martes, 31 de enero de 2017

Reseña de Otra vida para Doris Kaplan. Por John Martínez


Una vida secreta dentro de otra vida secreta

En el libro de Alina Gadea “la guerra interna” es el telón de fondo. Pero, a diferencia de otras obras que giran alrededor del tema, La vida secreta de Doris Kaplan tiene una gran profundidad en sus personajes, imprimiéndole un alto vuelo narrativo, donde lo más importante no es la historia en sí, sino el narrar. El contar. La narradora aquí está en su elemento, la narración supera a la historia. No es que sea una historia mala, no. Lejos de eso. Pero es claro que la escritora sabe narrar y eso –aunque parezca obvio- en la última narrativa peruana, plagada de “escritores profesionales”, es más que rescatable, es de un tremendo valor.
Las estructuras de una sociedad derrumbándose son las mismas que sostiene a la familia de Doris. El escenario donde ella vive es el del horror. La lejanía de la “conciencia de sus personajes”, con lo que sucede en la “vida real” está bien plasmada. Esa clase media en decadencia del Perú de los ´80 y ´90. Asistimos al “reconocimiento” de una mujer que se vuelve adulta de golpe, que ve la destrucción no solo de su ideal familiar, sino que se pierde entre los recuerdos, para caer luego en una especie de “complejo de Edipo”, con el amigo del padre muerto.
El final feliz está lejos de aquí. Que haya terminado la narración no significa que termine la historia. Este es el caso. Los personajes se quedan suspendidos. Y no es un error de continuidad o descuido del autor, es el tajo de la vida. Así nos quedamos de golpe. Así la vida nos da duro. “nos cubre la noche como si un gigante hubiera dejado caer su saco sobre nosotros
El personaje de Doris logra enternecer, aunque a veces uno se pregunta si ese “egoísmo” de la adolescencia la limita. No se nos plantea como buena o mala. Solo le suceden cosas jodidas. Ya sabemos que ninguna niñarica quiere cuidar a su madre enferma. Pero no creo que sea por  egoísmo, sino por crianza. La novela nos plantea de golpe ya una relación deteriorara entre la madre de Doris y ella misma. Pero ¿esto se debía solo al resquebrajamiento emocional de la madre de Doris? Creo que no. Creo que ambas se habían acostumbrado a que haya “muchachas”, “chicas”, intermediarios para hacer las cosas. Creo que Doris pensaba solo en ella, y si bien era consciente del mal de su madre, la dejo ir. O al menos no le importó lo suficiente. Se nos plantea como victima –todos tenemos empatía con mujeres jóvenes que huyen de su casa por la noche para ver al amado o para mirar el mar- pero creo que también Doris sufría de un retraimiento, de un ensimismamiento violento. Casi no se menciona amigos, una amiga al menos, una confidente. Alguien en quien el personaje pueda confiar. Nada. Nadie, por eso la empleada cuyo hijo está liado con la guerrilla, toma ese papel, o al menos quiere hacerlo.
El libro de Alina me ha hecho pensar en el otro, no en Doris, sino en la mamá tradicional limeña, conducida hacia la locura, a la que se le muere la vida antes de que se muera el cuerpo. Educada en otra realidad, criada a base de prejuicios, no tuvo reacción para vivir otra vida. El instinto cercenado la hizo perderse, no tener rumbo. Pienso en esas generaciones que no tuvieron más opción que desesperarse, que morir día a día mientras no comprendían, ni se cuestionaban, porqué seguimos respirando, por qué vivimos esto, con qué propósito. Ese personaje es el que más me llama la atención, Doris, sufre, sí. Pero deja sufrir a su madre, o no puede hacer nada más que asistir a esa muerte lenta.
Doris, tiene el mundo que se abre por la ventana, en una noche frente al mar.

John Martínez
Lima sur, diciembre 2016