miércoles, 16 de octubre de 2024

ANA ILCE GÓMEZ ORTEGA: Poesía Actual Nicaragüense


Ana Ilce Gómez Ortega (Masaya, 28 de octubre de 1944 - 01 de noviembre del 2017). Poeta y periodista nicaragüense, miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua desde el 2006. Destacada figura de la poesía contemporánea nicaragüense. Fue madre soltera y asumió la causa y la lucha por los derechos y reivindicaciones de las mujeres. Fue opositora del régimen somocista desde los años 70 y fue miembro de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura ASTC. Sus obras: Las ceremonias del silencio. 1975; Poemas de lo humano cotidiano. 2004; Poesía reunida. Editorial Pretextos. 2018




Ser o no ser


Vivir.


Ser o no ser no es el problema

sino planchar la ropa

atizar el fogón

escribir unos tiernos y antiguos poemas

mirarse en el espejo el otro rostro del rostro

descubrirse lobo triste por las noches

por las mañanas mujer cuerda.


 

Ser ejemplar y sobria y verbigracia

Mantener todo en orden más te vale

Disponer todo a tiempo Dios te asista

Ser o no ser no es el problema

sino tener el alma lista

para amargos si acaso o si hubieras.


 

Y una vez más enfrentarse al mande usté

como usté guste

pulir el piso espejo

lavar la ropa nieve

secar la loza estirpe

disimulando mugres y maneras.


 

Pero a pesar de todo

amar la telaraña vida

la hambruna vida tuya y de los otros

insultarla si quieres

abrazarla si quieres o si puedes.


 

Ser o no ser no es el problema

sino ese perdón barato que te entregan.


 

Y al final de la tarde

has ensayado todo te reprimen

has cumplido el deber no eres tan buena

tu cabeza da vueltas tiovivo

resaca de la piel, costra de olvido.

Esgrime tus cuchillos argumento

empuña tus espadas yo no quiero

atrévete de una vez sueña tu sueño

entra en la escena mundo

como quien entra a la sala de partos

de la vida por primera y alegrísima vez.

Plántate y rebelándote, revélate.


 Ser o no ser no es el problema.


 



La muerte no es una mujer


La muerte no es una mujer

con el cráneo pelado y una corva guadaña

entre las manos.

La muerte es un hombre que galopa

entre las noches que columpia el insomnio.

Es un varón disfrazado de oscura damisela.

Tiene unas rosas en las manos

y un cordel para colmar el cuello.

Alguien un día dibujó a la muerte

con rostro de doncella. Pero ella es él,

pálido, abyecto,

que en la noche se llega hasta mi sueño

y como un perro fiel

me hace aspirar su aliento de témpano

y misterio

y con fría insistencia se me acerca

y me lame los pies.


 


Furiosos pájaros


Estos son los furiosos pájaros

del deseo.

Ellos son negros.

Ellos se mueven sin hacerles

una señal determinada.

Un día los vi venir con sigilo, con sorna, con prisa en sus oscuras patas. Ahora los veo pasar

–¡Negros y eternos pájaros!– reconociéndome y saludándome.




A UNA MESA


Esta mesa fue de mi abuelo.

Sobre ella más de una vez reclinó su cabeza

y durmió largas siestas

donde se mezclaban vía crucis tormentas

toques de queda

y mujeres furtivas que se marchaban a la nada.


Esta mesa fue de mi padre.

Sobre ella pintaba pájaros y vírgenes

y naturalezas vivas

y mi madre planchaba sobre ella

con la plancha de carbón.


 ¿Quién era más triste:

la plancha, el carbón o mi madre?


 

Mía también fue esta mesa

y sobre ella escribí un día estos versos

que nadie se atrevería a publicar.


 

Cada generación tiene su historia.

Cada sueño su raíz. Cada mesa es como

la palma de una mano. Sus líneas

nos pueden revelar en el momento preciso

de dónde proviene

la madera de los sueños

la nostalgia de las manos

o el lenguaje cifrado

del corazón.





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