelaciones, conteniendo
crónicas nostálgicas, en las que el personaje materno está muy presente.
Es
constante en estos escritores venezolanos, la necesidad de hacer trascender su
memoria personal unida a la de sus pueblos natales a través de la escritura.
He
leído del mismo autor un cuento de su libro Lugar
de crónica (1985), titulado “EL
ASTROLABIO”, donde se repite la misma fórmula autoficcional de “CABEZAS CORTADAS”; inicia el cuento con
la referencia de su pueblo natal, Aragua de Barcelona y el objeto maravilloso que
su abuelo encontró en esas tierras.
El
subgénero de la crónica tiene unas características especiales, hay un orden
cronológico (en el caso de Romero, es intervenido en algunos casos), puede
emplear diversas formas de expresión como la autobiografía, la biografía, la
carta, el diario, el ensayo, la reseña o la entrevista.
La
crónica literaria se destaca por su brevedad y por esto mismo, en pocas líneas,
debe causar un efecto atractivo para el lector. Para cautivar, usa el humor
negro, la ironía, la oralidad o el lirismo. El cronista es un
investigador de lo cotidiano, usa su memoria sobre eventos reales y en ese
ejercicio de llenar espacios intermedios, nace la ficción, esa subjetividad
desde donde el narrador nos habla. Es por estas herramientas que tienen que ver
con la memoria, la imaginación, la ensoñación, que se produce una exageración
de la realidad, que justamente es lo encantador de una crónica.
En
la crónica de Romero, se nos relata una serie de historias con un eje central
común, las cabezas que separadas del cuerpo, continúan con vida. Hay un hilo
conductor que da solidez al relato, así como veracidad (aun siendo
naturalmente, un hecho imposible), ya que cita las fuentes fidedignas de donde
las ha recogido; pero casi al finalizar, está ese toque tierno, dulce, que
evoca al nombrar a su madre, quien le cuenta su propia crónica, la del marido
celoso que decapita a su mujer infiel. Este detalle en la línea final es absoluto, pone a la madre a la par del diccionario, el escritor y el
personaje histórico de los cuales ha sacado la información de las otras
historias. El verbo materno tiene la misma credibilidad y peso
que la historia y la literatura, parece obvio, pero en muchos casos de la
narrativa no lo es.
Romero
narra:
Así me lo contó mi madre, hace
mucho tiempo; como Norman Mailer, y Aristóteles, y M. Salgués, y Collin de
Plancy.
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