miércoles, 26 de junio de 2019

OLGA SLYUNKO: Narrativa Actual Rusa

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Olga Slyunko (Blagoveshensk, 1987) Graduada en la Universidad Lingüística de Moscú y en la Escuela de Drama de Herman Sidakov. Participó en diferentes proyectos de cine y teatro. Trabajó como escritora creativa en el proyecto “Los Fíxicos” de la editorial “Umnaya Masha” y participó en la creación de las ideas y el contenido de los libros para niños. En 2010-2014 trabajó de traductora y curadora de programas cinemáticos para el Festival de los Cortos de Moscú “Primera Obra”. Los últimos 4 años reside en Venezuela. En este proyecto es la traductora de los cuentos al español y compiladora de los cuentos rusos y latinoamericanos.

De la antología Ruso/Latinoamericana Sensaciones de acá, de allá y del más allá (LP5 Editora, 2017) 
Traducción por Olga Slyunko



Olga Slyunko lee Toma en ruso:



TOMA


“Georgito, ¿me puedes restregar la espaldita por favor?” – se oyó una voz coqueta desde el cuarto de baño medio abierto. Es uno de los primeros recuerdos vivos con ella. Era una flor exhalando aromas. “¿Esta floreciente mujer es su mamá?” – le preguntaban asombrados a su hija siempre cansada. Un esposo se ahorcó, el otro se dio a la bebida, pero ella seguía exhalando aromas. A ella le encantaban las fiestas ruidosas a la orilla del mar con las ollas y sartenes llenas de pasta “a la marinara”, pimentones rellenos, plov[1], diferentes ensaladas, panqueques – siempre había un montón de comida riquísima alrededor de ella, y por supuesto vodka casero hecho con las cáscaras de mandarinas, -- todo eso acompañado de la voz ruidosa del hijo adoptivo más querido: Igorechek. “¡Estoy tan borracha que no llego hasta la casa!» -- se oía desde los olivos silvestres de Crimea que nunca maduraban. “Amigos, vamos a tomar. ¡Eso nos une tanto!” – balbuceaba Toma y en su cara fluía una sonrisa juguetona e inocentemente traviesa.
Aquí está ella celebrando el Año Nuevo, teniendo sólo unos calzoncillos y sostén puestos, está bailoteando agarrada de las manos con su novio de turno apodado Rata. Ella es una dama de talla exuberante, él es una rata esquelética. Ella alza sus brazos frondosos y gira los pétalos de los dedos de un lado a otro.
Toma bailaba más con el alma que con el cuerpo. El cuerpo era muy voluminoso, con gran esfuerzo y ahogamiento lo arrastraba hasta el segundo piso del edificio de cinco pisos de los tiempos de Stalin, donde vivía en este entonces ya sola en un apartamento de dos cuartos con un balcón. En el pasillo, justo encima de la puerta de entrada, día y noche funcionaba una radio, que transmitía la voz querida de Igorek. Así se sentía con más alegría. Y bueno, al fin de cuentas no afectaba mucho las cuentas de la electricidad, ya que el vecino ayudaba a girar el medidor en la dirección contraria.
Aquí estamos otra vez donde la abuela, ella sirvió una mesa grande, congeló jolodets[2], hizo ensaladitas, destiló vodka casero, prendió con alfileres a la nuca un moño con sus propios pelos acumulados por años y ahora está luciendo feliz porque otra vez todo salió bien. “¡Con ánimo para la bola!” – grita ella con una voz aguda, alza las manos con los puños y los sacude con energía. Parece que está a punto de lanzarse a la lucha.
Toda la vida trabajó en una planta de construcción naval y cuando se retiró, se puso a trabajar de portera en un instituto marino más cercano a la casa. Nosotros pasábamos “de visita” donde ella, cuando no había nadie en el instituto, vagábamos por las aulas vacías y larguísimos oscuros pasillos, jugábamos al escondite en el guardarropas y retozábamos en el patio. Y además cuando la abuela tenía un turno nos gustaba pasar por su casa y ojear por horas las fotos viejas de blanco y negro buscando caras conocidas. La veíamos de buena planta, joven, atlética, con un lunar provocativo en la ceja. (“Me decían: “Ay, esas piernitas, como si alguien las hubiera tallado en un torno”, – suspiraba ella de vez en cuando). Nosotras abríamos dos enormes cajones de calzado y medíamos por turno todo su contenido. Brincábamos en un sofá elegante con un montón de cojines rojos con dibujos, construíamos con ellos unas barricadas y diferentes casitas. Abríamos al azar la guía de teléfonos y llamábamos a cualquier número, diciendo a la gente desconocida diferentes groserías y colgando de inmediato… Después de nuestras visitas Toma cabeceaba: “Sodoma y Gomorra…”
En una de esas “incursiones” encontramos un verdadero testamento. Nosotros no entendíamos para qué servía, pero sabíamos que lo escribían antes de morir. Y me puse muy triste pensando que todo ese mundo iba a dejar de existir para siempre. No habrá alegría borracha de sobremesa en los días festivos, telenovelas latinoamericanas (¡Oh, Rosa Salvaje, Simplemente María y Manuela[3], cómo suelo extrañarlas en mi adulto estado mental!). No habrán barquillas deliciosas de crema cocida y cuentos sobre algunas viejas que no le agradaban para nada: «¡Dios mío, que te cagues y no tengas agua para bañarte!”
Ahora me queda de ella sólo un anillo de bodas que me dio durante nuestro último encuentro. Pero en mi corazón ella sigue con su risa aguda, sacudiendo los puñitos y girando los pétalos de los dedos en la danza exaltada del alma.






[1] Plov es una especie de paella rusa.
[2] Jolodetz (en ruso «холодец») es caldo de carne congelado.
[3] “Rosa Salvaje”, “Simplemente María”, “Manuela” son nombres de telenovelas latinoamericanas populares en los años 90 en Rusia y Ucrania.





lunes, 24 de junio de 2019

ANNA KOZHURINA: Narrativa Actual Rusa

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Anna Kozhurina (Moscú, 1975) En 1998 se graduó de la Academia del Servicios Públicos y Construcción de Moscú. En 2015 - de la Academia Estatal de las Humanidades de Rusia especializada en la historia del arte de Europa Occidental e historia del arte ruso. Trabaja de directora de ventas. Miembro del círculo literario “Belkin” anexo al Instituto Literario Gorky.




Texto tomado de la antología Rusa/Latinoamericana titulada Sensaciones de acá, de allá y del más allá (LP5 Editora, 2017)
Traducción al castellano Olga Slyunko



VOLAR



Me desperté por un dolor sordo en las patas y alas. Me acordé del paseo despreocupado por el nuevo pasto en los rayos del sol caliente, como después algo pesado me aplastó atrás, como mis hermanos se remontaron al cielo pegados haciendo ruido. El gato gruñía con rabia, me rompía y aplastaba con su peso, me clavaba con sus garras y al fin me tiró lejos, habiendo saciado su interés de jugador. No podía volar, sólo podía arrastrarme despacio, mientras el sol empezó a calentar desesperadamente. Aguanté hasta el arbusto sofocándome, me achique y ya todo me daba igual, lo importante era irse a la oscuridad lo más pronto posible, hundirse, chorrear, confluir con el silencio y nunca más pelear contra nada. Pero no me funcionó, volví a despertar. Había pajaritos humanos alrededor, arrullaban algo. Algunos como naranjas, otros azulados, uno con luminiscencia dorada. El naranja se acercó veloz, me pateó, retrocedió. Los otros se pusieron a hablar,  entonces el Dorado extendió sus alas, cerró el paso a los demás. Hizo unos pasos suaves por el pasto, se bajó y alargó sus alas pequeñas rosadas hacia mí. Empezó a sentirse calor materno, olió a galletas. Él toco mi cabeza con ternura, volvió la cabeza de un lado hacia el otro como algunos de mis hermanos, aleteó a otros pajarillos y empezó a arrullar en voz alta. Se acercaron todos, empezaron a hacer ruido. El Dorado tiró al piso parte de su plumaje delante de mí, me movió a una superficie blanca con ternura y se levantó cargándome. Tendría que asustarme, pero no tenía fuerzas para eso. Los pajarillos corrían al lado, chillaban, miraban… Después la banda se quedó atrás, y el Dorado me entró con cuidado, echando miradas preocupadas. Pasamos la casa fría y oscura, los espacios encerrados y nos encontramos en un lugar claro y bueno, donde me colocó en el piso y me dejó. Ahí fue cuando le di tregua a la vida, me adormecí. Cuando me desperté él estaba al frente mío, como una paloma de verdad, miraba con atención. Yo ya tenía al lado una tapita con agua, me acercó en su ala las semillas. ¡Y recordé esa ala! En invierno siempre se metía en la ventanita con las migas salvadoras y granos. Al principio teníamos miedo, pero el hambre nos reconcilió con el peligro. Llegábamos volando a esa ala y los más valientes picaban de ahí. Sólo que estaba resbaloso, porque nos deslizábamos aruñando el borde de la ventana. Después el pajarillo lo arregló todo: hizo algo para que no nos deslizáramos. Todo el invierno nos reuníamos en su casa, sólo necesitaba abrir la ventana. Y después nos olvidamos de él.

El Dorado tocó suavemente con algo fresco mi pata. Yo la quité rápidamente, me quemaba. Él cabeceó, habló algo en su lengua en voz baja, y ahí lamenté que no entendía nada. Y después me dormí otra vez. Pasaban días, me acostumbré a mi destino. El Dorado traía diferentes comidas, miraba qué me gustaba más, sonreía, limpiaba, me frotaba las heridas y refunfuñaba en su idioma. Me hizo un nido en un lugar más frío y abierto, al lado de la primera habitación. Ya me empezaba a olvidar de la palomera, de los compadres y los vuelos. Volaba sólo en el sueño. Incluso me daba miedo mover las alas, ni pensarlo, hasta que el Dorado, balbuceando habitualmente, me arrastró a la calle. Otra vez nos rodeó una banda de los pajarillos humanos. Hacían ruido, agitaban las alas. Primero paseaba sentado encima de él y después caminaba con cuidado por el suelo fresco. En uno de los paseos el Dorado extendió sus alas ridículas y dijo algo balanceando. Pregunté: ¿volar? Y él respondió: ¡volar! ¿Cómo lo logró? Hasta ese momento no entendía nada de sus palabras. Él se puso a deslizar por la tierra, corrió. ¿Acaso va a despegar? El Dorado se paró y miró hacia mí. Dijo otra vez indicando a mis alas: ¡volar! Yo también tomé carrerilla un poco, agité las alas, pero esas se doblaron de alguna manera, en general no logré hacer nada. Pero el Dorado era testarudo. Cada paseo me contaba algo, mostraba, desplegaba sus alas, corría alrededor, a veces hasta me lanzaba hacia arriba con cuidado. Las alas dolían cada vez menos, y empecé a subir al cielo. Siempre me volteaba y le gritaba: ¡Dale, vente también aquí! Pero el Dorado sólo batía sus alas ineptas y lucía desde la tierra, dando vueltas por el pastizal con alegría. ¿Pero quién me va a decir que no volaba? Volaba, pero por tierra. Mis hermanos lo miraban desde el techo y se asombraban. Algunos dudaban de nuestra idea. Escuché sus bromitas: mira, el nuestro se volvió de circo, ¡divirtiendo a ese humano! Hasta los grises azulados se reían un poco, aunque nosotros nunca los considerábamos palomas de verdad. Empezó a hacer mucho calor, y esperaba con impaciencia a nuestros paseos. Nadie me podía prohibir a volar desde la casa, pero igual todavía no lo hacía. Aunque volara muy alto en la calle, igual siempre aterrizaba al hombro de mi amigo. Un día el Dorado dijo: necesitas ir donde tu gente, a la casa. Lo entendí todo, todas sus palabras, y me puse a dejarlo cada vez más, y regresaba menos. Tenía que estar con los del cielo, y estaba. Un día recordé que hace rato no había visitado a mi amigo, ¡y me pasaron tantas cosas nuevas! Planeaba entre las casas y no lo encontraba. Todas las casas eran parecidas. Y miles de ventanas me miraban esperando algo. Me acercaba a uno y a otro, pero en ningún lado se veía la luminosidad. Rezaba que me diera una señal, pero no había nada. Me agitaba entre esas piedras asustado, y el Dorado me vio, me aleteó. Como si hubiera brillado un rayito, y me lancé hacia él. Me senté al frente y me miraba, brillando con gotas de alegría. Vi sus ojos encenderse, sus alas moviéndose, se arrugó por el sol y dijo:

- Es una lástima que no puedo volar contigo en el cielo. Me vas a hacer falta.

- Puedo quedarme.

- No, tú tienes que volar, amiguito. ¡Tienes que Volar!


Y yo vuelo.






domingo, 23 de junio de 2019

DMITRY KALMYKOV: Narrativa Rusa Actual



Dmitry Kalmykov (Elistá, 1986). De 2004 a 2010 estudió en el Instituto Literario Gorky a distancia, el seminario de V. V. Orlov. Publicó sus obras en las revistas “La Amistad de los Pueblos”, “La Bandera”, “La Juventud”, “El Imperio del Espíritu”, la antología “El Bulevar de Tver, 25”, “Letras”, “Belkin”, “La Concordancia de los Tiempos, 2011”, “Gvideón”, “Volga”. Miembro del círculo literario “Belkin” anexo al Instituto Literario Gorky. Participante de la conferencia de los escritores jóvenes adjunto a la Unión de los Escritores de Moscú – 2011-2014. Miembro de la Unión de los Escritores de Moscú. Laureado del Premio Voloshin 2012 en la sección “Prosa”. Autor de la novela Las Notas del Maestro Provincial P. G. Carudo.


Texto tomado de la antología Rusa/Latinoamericana titulada Sensaciones de acá, de allá y del más allá (LP5 Editora, 2017)


CARPA


-¡Ella dice huele a algas! ¡Qué tonta de verdad! –Misha se rió y arregló el cinturón de seguridad puesto sobre el freno de mano.
El motor traqueteaba y zumbaba, el viento silbaba entre los vacíos de la ventana lateral y en los huecos del piso podrido, pero ninguno de los sonidos podía callar la palabrería de Misha.
-Todo eso le metió la suegra. Imagina, me dice que yo no coma la carpa, porque tiene mucha espina. ¡Qué tonta! ¿Cómo vivió tantos años con semejante mente torcida? ¡Ja-ja! ¿Y qué con las espinas? ¡Ni masticas, sacas la espina y comes la carne! ¡Y la carpa es un pez excelente! Especialmente ahumado. También está bueno frito o al vapor. Coño, ya me dio hambre. Mira ¿Qué hay de tragar?
Vasya apenas tocó el pasador y la tapa angular se cayó mostrando la boca oscura de la guantera del Jhiguly[1]. Cayeron susurrando el montón de papeles a sus pies. Vasya se puso a recogerlos.
-Déjalo, es pura tontería, - lo paró Misha. Toma mejor la bolsa.
La mano de Vasya tomó una bolsa pesadita. El pan blanco, el jamón ahumado y una navaja con un diseño grueso de ardilla encima de la manilla. Vasya se puso a hacer sándwiches. Con el traquetear del auto, el cuchillo se deslizaba constantemente y Vasya lo dirigía con cuidado, así que los pedazos de pan y jamón salían de dos dedos de grosor.
-¡Qué vaina! ¡Barriga llena, corazón contento! dijo Misha, mirando el sándwich que le pasaban.
Vasya quitó las migas de las rodillas y guardó de nuevo los restos de pan y jamón en la guantera.
-Lenka me dijo que tú estás como deprimido, - Misha estaba ronco por haber tragado el sándwich en seco. – Y yo la conozco hace rato. Pero tranquilo que no tuve nada con ella. Sólo éramos vecinos en Kalitna. Íbamos a la misma escuela. Aunque sea diez años menor que yo, recuerdo cómo le puede sacar la piedra a uno. Su madre le rompió más de un rastrillo en la espalda. ¡Ja-ja! Siempre venía a la bodega y compraba dos rastrillos – uno para usar y el otro para Lenka. Claro que con semejante carácter a cualquiera lo vuelve loco. Pero yo conozco un remedio. Vamos contigo a Himky a la calle de Butakov, ¡Allí en el paso peatonal hay unas reinas divinas! Yo entendí de una – tú eres fiel. Pero eso es necesario como un remedio – ¡Lo tomas y listo! Así que no hagas mala cara. El poner cachos bien hechos fortifica el matrimonio. Comprobado. Todo mejor que andar desganado, porque eso no es vida. Hay que moverse. Igual la vida te va a obligar. Por ejemplo, yo manejé la última vez en 1989, en el ejército dirigía un camión, y ahora lo necesité por trabajo, compré esta chatarra por 300 dólares y otra vez al volante. Coño, salimos tarde. Pero no importa, nos apuramos, y alcanzamos a sentarnos al lado del fuego.
Misha se dirigió al pueblo. El disco solar se escurría goteando detrás de las cimas de los pinos coloreando de rojo el cielo.
- Trae la cuerda. Está en el baúl, - Misha abrió la tienda de campaña y estaba poniendo las varillas en la tierra.
Mientras Vasya se ocupaba con la cuerda enredada, la cúpula de la tienda de campaña se elevaba no tan alta, por encima del claro y Misha prendía el fuego.  
- Déjala donde estaba, - Misha señaló la pelota en las manos de Vasya. – Encontré otra. 
El fuego ya estaba chirriando en la entrada de la tienda de campaña, el compresor sonaba hinchando el bote de goma. Misha agarró la caña y un bolso de pescar.
-Vamos, miramos el fondo mientras tanto.
Las tablitas grises se movían y crujían debajo de los pies de Misha y Vasya.
El muelle serpenteaba un poco entre los pilares de soporte podridos que sobresalían del agua.  Cuando llegaron al borde Vasya miró hacia atrás, el fuego, la tienda de campaña y el auto se achicaron.  De la superficie oscura del agua de vez en cuando salía el plumaje de la niebla y se deslizaba lentamente hacia la orilla. Misha puso el plomo al sedal, braceó la caña, el agua sonó suavemente lejos del muelle. Misha giraba la manilla del carrete sin prisa. 
- Mira a la punta, tiene que ir abajo. ¡Eso! – Se notó que la punta de la caña se dobló. – Entonces allí hay un hueco.  A la carpa le gustan los huecos, se acuesta y es difícil sacarla de ahí.
Misha miraba la orilla en búsqueda de unas señales. - Cuando vayamos en el bote le tiramos algo. Me huele que si la carnada sirve, va a salir una bien buena. El lugar es perfecto.
El remo entró suavemente al agua.
Dos hilos delgados parecidos a las cicatrices se estiraron detrás de la pala y se disolvieron como burbujas sin peso.
- Listo, frena aquí mismo, - Misha susurró con la bolsa. – Todavía está cálida. Herví cebada y añadí maíz. A ella le gusta mucho. La vez pasada picó con el maní, pero no me gusta repetir aunque sea en un nuevo lugar.
Vasya miraba cómo los pedacitos grises desaparecían en la profundidad. - lo más importante es no exagerar con la carnada. Si no - se llena y no le interesa el gancho.
Aquí el secreto es llenar a los pececitos chiquitos que son más rápidos, dejando la carpa grande con hambre, para que sienta el olor y suba desde el fondo. ¿Está claro? La carpa grande no va a venir a tus manos por su cuenta, hay que conseguirla. Bueno, a remar.
Se oscureció por completo, sólo el cielo negro sin estrellas arriba y el agua negra abajo.
- Agarra por allá. ¡Así no es! ¡Lo vas a enredar! Vasya no podía con los hilos delgados de la red, los dedos le fallaban, la red se enredaba, agarrando los botones de la ropa. – dale, desenreda. Vamos a lanzarla. Por allí, lejos, cuento hasta tres. ¡Uno, dos, tres!
La red se sumergió suavemente en el agua.
- Todo en orden. Por si pasa la policía, la red no es de nosotros, no sabemos de quien es. ¿Entendiste? Pero no te cagues, ellos son perezosos, a mí no me agarraron ni una sola vez. Mañana en la madrugada lo subimos, ponemos todo en el baúl y nos sentamos en la orilla con las cañas. Por aquí hay una procesadora de pescado, así que va a haber buena pesca. Calcula por noche unos 200 dólares. Me conocen bien en el mercado, van a recibir sin preguntar nada. Pásame el remo, de regreso remo yo.
El fuego estaba no tan alto, pero sí muy caliente. Vasya estiró hacia el fuego sus pies mojados con mucho gusto. Misha le tiró a su lado una botella de vodka y un paquete de vasos desechables. - Sirve, mientras yo pongo la mesa, - ordenó Misha y empezó a rebotar entre el auto y la fogata como una bola de ping pong.
Cuando crujió la etiqueta, la mesa del caucho de repuesto cubierto con una hoja de cartón ya estaba lista, Misha estaba abriendo las latas.
- Como si el Cristo hubiera caminado por mí, - Misha acarició su pecho y miró al vaso vacío. – ¿Cómo es lo que dices que no hay muerte? Mejor termina con eso. Lenka dijo que está preocupada por ti, que puedes suicidarte. Pero hay que vivir. ¿Crees que yo no pase por pensamientos así? ¡Ay hermano! Mi madre se murió cuando yo tenía ocho años… Cada uno puede encontrar la razón. ¿Pero para qué? Uno se siente mal cuando no se interesa por nada. Algún oficio. No trabajo, sino algo para el alma.
- Lo más importante es no dejar que se caigan las alas. Es como en la niñez, haces una silla en el liceo, la traes a la casa, tu papá te aprieta la mano, te da una palmada en el hombro, ahí mismo te sientes una persona. Pruébalo , haz algo. Para que a ti mismo te guste. ¡No tiene nada que ver con una silla! Hazte una tarea y la cumples. ¿Por qué crees que me gusta pescar la carpa? Porque es una tarea compleja. Encuentra un lugar, alista los materiales, escoge la carnada, búscala y trata de agarrarla. ¡Esa no es una sardina! A la carpa hay que  engañarla, vencerla.  Bueno, también siempre se puede comprar una carnada especial, revisar todo el fondo con un sonar. ¿Y tú qué crees? ¡El sonar ahora se vende regalado! Pero así no es interesante. Eso es de lo que estoy hablando. Resulta que con todas esas vainas como que la atrapas y agarras seguro. Pero prueba actuar con tu astucia, ¡Así vas a respetarte! Dime si te estoy aburriendo. No te avergüences. Yo tampoco lo necesito mucho, solo que Lenka me pidió el favor. Como si yo te devolviera a la familia, ¡ja-ja! Pero por mí, la solución es que te acuestes con otras mujeres, y vas a estar como nuevo. El agua estancada se empicha rápido. eres un buen tipo, pero necesitas una sacudida.  ¿Сómo que no va a funcionar? ¡Olvídalo! ¿Cómo que no hay sentido? Con semejantes pensamientos, hermano, lo único que te queda – hundirse en el fango, ¡ja-ja!  Vamos a tomar otra más, para no hablar tanto.
Misha se calmó con la misma velocidad que hacía las cosas. Se hizo completamente invisible en el sueño, su ronquido no se oía en el claro y no inflaba las paredes de la tienda de campaña, él no se movía ni murmuraba. Como si Misha se hubiera desaparecido por completo.
Vasya se acercó al agua. Las nubes nocturnas se aclararon, el aire se puso gris y húmedo. Acostado en el muelle Vasya se puso a escuchar. El silencio se disolvió poco a poco con el sonido del agua, el zumbido de los mosquitos, el susurrar de los arbustos, el canto de las ranas. Vasya estaba acostado en las tablas húmedas, absorbiendo los sonidos y sensaciones. El viento venía con ráfagas lentas y suaves, zumbaba llamando debajo de las maderas. El sonido del agua se ponía inquieto e impaciente. Vasya se paró, se quitó la ropa rápido y fue caminando hacia el borde del muelle, ahí otra vez se acostó en el mismísimo borde, con su coronilla sobresaliendo encima del agua.  El aire frío quemaba su piel. Vasya sentía como en todo el cuerpo a través de las redes de los capilares y los canales de venas fluía la sangre caliente. Él volteó la cabeza hacia un lado y se aplastó rápido, la nariz y la boca se estiraron hacia adelante, Vasya quería parpadear, pero sus párpados habían desaparecido. Sentía como si todo el cuerpo se hubiera pegado, se convirtió en gelatina y otra vez se puso rígido.  Los órganos, huesos y músculos se hicieron un solo terrón que otra vez se fue deshaciendo, y poco a poco fue transformándose en otra estructura. Vasya estaba quemándose desde adentro, lo punzaban y cortaban, rompían y jalaban. Él quería gritar, pero la boca se abría y se cerraba silenciosamente. Vasya se retorcía del dolor, golpeaba las tablas con la cola, trataba de soltarse, saltar por encima del cuello, el aire frío le quemaba las branquias. Desesperado Vasya hacía un tirón tras otro, con la mirada  turbia veía el borde del puente, pero estaba demasiado lejos. Las tablas empezaron a temblar debajo de su cuerpo. Desde la niebla gris apareció una figura humana.
- ¡Coño, qué grande es! – Misha agarró hábilmente la carpa por debajo de las branquias. – ¡Vasya! ¡Vasya! ¿Dónde estás? ¡Levántate! Parece que traes buena suerte, ¡ja-ja! Nadie va a creer, un semejante hipopótamo se tiró él solo del agua. ¿Oíste? ¡¿Dónde estás?! ¡Vasya! Mejor dicho es tuya la pesca. ¡¿Dónde carajo estás?!
La carpa tiró la cola nerviosamente y casi se deslizó de las manos de Misha.
- Bueno, carpita, ya dejaste de nadar, -  Misha se sentó en cuclillas, apretó el pez con los cachetes contra las tablas para que el cuerpo no tocara la madera y presionó rápido, rompiéndole a la carpa la espina dorsal. – Lenka va a estar muy contenta…



[1] Auto antiguo y de uso popular en la Unión Soviética.







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