Alberto Arvelo Ramos, Y todavía el viento. Obra poética (Edición y prólogo Rowena Hill), Mérida, Ediciones Actual / Ediciones El
otro el mismo, 2010, pp. 138. ISBN: 978-980-11-6523-6[1].
Y todavía el viento es un
legado de Alberto Arvelo Ramos (Caracas 1936 - Mérida 2010), poeta, narrador,
ensayista, músico, profesor de filosofía, pensador y activista político. El
mismo autor produjo: Poemas de
enero
(1975); Juan Félix Sánchez (1981); Laguna (1983); El violín de los Andes (1991); En defensa de los insurrectos (1991); El cuatro (1993); El dilema del chavismo (1998); La bandola venezolana (2001), Honestidad (2005), Poemas del atardecer (2010), El
matrimonio del cielo y el infierno de Willian Blake (2010), obras de
diversos géneros que guardan la memoria de este importante intelectual
venezolano.
Esta edición de Rowena Hill recoge dos poemarios
del autor: Poemas de enero y Laguna, además de Poemas del
atardecer, donde están plasmados poemas concebidos a principio de este
siglo, cuando el poeta, como dice el prólogo de Rowena Hill: “se había retirado
de la vida activa”. Además de los tres poemarios, el libro nos ofrece un
interesante prólogo de Rowena Hill, y en el final una semblanza del autor por
Jorge Chacín.
A lo largo del libro puede advertirse la
evolución de la búsqueda del poeta en la expresión por la palabra. Poemas de enero y Laguna son el reflejo de una búsqueda irreverente que pretende que
la poesía no se agote en la palabra y que “sea excavaciones en el silencio, que
saque pedazos del sentido vivo, el que solo se desnuda ante el paisaje total de
lo no dicho” (p. 43). Así como también puede observarse cómo retumba la fuerza
expresiva de la poeticidad que invita y reta a “desbordarnos hacia la lengua
viva. Esa que está más abajo del español” (p. 45), para buscar dentro de ese yo
poético de cada quien:
Cada quien encontrará a
solas
El infierno que cae
En cada hoja que cae
(p.65).
Su poesía es búsqueda de expresión de algo distinto, de la
verdadera identidad de los hablantes de nuestra lengua: “La poesía de aquí
tiene que ser eso, balbucir la vida distinta, la nueva vida, que es justamente
la vieja que nos han venido quitando” (p. 44). Y en esa misma medida sus
reflexiones sobre el lenguaje lo confrontan con su intención desesperada de
decir lo que las palabras del español no le dejan decir: “Tú, español, me
dueles, pobre lengua. ¡Es tanto lo que tienes que aprender a decir! (p. 45)
En otras ocasiones la búsqueda del sentido sinsentido se
apoya en las formas sintácticas y la cadencia para expresar eso que dice y no
dice:
Me derrumbo tranquilo
como hojas
Me casi si debajo de ti
tan solo hubiera
murmullos sin de dónde
Me casi si debajo de ti
tan solo
las piedras sin pupilas
(p. 17).
Otras veces el misticismo, como en la apertura de Laguna, donde narra su encantamiento por
una laguna en los páramos donde habitaron Juan Félix Sánchez y el arriero
Cecilio (p. 51), nos envuelven en una atmósfera de misterios naturales ajenos
al hombre, pero experimentados por el poeta.
Poemas del atardecer, por su lado, es el reflejo de otra etapa del
poeta, repleta de madurez de la reflexión:
En momento extremo de
mi reino,
voy a confesar que
algunos de mis asesinos
me han asesinado
demasiado adentro (p. 102).
en otras ocasiones el poeta nos deleita con la palabra
precisa, la cadencia musical más perfecta del octosílabo español en cuartetos:
De mi vida mitad fue
tinieblas en luz del día
la mitad que te esperaba
cuando no te conocía (p. 104).
Sin embargo, muchos
elementos reúnen como una sola esta producción poética, a lo largo de toda ella
están presentes elementos comunes que le dan cohesión y coherencia al discurso
poético. Tópicos como la muerte y el amor, como los elementos naturales: rocas,
hojas, viento, árboles, y tópicos de los elementos como el fuego, la tierra, el
aire, y, por sobre todo, el agua están latentes en todo el libro. El agua es
aquello que el poeta torna más recurrente. Hay algo del reflejo del yo
inmutable en el agua estancada en las lagunas, pero también del yo a veces
cambiante, a veces circular, en el agua del río. Pero hay más, el agua también
es el beber, el diluvio, la gota, el rocío, la lluvia, el manantial, el
desierto y la sed.
Tendrá el lector en sus
manos un libro de poesía compleja que invita a pensarse y repensarse por la
palabra y más allá de la palabra, en la acción.
Víctor
Daniel Albornoz
Universidad
de los Andes, Mérida
[1] Esta reseña es producto del proyecto de catalogación crítica de la
producción de Ediciones Actual, años 2008-2012, auspiciado por la Dirección
General de Cultura y Extensión de la Universidad de Los Andes.
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