Sobre El frío de la fe de
Javier Flores Letelier
Por Adolfo Marchena
La primera palabra es palabra de vida
o de muerte. No existe tierra de nadie en este
conflicto de hombres y leyes, para descansar en paz de tanta vacuidad y vacío, de tanto derroche y
desprecio. La poesía de Javier Flores Letelier es un goteo constante contra la roca de la impunidad, de
las sentencias equívocas, del recibo
baldío. El autor descarga su palabra
contra el paredón de la injusticia y
algunos (muchos) males de la sociedad. De la tierra, de esa que se vive y se respira, y que también
se divide, se parcela con alambradas o
muros, o simples cuchillas. Olor a madrugada de otoño en un robledal a las afueras. Olor duro de ambiente contra el
desarraigo de los pueblos y el
olvido. Poemas de versos extensos, de
recorrido amplio, que convocan a la
reflexión y giran en torno a un ambiente
de cierta desazón, como si todo estuviese perdido. Pero no: hay orgullo y lucha en el poema,
exaltación y, aunque resulte contradictorio, miradas hacia adentro, hacia el
fondo de uno mismo. Javier Flores
Letelier fusila contra el paredón de la
injusticia, de las generaciones sometidas y los imperios. En ese recorrido, como decía, reina cierta desazón,
y también un aire, musicalidad a lo
Leopoldo Mª Panero con versos
como: “Siente mis brazos entre los cadáveres, / la ceniza en el borde del
abismo.” No es una comparativa poética, porque también me recuerda otro verso
un poema de César Vallejo, cuando le pegaban en París, bajo un aguacero. Javier
no es ausente “ante los monumentos y los lúcidos insultos.” Un paraguas, el del
dolor, que no se abre únicamente bajo la lluvia. El autor es sincero con lo que
escribe, capaz de canalizar ese dolor -
que no derrota - con los versos. Ondas
que practican en los charcos y se extienden por las baldosas hasta calar los
zapatos y los calcetines. Las imágenes y las metáforas se suceden en este libro
de Fe, ideología oculta, con elementos de mitología, filosofía y simbología. No
existe despiste alguno en el libro por ocultar la realidad del autor, plagada
de referencias, también, a la historia. Sin embargo, Javier Flores Letelier no cita a Nietsche, Ciorán,
Dante o Petrarca. No nombra ni cita la capacidad si no la necesidad. El mundo,
el planeta como un puzzle abstracto que necesita de la mano de los niños,
conocedores de la verdad.
Existe mucha realidad, cotidianeidad,
en este libro donde el frío de la fe parece evocarnos algo muerto, algo sin
sentido repleto de reproches. La muerte frente al amor en sus inicios, la
confesión a un sacerdote. Porque es necesario no sólo creer, también asimilar
la creencia y trasmitir la idea, sobre todo trasmitir. A un pueblo imaginario y
dormido, a una sensación, a la propia arista del poema. La Fe , dentro de esa ideología
oculta, ese argumento para desperezar e instruir a la historia que siempre
anduvo cabizbaja. Pero no como un revolucionario, un anarquista, un militar.
No, bajo el mando y la acusación de la palabra convertida en poema. No, el
poema en sí, “El frío de la Fe ”,
y esos apéndices que no diferencian, si no que dan continuidad, como el dios de
la guerra o “las armas de los pobres”.
Poemas, como dije, de ritmo elevado,
donde se hace necesario tomar la respiración entre verso y verso, que suponen
meandros en un valle noruego. Poemas que hay que interpretar en su lectura de a
bordo, donde también se asesina al padre o la madre. Leer con calma,
conteniendo la respiración, ya dije. No sé por qué se me ha metido en la cabeza
que es, ésta, una obra que atiende muy bien al realismo onírico, donde Javier
Flores Letelier le pone voz a la Fe
y donde esgrime su orgullo “porque jamás
venderé la historia de mi hambre”; un
orgullo que, sin embargo, le permite racionalizar y focalizar los sentidos que
muchas veces hibernamos.
Adolfo Marchena
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