Jesús Gomes (Caracas, 1999). Es licenciado en Letras Cum Laude por la Universidad Católica Andrés Bello. En 2022 recibió la Mención Publicación por su tésis de grado "La reiteración numérico-simbólica y sus vínculos con la noción de moira en la Ilíada". Ha publicado ensayos y artículos académicos en las revistas Bacyllelmo, Ímpetu, Nova Telvs, Pasillo Gen20 y Cultugrafía. Algunos de sus cuentos y poemas han sido traducido al italiano. En el año 2024 gana el I Premio de Ensayo sobre la obra de Ida Gramcko, con su ensayo titulado "El niño que no le temía a los vegetales".
Te amo, Leopoldo
(Cuento inédito)
Dicen las malas lenguas, no sé si amarillas, azules o rojas, que una de las más grandes y efectivas operaciones militares orquestadas en los últimos tiempos tuvo como germen un motivo distinto del que se dio a conocer.
Niveocán se levantó de la cama sin hacer ruido, se acomodó la chaqueta recién puesta y mientras anudaba su corbata, dijo —eres el presidente, y hoy recuperas a la primera dama.
Salió de la habitación mientras tecleaba un mensaje a su asistente, que hizo acto de presencia a los pocos minutos.
—Niveocán, ¿qué paso?, son las tres de la mañana —preguntó, en alerta somnolienta.
—Reúne al gabinete, nos encontramos en el centro de operaciones B lo antes posible.
—¿El B…? ¿Irá? —dijo, viendo hacia el cuarto.
—No te preocupes por eso Celestina, reúnelos, yo me encargo de informarle cuando sea necesario. Ahora tengo que irme a revisarlo todo. Hazlos llegar cuanto antes. ¿El conductor está listo?
Celestina asintió. Niveocán estaba impávido, pero un brillo tímido en sus ojos delataba parte del secreto. Fue llevado hacía el complejo B con precisión y velocidad. A su llegada, el reloj marcaba las 3:25 AM. Aprovechando la soledad momentánea, entró en su despacho estratégico y sacó un retrato del gabinete oculto en la mesa de trabajo; acarició el vidrio protector con suavidad:
—Hoy es el día, por fin volverás conmigo, y ya nadie dudará de que seguimos el camino propicio. Te amo.
De súbito se abrió la puerta. Niveocán dio un pequeño saltó y guardó rápidamente la fotografía.
—Ya están todos presentes, señor —dijo la asistente, solícita e intrigada.
—Muy bien —respondió, arreglándose el peinado con la palma, —enciende la luz y hazlos pasar.
Eran cuatro individuos masculinos, cuyos nombres no conocen las malas lenguas, y que llamaremos vaqueros sifri debido a sus atuendos. Estos eran idénticos, a pesar de que el gabinete no exigía uniforme. Lentes de pasta sin prescripción, pelo engomado que se abultaba hacia el lado derecho, barba y bigote afeitados al ras, saco negro, camisa de vestir azul celeste y corbata azul marino, blue jean claro y zapatos de punta con motivos geométricos rupestres en el puente. Se paraban derechos, en actitud altiva e informada, a pesar de haber sido sacados de sus camas hace apenas unos minutos.
Niveocán los invito a sentarse, incluso pidió que la asistente se quedara.
—Caballeros, entiendo la situación, y pido disculpas por la premura, pero en los libros de historia no se documentarán unas pocas horas de sueño perdidas. No, se recordará el ingenio y la vivacidad de los hombres, que, junto a su líder, fueron capaces de dar el golpe certero, que concretaron los cimientos del buen camino para todos. Caballeros, los convoco en este momento de necesidad, el objetivo ya lo conocemos, solo estábamos esperando, y el momento propicio llegó.
—Señor ¿quiere decir qué…? —dijo sifri número uno.
—Habrá que preparar un comunicado en Twitter, convocar a la gente —dijo sifri número dos.
—Y hablar personalmente con nuestros aliados estratégicos, déjemelo a mí —soltó casi suplicante, sifri número tres.
—Es un genio jefe, ¡ahora es cuándo menos se lo esperan! —añadió el cuarto.
Niveocán miró a su comitiva, arañó la mesa con las uñas y expuso:
—De momento no comunicaremos nada. La operación es. El lastre de promesas llegó a su fin, haremos que la situación cambie definitivamente. Iremos rápido, fuerte y preciso. Antes de que el gallo cante, la liberación habrá sido conseguida. Ya teniéndola en nuestras manos, lo comunicaremos a los ciudadanos y nuestros aliados estratégicos, ellos nos ayudarán a mantenerla. Necesito que se encarguen de reunir a la fuerza militar, y confirmen el número de efectivos leales a nuestra causa. Pasaré el plan de acción al gestor operacional en unos minutos.
Dijo, señalando al segundo sifri, que, a pesar de sus esfuerzos, no pudo acallar el chillido instintivo de alegría.
Niveocán continuó —necesitamos que esto salga bien, por eso encargaré la llegada y salida, es decir, lo tocante a la movilización vehicular, a un gestor individual. Por último, necesitaremos un nuevo centro operacional, uno que no esté en los registros de nuestros contrincantes, en caso de que piensen apresarnos o hacer retaliación inmediata. Espero estar listo para iniciar las operaciones en media hora. Trabajen en la sala común, hay café para todos.
Los cuatro vaqueros salieron de la sala. La asistente preguntó tímidamente —Señor, ¿qué es lo que haremos?
—Lo saben muy bien, liberaremos. Liberaremos aquello que deseamos sea liberado. Todos estamos de la misma forma si lo piensas. Encerrados, presos en nuestra propia casa. Dime ¿cómo es eso posible? No es más que inaceptable, ¡libertad!, con libertad y el camino correcto, así todo irá como corresponde.
El discurso de Niveocán no admitía dudas. Sifri-tres quedó encargado de la preparación de vehículos, trazado rutas de inserción y escape. Sifri-cuatro fue delegado a la búsqueda del escondite operacional. Sifri-uno, por su parte, estuvo pegado a un teléfono imposible de rastrear, con el que llamó, confirmó los nombres y regimientos de los soldados dispuestos a participar en la operación. Los acicalados vaqueros hablaron entre sí, y estuvieron listos para dar reporte al jefe.
Niveocán entró a la sala. Le mostraron seis rutas, tres de llegada y tres de escape. Eran directas, medias y periféricas. Recorrerlas tomaría respectivamente de 5 a 10 minutos, 10 a 20 y 20 a 45. La rapidez implicaba visibilidad, pero, a fin de cuentas, tenían el factor sorpresa.
—Si no hay imprevistos usaremos las directas —dijo con seguridad el jefe.
—¿Por la autopista? —, susurró preocupada la asistente.
Sifri-cuatro informó que aseguró una casona de tamaño decente, cercana a una embajada amiga. Pertenecía a una mujer que apenas y frecuentaba, a la que las lenguas dicen que refirió como “su futura ex novia”.
Finalmente, llegó el turno de Sifri-uno, que, dudando de su altivez, tuvo que decir —señor… contamos con cuarenta efectivos y 32 fusiles.
—Cuarenta regimientos y 32 cajas, es un buen contingente.
—No, quise decir, cuarenta individuos, 32 de ellos con fusiles en su haber.
Niveocán soltó una manotada al aire. Meditando con la cabeza baja y la mano en la barbilla, sopesó. —Bueno, cuarenta, cuarenta… cuarenta tendrán que bastar ¿ya vienen en camino? El primer Sifri asintió.
—Entendido. Gestor, venga acá. Tiene cuarenta funcionarios a su disposición para tomar la casa y sacar del encierro al protector de nuestra libertad. Ya lo saben, estas son las últimas horas que vivirá Butters apresado, no permitiremos que se sigan riendo de nosotros.
—¿Liberaremos a Butters con tan pocos hombres, señor?, ¿en este momento? — preguntó, mientras se atoraban sus palabras.
—No le quepa la menor duda. Es el líder del partido, mi mentor, un hombre correcto e inocente. Ya luego continuaremos, tantearemos los planes de desarrollo secundario según vayan ocurriendo las cosas. Este es el inicio de la operación.
En ese momento, interrumpió la asistente. —Jefe, su mujer despertó, pregunta dónde está.
—Dile que surgieron un conjunto de circunstancias benévolas y era necesario realizar una reunión de emergencia para evaluarlas.
—Entendido. Señor, ¿realmente cree que sea prudente llevar a cabo tal maniobra con solo cuarenta efectivos?, ¿por qué le parece hoy, precisamente, el día propicio? Esto podría salir mal, ¿si lo capturan? Ni siquiera hay suficientes armas.
—¿Cómo dudas de mi juicio? Parece que apenas estuvieras incorporándote a la causa. Todos aquí sabemos que la libertad es un proceso largo y teníamos que esperar, no apresurarnos. Todo está calculado, medido y pautado. Un grupo reducido nos ayudará a movernos más fácilmente, en caso de que la situación escale, con los medios y el testimonio de nuestras decenas de sublevados lograremos que cientos de soldados cambien de parecer y se nos unan. En caso de que me capturen, entrarían los aliados estratégicos. Es muy obvio —dijo, perdiendo levemente la calma.
—¿Escale?, ¿escale a qué señor? —inquirió Celestina.
—A la liberación, a libertad general. Así funcionan la operación y el proceso. Tenemos un objetivo primario, dentro de este hay un abanico de posibilidades secundarias a concretar según se muestren el devenir de los acontecimientos. Nuevamente, todo está en los planes de desarrollo secundario.
—Niveocán, jamás había escuchado de esos planes— dijo Sifri-dos.
—Tú…nunca…los planes. ¡Carajo! Después el pueblo se pregunta por qué nos toma tanto tiempo conseguir avances. ¡Basuras! ¡Montón de incompetentes! —espetó al encerrarse en el despacho.
Ellos no lo entienden —musitó, mientras volvía a acariciar el marco—, ya hace más de cuatro años que te fuiste. Apenas y te han visto. Necesitan un líder, no lo saben, creen que la pura vista basta. No, todo forma parte de una maratón muy larga, y es hora de realizar este paso. Haces mucha falta, tú guiarás.
La comitiva tocó la puerta. Eran las 4:00 AM, soldados y transporte habían llegado. El complejo B se preparaba para el olvido, todo era hecho tiras, mezclado e incinerado en distintas bolsas. Un resabio de expectación y certeza de fracaso, que no querían creer, se paladeaba en el humo de los Belmont.
—¿Todo en orden? —preguntó Niveocán.
—Sí, listos.
—Gracias, Celestina— dijo, antes de dirigirse a uno de los vehículos.
—¿Es qué irá?
—Por supuesto, ¿qué esperaban?
—Que se presentara luego de confirmar el éxito de la operación.
No respondió. Mientras se acercaban al escenario culmen, Niveocán no conseguía serenarse. Las cinco camionetas rompían el aire en fila. Vio desde la ventana el sitio prometido y apretó la mano de Celestina.
Según cuentan las malas lenguas, muy poco conocen de las peripecias con las que fue liberado Butters. Con certeza pueden decirnos que no se escucharon disparos, y que los tres o cuatro guardias que protegían el recinto tampoco ofrecieron demasiada resistencia.
Sin embargo, no perdieron detalle de lo ocurrido en los momentos posteriores a la liberación y escape.
En la casa convivían Butters, su mujer e hijos. Envueltos por el ambiente enrarecido de una precoz clandestinidad transcurrieron sus minutos finales como familia reintegrada. Los niños, colgados de los brazos de su padre, le preguntaban qué era lo que pasaba. Él, igual de confundido, miraba la figura sonriente y enérgica de Niveocán, que, conteniendo su emoción, logró llevarlo hacia el patio trasero para hablar.
—¿Cómo te encuentras?, tenemos que irnos pronto. Me parece prudente que te despidas, tal vez por un buen tiempo.
—¿De qué coño estás hablando?, ¿qué pasa?, ¿hay amenazas contra mi integridad?, ¿cómo lo conseguiste? —preguntó.
—¿No estás feliz? Hice un gran sacrificio. Mucho riesgo para todos, para que tú y la patria puedan ser libres.
—No puedo alegrarme antes de entender la profundidad de las consecuencias para los míos.
—Estarán bien, saldrán del país por un tiempo, mientras conseguimos estabilizar. Hay que irnos.
Luego de despedirse de su familia, Butters se puso una chaqueta y partió junto a Niveocán. Veía la ciudad como hombre libre, aunque algunos lo llamaban prófugo.
—Entonces ¿qué pasa con los militares? Imagino que separaste un grupo minúsculo en caso de qué fallaran ¿cuál es el siguiente paso? —, preguntó.
—No lo sé, tú eres el líder, ¿qué hacemos?
—¿Cómo es que no nos informaste qué harías esto? Eres un loco.
—Por eso soy tu favorito.
Ambos rieron. Butters le dio un golpecito en el hombro. Niveocán sintió por primera vez que la lucha valía la pena.
No conseguían tomar una decisión. Celestina, que era la tercera rueda dentro de la camioneta, propuso:
—Ya conseguimos el objetivo, hay que explotar la vaina, usar el boca a boca que insinuó para conseguir liberarnos. ¿No era esa su intención después de todo?, ¿activar los planes de desarrollo secundarios? Aprovechemos el efecto, enardezcamos al mundo.
Concordaron, luego de debatir, prepararon un corto comunicado; se detuvieron en medio de la autopista para grabar.
—Todavía no sé si sea prudente, Niveocán. En medio de la calle, estamos muy expuestos.
—Tenemos que demostrar superioridad moral, el que no la debe no la teme, además, ayudará a desviar la atención hacia el problema general. Siempre es un plus que te vean. ¡Y es que coño, pareces un superhéroe! —dijo, mordiéndose el labio inferior.
La noticia se extendió rápidamente, y las lenguas, que tal vez sean las mismas que hoy recuerdan, empezaron a construir una gran bola, en la que, al poco tiempo, el primer grano de tierra se hizo imposible de rastrear.
Era importante realizar una toma, daba legitimidad a la operación. El llamado fue retador, buscaba dar un vuelco total al panorama, y convertir los cuarenta individuos en cuarenta regimientos. Cuando el gallo cantó, ya Butters se encontraba seguro, y la operación parecía manejarse por osmosis.
Juan José se levantó temprano, a pesar de que estaba de vacaciones, el rumor de trompetas y pirotecnia no quiso dejarle recuperar las horas de sueño desfalcadas a lo largo del semestre.
—Sacaron a Butters —le dijo su madre.
—¿A Butters? ¿Qué? ¿Ahora? ¿Cómo coño? ¿Qué sentido tiene una maroma así?
—Prende la televisión.
Luego de buscar en varios canales vio que era en serio, que lo habían liberado. Se lavó la cara y, mientras se bebía un vaso de agua, revisó la cronología pública.
—Bueno, parece que esta vez sí se prendió, muchos tiros; y sacarlo es un movimiento agresivo, debe haber algo detrás. Después de todo, desde afuera puede ser interpretado como un intento de golpe, se exponen por nosotros—. Pensó.
Así que se vistió, agarró unas galletas, agua, un suéter y se fue a la calle.
Las horas pasaron sin demasiadas novedades. Los aliados estratégicos fueron informados y ratificaron su apoyo desde el extranjero. Esto ilusionó a los vaqueros sifri, que ya se imaginaban en tranquilas y apropiadas labores diplomáticas. Sin embargo, el acceso al escondite se complicó. La “futura ex novia” de Sifri-cuatro quiso acceder al título con efecto inmediato. Vivía con su abuela, y no estuvo dispuesta a arriesgar una visita del escuadrón Tún Tún. A pesar de las lisonjas, las promesas y la siempre efectiva demagogia, no abrió la puerta. Pero Sifri-cuatro fue resiliente. No vivía demasiado lejos, así que mientras Sifri-uno contactaba con los aliados estratégicos, a ver si con suerte eran acogidos en la embajada cercana, los llevó hasta su estudio.
Niveocán estaba incómodo por el hacinamiento, se frotaba las manos frenéticamente; mantenía la mirada fija en Butters.
—Señor, deberíamos continuar con la operación, presionar, aprovechar lo mejor posible la ventana que vio abrirse. Hay que sacar otra declaración al público, pero en vivo, estar en la calle, con la calle. Aún mejor si Butters está presente —insistió Celestina.
—Ya convocamos a la toma, civiles y militares acudirán. Falta mesura y saber preservar lo ganado. Nunca se vio que Napoleón se pusiera frente a los dragones. Anuncia que en breve publicaremos un itinerario de movilizaciones y pasos a seguir, encárguense..
Celestina dio un suspiro corto. Al poco tiempo, Sifri-uno obtuvo el visto bueno de la embajada, así que se pusieron en marcha. Al ver que los demás salían, Niveocán retuvo a Butters en el departamento.
—¿Cómo te sientes? —dijo, tomándolo por el mentón.
—No entiendo. ¿A qué jugamos?
—Cuando estés instalado lo sabrás. Se han conseguido los objetivos, todo bien. Si obtenemos la liberación total, pues fantástico. Pero no es eso lo que buscamos, no hoy, todavía falta tiempo, pasos; pasito a pasito, es como una escalera. Ahora, si tu liberación nos hace saltarnos unos escalones, nadie se queja.
El recibimiento en la embajada fue casi heroico, y los vaqueros no perdieron la oportunidad de hacer contactos de primer nivel.
Niveocán tomó de la muñeca a Celestina y le dijo al oído —necesito que consigas una habitación amplia y privada, está muy cansado. Sé que todo parece caótico, pero créeme que fue muy bien pensado. Tenemos incluso un plan F, piensa en la línea de sucesión ¿Quién tiene más papeletas? Es cuestión de ver la perspectiva completa. Consígueme esa habitación, ¿si podrías querida?
Lo acomodaron en un cuarto de amplios ventanales que daban hacia el patio alambrado. Había una gran cama con mosquitero y sabanas de seda. Allí estuvieron solos por primera vez.
—Necesito que me expliques qué factores están de nuestro lado ¿quién que no conozca nos apoyó para que sacarme fuera viable?, ¿forma parte del otro bando? ¿pasaré a cumplir un rol itinerante desde ahora? ¿qué es lo que se viene?
—Descansar, ya después nos preocuparemos de informarte; enviaré a alguien, dudo que podamos frecuentarnos. No pongas esa cara. Bueno, esto hay que alargarlo, extenderlo, no podrán soportar, se quedan secos. Para alargar el mejor camino es la diplomacia, si ellos velan por sus intereses, y nosotros por los nuestros, siempre será necesaria una nueva sesión, una nueva ronda, un nuevo país anfitrión.
—Es pegarse contra una pared. Lo entiendo, no podemos legitimarnos como lo hicieron ellos, pero no todo el mundo puede esperar. Al menos será diplomacia más activa, ¿cierto? Conseguirán realizar acuerdos paliativos. Imagino que me involucrarás en algo, así sea desde la clandestinidad.
—Por ahora no, solo podemos mantenerte a salvo aquí. La prioridad inmediata es sacar a tu familia… ¿Tienes calor?, deberías quitarte esa chaqueta, y la camisa también, quédate en franela. Abriré la ventana —dijo, poniéndole la mano en la rodilla
Butters suspiró entre sonrisas. Mientras negaba con la cabeza, dijo —no, solo un poco de hambre.
Niveocán llamó a Celestina, abriendo apenas la puerta, pidió. Le trajeron una bandeja. La introdujo en la habitación, se sentó y la colocó sobre sus piernas. Butters se acomodó y quiso tomarla. Niveocán lo golpeó en la muñeca con un ademán rápido y dijo —déjame, tienes que descansar.
Lo alimentaba, sonreían y compartían. Los ojos de Niveocán brillaban a plenitud. Mientras le daba un bocado de arroz y plátano, tocaron la puerta. Butters masticó, a la vez que su compañero volteaba los ojos. Se levantó y abrió.
—Lo llaman desde la casa de gobierno— dijo Celestina.
—¿Mi mujer?
—No, la otra casa.
—Ya vuelvo. No se te ocurra tocar nada—. Advirtió a Butters.
—No hablaré con él, seguramente quiere insultarnos, llamarnos hipócritas, malos golpistas y otras estupideces. Lo conocemos ya, ¿no es así?
—No de momento, solo desean hablar con usted.
—Entonces comunícales que no lo haré.
Celestina lo hizo; asintió mientras le respondían.
—Muy bien. Dijo que debería ser más hombre y afrontar las consecuencias de sus actos, que actúa tal como sus antecesores; que si por pagar guardias para hacer el trabajo sucio fuera, usted ya estaría muerto, pero su bando va “de frente”; que ya conocen nuestra ubicación, pero que no se preocupe, ya rendirá cuentas frente a los tribunales. Y algunas otras cosas, que no quisiera decirle.
—¡Será hipócrita!
—Señor, cambiando de tema, hace poco fueron transmitidas imágenes de vehículos de contención embistiendo a manifestantes, deberíamos hacer algo más, en el peor de los casos detener las demostraciones.
—¡Desgraciados! Creen que es una corrida de toros. ¿Ya está listo el itinerario que encargué? Si está listo, publícalo, y condena los actos en un tweet enfático— aseveró, mientras volvía a la habitación.
—Señor, las cifras de apresados y heridos que manejamos son alarmantes.
—Sí, lo sé. ¡Y dice que yo tengo que rendir cuentas!, cuando él no se preocupa por la integridad de los ciudadanos. Los embiste como animal. Mientras tanto, seguiremos, resilientes. No olvides condenarlo, usa el hashtag —repitió, antes de cerrar la puerta.
—¿Qué pasó? —preguntó Butters.
Nada, haciéndome perder el tiempo. ¡Qué debería parar!, si paramos perdemos.
—¿Qué has perdido tú?
—Lo sabes muy bien —dijo, haciendo pasos con los dedos sobre el brazo de su mentor.
—¿Es esa la razón por la que me sacaste?
—Hoy se cumple otro año de habernos conocido, ¿lo recuerdas? No estabas así de papeado y tenías la barba más limpia.
—Tú estabas igual de esgonzado, ¡pensar en lo derechito que te pones frente a las cámaras!
—Solo porque tú no estabas para hacerlo.
—Eras el único que se quedaba hasta tarde en esas primeras reuniones.
—Quería aprender todo lo que pudiera.
—¿Dónde está tu mujer? — dijo rascándose la cabeza y haciendo la mirada a un lado.
—En casa, cuidando a la niña ¿y la tuya?
—Rumbo al exilio, probablemente.
—Dime que no estabas cansado de eso, todo fofo, con esas trenzas amarillas, novia de pueblo… además, allá abajo—, rio tímidamente, tapándose con la mano —¿does the carpet match the drapes?
—Qué pedante con el bilingüismo.
—¿No te gusta porque te recuerda tu juventud desatada en la East Coast?
—¿Seguro que no es la tuya?
—A mí me desató mi jefe, en las reuniones privadas del partido.
Butters lo tomó por la cintura y lo tiró sobre sí —¿cómo puedes ser tan zorro? —gruñó sonriente. Se miraban a los ojos. Niveocán sintió el agarre seguro y pudo brillar a plenitud.
—Por eso me gustaste —siguió Butters, antes de besarlo. Continuaron, hasta que Niveocán rompió su camisa. Sorprendidos los dos, rieron.
—¿Cómo resumirías esta operación si pudieras ser honesto con el público?
—Jornada histórica, éxito rotundo. Se lograron los objetivos #OperaciónLibertinaje.
En el salón contiguo, acomodado en soledad, estaba el gabinete. Allí podían oír los quejidos y gritos gimoteantes bastante agudos. Los cuatro vaqueros sifri se miraban asustados, pensaban en silencio:
—No puede ser, un equipo de paramilitar superó la seguridad y forzaron la entrada a la habitación por una ventana; ahora los torturan. Si abro la puerta me torturarán, o incluso peor, esta embajada tiene seguridad, ellos deberían actuar. Además, si algo sucede, está la línea de sucesión; capaz y llega hasta mí. Imagínate, yo, un tipo guapo, capacitado y con estudios, no me dejaré decir tonterías por nadie. Niveocán es el hombre, pero yo también puedo serlo.
Celestina estuvo mirando las noticias, eso hasta que la señal fue interrumpida, y pudo notar el rumor. Extrañada, escribió un texto:
Jefe, ¿todo bien?
Mientras caía la tarde, Niveocán se ensalzaba, enrollado en un lecho de sábanas blancas, entre los rumores dulces de la camaradería; esa fraternidad a la que las malas lenguas refieren con nombres disonantes. Al mismo tiempo, Juan José se ahogaba en las calles con los rumores cáusticos de la irritación ocular, igual que tantos otros.
Todo perfecto, Celestina. Gracias por ayudarme en este primer paso. Hoy hicimos una liberación personal, ya llegará la colectiva ¡fuerza y fe en el proceso, que los objetivos son claros!
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