Ana Ilce Gómez Ortega (Masaya, 28 de octubre de 1944 - 01 de noviembre del 2017). Poeta y periodista nicaragüense, miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua desde el 2006. Destacada figura de la poesía contemporánea nicaragüense. Fue madre soltera y asumió la causa y la lucha por los derechos y reivindicaciones de las mujeres. Fue opositora del régimen somocista desde los años 70 y fue miembro de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura ASTC. Sus obras: Las ceremonias del silencio. 1975; Poemas de lo humano cotidiano. 2004; Poesía reunida. Editorial Pretextos. 2018
Ser o no ser
Vivir.
Ser o no ser no es el problema
sino planchar la ropa
atizar el fogón
escribir unos tiernos y antiguos poemas
mirarse en el espejo el otro rostro del rostro
descubrirse lobo triste por las noches
por las mañanas mujer cuerda.
Ser ejemplar y sobria y verbigracia
Mantener todo en orden más te vale
Disponer todo a tiempo Dios te asista
Ser o no ser no es el problema
sino tener el alma lista
para amargos si acaso o si hubieras.
Y una vez más enfrentarse al mande usté
como usté guste
pulir el piso espejo
lavar la ropa nieve
secar la loza estirpe
disimulando mugres y maneras.
Pero a pesar de todo
amar la telaraña vida
la hambruna vida tuya y de los otros
insultarla si quieres
abrazarla si quieres o si puedes.
Ser o no ser no es el problema
sino ese perdón barato que te entregan.
Y al final de la tarde
has ensayado todo te reprimen
has cumplido el deber no eres tan buena
tu cabeza da vueltas tiovivo
resaca de la piel, costra de olvido.
Esgrime tus cuchillos argumento
empuña tus espadas yo no quiero
atrévete de una vez sueña tu sueño
entra en la escena mundo
como quien entra a la sala de partos
de la vida por primera y alegrísima vez.
Plántate y rebelándote, revélate.
Ser o no ser no es el problema.
La muerte no es una mujer
La muerte no es una mujer
con el cráneo pelado y una corva guadaña
entre las manos.
La muerte es un hombre que galopa
entre las noches que columpia el insomnio.
Es un varón disfrazado de oscura damisela.
Tiene unas rosas en las manos
y un cordel para colmar el cuello.
Alguien un día dibujó a la muerte
con rostro de doncella. Pero ella es él,
pálido, abyecto,
que en la noche se llega hasta mi sueño
y como un perro fiel
me hace aspirar su aliento de témpano
y misterio
y con fría insistencia se me acerca
y me lame los pies.
Furiosos pájaros
Estos son los furiosos pájaros
del deseo.
Ellos son negros.
Ellos se mueven sin hacerles
una señal determinada.
Un día los vi venir con sigilo, con sorna, con prisa en sus oscuras patas. Ahora los veo pasar
–¡Negros y eternos pájaros!– reconociéndome y saludándome.
A UNA MESA
Esta mesa fue de mi abuelo.
Sobre ella más de una vez reclinó su cabeza
y durmió largas siestas
donde se mezclaban vía crucis tormentas
toques de queda
y mujeres furtivas que se marchaban a la nada.
Esta mesa fue de mi padre.
Sobre ella pintaba pájaros y vírgenes
y naturalezas vivas
y mi madre planchaba sobre ella
con la plancha de carbón.
¿Quién era más triste:
la plancha, el carbón o mi madre?
Mía también fue esta mesa
y sobre ella escribí un día estos versos
que nadie se atrevería a publicar.
Cada generación tiene su historia.
Cada sueño su raíz. Cada mesa es como
la palma de una mano. Sus líneas
nos pueden revelar en el momento preciso
de dónde proviene
la madera de los sueños
la nostalgia de las manos
o el lenguaje cifrado
del corazón.
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