martes, 5 de mayo de 2020

Sobre Dípticos, de Néstor Mendoza. Por Zeuxis Vargas Álvarez



Una de las obras más complejas y extrañas que se hayan podido crear la hizo El Bosco; se trata del tríptico El Jardín de las delicias. Estas tres placas representan el paraíso terrenal, el jardín de las delicias y el infierno. Más allá de la exorbitante cantidad con la que cada uno de los temas se puebla, está una técnica que escapa a cualquier escuela donde se busque encasillar la genialidad de Jheronimus Bosch. Hay, sin embargo, un detalle aún más enigmático y asombroso; este hace referencia al díptico que se forma con el tríptico cerrado, o sea, cuando los paneles exteriores, al ir hacia el centro, dejan al descubierto una nueva obra. Esta ilustración que realizó el pintor neerlandés se denomina como El tercer día de la creación del mundo, y fue concebida bajo la técnica de la grisalla. Hablamos pues, de una obra monocroma que busca darnos la sensación del relieve o la profundidad y que nos muestra una esfera traslúcida dentro de la cual se aprecia, plácidamente, la tierra con sus plantas y minerales. Una tierra sin el hombre. La pintura es una exhortación y una introducción a lo que vendrá, ese estallido del color y las formas. En este sentido, El Bosco, logró una de las obras más narrativas, más metatextuales y más comunicativas de la historia misma de la pintura. Un díptico que se convierte en tríptico y que nos revela la mejor de las historias; la nuestra.

Néstor Mendoza nos ha hecho un regalo similar; bajo los once dípticos y el diálogo entre Cérese y Primión, el poeta nos descubre un mundo de creación singular y fructífero. Como los dípticos consulares que se obsequiaban en la antigua Roma, Néstor, nos presenta, a través de cada imago (temas-máscara), el diálogo en espejo de protagonistas mitológicos, los cuales, realizan una reflexión sobre esa imagen misma que es su antípoda o su contingente.

El recurso es infinito y sirve para todos los temas-máscara que quisiéramos analizar. En este sentido, la técnica utilizada por Néstor, se convierte en una suerte de mecanismo psíquico y poético capaz de instigar la re-flexión sobre el origen, la tragedia o la comedia de determinados sistemas.

Sus dípticos no están circunscritos, solamente, a una forma de propiciar poesía, sino que son una suerte de artefactos poéticos que ponen a funcionar la capacidad binaria del hombre para generar relaciones o conjunciones entre diferentes esferas del saber y la imaginación.

Tras haber leído Dípticos, no nos queda otra alternativa que la de imaginar nuestros propios binomios, mitológicos o no, que sirvan para desentrañarnos.

Néstor Mendoza nos ha otorgado un preciso artilugio para explorar los más profundos imagos de nuestro inconsciente, y como las puertas del infierno y el paraíso de Rodin, sus poemas son portales. Baste decir que Dípticos, tiene un sólo propósito; creo que la más adecuada manera de transmitir ese objetivo es a través de las palabras de Primión: «Dos grandes puertas existen. Dos únicas llaves: la del nacimiento y la de la muerte. Fueron hechas en los talleres de los dioses. Si queremos más puertas y más llaves debemos forjarlas. Somos cerrajeros. Cada hombre tiene un número de llaves: las que necesita, las necesarias para hallarse entre hombres».

Dios nos guarde de lo que cada lector haya comenzado a forjar tras leído este libro.

Zeuxis Vargas Álvarez
                                                                                                                            Bogotá, 2020






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