DIANA ZAVALA (Jipijapa
– Ecuador, 1983). Es autora de los libros de relatos Carne Tierna y otros platos, Breve(r)dades
, coautora de Soledumbre y Minicuentos de Autores Ecuatorianos. Es
consultora en comunicación, cronista freelancer, integra el colectivo literario
ClanDestino.
Bruma
Me
espera en la esquina de cualquier dirección para que lo vea reír. Su boca
deforme y su carcajada silente me alteran, los labios tienen el color de la
sangre coagulada y cuando se estiran la saliva se escurre por la barbilla y
forma en el piso una laguna que nos refleja. Le he rogado que no lo haga y me
responde agitando de izquierda a derecha su cabeza acuosa y gigante. Intento
agarrarlo para obligarlo a parar, pero la bruma lo esconde y lo muestra en un
juego tortuoso. Él sabe que estoy mal y lo disfruta balanceándose en los trapecios
helados de mi conciencia.
Alacranes
Todos
los días se amputan piernas, brazos, se sacan ojos. Cada vez hay más
hombres-muletas- hombres-sillas- hombres-prótesis. Son los new androides y no
olvidan ni al miembro ausente ni a los médicos y sus sierras. Por la ciudad se
escucharán sus pasos muertos y cuando el victimario de bata blanca se hinque y
busque la mirada redentora solo encontrará vidrio, y cuando se apoye en el<<
te salvé la vida>> haremos que calce nuestros zapatos. Aún caminan por mí
los alacranes del desvelo.
Coitus Camerino
Mi
primera vez huele a mierda de cucaracha,
a humedad de sótano. Llovía
aquella mañana, lo único que a Yumber le
quedaba en el bolsillo era la llave de uno de los camerinos del teatro. Habituado a la negrura
bajaba seguro manoseándome las nalgas,
yo a tientas. Sin dificultad le
halló el hueco al candado, pulsó el interruptor, casi convencido de que la
bombilla estaba quemada, la luz alborotó a los murciélagos. En las paredes se
amaban salamanquesas cantoras, polillas
devoraban el armario, había polvo en las máscaras y en los transpirados atuendos de personajes.
-¿Hace
cuánto que no limpian?, pregunté asqueada.
-Hace
un año, desde la función de despedida.
No
pregunté más, hablar del fracaso de la
compañía era recordarle que era un fracasado, recordar que ese sería mi
marido. Tendió una capa roja en el piso
y me desvistió con promesas de que ya no dolería. Dos semanas antes me había roto en una casa
de campo abandonada, ese día entró a-penas la punta. Al ver la sangre me desquicié, hice mía la cantaleta
materna sobre la honra. Yumber calmó mis
nervios jurando que se casaría conmigo.
Eso sí, aclaró que era preciso consumar para saber si éramos
compatibles.
Un
espejo roto reflejó el subibaja de mi primera cópula. No era lo que había
deseado, me repugnaban las cucarachas cascarudas, la rata gris, la lujuria de
los saurios.
-
Somos compatibles,
¿verdad que sí?
-
Nena, para llegar al
altar falta explorar otra ruta. ¿Me hago entender?
Lloré
a grandes muecas silentes, para no verlas apagó la luz. Frustrados murciélagos sobrevolaron la escena
sin sangre.
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