lunes, 9 de septiembre de 2013

MILAGROS SEFAIR. Narrativa Actual Argentina



Tomado del libro BORDEANDO ABISMOS (2009, Lima/Perú, Red Artística Sudamericana)


GARANTÍA SIN CÓDIGO
Milagros Sefair

Buenos Aires, 2010

Día de sol y primavera. Ganas de limpiar en fin de semana, ninguna; pero aun así decide abrir el cuartito del fondo. Cruje metálica puerta, óxido escurre polvillo irrespirable. Debe acostumbrarse a la penumbra. Focaliza parte del ambiente. Entrelaza las manos, espera. ¿Por dónde empiezo?, arranca por el gamulán que fue de su hermana. Andrajo seco que al caer desprende de su bolsillo un viejo pasaporte.

–¡Mirá! dirigiéndose al amigo, el cual permanece apartado pues “tiene alergia al polvo”. Se lo saqué a Teresa para que no viaje a Europa. Lo escondí aquí, pero la muy hija de puta se fue igual. No sé cómo hizo, pero se fue...



 1970

La madre no está  muy convencida, pero aceptará lo que él firme.

Total, no estará sola. Se irá con una familia de brasileños. A él lo traslada  la  empresa a París. Y Teresita que es tan buena pintando. Le va a ir bien en París. Desde el divorcio, los hijos le pesan. ¡Claro!  Él está contento porque está con “la otra”, le quedan energías para aguantarlos. Pero yo... sumida en este dolor que me ahoga. ¿Qué puedo hacer con dos adolescentes rebeldes? Sólo quiero dormir y que al despertar esta pesadilla de soledad haya sido un sueño...


Dormir, soñar, vivir, morir, partir...

¡Alerta! Está quedándose sin barbitúricos; de no ir a la farmacia la noche podría convertirse en un infierno.

“19:30 Sé puntual”. ¡Claro! Él porque tiene auto, pero yo tengo que andar en colectivo. Estará bien la nena  en otro país. Por suerte la mandamos a la Alianza Francesa. Nos dejó, pero limpia sus culpas con dinero. Seguro va a pagar el pasaje, Assistcard y dará algunos dólares extras. ¡Pero si apenas cumple los 18 en abril...! ¿Y si no se lleva bien con la familia? ¡Su padre la iría a buscar a la luna si fuera necesario! Estará bien. ¿Cierra la farmacia al mediodía?, ¡ah, no!, la de la avenida no cierra”.




Cartas amarillas del pasado

 París, 7 de mayo de 1970

Querida mamá:

 Él tiene buena onda. Ella no tanto. Los niños son insoportables, ambos. Especialmente el pequeño, no se queda quieto. El grande es tranquilo. Vivimos cerca de Montmartre. Todas las tardes camino al colegio en busca de “esos pendejos” y paso por calles repletas de cuadros. Luminoso lugar de blancas construcciones, techos negros, hombres grises, cielos azules. ¿Viste, mamá? ¡Ya aprendí a decir los colores! ¡Soy grande! ¡Ja, ja, ja!  En la feria hice amigos. ¡Un jamaiquino que es un loco divino! Después te cuento, ahora tengo que salir...

 Por siempre tu niña,

Tere.




 París, 6 de junio  de 1970

Querida mamá:

Ubiqué un taller de arte cerca de aquí y quiero asistir, pero esta gente no me deja. Ni siquiera cuando los pibitos están en el colegio. Mientras ella va al salón de belleza, tengo que estar aquí encerrada. ¡No aguanto más!...

Por siempre tu niña,

 Tere.



 Imágenes del televisor le son indiferentes. Destellos de luz artificial sobre su rostro iluminan, mas no alegran. Se siente atrapada. Si fuma uno, ¿quedará el olor?Pueden llegar, se armaría gran revuelo. Mira el paquetito que le diera esta tarde el holandés. Rápido ritual de armado. Busca fuego.
Definitivamente, no vendrán a esta hora. ¡Si quieren que me echen! Puedo irme  con el jamaiquino, aunque sea diez años más grande. Parece ser heroinómano, eso no le contaré a mamá. A mi hermano sí, pues es más compinche. Papá y mamá creen todo lo que les digo.



París, 20 de julio de 1970


Querido hermano:

Te pido no se lo cuentes a papá. No vivo con los brasileños. Pasó que al final el doctorcito buena onda me quiso coger y se armó un quilombo con la  frígida de la mujer. Ya me parecía que el tipo estaba caliente conmigo. Luego de una discusión me echó la bruja. Estoy viviendo en una pensión de mala muerte. Hay chinches y cucarachas. Pero las noches son mágicas. ¿Te conté del jamaiquino? ¿No? ¡Estoy enamorada!

Tere.

PD. Probé la heroína. ¡Es lo más!



El Chevrolet surca angostas calles sin rumbo. Carlos sólo necesita escapar de su mujer, quien siempre está atosigándolo contra su hermana. Toma las llaves, baja al garaje, conduce en silencio librado a sus pensamientos:
¡Escribí, hija de puta! ¿Dónde carajo se metió? Tres meses y ni una noticia..., que se hagan cargo papá o mamá..., a mí qué me importa. Ellos la parieron.

Esa misma tarde...Arroja el teléfono.

¡Esta hija de puta llamó a las tres de la mañana! Totalmente dada vuelta, hablando incongruencias y quedándose dormida en el tubo. Interesante cuando habla sobre la heroína. ¡Guau!, lástima que acá no llega. ¡Que traiga! Iré al consultorio de papá. ¡Debe escucharme! No puede seguir haciéndose el tonto. Tiene que hacerla volver, está enferma.

¡Que mi viejo la traiga!  ¡Que mi viejo la traiga!

– ¿Receta de qué querés, hijo? ¡Eso tiene morfina sintética! ¡Ah, decías que te dolía la espalda!, bueno, pero mirá, produce dependencia. Una semanita nomás podés tomar. Cada seis horas. No, mejor tomalas cada ocho. Llevate receta y prescripción. ¿Sabés algo de Teresita?
Nada.
– ¿Todo bien con los brasileños?
–Sordo, dije nada.
–Pero ¿no decís que te escribe...?
–¡No vive más con los brasileños! Ya te lo dije.
–¿No? ¿Desde cuándo?, no me lo dijiste.
–Sí, papá. Pero no querés escuchar. El tipo se la quiso coger y se fue a la calle. Está viviendo en una pensión llena de hippies y se inyecta heroína. Está muriendo y tenés que ir a buscarla. Te conté que me llamó por teléfono dada vuelta.
–¿A qué te referís, hijo?
–Que le mandés el pasaje para que vuelva y plata extra porque le encargué unas cositas. ¿Por qué te hacés el tonto?
Tomó la receta del escritorio y partió tras el ruido del portazo.


Extractos del Diario de Carlos

Finalmente, fui a ver al Doctor Loco. Se puso los anteojos, revisó el vademécum. Existe aquí en Argentina  la morfina sintética. Se deriva directo del opio y tiene un  proceso de cristalización anterior al de la heroína. Experimentamos. Hizo unas recetas y volamos a la farmacia. El doc siempre sabe qué hacer. Yo primero, por si pasa algo. Qué bueno tener un amigo médico. Él, Dr.Jekyll  y yo, Mr. Hyde, ambos ratitas de su propio laboratorio psicodélico.


Voz impersonal: anunciamos la llegada del vuelo procedente de  Bagdad...

¡Qué flaca! ¿Qué carajo le pasó? ¿Y ese color de pelo? Tiene ojeras. ¡Qué fea! ¡Qué linda! ¡Qué libre! Desenfrenada. No paró de hablar desde el aeropuerto. El movimiento hippie se demuestra andando. Y anduvo, tren, aventón, a pie, descalza, vestida, desnuda. Hay que andar. Trajo una plancha de LSD. ¡Qué linda! ¡Qué libre! Está embarazada. ¡Voy a ser tío! Me dijo sería el padrino. Habló del jamaiquino. Tiene un ojo pirata. ¡Qué loco debe ser ese tipo!  Me encantaría conocerlo.

¡Que lo traiga! ¡Que lo vaya a buscar! Hace días que está. No la soporto más. No para de hablar, de pelearme. Que se vaya de vuelta y traiga psicotrópicos.




Buenos Aires,  2010

Día de sol y primavera. Ganas de limpiar en fin de semana. Ninguna. El pasaporte aún en el piso, abierto, se divisa sellos de entrada y salida en el transcurso de los últimos años. Casi no había espacio. Se agotaría antes de su vencimiento. Titular: Teresa... apellidada... argentina... número de identificación...  No vivía ya en ninguna frontera, en ninguna parte. En abril hubiera cumplido 58. Qué mujer de vida intensa. Loca-linda-libre-enferma-presa-internada-muerta. Dicen de sobredosis. Linda, libre fue; y ahora  no es nada.
Carlos recoge sigilosamente el pasaporte del piso cual trofeo del pasado. Lo sacude frente al sol. Su amigo permanece alejado. Pues “tiene...
Creí había sido papá quien tramitó por contactos el nuevo pasaporte. Pero fue ese hijo de puta. Su avión partió el 83. El 90 repatriaron su cuerpo inerte.



Buenos Aires, septiembre 1982

–Hey, hey, no te olvides la nena.
–Pero voy acá nomás...
–¡No, chiquita! ¡A mí, no! Aunque vayas “acá nomás”, llevate a la nena.
–¡Qué, creés que soy boluda!¡Tía, las pelotas! Sé lo que le hiciste a tu papá. Me enteré, te fuiste a “comprar cigarrillos al kiosco”, apareciste tres días más tarde en Bolivia. Y  el  tonto de tu hermano me trajo a la “sobrinita”, quien  tuvo que ocuparse  fui yo. A mí no con esa otra vez. ¡No!
–¡Paranoica!
–Lo que quieras. Pero llevate a la nena.
Teresa tomó de la mano a la niña y la arrastró cual si fuese valija. Como sospechaba su  cuñada, tres días después el micro atravesaba la frontera con Bolivia. No fue sola, “La Flaca” y su niña la acompañaron. Ambas hijas serían escudo para  atravesar fronteras, con máscara de dulces y abnegadas madres. Talentosas actrices cuando el acorralamiento les daba cámara-acción para actuar. Mujeres bellas y seductoras. Habían adquirido doble nacionalidad: argentina y española. Lograban maquillar  los rasgos de su enfermedad cuando les convenía.  Solo habían jalado algo de cocaína para adquirir desenfreno. No hubo perros ni requisa. El gendarme las saludó con amabilidad. Los problemas estarían a la salida del vecino país. Pero cuando  la necesidad aprieta en inhóspitos lugares, todo lo arregla el dinero. Limpio o sucio. Jesús dijo en algún momento: pecado es el hambre. Quién se atreve a juzgar al campesino de tierras largamente devastadas por intereses ajenos. Así, este país hermano se ve inmerso en  la  guerra por el  pan de cada día. Por los siglos de los siglos, desde las épocas del  Gran Potosí.

...Manco Cápac, "el escogido" hijo del Dios Sol, había traído la coca a los hombres del Altiplano. Sus hojas servían como ofrendas a los dioses de la naturaleza. También se depositaba en la boca de los difuntos para que tuvieran una mejor acogida en el más allá...
...Durante siglos, la coca fue considerada como una planta milagrosa dotada de virtudes extraordinarias. Hasta que los occidentales extrajeron de la planta la cocaína. La panacea se transformó en un arma fatal...
...Un Consejo reunido en Lima prohibió su consumo terminantemente, puesto que era considerado como una costumbre pagana y un pecado. Pero los españoles cambiaron rápidamente de conducta, al constatar que los indígenas no se encontraban en condiciones para ejecutar los trabajos pesados que se les imponían en las minas, si estaban privados de coca...

Extractos. Dr. Carlos Terrazas Orellano
           
El éxtasis las invade. Cada viaje hasta allí  les produce admiración por aquellos hombres bajitos, simples, serenos, con un empeño sobreactuado en pronunciar las eses que tanta  ternura les inspiran.

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Sus largas piernas recorren el cuarto del hotelucho de punta a punta. Teresa no vuelve. La nena tiene fiebre y está con diarrea. Vomita, no come, llora, la desquicia.  Saca el paquete del bolsillo y se empolva la nariz con su pequeña cuchara de plata. Traga el líquido que amenaza con salir de sus fosas nasales. Va hacia el espejo, se mira, vuelve a recorrer de punta a punta la habitación. ¡Que te callés!, grita, pero esta no para. De pronto la nena parece desmayada. Ahora ella también llora. Reacciona, surge su instinto animal-madre-loba. Abre la puerta y baja corriendo las escaleras. ¡Un médico! ¡Un taxi! ¡Hospital! La niña está deshidratada. Diagnóstico: posible cólera por ingestión de agua contaminada.



Teresa siente el corazón aprisionado mientras se dirige al taxi que la espera. Zambullida en el asiento trasero. Si gira la cabeza verá a su niña llorar en la puerta de la humilde vivienda indígena. No lo hará. Lágrimas recorren su mejilla. Por un minuto siente vergüenza, al próximo: tensión, pues “está cargada”. Ideal sería ir directo a Santa Cruz, al aeropuerto, pero tiene que buscar a la “Flaca” y a su nena al hotel. ¿Y si les tienden una emboscada? No irá al hotel. Que  la Flaca se las arregle sola.



Voz impersonal: anunciamos la llegada… vuelo procedente de Santa Cruz de la Sierra.

–¡Y la nena! ¿Pero no te habías ido con ella? Y el osito, ¿para qué traés el osito? ¿Dónde está la nena?
–Me dejás de preguntar –dice a su hermano en un susurro–.Caminá rápido, salgamos de aquí.
Su hermano entiende y calla. Aceleran el paso en silencio. Recién se relajan cuando Carlos pisa el acelerador.
–Te vuelvo a preguntar: ¿Y la nena?
Teresa rompe a llorar.
–Me tenés que ayudar...
–¡Enferma! ¡Sos una hija de puta!


           
–¡Hey, ya va, ¿qué? ¿el dedo se te quedó pegado al timbre?
“El Flaco”, indiferente al comentario de su amigo, se introduce en la vivienda. Va directo al grano:
–Tu hermana  es de terror.  Me llamó “La Flaca” desde un hospital, la nena está internada. Teresa se fue al carajo. ¡Qué gran amiga! Me encanta. Y yo un boludo que las financio. Par de enfermas. Ya no puedo confiar ni en mi mujer ¡Cuando llegue la interno y llevo a la nena con mamá! Hay que ir a buscarla. Arreglá las cosas vos, hacete cargo de las boludeces  de Teresita, o quedás fuera.
–¿Por qué tengo que ir?
–Yo no puedo pasar por la frontera. Tuve problemas la última vez. ¿O no te acordás?  Por eso mandé a esas imbéciles.
–Pero... ¿qué? ¿Las financiaste? Si la mongólica de mi hermana dejó a su nena en garantía ¿Las mandaste sin guita?
–¿Qué decís?
Carlos sintió que había hablado de más y cambió de tema.
–¿Dónde tengo que ir a buscar a “La  Flaca”?
–No le entendí.  Dijo algo de Seguro Social. Debe ser un hospital. ¡No sé, buscala!
–OK.
“El Flaco” dejó un fajo de  dólares y se fue.

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...Carlos recoge sigilosamente el pasaporte del piso. Su pensamiento ha vuelto a 1982. Cuando había sido escondido en ese bolsillo, para caer hoy al piso, 28 años más tarde. Los recuerdos fluyen entre brumas.
–Dale, boludo, devolvémelo ¿Qué te pensás? ¿Qué no sé que me lo escondiste vos...?
–¿Para que  te vayas a Europa con la guita que tenés para recuperar a tu  hija...?
–Te juro que si viajo, la  triplico, no seas tarado...
–No vas a triplicar un carajo, te vas a colgar como siempre y los bolivianos se la  van a  quedar  por tiempo indefinido. Te conozco. Aparte, ese tipo no me gusta, ese tal... cómo se llama... Elmer… dicen que es de la DEA.
–¡Pero dejate de joder! ¡A mí me quieren! ¡Soy la reina del cártel en Argentina! ¡Pero andá! ¡Qué película me querés contar! ¡A mí no!
–Vos sos una boludita más y de paso te coge. A quien quieren es a El Bolita que va con ustedes y que vos, inocente, se lo entregaste en bandejita.
–Querés sacarme del negocio y hacer la tuya, como siempre. ¿Te dejo unos gramos para que muevas acá...? ¿Eso querés? Pero dame el pasaporte.
–Te juro que no es lo que pensás. El tipo no me cierra, hace años que estoy en esto, conozco a la gente y soy tu hermano mayor...
–Yo también hace años que estoy en esto.
–Y por eso dejás a tu hija en garantía a una familia de bolivianos. Dale. ¡Eso no se hace! ¡Enferma! Hay códigos...
Ella bajó la cabeza  avergonzada. Se levantó abruptamente y salió. Carlos no la volvería a ver en mucho tiempo.

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1983

 Cuando se establece la comunicación Holanda-Argentina, llamada por cobrar en destino, Carlos no se entera de inmediato, pues Teresa llama directo a su padre.
En ese mismo momento, el honorable y avergonzado médico habla con su hija, y se entera que su nieta ha sido dejada “en garantía de pago en Bolivia”. Carlos recibe una comunicación desde el vecino país de la familia de campesinos, cuyo jefe es El Bolita que viajó con su hermana. Le informan que ambos están presos y que su sobrina pasa  de ser huésped a rehén, pues Teresa  quedó debiendo mucho dinero. Quieren que pague la deuda y se gestione la liberación de su compadre. De lo contrario, “venderán” a la niña. En dos casas lejanas una de otra, padre e hijo quedan temblando al colgar el auricular.

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Valle de los Yungas, Bolivia, 1983

 La niña corre entre los piletones de ácido muriático y keresone, choca con hombres armados, les sonríe tiernamente. Le apunta al más serio con sus deditos y dispara: ¡pum, pum, te maté!, grita y corre nuevamente. Sus verdes ojos destellan. Los reflejos de árboles que rodean la finca, contrastan con la oscuridad del resto de los habitantes del lugar. Piel tan blanca aún no se ve afectada por el sol devastador. Qué niña tan hermosa, inquieta y dulce. El paramilitar le hace una seña a la vieja campesina. Ella, silenciosa toma la mano de la niña; se conducen  por empinado camino. La niña tironea el  brazo de la callada mujer. Quiere seguir jugando a la guerra  con “los soldaditos”, pero no la dejan...

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La sala de la clínica guarda un silencio espectral.  El padre de Teresa y Carlos ha sufrido un infarto. Rodean su lecho secretaria, hijo y médico personal, quien dice:
–Carlitos, recuerda cuáles fueron sus últimas palabras: recupera a mi nieta.
La máquina aturde aún con su música  fúnebre y lineal. Su silbido indica que el corazón del paciente ha dejado de latir. Hora y fecha de su deceso 2:07:24 del 24/12/ 1983.

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Teresa sabe que tiene posibilidades. Mira sin ver la televisión en su confortable celda del penal holandés, mientras fantasea con el sorteo de navidad. Cada año es beneficiado un preso que cometió “delitos menores” con libertad asistida y subvención estatal, mientras dure su pena. Narcotráfico no categoriza; pero si algo bueno hizo su “flamante” novio Elmer fue desaparecer con las 3 cuartas partes del cargamento sin ser arrestado. Debe reconocer que su hermano tenía razón con respecto a su “novio”. Fue decepcionante al principio; sin embargo ahora, percibe el beneficio que la pone ad portas de quedar libre.

La suerte de El Bolita fue otra. También en la misma cárcel, pero en un sector sin privilegios y escasas posibilidades de libertad a corto plazo. Por eso su hermano le había transmitido textualmente la última comunicación que tuvo con la gente de Bolivia. Que tu hermana se haga cargo de la droga secuestrada y devolvemos a tu sobrina. La libertad de la nena por la libertad de nuestro compadre... A lo cual su hermano contestó a gritos: Me devuelven a la nena  o van todos presos. Desde la gente de la aduana hasta el último campesino, y cortó la comunicación. Bien hecho, pensó Teresa y se desentendió enseguida de la situación. Su preocupación ahora es que el guardia está retrasado con su dosis de metadona.

Horas más tarde, luego de la cena navideña, su nombre resplandece en el alto parlante del comedor. Abucheos, alegría de compañeras inmediatas, envidia de otras. Sin duda, esta mujer tiene un Dios aparte y hoy estuvo de su lado en el sorteo.
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Algo raro está sucediendo. Discuten frente a la niña en un dialecto que no entiende. Lleno de ESSSES. Se aferra a la sucia ovejita de peluche, mas no le importa porque la quiere. Esa silenciosa mujer  está muy seria.  La viste y desviste como si fuera un muñeco, tironeando de sus bracitos. ¡Qué bruta! Es conducida a la camioneta, pronto empiezan a ondear caminos. Casitas dispersas, poca gente, soledad verde. Luego, más casitas, más gente, menos soledad verde. A medida que avanzan: suburbios, mugre, niños mendigando en las calles, bocinas, edificios. Santa Cruz de la Sierra, llegaron. Es en la próxima calle, a la izquierda, al doblar el impacto visual, una mansión. Hacen bajar a la niña. Sobre  las escalinatas espera una muy bella mujer que la abraza. Los hombres ingresan a la casa para hablar de negocios. Anteojos solares son parte de ellos, esconden sus rostros, su mirada oscura. Regresan al vehículo pero sin la niña.



Gritos en ambos lados del teléfono, superposición de voces en histérica discusión, amenazas, insultos, desesperación. Para la familia boliviana, Teresa es el símbolo de libertad de su compatriota. A Teresa, el pedido de los bolivianos la tiene sin cuidado, no renunciará a lo conseguido. A Carlos, sólo le queda cumplir con el   pedido de su padre y negociar la devolución de su sobrina. Sospecha, por la conversación, que los campesinos no tienen a la niña. Ahora hablan de dinero, mucho dinero, más de lo que Teresa debe. ¿Habrán vendido a la niña por mayor valor?, entonces para devolverla tendrán que volver a comprarla. Únicamente puede intentar pagar el valor de la droga a precio boliviano. Negocio a esta altura nada conveniente puesto que todo se ha complicado. Carlos intenta desesperadamente  hacerles entender que su hermana no es responsable de la prisión de su compatriota, ambos  se encuentran con causas penales. Si ella hubiera sido “la entregadora” no estaría en la  misma situación. Sí, le presentó a El Bolita a quien luego lo entregara, pero engañada también. ¿Entonces? Siguen los gritos en ambos lados del teléfono y seguirán por varias comunicaciones más, hasta que hastiados llegan a un acuerdo:
–Precio final tres mil dólares.
–OK. ¿Cómo, cuándo, dónde?
–Te avisaremos.

La comunicación vuelve a cortarse. ¡Tres mil dólares!, estalla. El teléfono cae al suelo. ¡Tres mil dólares, la puta madre! ¿De dónde saco tres mil dólares...? Acorralado, pasea por el estrecho living. Toma las llaves y algo de dinero del escondite.  En su mente resuena la palabra “bifidosa”.



–¿Me vas a ayudar o te vas a quedar ahí parada?
Ella se acercó y en silencio se puso a trabajar. Cada tres, uno de corte. Mezclaron, experimentaron en sus propios cuerpos, y siguieron así hasta altas horas.  Luego, un par de llamadas.
–¿Dónde dejé las llaves del auto? Ya me voy,  no me esperes despierta.

Luna llena. Lobos de calle agazapados en esquinas, a la espera de algo. Hombres sin techo. En los bares se refugian mil palabras que nada dicen. Miradas abúlicas de gente alcoholizada. Almas anónimas, noctámbulas, esconde la ciudad de mesitas cuadradas y ceniceros desechables.
En billares, recaudación 300 dólares. Vasos cortos, dos hielos, trago largo. Ahora vengo, un cigarrillo. Jazz, Hard Rock,500 más. Bajo rítmico, mujer pintada, exuberante. Shedon´t lie cocaine…” Hendrix Bar...Las Brujas... nada, ni un miserable conocido a quien venderle.Bar o Bar…Malas Artes... Bohemios pobretones, eternos mendigos. Finalmente, la Villa. Última posta, estaciona a 20 metros de la entrada al pasillo 3. Recaudación completa: tres mil doscientos en solo dos horas. Hubiera empezado por aquí...
Listo, a casa. Una farmacia primero.Rohipnol para bajar y dormir. Aquella está de turno. Clava los frenos.
 Al final del empedrado va despuntando el alba.

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¿Dónde, cuándo, cómo? Te avisaremos... ¡Carajo, por qué no llaman! Hace dos días tengo el dinero.
El teléfono suena  al 7mo día.  Bases y condiciones prefijadas:
1- Que no vaya él.
2- Que lleve la totalidad del dinero en moneda estadounidense.
3- La niña sería devuelta a los tres días de entregado el dinero, en la frontera    boliviano-argentina (Pocitos – Yacuiba).

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–¿Y tu mamá? ¿No se va a hacer cargo de su nieta?¡Por eso mi hermano la dejó!
–Dale, tía. No jodas ahora.
¿Yo?¿A la frontera? ¿Pagarle a narcotraficantes para que devuelvan a mi sobrina nieta? ¡Estás loco, Carlitos!
Fue el último deseo de papá.
Derrama una lágrima y finalmente acepta.
Que tu mamá me acompañe. Sabés, Carlitos, estoy vieja. Me puede hacer mal la altura. La presión, el corazón.
 Él sonrió con dulzura y le dio un abrazo.

Tres días después las dos mujeres, con terrible dolor de cabeza y náuseas, llegaban al puesto fronterizo en taxi. Allí las espera la misma camioneta que había depositado a la niña en  manos de la bella mujer. Sin sacarse los anteojos negros, toman el dinero y se alejan levantando una polvareda en el desierto fantasma. La misma polvareda regresa tres días más tarde. Traen a la niña. Las dos mujeres paradas bajo el sol, pálidas y extenuadas, esperan el tan ansiado abrazo.

 La niña no las recuerda. Llora y estira sus bracitos a sus captores. La campesina silenciosa está a punto de llorar, pero endurece su gesto y, por primera vez, es ella quien da la orden: Vámonos. El vehículo arranca a toda velocidad internándose por entreverados caminos en la puna boliviana.

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 La atención de la niña ha unido a las dos cuñadas. Ambas coordinan para ocuparse de ella, quien con dulce sonrisa les ha cambiado el presente y tal vez el futuro.
–Fijate que esa niña tan inquieta  me ha dejado tan agotada que anoche olvidé tomar la pastilla y he podido dormir maravillosamente. Hoy, temprano, sus manitas me han hecho saltar de la cama pidiéndome una chocolatada. Mejor dicho exigiéndome.
–Hay que empezar a ponerle límites.
–Ya habrá tiempo para eso. ¡Pobre chiquita!  ¡Con esa madre!¡Perdón¡ Es tu hija, no quise ofenderte.
–No me ofendés. Sé quién es mi hija hoy. Lejos de la dulce  mujercita que me escribía desde París. La culpa la tiene el padre, que me la ha malcriado demasiado.
La culpa, ¿quién tiene la culpa? Hoy hablamos de ser flexibles con la niña y  a esta edad todavía nos preguntamos cuál es el límite de los límites para criar a un pequeño.
Ambas quedan calladas reflexionando sobre lo dicho. En la mesa les espera un té en tazas de porcelana y tostadas con miel. La niña entra corriendo con los bracitos extendidos a su abuela, se enreda en el mantel y todo el ritual de 5 o´clock va a parar al suelo. Van a retarla, pero el amor es más fuerte.
–¿Crees que debemos enviar a la niña a Holanda?
–No, no se la enviaremos.



Amsterdam, vivienda austera y luminosa. Sus paredes blancas invitan paz, alegría. Afueras de verde y cielo. Tan perfecta situación le asusta. Se siente acorralada. Si todo está bien ella tiene que acompañar a su entorno. ¿Entonces, qué? ¿Curarme? Tal pensamiento le produce angustia. Su cuerpo comienza a necesitar ayuda externa para balancear la normalidad. Es dependencia física. Necesita otra dosis. Pero ¿qué porcentaje de su sensación actual es psicológica? Toma el “equipomédico” de su botiquín. Allí está todo, su pasaporte al bienestar temporáneo. Polvito, agujas, jeringa, canilla, agua potable... Luego vendrá el malestar, bienestar, malestar, de nuevo bienestar y así hasta su muerte... ¿Y después? Desaparecerá de la tierra como nube pasajera. Hablarán de ella. Será una leyenda de libertad o dependencia o  no será nada.  Tuvo miedo y necesidad de inmortalidad. Pensó en su hija como el pasaje a su continuidad. ¿Cuándo me la envían? –ha preguntado–. ¡Cuando estés bien! le han contestado–. Sin drogas.

Miró el “equipo médico”, bolsa transparente conteniendo el combo: polvito blanco, agujas... Lo abrió con sigilo, pero al tomar la ampolla  rompió su extremo y  tiró el contenido por la alcantarilla. ¡No más!, se dijo. Luego, lucha interna. 

Malestar, malestar, malestar, fuerza, malestar, necesidad de ceder, fuerza de convicción, orgullo por su resistencia. Malestar, reincidencia atroz. Ya estoy bien ¡Viejas hijas de puta, mándenme a mi hija! Que ahora nos ofendimos y no te la enviamos. Que yo ya estoy curada. Que ya te conocemos. Que la niña se queda con nosotros. Me la mandan. ¡No!

 Reincidencia atroz. Miedo a morir, deseo de continuidad, inmortalidad. La farmacia cierra. No irá.  Resistencia. Resistencia. Resistencia...
Enfermedad cediendo.

¡Libertad!



Está asustada. Viajará en avión sola. Una azafata algo gordita y maternal le toma la mano, mas ella no quiere soltarse de su tía. Continúa siendo rehén de la situación. Hoy de nuevo volvió a sentir que la vestían cual muñeco y se aferra a su ovejita sucia. Recuerda secuencias de su corta vida en los cerros bolivianos, humilde casita, leyendas que la silenciosa mujer solía contarle en tardes quietas, cuando el sol no quemaba sus rostros gracias a sendos sombreritos de felpa. Otra vez, una extraña quiere conducirla de la mano. Ella se dejará llevar, pues la vida es un camino hacia adelante.

Voz impersonal: anunciamos la partida  del  vuelo a Amsterdam...

–Y ahora, ¿qué haremos  sin la niña?
 
Seguir, dormir, soñar, partir, vivir...
–Hay que llevar la ropita que quedó al orfanato del padre Pablo.
–Sí. Mañana paso por tu casa y te ayudo a embalar. Tengo una valija que no uso. La llevo.
–Te espero a la hora del té. ¡Qué bueno, hemos vuelto a ser amigas!
–No estaremos solas. El padre Pablo necesita...
 El rugido del avión en la lejanía les oprimió el corazón. En el cielo se  desplegaba otro horizonte para todos, una niña iba al encuentro de su madre.





Buenos Aires, 2010

Día de sol y primavera. Ganas de limpiar en fin de semana, ninguna. El pasaporte sigue en el piso, abierto. Carlos da una larga bocanada a su cigarrillo y apoya el pie sobre su rodilla; mira el cielo y, de cara al sol, rememora:
 Sí, su avión partió el 83 y en el  90 repatriaron su cuerpo inerte. Tuvo oportunidad de una nueva vida con su hija. El estado holandés  le daba todo: tratamiento, comida, vivienda... Creo que cuando  recuperó a la nena se  sintió acorralada. Nunca había asumido una responsabilidad. Su parte sensible, su pequeña moral inculcada por papá y mamá le indicaban que la niña tenía que estar con ella. Pero... durante unos meses escribió cartas. Se leía una enfermedad reprimida, acorralada entre la razón que le dictaba lo que el mundo esperaba de ella y el impulso desequilibrado de su esencia.


FIN





















1 comentario:

Aura Banks dijo...

saludos, escribo desde Venezuela, soy poeta por convicción y quiero compartir mi material, por favor informen si aceptan colaboradores, gracias.