Foto por Efraín Zavala
JULIO SERRANO ECHEVERRÍA (Xelajú, Guatemala 1983). Poeta y artista multidisciplinario. Estudió Literatura en la Universidad de San Carlos de Guatemala, también ha tenido formación en cine y artes visuales. Ha sido becario de la Fundación Carolina en España, de la Residencia para Artistas de Iberoamérica FONCA-AECID en México y de la Fundación Yaxs en Guatemala.
Ha publicado Antes del mar (Metáfora, 2018), Estados de la materia (Catafixia 2017), Central América (Valparaíso, 2015), entre otros libros de poesía; además varios libros de literatura infantil, entre ellos Balam, Lluvia y la casa (Amanuense, 2018) y En botas de astronauta (Amanuense 2015). Publica periódicamente ensayos, crónicas y reseñas en medios de la región. Parte de su trabajo ha sido traducido al inglés, francés y bengalí.
Como realizador audiovisual ha trabajado en diversos registros entre el documental periodístico, el cine ensayo, la ficción y el video arte. Además fue codirector y coguionista del programa de sátira Estado del Estado. Actualmente trabaja en su primer largometraje documental El envoltorio sagrado.
También ha participado en varias exposiciones de arte a partir de obra, registros e interpretaciones hacia las artes visuales.
Es cofundador y coordinador creativo de Agencia Ocote, un proyecto interdisciplinario de investigación desde el periodismo, el arte y las ciencias sociales.
Selección por Gladys Mendía
Digamos que en principio
todo es, básicamente, luz.
Digamos que en una ventana
nos observa una multitud de ojos
que son hebras sensibles
de la frecuencia en que la luz
se refleja sobre una superficie,
superficie que puede ser, en principio,
un rostro asustado,
unos zapatos mojados caminando rápidamente,
un uniforme gris, quizá,
el reflejo del cielo en la pupila de un niño,
un perro extraviado que se asoma,
un cristal opaco en los ojos del anciano
que apenas reflejan un pequeño rango
del espectro electromagnético
que va del amarillo al verde,
como una suerte de atardecer colorido
antes de volver a la sombra.
Digamos, pues, que en principio somos luz
y que este cuerpo caminando por la ciudad
no es el mismo que observan
los ultravioleta, o el infrarrojo,
ondas de radio que tienen sus propios cuerpos
y que caminan por esta misma ruta,
bosque de cuerpos y materia
donde nos sentamos a esperar la noche.
De Estados de la materia (Catafixia 2017)
XV
Acaso el sonido de las olas
es la respiración lenta
de la inmensa bestia marina
que vino a dormir al infinito sobre la arena.
Acaso la ballena agonizante
no es sino un sol negro
iluminándolo todo desde el corazón
del cuerpo de pie,
ahora invisible frente al mar;
acaso la ballena no es una ballena,
sino el barco de madera al inicio de esta historia,
su respiración a punto de detenerse
es el ir y venir de las palabras que se le caen al casco del barco
como frutas que se pasan de maduras
y se deshacen en el agua,
o se hacen marca sobre la arena,
como si el animal cerrara sus ojos al caer las palabras,
y el cuerpo erguido empezara a sentir cómo
cada clavo,
cada tablón,
cadena,
cada pieza que cae,
es silencio naciendo
que, eventualmente,
lo llenará todo de su no caer,
y ahí la madera,
el hierro,
la arena
se harán luz,
luz oscura parecida al olvido,
y el mar se hará cada vez más negro,
hasta tragarse por completo a la ballena,
pero no así,
al cuerpo de pie.
XVI
El cuerpo duda
sobre su ser vertical,
piensa en las torres que han caído,
en los árboles que el rayo quebró,
piensa en un golpe en el pecho,
en un perro que muerde,
en una herida de color
y de miedo.
Duda sobre la gravedad,
duda sobre la brisa,
sobre el mástil,
sobre su capacidad real
de sostener las velas.
Siente sus pies, siente su peso,
le pesa el mar al cuerpo de pie,
le pesa la noche,
y cargar al mar y a la noche
no es poca cosa,
y piensa justo eso,
no es poca cosa,
repite en voz baja,
no lo es.
XIX
El cuerpo erguido
abre sus brazos
sobre el vacío.
La nada está ahí,
como el aire que sostiene
la hoja agonizante
entre el amor y el suelo.
Como el mar.
El cuerpo de pie
intuye la sombra
y el miedo,
sin embargo,
está de pie
sobre la incertidumbre.
Ese cuerpo erguido
sobre la nada
sueña que un día se lanzará,
y será la lluvia,
será la flor,
el fruto maduro y acompañado,
aunque a sus pies sea la nada:
sabe aquel cuerpo de pie
que no se lo llevarán las sombras,
que no cederá el peso del silencio
haciendo doblarse al tiempo
como a unas rodillas piadosas.
Lo sabe aquel corazón,
por eso abre sus brazos
de pie,
erguido,
enamorado ante la nada.
El tiempo es el efecto de una gota de agua sobre un espejo. A lo mejor el cielo es el espejo, la gota, una nube y el tiempo la capacidad propia de los enamorados de encontrar figuras en las nubes, un gato, el rostro de un anciano, un volcán, una mujer tejiendo. La gota se mueve por el espejo hacia la tierra o hacia el mar. La gravedad finalmente se lo lleva todo, y lo devuelve.
De Antes del mar (Metáfora, 2018)
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