martes, 12 de agosto de 2014

DARÍO RODRÍGUEZ. Narrativa Actual de Colombia


Darío Rodríguez (1977, Duitama – Boyacá, Colombia). Escritor, promotor de lectura y editor.  Ha publicado las novelas ‘Cuaderno invisible’ (Culturama – 2011) y ‘Observaciones desde una ventana’ (Garcín Ediciones -2013), además del libro de piezas escénicas ‘Aproximación a nada’ (Culturama -2013). Colaborador permanente de la revista bogotana Cartel Urbano www.cartelurbano.com y bloguero literario de En Órbita www.enorbita.tv .  Es uno de los directores del sello editorial Garcín ediciones.

Selección por Gladys Mendía de la novela Observaciones desde una ventana




Hoja Cero

Abandone la suposición de que un texto es una ventana.
A partir de este momento una ventana es, sin más, un texto.
Elija los pensamientos de otro, que lo acompañarán durante la jornada, como

 “Piensa
 en todo el tiempo
 que has perdido.
 El que estás perdiendo.
 El tiempo
 que te queda por perder”.




Hoja Uno

Invente una razón justa para esperar.
Algo ilusorio, individual o imposible.
Después, tomada la decisión, prepárese. Sobre esta silla, o en pie. Sea durante
muchas horas, sea por las insoportables pausas de unos cuantos segundos, la
convicción es simple: permanecer aquí hasta su final, o el de la espera.
Intente ser indiferente al tiempo. Dentro del límite de su capacidad, finja esa
indiferencia. Usted aún no sabe que el tiempo también se deteriora con el
transcurrir del espacio.
Si su carácter es impulsivo y no quiere ni puede esperar, tenga en cuenta:
alguien, otra persona a quien nunca conocerá, espera en su lugar. Así mismo, es
imposible fiarse del tiempo: no le devolverá la razón que usted desdeñó.
Aceptándolo o no, sabiéndolo o no, siempre se está en actitud de espera.




Hoja Once

La ventana se desplaza en forma perpendicular a los ángulos de visión aportados por usted. ¿Cómo dar cuenta del fenómeno?
Cuando la ventana aparenta quietud, conviene dudar. Quizás corre a velocidad estrepitosa y usted no lo nota debido a que, sin planearlo ni quererlo, usted es un componente de ella, o tal vez está siendo víctima de sus empellones y arrastres.
¿Por qué alrededor el clima, los ruidos, las personas vecinas – menos la espera – simulan costumbre, homogeneidad, falta de novedades?




Hoja Diecisiete

Hablar, evidencia de calma y desesperación. Los observadores se pliegan a la voz por su sonido, más allá del significado.
Hablar para sí no tiene par. Las preguntas no precisan de respuesta debido a su simpleza, corto vuelo, decidida incapacidad.
Monologar es el descuido o desprecio del transcurrir de las horas. Al punto de establecer combinaciones en ritmos personales, recuerdos, promesas futuras y preocupaciones actuales. En ciertos momentos no se logra separar la simple evocación de una angustia por el presente; o el proyecto del porvenir se vuelve semejante a la reminiscencia.
Efectivo sedante, en ausencia de elementos o de seres humanos que desempeñen la distracción de modo deliberado, no es recomendable como método ni mucho menos como plan vital.




Hoja Dieciocho

Emprenda un exhaustivo monólogo.
Si así lo desea no observe la ventana. Esto le permitirá perorar con honda fe en
su propia labia, no habrá jerarquías ni énfasis.
Si no puede soltar palabra sin dejar la ventana, apelar al antiquísimo
cuestionario le será útil. Manidas preguntas, ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo?
¿Qué?, puentes eficaces en orden a crear una distancia de imposiciones
temporales; poseen valor secundario, aunque no despreciable. Más allá del
mero entretenimiento, pierden toda importancia.




Hoja Veinte

Recrimínese por la postura corporal que está adquiriendo ahora. Incómoda debido a la propia insatisfacción por usted sentida: si ocupa una silla querrá, sin duda, levantarse; si de pie, anhelará un sillón, aún sentarse en el suelo de este lugar. Al fin y al cabo cualquier posición asumida por su cuerpo es nociva. Y usted lo sabe.
Quéjese: el viento es frío, usted no debería haber venido aquí; o los gránulos de brisa que el viento va desperdigando sin concierto aumentan las dosis de calor, usted no debió acudir a esta cita; es injusto que le hagan malgastar el tiempo - usted por otra parte imagina al tiempo como su propiedad (uno de los lances más graciosos de esta historia) – con la presente espera, alguien tendría que haberle relatado las dimensiones, los costos de permanecer sin oficio ni beneficio en frente de la ventana.
Conciba argumentos en su defensa, tan individuales, tan caprichosos, que usted termine por suspirar con aire vencido, meneando la cabeza mientras desaprueba los desmanes cometidos en su contra. Cuando arroje el lamento, sus poros y glándulas, la tensión alrededor de sus dedos, notificarán al resto del organismo el carácter heroico alcanzado gracias a su denuedo, resignación y humildad.
Un predecible silencio subsecuente a sus reclamos es, quizás, el único hecho valioso de la técnica descrita.




Hoja Veintiséis

La noche y lo nocturno gozan de constituciones blandas.
Si empieza a llegar la noche – algunas luces se encienden a lo lejos con resplandores pardos o amarillos; el silencio es mucho más insistente – palpe con el dorso de su mano los avatares de nocturnidad que logre presentir. Un sonido de proyectil disparado, por ejemplo, que usted de seguro tomará como un silbo humano habitual, o como el chirrido de un animal ajeno al paisaje de la ventana (caballo, vaca); su eco puede ser capturado incluso por los nudillos de unos dedos o por una muñeca convencional.
El día, el amanecer incluso, inicia con vestido duro para el tacto. Si usted se aposenta a estas horas en frente de la ventana, acerque una mano de tanto en tanto durante un buen trecho temporal a los hálitos dejados por estos pliegues diurnos que le serán irresistibles de notar. Imágenes y sonidos desacostumbrados al paso sobrevendrán, aunque resulten ininteligibles o sosos en principio, tañido de campanas en un descampado, voces de gente distante o fallecida; parsimonia en el caminar de un anciano, renquea porque lo último que quiere es llegar a su destino, y cientos de percepciones similares. Se dará cuenta, despacio, que los materiales compactos de las horas inaugurales van tornándose rugosos a medida de su desdibujo o disolución; si usted pudiera tocarlos juzgaría ásperas, gelatinosas esas formas.




Hoja Treinta y cinco

A propósito de relojes.
Y si de pronto siente un presumible cansancio en frente de la ventana.
Lo correcto es no usar reloj, para caminar con serenidad por parajes y veredas sin nombres, de la casa al sitio de trabajo, de este a aquélla.
Si pese a todas las prevenciones los relojes imponen sus modestas y peligrosas directrices, y usted termina viéndolos sobre paredes o escritorios, quizás bajo custodias de transeúntes, realice un óptimo esfuerzo, piense en otras temáticas menos abrasivas, en otros relojes incluso, detenidos y despedazados.
Consulte el reloj que se guarece dentro de usted, entre pulmones y corazón, cuyas agujas fijas bien pudieran ser sus huesos.
Descubra cómo ese aparato induce a un arte interpretativo, vaticinador, involuntariamente alucinado. Usted empiece a saber qué hora es, al menos entienda lo que sucederá durante los siguientes instantes.
Pierda su fe en el tiempo como padre. Y como madre.




Hoja Sesenta

Usted morirá.
Con libreto previo o bajo el hollín del azar, usted dejará esta y las demás ventanas, y las esperas, en algún resquicio del porvenir.
Al morir verificará una muda en sus maneras de observar.
Si una puerta se cierra en un lugar del mundo, otra, en el lugar opuesto y
paralelo, también habrá de cerrarse.
Una ventana es un texto susceptible de comprensión, incluso si no sabe leérsele.
Lo que observó no es falso. A pesar de los reclamos naturales en todo observador (“Tanto tiempo perdido para enterarse de algo que yo hace mucho sabía…”; “Debieron haberlo advertido desde un principio…”) no hay sobre este texto ni un mínimo de mentira. Todo es cierto.
Con la decepción o frustración o soberbia que haya acumulado hasta aquí, exhale una gran cantidad de aire.
Contemple el vaho que usted deja sobre la ventana. Mire sus circunvalaciones, rutas ciegas y sinuosidades.
El motivo de su espera se manifiesta ahora mismo.
Hasta ahora la ventana no ha producido reflejos. Aprecie este instante de privilegio: usted no mira ya de adentro hacia afuera. El presente instructivo debe haberle conducido al sendero contrario: de lo poco o mucho que se observó afuera, el otro lado, hacia adentro.
La espera concluye.
No como usted lo pensó, quizás.
Sepa que también nosotros – tan habituados a estas prácticas – imaginábamos estos desenlaces.
Observe sus facciones, los puntos de giro en sus mejillas, la conformación de las orejas y el cansancio o expectación en los ojos, el incómodo afinamiento de sus labios, de su nariz. Mírese muy bien, en esa zona ajena a cartografías, su propio rostro como reflejo tácito de la ventana, entre el vaho, la ventana misma y afuera.
Obsérvese muy bien.
Obsérvese.
Su espera ha concluido.

Concluya su espera.





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