Monthia Sancho Cubero (Costa Rica, 1968) Estudió periodismo y educación prescolar. Laboró en el diario nacional La República y en diferentes periódicos alternativos, revistas y radioemisoras. Fue Directora de la revista internacional de a bordo Join us. Ha publicado los libros de poesía: Palomas de grafito (2015), Trance (2017), El rastro de la grulla (2019). Parte de su obra se ha traducido al inglés e italiano y ha sido incluida en varias antologías en Costa Rica, España y Estados Unidos.
DESDE EL SUBSUELO
Yo sí veo desde abajo
el reverso de las piedras.
Siento el olor a desatino
y voces perturbadas,
por eso irrumpo
esta máxima a mi antojo.
Deambulo en un bosque animado,
lucho contra la locura teñida de cordura,
esa que se interna entre ariscos senderos
para apagar la fe de mi mirada.
He ceñido mi nombre a la zozobra,
identidad que desconozco,
pero ya poco me importa.
Cada noche
arribo a la muerte
con el sudario sobre el rostro.
La fila se hace larga
y aun nadie me espera.
Mañana leeré de nuevo
el reverso de estas piedras.
HIERBA INDÓMITA
Nunca creyeron
que yo fuera una de esas
que se abandona en el fango
para sorber resignada sus desconsuelos;
hierba indómita
tratando de esconder a ultranza sus harapos.
Una mujer que de vez en vez
hace orgías con la muerte
y sigue desafiando sus pupilas.
Pensaron que nunca
me había levantado
de la navaja de la ausencia,
del desamor y sus traiciones,
y que zurciéndome en mi claustro
-con algunos garabatos renacentistas-
fuera capaz de ahuyentar la agonía,
desfiladero que busca apagar
el hastío de mis pasos.
No suelo escarbar mi corazón en las vitrinas,
no quiero desplomarme ante esa hoguera.
Es suficiente tener que morir anticipada
entre el murmullo retorcido
de los malditos maxilares
que excorian con sus bocas de zarza
el quicio de mi espalda.
MONÓLOGO DE UNA MOCHILA
No podía guardar más el silencio
en las esquinas,
el lastre vigilante declinaba su lomo
desgajando el tiempo para emprender
con pies ligeros esta caminata
y la locura empacada en su mochila.
Necesitaba cruzar de acera,
evadirse del encierro de su agenda,
manicomio cotidiano
habitado de números, lágrimas y esperas.
Estaba urgida de barrer de sus párpados imágenes,
lavar los tímpanos de voces
y romper el veneno del discurso ornamentado de mentiras.
De vez en cuando
yo también soy
esa necesidad cotidiana y ambulante,
esa explosión inmensa y contenida.
Busco desesperadamente sacudir de mis huesos
el cansancio de estar
tan solo a veces
viva.
JUEGO DE RAPIÑAS
Los buitres tienen picos por espadas,
el hombre las abriga en su lengua,
las afila con el veneno acre del verbo
y sigue el trayecto
que agrieta la epidermis del abrazo.
He vivido bajo el barullo
de esa cercha hostil que me transpola.
Hoy me desgajo
de ese juego de rapiñas
trazado en el reverso de cualquier etiqueta.
Me dispongo a recoger las esquirlas de mi savia
en este arrebato de horas sin minutos.
Hoy le susurro al latido de mis venas
que no quiero encajar en nada,
en nadie
en nada.
SACRILEGIO DE INCIENSOS
Yo no estampo en mi frente
un símbolo con ceniza
para enjuagar ante tus juicios
mis pecados.
Yo no toco las puertas de las almas
ni profetizo lanzando piedras
por las calles.
No me pongo la sotana de poeta,
no me siento ungida
y con licencia
de marcar con una cruz
cada tropiezo.
Soy de esa especie curtida,
espesa,
que enfurece su sangre mientras pulsa
y abolla el músculo cuando rota.
Reconozco el incensario
que alberga serpientes cascabeles.
Presiento el veneno, la hoguera,
así como a la horda,
que ceñida a las túnicas de encajes,
columpia eslabones
y expele sus toxinas con inciensos.
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