jueves, 6 de julio de 2023

MARJIATTA GOTTOPO: Narrativa Actual Venezolana

 


Marjiatta Gottopo (Caracas, 1972 Venezuela)

 A los diez años publica una caricatura en una revista. Se dedica obsesivamente al dibujo de cómics de detectives y hombres de acción. Luego, a los quince, se va de su casa. Cursa estudios en la Universidad Central de Venezuela, también trabaja en La Fundación Museo Arturo Michelena como gestora cultural y en el área de prensa. Estudia teatro. Se larga de Venezuela después de hacer unos talleres en la universidad sobre Conrad y el Viaje y sobre Melville y la aventura. Totalmente envenenada de Cavafis y otras sustancias más groseras decide hacerse aventurera. Viaja por la península española durante tres años, vende enciclopedias, y trabaja en múltiples oficios, se casa en Almería, descubre las alucinaciones del desierto y el octavo pecado capital llamado acedía del que ha sido ferviente practicante sin siquiera saberlo. Náufraga en Canarias en donde en el año 2002 cursa estudios de Filosofía en la Universidad de La Laguna. Trabaja como Jefe de Redacción de las revistas electrónicas Canarias Viva, Revista libra y Canal Joven en Tenerife. Ha publicado poemas sueltos y cuentos en distintas antologías. En el año 2006 después de obtener la nacionalidad española y contrariamente a lo que todos suponían decide afianzar sus raíces y volver un rato a Venezuela a ver que está pasando con la revolución. Vuelve a intentar retomar la carrera de Letras en la Universidad Central de Venezuela pero sinceramente nota que se le pasó el arroz (a la carrera) y piensa que quizá se dedique a la Comunicación Social. Trabajó como productora en el canal de televisión Ávila TV de Caracas. Publicó la novela CADA MINUCIOSA NOCHE DE INSOMNIO (Tenerife, 2009) y el libro de cuentos Manual de autoayuda para náufragos (LP5 Editora, 2021).


Del libro Manual de autoayuda para náufragos (LP5 Editora, 2021)


Suicidios imaginarios



—“Me estoy suicidando desde que nací, tranquilo” 

(La autora cuando un amigo cree que es verdad que está a punto de suicidarse) 

Cuando te tragas las primeras veinte ya estás en el avión que atraviesa el océano. 

Cuando el agua te empieza a entrar en los pulmones recuerdas un recuerdo que nunca has tenido. 

Volvía, por fin volvía. 

Bajaba del avión y miraba el aeropuerto enorme y miraba que no había nadie y miraba al pasado que es a donde miran los que vuelven. Y se encontraba con esas caras idénticas y más arrugadas que dejó atrás y miraba con ternura y cierto sentimiento de culpa, porque se había ido y él que se va, por mucho que lo niegue, se va por algo, y más aún si luego se queda es porque ese algo en vez de morirse crece, no se sabe, pero seguro que eso piensan los demás. 

Y los demás son importantes cuando se trata de irse o de volver, pues son como esa identidad que la línea aérea no sabe a quien encasquetarle, y la dejan, allí, en algún carrito de maletas cuando tú te largas. 

Y tú te bajas del avión, diez horas después, más liviana y perdida, porque eres tú, pero ya no eres, como una reencarnada con memoria, como si te faltara algo, algo que te sobraba. 

Sin embargo, vuelves con cosas, rastros en la mirada esos que fuiste encontrando y perdiendo por el camino, rastro de noches solitarias, rastro de besos que se te han secado en el alma, rastros de decepciones, de alegrías, restos, polvo, humareda de pasos que se han perdido. 

—Es culpa tuya este abismo —te dice tu hermana, es culpa tuya porque te fuiste. 

Aunque cuando te vas no llegas a parte alguna, porque en todas estás, así como de paso, y los primeros años se te pasan distraída, y la gente se estrella contra ti como los mosquitos contra el parabrisas de un coche que va muy rápido por una carretera del norte, en invierno. Y los primeros años te fascinas y te enamoras una, dos y tres y cuatro veces, hasta que tu imposibilidad de detenerte te empieza a dejar sola, saltando de un lado a otro, porque allá tampoco te paraste, tampoco supiste construirte una existencia, con la excusa de que estabas viajando te quedabas lo suficiente para crearte pasiones y después huías de ellas y tratabas de olvidar en otra parte. 

Y alguna vez sentiste que te miraban con un ¿qué haces aquí? Y los viste preocupados por miles de balsas inundadas de hambre que llegaban a la orilla y oíste en secreto: “¿Y los que llegan en avión?, de esos nadie dice nada”. 

Y a veces te preguntas si alguien te recordará en aquel continente una tarde cualquiera cuando tú ni siquiera lo sospeches y la certeza de que nunca se vuelve, jamás. 

Y cuando estás a solas y te lo vuelves a preguntar, no puedes contestar ninguna de las dos cosas, que son la misma ¿Por qué no vuelves? o ¿Por qué te has ido?, fácil es estar con la gente que cree que es por dinero, que es pura geopolítica y enseguida te tachan de inmigrante. 

Con esa gente es fácil porque no hay que estar explicando la condición metafísica del exilio, estás porque sí, porque aquí se vive mejor, te dicen. ¿Mejor que en dónde?, ¿Mejor que en este cuerpo? ¿Mejor que en esta alma? ¿Mejor que en esta memoria? ¿Es que hay algún sitio lejos de uno?

Porque te das cuenta de que no eran los demás, que los otros son simplemente el potenciador del sabor de tu propio placer o angustia, el glutamato monosódico de tu existencia. 

Los demás cambian de rostro y siguen ahí, con la piel más clara u oscura, en una esquina con otro nombre, fumando otra cosa, pero siguen siendo los mismos. 

También hay gente única, pero eso es más raro, hay gente a la que nunca encontrarás por muy lejos que vayas, si no sabes alejarte de ti un poco y abrir los ojos. 

Inconsistencia, que se hace consistente cuando pasan los años, consistencia y permanencia del vacío, vaya, ahora sí que le das la vuelta al asunto, ahora sí que estás rodeando la causa o el efecto. 

Bueno, pero ya estás aquí, aunque ¿Qué significará eso?

Que estás, sólo que estás, que has vuelto, que ya no estás allá, en ese lugar del que vienes, que te has dividido en dos y que siempre tendrás que dejar algo para estar en algún lugar. 

Dicen que Dionisio, el hijo de Júpiter y Sémele ostentaba una eterna condición de extranjero, dicen también que cuando chico, Hera, la mujer de Zeus había mandado a unos cíclopes a que lo desmembraran y también cuentan, que luego, más adelante, el propio Dios, harto de las dudas de su primo Penteo, había hecho que su propia madre lo despedazara en una bacanal. 

Otros dicen que Dionisio, el dios del vino, es la conexión pagana del hombre con la divinidad, igual que Cristo, que era medio humano medio divino, aunque era finalmente un dios. 

Cosa bastante misteriosa, porque los hijos de dioses y humanos eran sólo semidioses. 

Tanta pendejada para darte un traguito de vino, —dátelo y ya—te dijo esa voz dentro de ti, que era menos sublime de lo que a ti te habría gustado ser. 

—¿Y si el vino fuese el pasillo? 

—¿El pasillo? —preguntó tu vocecita vulgar.

—El pasillo entre uno y lo divino... 

La vocecita se descojonó de risa, la vocecita no te vomitó encima porque aún no habías bebido suficiente, pero ya lo haría. 

Bueno, pasillos van, pasillos vienen y tú que no terminas de llegar, no sabes si por el cambio horario o porque los demás están tan acostumbrados a no verte y tu identidad no tiene espacio donde albergarse, y estás allí, como alguien que se acaba de morir pero que aún tiene el cuerpo caliente, bueno, no así, sino exactamente a la inversa. 

Y ahora te cuentan cosas ¿Sabes quien se murió? Y menos mal que se ha muerto pura gente que si no se hubiera muerto no estaría en tu conversación. 

—Vaya—Dices, porque quieres que vean que has cambiado y que ahora te muestras más respetuosa con la gente que se muere.

Tú utilizas cualquier excusa para hablar de lo mucho que has extrañado todo, que si, ¡Que rico esto! ¡Qué ganas tenía de comérmelo! Y es como si les dijeras a todos esos que están allí, que los echabas de menos y que tenías ganas de comértelos de puro cariño que les tienes, aunque la distancia y los años transcurridos y tu silencio, indiquen lo contrario. 

Hay teorías de estas de psicología divulgativa que dicen que cuando una persona se siente acorralada, sólo tiene dos opciones: luchar o huir, entonces quien se va es como el que lucha, pero en silencio. Y la ofensa es la misma, la gente está, así como después de un mal rollo. O el que huye es el que se venga con esa frasecita de Borges, que, si el olvido y la venganza y el perdón son la misma vaina, y tú lo sabes, lo sabes tan al fondo de tu corazón, tan abajo, que no querrías que te culpasen por eso, porque eso sería como culparte por haber sobrevivido. 

—¿Otro traguito? 

No sabes si pregunta la vocecita esa o pregunta alguno de tus amigos, pero respondes que sí, que más por favor. 

Y quieren conversación, pero la única conversación que tú tienes mira para atrás y es odiosa, te estás poniendo salada. 

—Que si antes cuando estaba aquí... 

—Que allá las cosas son distintas... 

Total, que ¿dónde estás ahora?, imposible decir, ahora estoy así o asao, aunque asao suena bien, porque estás como más bien asao que así, que es una conjugación verbal muy venezolana que se te había olvidado. 

Pero el tema es, que de pronto la ciudad se te abalanza encima y recuerdos que aún no tienen forma se desperezan con los olores, con determinadas formas, con el nombre de esos restorancitos que habías olvidado que existían, de golpe la ciudad esta ronca y te susurra cosas al oído y las voces de tus amigos se pierden bajo su cadencia, es esta misma ciudad, esta misma madre salvaje de la que huiste hace ya tiempo, esta ciudad que para celebrar tu vuelta inmolará a diez personas más, esta ciudad que te da regalos que tu no quieres, tu ciudad, tu maldita ciudad, esa que decía Cavafis que siempre te acompañaría, aquí está, en toda su inminencia, atropellando las otras ciudades más bonitas que conociste, aquí está el tiempo retrocediendo o adelantando. 

Y parece que no tiene sentido haberse ido tan lejos, porque todo sigue igual, tu miedo, tu ciudad y ese tiempo que parece no haber transcurrido y que sin embargo se ha mostrado cruel con las calles, ennegrecidas de pólvora y desencanto, y todos esos que se fueron para siempre, ¿Y dónde puede estar Kaicú? ¿Y dónde están tus diecisiete años? ¿Seguirán chamuscándose con alguna pipa de crack en aquellos apartamentos encendidos? ¿Seguirá tu alteridad huyendo por los pasillos del tiempo para tratar de alcanzarte? ¿Seguirá tu vida o tu muerte goteando como un cadáver con un disparo en la cabeza? ¿Será posible recuperar todo eso que se pierde cuando todo se desbarata o esos cadáveres por los que ya no rezarás nunca más porque murieron justo después de que habías dejado de creer en dios y en el cielo? ¿Tendrá alguna ventaja morir rodeado de creyentes o será igual que tus máximos dolientes sean unos descreídos que sólo creen en ese dolorcito instantáneo que tu muerte les produce? 

De pronto sientes frío y escupes agua. 

Te levantas en esa habitación oscura y recuerdas que anoche te emborrachaste y que estás en casa de los chicos. 

Te lo piensas mejor, aún no es momento de suicidarse, ni tampoco de volver. 




FIN

 


LILIANA LARA: Narrativa Venezolana Actual

 


Liliana Lara (Caracas, 1971) Escritora venezolana. Autora de los libros de cuentos Los jardines de Salomón (Premio de narrativa de la XVI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre, en 2007), Trampa – jaula (finalista del premio Equinoccio de cuento Oswaldo Trejo en 2012), Abecedario del estío (finalista del XIII Concurso Transgenérico de la fundación para la cultura urbana en 2013) y la novela La música de los barcos (2019). Cuentos y artículos suyos han sido traducidos al inglés, alemán, polaco y hebreo, y han aparecido en diversas publicaciones periódicas y antologías. Doctora en Literatura Iberoamericana por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Actualmente vive en Israel.


Del libro: Método rumano para dejar de fumar (LP5 Editora, 2022)

UN VIEJO MANUSCRITO

  

Cuando despertó, comprobó que se había quedado dormida en una mecedora de mimbre, pero no recordaba ni dónde estaba ni cómo había llegado hasta allí. Era algo que solía sucederle desde que tenía uso de razón, por eso odiaba dormir siestas. Su madre insistía en que durmiera, le leía una colección de cuentos rusos bellamente ilustrada que la llevaban de inmediato a deambular por estepas blancas y heladas. Cuando dormía, desaparecía la realidad y venían príncipes y hadas flotando en el vapor de las teteras a limpiar cada ruido o a aplacar el hambre. Dormir en la tarde era como desaparecer de la vida, abandonarse a la nada. Por eso siempre se despertaba sin saber ni qué día ni qué hora eran, entonces daba un brinco lleno de angustia y caía en el piso, de pie, como caen los gatos. Como si así pudiese caer en la realidad, la suya: su día y su hora, su nombre, su casa. Esta vez quiso brincar como en su niñez, pero tenía el cuerpo tan pesado que fue imposible. Sólo pudo levantarse lentamente, despegarse muy despacio del mimbre caliente y sudado, posar los pies en un piso de granito que no recordaba. 

–El piso era de madera oscura –dijo en voz alta, pero para sí misma. 

Enseguida vinieron dos gatos a lamerle los tobillos y a restregarse en sus piernas, mientras rechinaban de amor. A ella se le llenó el corazón de alegría. Tal parecía que eran suyos, pero está visto que los gatos suelen prodigar cariño también a los extraños. No era asombroso que se comportaran como si ella fuera la dueña. Y ella empezó a comportarse como si fueran sus gatos, mimándolos e inventándoles nombres. 

–Tú, Krommer; y tú, Smetana –dijo y se río porque le pareció un gran chiste.

Pasó un rato sumergida en los gatos, en sus juegos y sus uñas, hasta que volvió a sentir esa angustia de su niñez, ahora redoblada porque sabía que había transcurrido un tiempo más o menos largo desde que se había despertado hasta ese momento y todavía no lograba determinar ni qué día era, ni qué hora y mucho menos dónde estaba.  Se puso una mano en el pecho como quien quiere así calmar un corazón que brinca de miedo. Con pavor descubrió unos senos fofos y melancólicos, dos peritas pasadas de las que no tenía conciencia. Se metió la mano dentro del sostén y comprobó que los pezones apuntaban hacia el suelo con una nostalgia que ella no recordaba. Era como si lloraran y ella estaba a punto de comenzar a llorar también, el alma enlutada por una decrepitud recién descubierta. ¿Cuándo había pasado esto? Más que saber el día, quería saber el año. ¿Qué año era ese? ¿En qué año había nacido ella?

–El 8 de mayo de 1906 –dijo.

Recordaba la fecha con claridad y le venían a la cabeza también algunas imágenes: ella apagando las velas de un pastel cremoso, su madre cantando canciones de cumpleaños con una voz en falsete mientras un hombre que no era su padre descorchaba una botella de algo espumante. Algo que ella no debía beber porque aún era una niña, pero que igual le ofrecían en una copa sucia. Tal vez fue en 1920, acababan de llegar a Palestina y su madre había conseguido un buen trabajo, por eso la celebración había sido doble y despreocupada. Ella tomaba de aquella copa, encantada, como quien toma el elixir de la adultez, porque esa era una invitación a ser grande, que era lo que ella quería con todas sus fuerzas. Aunque ahora se sentía como esas frutas que van de verdes a podridas, sin pasar por el esplendor o la lozanía. 

El apartamento olía a orín de gatos y era un completo desorden, tal como si unos ladrones hubiesen estado buscando objetos de valor para llevárselos y no hubiesen encontrado nada más que pacotilla. El contenido de gavetas y repisas descansaba en el piso, junto al reguero de los gatos. Ninguna silla hacía juego con la otra, ningún tapete estaba limpio, las cortinas eran un tejido de polvo y hollín que apenas dejaba entrar la luz o mirar hacia afuera. Caminó hasta la cocina, esquivando pelotas de lana y periódicos destrozados, y abrió la nevera. No estaba vacía, como ella suponía. En cambio, había varios yogures sin azúcar, jugos, algunos vegetales y una conserva de dátiles.  Estaba a punto de servirse de la conserva, cuando se le ocurrió mirar la fecha de vencimiento de los yogures. 

–15 de julio de 1998 –leyó en voz alta y se miró empequeñecida y gris en el reflejo turbio de la ventana. 

Seguramente no era la primera vez que su memoria se extraviaba y aquel terror al abandono de las siestas de su infancia era una premonición que no supo entender. Y si esto era recurrente, lo más probable era que en algún lugar ella hubiese escrito algunos datos importantes que era conveniente recordar cuando despertara, porque ella era de esas que lo escriben todo, muy ordenada, muy razonable. Incluso, alguna vez había sido secretaria de alguien importante.  Pero si esta era la primera vez que le ocurría, entonces no tendría nada escrito y tendría que reorganizar su propia vida como quien arma un rompecabezas o como un biógrafo tratando de escribir la biografía de un desconocido. Toda una vida tratando de olvidar amores, traumas, pesadillas. Toda una muerte tratando de recordar cualquier cosa.

Biógrafa de sí misma, se encaminó al cuarto en busca de algunas pistas. Necesitaba llenar algunos datos urgentes como su nombre y, en vista de su avanzada edad, si requería tomar algunos medicamentos.  A pesar de que la sala era pequeña, ella se movía con lentitud, no sólo porque el piso estaba atestado de cosas, sino porque sus piernas eran dos columnas difíciles de trasladar. Era como un barco descomunal tratando de atravesar un arroyo lleno de rocas. O, más bien, era ella el frágil arroyo que estaba siendo atravesado por el barco oxidado de la desmemoria. 

El aullido del teléfono detuvo el periplo. La voz en el auricular preguntó por Esther Roffé y ella supuso que ese era su nombre. Eti, gritaba su madre desde un sótano oscuro o en una cama llena de los escorpiones de la enfermedad. Eti, gritaba un hombre en medio de sábanas y manuscritos ajenos. 

–No se encuentra, si quiere dejarle algún recado –dijo porque no sabía qué más decir. La voz –era una voz de hombre– pidió con suspicacia que le dijera que se pusiera en contacto con él en la Biblioteca Nacional. 

–¿Cuál es su nombre? –preguntó ella, con eficiencia secretarial. El dio un nombre extranjero y colgó bruscamente, ni siquiera le dio tiempo de anotar. Se encogió de hombros y continuó la travesía. Sus piernas estaban llenas de venas muy negras y muy gruesas. 

El cuarto estaba atiborrado de frascos vacíos, remedios, cremas humectantes. En la peinadora descubrió una lata de caramelos chinos que era usada como pastillero. Algunas pastillas sueltas, todas de la misma forma y tamaño: ese era el medicamento que debía tomar diariamente y con urgencia, pero ¿cuántas pastillas?, ¿a qué hora?  Decidió no tomar ninguna. 

En un rincón del clóset estaban las fotos en álbumes apiñados uno arriba del otro. Fotos viejísimas, en blanco y negro, ella con sombrero y dos niñas, cenas familiares, playas y paseos. La vida que fue registrando para los otros en fotos opacas, en todas ella fingía una sonrisa, en ninguna se reconocía a sí misma. Entonces pensó en esos recuerdos que se guardan en compartimientos secretos, esos que son los verdaderos registros de nuestra vida. ¿Dónde estaría la caja de sus verdaderos recuerdos? Sacó zapatos viejos y gastados. Un paraguas. Botas de lluvia. Todo lo que estaba en el suelo del clóset, ahora cubría la alfombra de la habitación. ¿Dónde estarían esos papeles? Si acaso existían, porque también estaba la posibilidad de sólo ser una vieja plana, en blanco y negro, como esas fotos

El teléfono la asustó nuevamente. La voz al otro lado de la línea la llamó “mamá”, pero ella no sintió ninguna alegría. Pensó en la foto forzada, su cuerpo en el centro de dos niñas más bien obesas. La voz inició una cantaleta sin pausa: ¿Te tomaste los remedios?, ¡necesitamos más plata!, ¿no has encontrado esos papeles?, voy a entrar en tu casa a la fuerza, no podrás negarte, voy a llamar a una asistente social para que te saque de allí, te voy a poner en un asilo para que te pudras, busca esos papeles o voy a pagarle a un hombre para que te asalte. Cuando pudo decir que no recordaba nada, del otro lado de la línea, la mujer enfurecida gritó: Mañana te vuelvo a llamar, te llamaré todos los días, incluso después de que te mueras, y tiró el teléfono con violencia.

¿Dónde estarían esos papeles? Esa llamada había iluminado su búsqueda. No en vano había pensado en recuerdos ocultos, los verdaderos. Su memoria no estaba del todo vacía si podía recordar papeles muy antiguos que soportaban el secreto de su vida o de la vida de otros. Se dirigió a la cocina nuevamente, esta vez sabía dónde buscar: sacó las cajas de comidas para gatos, los detergentes, los insecticidas y encontró una segunda puerta al final del gabinete esquinero. Allí estaba el cofre. Era el mismo en el que los había guardado un día de diciembre de 1968. Un hombre había muerto, ella lo había llorado en silencio ese día. Luego, vestida de oscuro, había ido a su oficina y había tomado esos papeles. Ese hombre la llamaba Eti, le hablaba en checo y le había pedido antes de morir que quemara lo personal y vendiera lo histórico. Ella no había hecho ni lo uno ni lo otro. O por lo menos no había vendido todo, porque allí estaban los manuscritos y las cartas todavía. Temblando, se sentó a leer su vida en esa caja. 

–Detrás de esa cara de palo de las fotos –dijo en voz alta, para sus gatos– había corrido sangre. 

Y como quien lee una ficción de sí misma, leyó cartas y diarios toda la tarde: lloró, sintió celos y finalmente se maravilló al comprobar que su vida había sido un poco más interesante que ese deambular por un apartamento inmundo, lleno de mierda de gato. Allí, entre las cartas y los diarios de aquel hombre que había sido su amante, también estaba ese viejo manuscrito en alemán que añoraban sus hijas y el bibliotecario. Él lo había heredado de un escritor atormentado y lo había traído desde Europa hacía mucho tiempo, cuando había tomado rumbo hacia el Levante huyendo de la guerra. 

Devolvió los papeles al compartimiento secreto del gabinete de la cocina en el que los había encontrado, también las cajas y los insecticidas y mientras se comía la conserva de dátiles, se sintió orgullosa de sus andanzas, reina de secretos literarios, históricos. Afortunada por haber leído aquellos clásicos en sus versiones manuscritas, aunque su alemán ya no era tan bueno, además de la dificultad de descifrar una letra abrumada en un papel que se iba convirtiendo en pergamino. Vendería todo a un precio que no cabía en su imaginación. Entonces se buscaría una enfermera filipina, un par de muletas y saldría a caminar todas las tardes por el bulevar Rotschild como una vieja emperifollada. Lejos de sus hijas que la asediaban como aves de rapiña. Seguramente, eran dos señoras muy gordas que vivían de la plata que ya le habían robado tras la venta del primer manuscrito, mientras ella con sus tetas escurridas vivía en la miseria sin siquiera una ayudante que viniera a poner en orden ese apartamento o a sacarle las pulgas a los gatos. La sangre se le revolvía furiosa en el pecho tras estos pensamientos y para no tener un colapso se empeñó en ocupar la mente en otra cosa. Puso la radio y se sentó a aplacar su corazón con el ronroneo de una emisora mal sintonizada. Alertaban sobre una oleada de medusas en el Mediterráneo. Comentaban el último atentado. "Podría decirse que el sistema de defensa de nuestra patria adolece de serios defectos" –citó de memoria y podría haber seguido recitando aquel viejo cuento completo, pero el cansancio de la búsqueda y la angustia del olvido la hicieron abandonarse a un leve sueño. 

Cuando despertó, comprobó que se había quedado dormida en una mecedora de mimbre, pero no recordaba ni dónde estaba ni cómo había llegado hasta allí. Era algo que le solía suceder desde que tenía uso de razón, por eso odiaba dormir siestas. Apenas puso los pies en el suelo, dos gatos ajenos corrieron hasta ella.

–Tú, Vorisek; y tú, Zelenka –dijo y se rio porque le pareció un gran chiste. 


FLAVIA PESCI-FELTRI: Poesía Venezolana Actual

 


Flavia Pesci-Feltri (Caracas, Venezuela 1968)

Abogada y profesora de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela de la Universidad Central de Venezuela. Obtuvo la especialización en Derecho Constitucional y Ciencia Política en el Centro de Estudios Constitucionales de Madrid y la especialización en Derechos Humanos de la Universidad Complutense de esa misma ciudad. Hizo los cursos de Doctorado en Derecho Administrativo en la Universidad Complutense de Madrid. Tiene varios libros y ensayos jurídicos publicados. En el ámbito de la poesía, ha participado en diversos talleres con importantes poetas venezolanos. Algunos de sus poemas han sido publicados en antologías poéticas. En el 2012, su poemario Lugar de Tránsito fue seleccionado como ganador del Concurso Nacional de Literatura, organizado por la Asociación de Profesores de la Universidad de los Andes (APULA). En abril de 2017, la editorial Oscar Todtmann Editores publicó su poemario Cuerpo en la Orilla y en el 2021 la misma editorial publica trazos en fuga.

Selección del libro trazos en fuga


domingo

se aparta del marco de la ventana. los rencores se alejan. sus pies retroceden tantean el frío. los gritos los nuestros vienen de otro tiempo. mira dormir al que fue su hombre. tanta belleza junta acobarda. la piel volvió́ de la insensatez. nada nuevo en realidad. es el amor recogiendo sus raíces. 

cura los huesos para hacerse casa. agradece el recorrido: la violencia de las piernas circulares. la mirada delirante. su osadía la asalta. prefiere guardar el ardor en una caja. no quiere volver a los tiempos de las cuevas a los espantos haciendo mella en el sueño. solo deja que la tarde respire. se asiente en sus labios cuando canta secretas armonías. el domingo se resiste a ser lunes. él me dijo que no quería volver a las almas en pena. a la ciudad derrotada que al parecer soy yo. 


abasto don francisco

dos niños sentados en la esquina del abasto. edad entre ocho y cinco años. son hermanos. la fiereza de uno la admiración del otro. en sus miradas ternura y valentía. es domingo 7:30 de la mañana. regreso del parque y me estaciono. ellos no juegan con la primera luz. les paso enfrente con cierta duda. después de todo no han sido mis manos las hacedoras de tal miseria. medito sobre la capacidad de acostumbrarnos al dolor. 

mi aliento entrecortado repasa los anaqueles con pocos víveres. procuro lo justo para el desayuno: la mantequilla con azúcar cubrirá la rebanada de pan para mi hijo; y la alisará con piel dulce como hizo en tantas mañanas felices de mi infancia. 

abro los ojos a la fila. un atasco de carritos y cestas esperan ser empujados hasta la caja registradora. se escuchan murmullos. desacuerdos. exclamaciones. devolución de productos. algunas cabezas niegan con mirada avergonzada. gente pasa de largo con sus puños. 

salgo con mis dos bolsitas. el niño «grande» se acerca en silencio. hace movimientos para ayudarme con la salida del automóvil. gesticula intenta dirigirme. se asoma a la calle. le digo no con la cabeza. aquiétate. bajo el vidrio oscuro. le pregunto si quiere queso y jamón. me mira sin decir. se los doy y retrocedo. 

el volante vira hacia la izquierda. veo como el más chiquito va al encuentro de su hermano. levanta los brazos al sol sus pequeñas manos de júbilo. abraza al héroe. se estrechan con alegría. 

( pienso en la madre ) 



ojo de huracán

la lluvia a la espera. la maleta lista para la lluvia. indecisa en un retorno sin comienzo. el frío en los huesos desde esta silla que mira. el todo acallado en las páginas breves de un libro. una sombra que es la sombra sola y la lluvia. inmutables en las paredes de la esquina. ungidas de incrédulos días por venir que en vuelo buscan y nada tocan. sombra y lluvia. y la lluvia sola. 


los despiadados

todavía se sentía en el aire el olor a pólvora. llegaron a la hora en punto del mediodía. venían dispuestos a seguir las órdenes. gritos y sonidos de cascos los precedieron. entraron compactos blandiendo escudos en acerados caballos. como huestes paganas se esparcieron por el pueblo. los habitantes espantados aseguraron sus casas. había pasado algún tiempo desde la última vez. pero el recuerdo permanecía en sus cimientos. los ancianos bajaron el sonido de las radios. las madres retiraron a sus niños. las matronas dejaron de cernir el maíz. 

se escuchaba el sol en la tierra seca y una lagartija asomaba el latido de su garganta. 

fueron asaltados todos los albergues todas las casas y cada bodega. no hubo zaguán sótano jardín sin ser desvalijado. en la furiosa búsqueda arrancaron desde sus raíces los alimentos. sacrificaron animales del camino. una cabra. otra vaca y algún perro solitario. recogieron las pieles más sedosas y se las echaron a sus espaldas. 

tronaron las rejas de las fincas. ardía implacable el cielo. llegaron a una casa de color anaranjado. derrumbaron la puerta. encontraron en el fogón restos de café́ caliente. partieron sillas y mesas. 

salieron al patio trasero. fueron sorprendidos por silbidos rapaces. cuando una explosión dispersó sus miembros. 

todavía se sentía en el aire el olor a pólvora. la tarde comenzaba su regreso. las mujeres se acercaron a sus hijos escondidos bajo tierra. los hombres apagaron los fuegos. 



afuera y adentro

a Gego, quien al huir de los nazis lanzó las llaves de su casa al rio. 

lárgame de ti —le dijo al oído. quiso su misterio. solo reflejos sin voz. 

con paso firme abrió la puerta. cruzó el umbral. apoyó la espalda en las sombras. dejó caer el bolso se acercó al rio. la dolencia había zanjado su cara. tragó grueso. negaba mirar(se) con desdén. después de todo comprendía la inutilidad del odio. 


epílogo

la patria tembló

susurraban los muertos 

bajo túmulos de asfalto 

uno a uno

la estrecha mudez. 



Selección del libro cuerpo en la orilla



plegaria


tiempo de mudez

tiempo para el acecho 


acércate 

levanta la cerca 

estaré bajo tus párpados 


puedo ser suave cuando quiero 

olerte sin que lo sepas 

andarte 


no temas


soy esa voz que tiembla 

por los rincones de tu cuerpo


cruzada


hay una guerra 

que no hemos iniciado 


deja tus botas al pie de la puerta

a mis calles nadie se acerca 


la espesura de mis labios te aguarda 

encarna en esta piel sin dejar de pulsarme 

levántame como el más alto árbol 

plántame 

entre tus piernas 


que el río nos susurre 

lo blando estremezca

tus dedos viertan

todas mis aguas


arrástrame 

hasta el último grito


extranjero 


te aferras como sentenciado a muerte

bebes temblores de la comisura de mis labios 

empuñas mi cuello 


sostenido ritmo el de tu lengua 

derramada en mis dientes 

bailarina de mil brazos

dura blanda dulce 

indeleble 

en mi cueva


asombro


vengo a liberar de tu cintura lo que escondes

a disolver de tu tierra mojada los miedos


vuélame en picada 

rómpeme en el aire


mírame 


es esta 

la vida

que ofrezco 


y en un segundo

tus ojos


circe 


sea mi boca para envenenarte 

mis brazos tres veces te enlacen

mis piernas tu poder amarren 


y cuando me encuentre volando sobre tu cuerpo


será certera mi mano

firme puñal

duro golpe


así 

estaré segura 

caerás sobre mí 

    para siempre


cómplices


llegué a tus campos sin saber

la piel temblando hacia sus adentros


peinaba tu cuerpo

mi aliento en tus gemidos 


la noche deshizo los nudos 

tus cabellos mis piernas tu centro altivo hacia mi


estremecida pluma de ángel 

me fuiste remando aliado 

demorabas así la soledad 

su camino


ahora 

en el silencio de la casa sola

mucho de ti en mis rincones


LENA YAU: Poesía Venezolana Actual

 


Lena Yau (Caracas, Venezuela 1968)

Narradora, poeta, periodista e investigadora. Especialista en el vínculo entre literatura e ingesta. Ha publicado: Trae tu espalda para hacer mi mesa Gravitaciones, España, 2015; Lo que contó la mujer canalla Katlathos Caracas, 2016 Kalathos, España, 2021; Bienmesabes Gravitaciones, España, 2018 El Taller Blanco, Cali, 2021 Sudaquia, NY, 2022 Hambre de Cultura, Bogotá, 2023; Bonnie Parker o la posibilidad de un árbol Utopía portátil, Caracas, 2018; Carne de mi carne Antología de cuento Mantis Narrativa Plural editores, Bolivia, 2018; Nubes Poesía Hispanoamericana Editorial Pre Textos, España, 2019; Escribir afuera Cuentos de intemperies y querencias Kalathos, España, 2021; Asintomática Escrituras del encierro en coronavirus Editorial Hypermedia, EE. UU, 2021; Cuentos de Venezuela Líneas portulanas Editorial Universidad de Zaragoza, España, 2022. Reside en Madrid.

Inéditos



Puerta de bala

Quiero que mi sueño no escape 

y como loca salto 

para alcanzar las palabras

que ya flotan,

suben,

buscan el sol.

Me resigno y pienso en lo que queda.

Un niño con pistola.

Mira a todos.

Me escoge.

Dispara.

Siento la bala penetrar mi cuello.

Siento que las voces de los que me rodean se ahuecan.

Siento que me desenchufo.

Esto es morir, entonces.

Pero no muero.

Pasan las horas, dejo de sangrar y no muero.

Nadie se ocupa de mí.

Me creen un caso perdido.

Soy una herida incompatible con la vida.

Le digo a un médico que está entre mis amigos:

- Tengo hambre.

- No puede ser....estás muerta.

- ¿tengo la bala en el pulmón?

- La tienes en el corazón. Te lo rompió.

Contesto que no.

Que casi.

Que no me afectó.

Que dejó un agujero limpio, claro, redondo.

Que la bala se detuvo en la nada. 

Que la nada, duele.

Que tengo hambre.

- ¿Hambre vaga o hambre de fuerza?

- De fuerza. Hambre de fuerza.

Luego en fragmentos y fracturas alguien me habla de acentos.

La maestra de niños encantada porque escucha mil ritmos.

Dice que antes sólo se aceptaban acentos homologados.

La palabra homologados me asquea.

Veo en mi camisa blanca 

una mancha de sangre lavada.

Tan lavada que es el revés de una rosa.

Yo camino con un hueco en la garganta 

mientras me explican la relación proporcional 

entre ángulos y recepción.




Mi hueco silba.

Es de plata.

Puerta de bala.

Me gusta.

Me siento imbatible.


Oración a los santos oníricos de mi altar agnóstico


Antes de alzar las manos 

y dejar que lluevan sobre las letras

                   oro

mi altar alternativo

es el misterio flotante

de San Borondón

lo pueblan 

agnósticos conocidos

beodos ilustres

grafómanos irredentos

ávidos microcopistas

cultivadores de hambres

duelistas del filo

babélicos involuntarios


san Hemingway

                    mantén lejos de mí 

la botella y la escopeta.



De Lo que contó la mujer canalla. Lena Yau. Editorial Kalathos. 2016. Caracas.


CARPETANIA 


Estirar el cuello para encontrar meseta por mar.

Y ese horizonte que trampea constantemente vistiendo un azul de costa que acaba en penillanura. 


A algunos no nos pertenecen los mares.

Es la penitencia, quizás, por abandonar la cuna. 


PLUVIAL 


A Maru Alcalde Varela 


Aún vivo en todas las viejas direcciones. 

Charles Simic 



Suena la lluvia y me desoriento. 

Busco grifos abiertos

teles encendidas

ordenadores patinando. 

No encuentro nada.

Abro la ventana: veo y escucho con nitidez. 

Las gotas son gordas y suenan.

No hay truenos

no hay relámpagos.

Hay insistencia

ronquera sostenida

rutina en un espacio impropio. 


Y unas nubes

            una falta de luz 

una bella impertinencia 

           un dislate 

una falta de geografía. 


LO QUE FALTA 


A Giovanna Rivero, que vuelve y vuelve 


Siempre es así.

Donde quiera que esté soy lo que falta.


Mark Strand 



La experiencia de caminar sobre los pasos propios. 

Pisar huellas añejas.

Cazar la sombra cuando no hay sombra.

Volver sobre uno mismo. 

Recogerse.

Mirar en silencio la vida que fue. Sentirse escena.

Saberse instante y fuga.

Regresar para completar. 


YO TAMBIÉN VI UN PERRO EN HENDAYA 


A Frank O’Hara 



Los pies al borde del pantalán 

y el temblor de mi rostro 

sobre el mar.

Quizás no fue Hendaya 

sino Bayonne.

Conté́ en dos lenguas

mis finales de agua.

Caroní́ en un salto.

Colón señalando desde la rambla. 

La Toja de fangos y piedras. 

Quise volver a mi reflejo

pero estaba roto.

El cuerpo inflado

golpeó un pilote de madera 

haciendo pequeñas olas

que lo empujaron

al curso de la corriente.

Lo último en irse

fueron sus ojos

sin vida.

El perro quiso salvarme un poco. 

Acepté la ayuda

susurrando Lanzarote. 

 


SIN COMPÁS 


Desvarar

regresar

caer

romperme la boca y los dientes

cerrar los ojos para evitar el puñal verde 

guardar los oídos del taladro 

asfixiarme de calor

tocar las fotos que han sido reloj todos estos años 

acariciar la tierra que guarda amores huidos

halagar mi lengua con sabores que me hacen texto 

ser hija recibida

recuperar las horas de sueño aconsejadas por Salerno 

rescatar una parte de mí que se fuga cada día

dejar de ver la cuna como bruma

como incendio

como isla que se aleja de mi nado. 


De Trae tu espalda para hacer mi mesa. Lena Yau. Editorial Sudaquia. Nueva York. 2021


I

Esas piedras

que me arrojas

son el mal pan 

de tu infancia.

Saborgar


Hizo girar el molinillo sobre la palma de mi mano.

Lloviznó polvo pimienta.

Dejó correr el aceite de oliva.

Me ordenó buen provecho.

Me lamí descarada mirando sus ojos.

Fuimos dos perros

esa noche memorable.


Parhelia 


A Juan Carlos Méndez Guédez.


Despertar de los ojos de la niña muerte,

del pez que intentó devolver al estanque

con abanico isabelino venido de Aranjuez;

despertar de sus trozos destrozos de cristal gelatina,

blancos irisados pútridos,

de la sauna pública, de una vitrina sucia y de la náusea,

del baile de gogós submarinistas,

de un subterráneo,

del inglés al español al ladino al francés,

de ladrones plurilingües,

entender sin entender

siríaco y friulano,

rogarle a Plinio El Viejo

entre lágrimas

que olvide al volcán,

huir de una nube ardiente de azúcar rosa.


Despertar de golpes de tacón en mi frente,

de cámaras fotográficas perdidas,

de agendas y plumillas recuperadas,

abrir los ojos sucesivamente,

encenderle la luz a cada pequeño horror.

Descubrir que la tachadura

rompió el papel

que llevaba mi nombre.

Prensar los párpados.

No quedan sueños.


Letraduras


la escritura

soga tensa que me guía


el texto

red que me salva


su palabra en la pantalla

cadáver que intento reanimar


la palabra que di

pies descalzos sobre asfalto líquido


él y yo

letra flotante en agua de borrajas.


Catara 


El corazón caminaba.

La tierra se abrió́.

Cayó.

(desde la grieta, grita)

Ahora es tubérculo que guarda ponzoña. 


Clarea. 

Ralla. 

Comprime. 

Haz líquido. 

Reserva. 


El dolor: animal clavado con alfileres en una pared. 

(palpita en silencio)

Un exoesqueleto en vivisección. 


Descarta pies, cabeza, piedad. 

Retira cuidadosamente el abdomen. 

Aceita un hierro candente.

Lancea sin dudar. 


Su presencia: enfermedad del cuerpo. 

(escalofríos temblor dental)

Una quemadura de vapor. 


Rajas de ají́ chirel con venas y semillas. 

Jugo del tubérculo corazón.

Insecto dolor mutilado y tostado. 

Mezcla sin agitar. 


Él está:

En la hoja en blanco.

Sal.

En la hoja en escrita.

Pimienta.

En la letra invisible.

Limón.

En las oquedades del discurso. 

Reposo. 


(todo lo que somos es lo que no somos) 


Unta el preparado en cada parte que reclame su huella. 

Espera a que el nombre se infle en ampolla.

Deja que crezca y reviente por cuenta propia. 


Levanta la piel para barrer debajo. 

Barrerlo de ti. 


Repite el proceso hasta la cicatriz.

Reza estas instrucciones en su memoria. 


recurrencias en el zumo de tomate


promocionar mis libros me obliga a viajar.

hay días en que veo el ala del avión cinco veces.

debería estar contenta pero odio volar.

no es miedo, es odio.

bebo para no sentir que vuelo.

a veces doy entrevistas borracha.

me porto bien.

soy una borracha responsable.

yo misma me digo:

este es el último trago,

alterna cada cóctel con agua,

come algo,

date una ducha de agua fría,

no mezcles ansiolíticos con alcohol,

no tararees boleros,

no lo nombres, no lo escribas, no lo recuerdes, no lo pienses, no lo extrañes, no lo sufras, no lo armes, no lo pliegues, no lo evoques, no lo escuches, no lo existas.


combato la resaca corporal con ibuprofeno y zumo de tomate.

para la resaca de su ausencia no existen paliativos.


ELIZARIA FLORES: Poesía Venezolana Actual

 


Elizaria Flores (Caracas, Venezuela 1961)

Ha publicado los poemarios El torpe andar (LP5 Editora, 2022) y Un solo mediodía largo (XVI DAES-ULA, 2004). Participa en las antologías Mujeres del mundo, uníos (La parada poética, 2023), Una cicatriz donde se escriben despedidas (Libros del amanecer, 2021), Hacedoras. Mil voces femeninas por la literatura venezolana (Lector cómplice, 2021) y Exilios y otros desarraigos (Colección Especiales, Editorial Letralia, 2018). Algunos de sus poemas han aparecido en las revistas Asymptote, Copihue poetry, Letralia, Actual-ULA y El Salmón. Es lingüista y licenciada en Letras por la Universidad de Los Andes (ULA-Mérida, Venezuela), fue docente e investigadora de la misma universidad. Desde el 2018, ha vivido fuera del país, primero en Santiago de Chile y ahora en Bogotá. 


De El torpe andar. LP5 Editora, 2022



2

Larga caída en un abismo liso con espejos

Esta es mi fatua inmolación del día 


Suplicio inútil



11

Una mujer y su sigilo

Dormitan sobre gris 

Y madrugada

No le queda ni el nombre 

Ni el color del vestido

Estrecha en callejón, 

La calle guarda y calla


Nadie la ve morir 

De llanto nadie



13

Su ruidoso aleteo

Su ojo curioso y oscuro escudriñando

Pájaro de pico roto 


Me alcanza la mañana

Dolorosa.


20

Cada calle en su sitio

Y la parada a diario en horas fijas 

Esta es mi sensatez y sano juicio


No hay sangre en las aceras 

ni lenguas de fuego en la boca del metro

Muda su boca


Cuento hasta tres y a salvo en cotidiana


22

Sin lugar, errante y extranjero

No tener sitio 

Padecer el destierro en uno mismo



27

Prescindir de sí mismo


Desconocer su sombra y su memoria 

Destruir el retrato y la fe de bautismo

Negar el lugar sobre la tierra

Del nombre y del hogar abandonarse

Desterrarse de su propia memoria 

Volverse paria, pobre, despojado


Esto es el suicidio

Aniquilarse y frecuentar las plazas


28

Y no hallarán refugio en el desastre

Y vagarán a cielo descubierto 

A tientas, extraviados


Vendaval y vorágine

Vaguada y mar de leva

Huyan de mí

Adentro llevo la intemperie



40

Morir día tras día

Ese es mi oficio

Ser cuerpo inerte, escombros y cascajo


Morir día tras día

Ruina, ceniza, polvo de todos los difuntos

Sin plañido morir

Sin ceremonias




46

La enajenada vuelta y la pirueta

El movimiento deslucido fatuo 

Soy el que baila

Torpe

Sobre su propio abismo  



49

Ajeno en el espejo se contempla 

El desterrado de sí mismo

El paria 

El extrañado


Piedra o escama, cáscara quebrada 




50

Allá van descalzos pisando vidrios rotos

Allá van desnudos el látigo en la espalda

Entran y salen de los edificios

Ven la hora 

Almuerzan

La procesión por dentro y el suplicio


Calle larga y dolor que nadie ve

Hasta el fin de sus días, penitentes

Despojados y heridos y temblando



De Un solo mediodía largo. DAES-ULA, 2004.



V


Tenderme en una laja a que me coman los lagartos


Que se me tiñan de amarillo los ojos

El pelo, los talones

Amarillo de polvo, adobe roto


Que me siento cascajo

Pueblo donde no llueve nunca

Cal.



VI

De los lagartos son las calles

Y las casas también, la plaza, las aceras


Se sabe que comen adobe y caña brava

Que no cierran los ojos

Que nos indagan, nos escudriñan todo

Se sabe que envenenan a la gente

Quieren el pueblo solo

El aire quieren, la mañana, el cielo

Y cubrirnos de olvido es lo que quieren.



XI

El polvillo tapándome la boca

Pintándome la cara y el cabello


Lagartijas muertas en el patio, dragoncitos

En una teja rota un pájaro enmudece

Y tengo el cuerpo lleno de miedo


Esta angustia de ver tantos escombros

Tanto polvo también dentro de uno.



XII

Cuatro paredes sin ventanas, ruidos sordos

Plumas, huesos, hojas que caen afuera


De ojos abiertos, quieta e indolente

Asisto a mi derrumbe

Sin ventanas.



XX

Nos quedáremos siempre en esta tarde

Filo de sol

Ventana abierta y el aire detenido


Que nadie nunca escuchará el lamento

Que no tendrá dolientes esta quietud perversa de la hora

Maldeciremos en silencio


Solos.



XXI

Certeza de espantar

Camino mi soledad inmutable y mi espejismo

Punzante lucidez hiriendo vago


Entro en las casas a espantar

Yo la sin sombra

Yo la despierta, hostigo.



De Exilio en construcción. Editorial Letralia, 2018



IV

Con qué nombre te nombro  

No me quedan

Palabras para tanto naufragio

Cómo explico

Cataclismo calamidad catástrofe

Con qué nombre te nombro abismo sumidero barranco 

Torcidas estrujadas maltrechas

Cáscaras secas ya no quedan tampoco las palabras


Con qué nombre te nombro exilio/insilio 

Que aquí estoy expulsado/arrinconado

Mudo de la palabra arrebatada

Cómo digo la herida con qué sangre


Cae encima el exilio una avalancha piedra desde arriba el insilio 

Qué lengua balbuceamos 

En qué idioma

Puedo decir aquí mi desventura.



V


No hay manual de instrucciones

Para cargar lo imprescindible en la maleta


Convertir la vida en equipaje un bulto el morral la bolsita

Atadito de cosas

El peso la etiqueta la requisa


Qué te puedes llevar

Define imprescindible necesario útil

Qué necesito hoy mañana qué

Me la llevo esta esquina con el fucsia naranja de su tarde

Define imprescindible necesario útil

El cuaderno tres libros que salvar del incendio

Bordó un mantel mi abuela

Sobre el mantel vajilla porcelana

Campánulas de boda de tu boda el cuadro

 

Más es lo que no cabe en la maleta

Todo

No dejo cosas

Aquí me dejo yo quién soy quién era

Ahora equipaje bulto morral bolsita.



VII


Detrás de cada exilio hay una culpa 

Tan podrida la culpa

Y el culpable

Que no duerma en paz que se consuma íngrimo 

Con su propio veneno se inocule

Que lo calcine el sol que el hígado le coman los zamuros

Que a tientas vague su alma sin la piedad de nadie

Que se coma su culpa tan podrida


Detrás de cada exilio 

Los escombros 

La ruina

Tanto dolor la herida

Y la sal en la herida

Pérdida y renuncia la despedida un hueco

Pero delante del exilio 


Delante del exilio el horizonte solo.



Inédito. Mérida, 2018.



Historias tristes 


Gente que llora detrás de las ventanas

La lluvia cada noche y el zapato mojado

Hiere avergüenza jode el zapato mojado.


Alguien reza sin fe, alguien no vuelve nunca, alguien traiciona

Y el olor a flor muerta en los jarrones.


Hay quien arrastra su sambenito a diario

Y quien teje a croché y llora y desteje

Su fracaso y sus caries

Su hambre o sus hartazgos.

Hay quien va solo y enamorado solo

Hay la esperanza boba el desengaño

Malos poemas y peores camas.


Historias tristes hay en todas partes 

Mi tristeza en gerundio sucediendo

No tiene nada que decir.


GINA SARACENI CARLINI: Poesía Venezolana Actual

 


Gina Alessandra Saraceni Carlini (Caracas, Venezuela, 1966)

Investigadora, crítica literaria, traductora, profesora universitaria y poeta venezolana. Es egresada de la Universitá degli Studi de Bologna, Italia (1990); magíster en Literatura Latinoamericana (1994) y doctora en Letras (2001) por la Universidad Simón Bolívar. Es especialista en teoría literaria, literatura de viajes, poesía venezolana contemporánea, estéticas y políticas de la memoria. Con el poemario Entre objetos respirando, gana en 1995 el Concurso de Poesía “Víctor José Cedillo”; con Salobre, la Bienal de Coro “Elías David Curiel”, mención Poesía 2001, y con Casa de pisar duro el XI Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2012). Ha publicado la antología personal Lugares abandonados. Editorial EAFIT (2018). Su más reciente poemario se titula Adriático, Editorial Pontificia Universidad Javeriana (2021). Es autora de las antologías El verde más oculto (2002), del poeta mexicano Fabio Morábito, y de En-obra, Antología de la poesía venezolana (1983-2008). Tradujo al español a la poeta italiana Alda Merini y al italiano a Rafael Cadenas y a Yolanda Pantin. También ha publicado numerosos volúmenes y artículos especializados. Reside en Colombia. 

De Casa de pisar duro. Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana, 2012.



a Luis Enrique Belmonte

a Pausides González


Respirando tras el dichoso correr, 

hacia nada, hacia lo libre. 


Rainer María Rilke




El silencio abandona

las raíces de los árboles 

y se levanta hasta las hojas

comidas por los loros.


Cada mañana volvemos al parque

con los pies clavados en la tierra

y el pulso latiendo entre la sangre.


Podríamos morir de madrugada

escuchando el canto de los loros,

ese estruendoso canto

que alberga en nuestra sangre

y atraviesa el cielo

y lo sofoca 

y lo deja sin aliento.


Podríamos morir de madrugada

rodeados de loros que nos miran

correr como liebres fugaces,

cada uno con su canto

en la garganta

cada uno con su vuelo a ras del piso 

abriendo zancadas en la hierba.


Podríamos volar como

los loros y ser manada

que hunde en el cielo

un grito atroz.


Cada madrugada

buscar cómo fugarnos

del verde plumaje de sus alas.



Los conejos cruzan el parque

y se ensucian el hocido

con la tierra del otoño.


Cavan un hueco entre la hierba

y duermen el letargo

de los animales en fuga.


Un rumor de lluvia

moja su pelambre.


La estación de los conejos está por acabarse.



Nápoli es una mujer que grita en la ventana,


Es el Vesuvio de lavas luminosas,

mar redondo que repite su belleza.


Aquí el único lenguaje es la pasión,


sin palabras a medias

sin medias tintas:


sólo el sólido color del todo por el todo.




El amanecer llega a la casa lentamente.


Nada quiebra el silencio que queda de la noche.


Sólo se oye respirar a los insectos.


El padre y la madre desayunan.


El padre muerde el pan duro,

lo moja en agua y aceite

come la harina espesa de la guerra.


La madre, en cambio, 

prefiere la avena y la manzana,

hechas arena al tacto de su lengua.


Ambos comen la corteza 

del tiempo que se acaba.

Ese ser dos en la vejez,

aferrados a un ritual 

que les devuelve los primeros 

paisajes de sus vidas.


Ese ser hijos de lo mismo,

del mismo pan duro que mastican,

sin que la miga ceda 

al diente que la muerde.


*

De Lugares abandonados. Editorial EAFIT, 2018.



El invierno pasó 

y dejó la hierba 

seca y amarilla 

donde los conejos comen 

los restos del frío. 


El lago tiembla

y suenan el viento

y las olas. 

No tardes en llegar 

que en la rama 

brota el almendro 

y volvieron los osos 

y son azules. 




Está triste el animal del frío. 


Algo duele en su pequeño corazón helado. 


Pronto tomará el camino 

hacia la tundra y vivirá 

cerca de los lobos. 


Un día amanecerá muerto. 

Habrá algo menos

en el latido del mundo. 




Extremo el pájaro

Que vuela sin alas




De Adriático. Editorial Pontificia Universidad Javeriana. 2021.


LA GUAIRA 

                   A Marco 


Mi padre se fue lejos a pescar. 

Tan lejos que cruzó el Atlántico. 

No conocía la lengua del trópico 

que calcina todo lo que nombra; 

tampoco los pelícanos, los uveros, 

los cocos que se volvieron

paisaje y pertenencia. 


Distante de su tierra, 

aprendió a esperar en la luz. 


Pescaba en el agua de otro idioma 

carites, roncadores, meros, pargos 

los mismos peces que sacaba

con su anzuelo 

desde el muelle lejano de San Vito. 

El mar era otro mar

y mi padre el mismo hombre

que se fue lejos a pescar. 




CAPRA DI SAN NICOLA 


Una cabra silvestre

pasta entre las rocas.

Perdió el rebaño

en medio del Adriático.

En equilibrio sobre la piedra, 

rumia frente al mar. 

Solo se escucha

la desmesura de su 

balido, la tristeza

de su garganta abierta. 

Tierra de cabras 

llaman a esta isla

de altos acantilados

y animales huérfanos. 




PERROS DE PLAYA 


Los perros rondan

por la playa,

cruzan la isla,

se acuestan en la orilla, se sacuden una mosca, bostezan. 

Su mundo es

una costra de arena

bajo el intenso resplandor salado. 

A veces se quedan quietos 

esperando una señal.

Tan simple su vida,

tan modesta.

Si pudieran hablar,

ladrarían. 




ADRIÁTICO 


Si se pudiera

llegar al otro lado

sería el viaje más distante. 


YOYIANA AHUMADA LICEA: Poesía Venezolana Actual

 


Yoyiana Ahumada Licea (Caracas, Venezuela, 1964)

Magister Literae. Periodista, Guionista, dramaturga, poeta, profesora universitaria y actriz. Autora del poemario Ojos Quebrados (El Taller Blanco Ediciones, Cali- 2021), poedrama Polvo de Hormiga Hembra (Editorial Eclepsidra, 2013); Portugal y Venezuela: 20 testimonios (Fundación para la Cultura Urbana, 2011) Alucinados, visionarios e irreverentes, la idea escénica en Venezuela en los 70 (La iguana Bohemia, Ecuador, 2001), Compiladora de El mundo según Cabrujas ( Alfa, 2009), coautora de ¿Qué pasa Venezuela? (Bid & Co editor / Universidad Austral de Chile, 2020) 75 años Centro Venezolano Americano (2016); Aproximación a nuestra cultura (Venezuela positiva, 2008) Autora de los espectáculos Cabrujas: La voz que resuena, Cabrujas por siempre y el Estruendo de la memoria (2018) . Autora: Reinas sin corona (2021), Sylvia Plath: Matar al ama de casa, revivir a la poeta (Conferencia performativa, 2021), autora y directora de los cortos “ El poste” ( 2020), “El ángel de Bucaramanga”, “ No llames a las balas”, Selección oficial de Venezuela para el festival Femujer (Republica Dominicana, 2021) y “Niño Jesús ven a esta casa” del proyecto #Telacuentoyo, creado para el portal “El Pitazo”. Aparece en antologías: Poesía Venezolana en Voz Alta (Mujeres Todas, 2019), Fulanas y Menganas Antología Poética de Funcionarte Corp (Miami, 2018), 100 mujeres contra la violencia en Venezuela (2015), 102 poetas Jamming (2014). Profesora de las Cátedras Literatura Española I y II, Escuela de Idiomas Modernos Universidad Central de Venezuela, miembro de Asociación Venezolana de Crítica Teatral), Teatroteca y Círculo de Escritores de Venezuela. Reside en Venezuela.

Inéditos.


Volutas de humo


Atraviesa muslos ignotos

-entresijos de un alfabeto -

al final solo un canto de ventisca.


La mano que doma es otra

nervadura del cuerpo virgen

al prodigio abrasador acoge.

El ardor

procura raptos de cúrcuma

y benjui

dulces los labios

se posan

caracoles de humo

en tercas aguas

boca ígnea

el

animal hablante

devora.

Melancólico brillo

en tus ojos

aspira

el vicio esparce

la lengua erecta

se contorsiona.

Intimo cilindro

Vegetal.

Habáname


Altahabana


Deslucida

bestia de fuego

zurcido de añil

¿Adónde el sueño ?

Sobre el animal dormido

en las hebras de tus ojos

castiga el asombro.

Cuerpos sin nombre

inflaman la noche.

En los dedos

la ternura al borde.


*

Ceñida por manos de ceniza

desnuda mi casa

insiste.

Días sin nombre

en reino extraño

mi casa desnuda

sin dones

ni puertas

piel de sol.

Implora.


La cueca rota


Mi padre bailaba cueca y frotaba las espuelas

me habría gustado ver las chispas hiriendo mis ojos.

A veces me pongo su sombrero de huaso

a lo mejor fue un torpe bailarín

un muñeco de cuerda desorientado

su nombre se perdió en una esquela mortuoria.

Me lo hicieron extraño

la señora de los zapatos grandes

ella.

Se lo llevaron en un pájaro gigante

fue cóndor

atravesó los andes

vio arder la memoria.


Un día fui a buscar su tumba. Nadie me dijo.

El primero: no sé.

El segundo: lo olvidé.

El tercero: lo olvidamos.

Despues de todo nadie nombra lo que no ha amado

mis pies se lastimaron.

Únicamente ella tomo mi mano

dijo “nos encontrará el reposo”.

Mi paso se detuvo

ante una tumba sin nombre

aquel panteón sin cruces.

La tierra

yerta, oscura,

reseca, rabiosa

heredad muda

su muerte

me dejó en la pista


dando vueltas sobre mí.


El sepulcro

detrás del general Pratt

allí blanco, olvidado

siempre los civiles a la sombra de los militares

¡Viva Chile Mierda!



los pasos

retorcido sosiego.

¿Donde estás muerte?

Abre tus caminos

encorvada sombra

Ella

traspasa el tiempo.

Peces en el obituario que no habita

-no sabía decirle -

Me volqué a la arena

que se tragaba su rostro.


Pedí cuentas

intenté perdonarme.


Balbuceé un silencio

infligí mi piel

en el jardín de su tumba-castigo.

La señora

nunca vino

no se dolió en muertos ausentes.

No en los míos

los pesos para el vino y la cueca rota.


Borrar mis pasos.

Mi padre bailaba cueca y frotaba las espuelas

me habría gustado el salto, ese fulgor de plata hiriendo mis ojos

verlo en la pista

agitando su cuerpo vivo.


A veces me pongo su sombrero de huaso

a lo mejor fue un torpe bailarín

un muñeco de cuerda desorientado.

  


*

No temas dar el paso

perdida la sombra

insiste en la huella

podrás llevarte los maderos

ser tu casa en otra tierra.

  


De Ojos Quebrados. El Taller Blanco Ediciones, 2021.


No es posible callar

sin tropezar el nombre de las cosas.

Memoria sideral


He sido una estrella muerta.


Bajé hasta el fondo de mis huesos

-desprovista -

Una quietud desprende

al sol

animal cautivo

arranca la investidura

en la búsqueda de una señal.


El polvo ciego

velada escritura de las hojas

lo simple

lo bello

lo posible.


Tu olvido

sin manos

impúdico fulgor.



Una estrella muerta

balbuceo indómito

penitente incandescencia.


De Memorias del desierto (Poemario inédito)


Me queda tu luz en la palma

de la mano

y nombrarte en lo sagrado.


PATRICIA GUZMÁN: Poesía Venezolana Actual

 


Patricia Guzmán (Caracas, Venezuela, 1960).

Poeta y ensayista venezolana, comunicadora social egresada de la UCAB. Autora de ocho libros de poesía: De mí, lo oscuro (Pen Club, 1987), Canto de oficio (Pequeña Venecia, 1997), El poema del esposo (Pen Press, New York, 1999 y 2000), La boda (Casa Nacional de las Letras, 2001), Con el ala alta. Obra poética reunida 1987-2003 (El otro & El mismo, 2004), Soledad intacta (Antología y Addenda crítica / Bid & Co. editor, 2009), Trilogía (hilos editora, Buenos Aires, 2010) y El almendro florido (Kalathos ediciones, Madrid, 2017), títulos que han merecido la atención de la crítica internacional que distingue su voz, tanto en los poemas breves como en los extensos, como infatigable e impregnada de resonancias de la literatura mística de Occidente. Su nombre ha sido incluido en las más importantes antologías de poesía venezolana. Como ensayista ha compilado y prologado las obras completas de figuras tutelares de la poesía venezolana como Ana Enriqueta Terán, Reyna Rivas, Hanni Ossott y Ramón Palomares. Obtuvo el doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Sorbona. En su trayectoria profesional destaca tanto la dirección de suplementos literarios de los más reconocidos medios, como su desempeño académico como profesora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello, de la que fue directora. Reside en Venezuela.

De Canto de Oficio. Editorial Pequeña Venecia, 1997.


LA ESPADA DEL ÁNGEL


La espada del ángel está húmeda de saliva de pájaro dormido en mi lengua

Con espada de ángel le corto los cabellos a los pájaros

Denme espada de ángel para quitarle los ojos a mis hermanas

Ábranle la boca al ángel para llorarlas

Ábranle la boca al ángel para echar dentro mi lágrima mi lengua

Mis hermanas recogen flores con la espada del ángel

Yo guardo flores en la boca de los muertos

Yo guardo flores debajo de una taza

Yo guardo flores para calmar mis nervios

Mi esposo dice que no estoy muerta

Mi vida está colgando de la espada del ángel

Yo le doy manotazos a los pájaros

El ángel me dio su espada para que le golpeara las alas

El ángel me come el pecho

Mis hermanas dicen que no es bueno besar en la boca al ángel

El ángel guarda su espada en el vaso de agua que me ofrece mi esposo


Mis hermanas dicen que mi esposo es bueno

Yo me quiero ir al país del ángel

Yo quiero saber de qué se alimenta

Yo quiero limpiar un poco su casa


El ángel no habla

El ángel canta para mí si los pájaros y mis hermanas se callan

El ángel tiene una espada para defenderse de los perros

La lucha siempre es con el ángel

El ángel es un animal manso y cansado

El ángel es un animal de agua y no de aire 

Le he pedido al jardinero de mi casa que llene de agua el jarrón grande de la sala:

Voy a cortar un ángel, un pájaro, para recibir a mis hermanas

Cuando me quiten el corazón



Cuando me quiten

el corazón



dénselo 

a mis hermanas



No sabrán

qué dice

a quién nombra



Pero le pegarán

la boca

le pasarán

las manos

Todas las noches


Dénselo

YO HE QUERIDO APRENDER A CANTAR


Yo he querido aprender a cantar, siempre he querido

Y se lo he dicho a mis hermanas

Les he dicho que me escuchen

Les he dicho que me avisen que canto

Les he dicho que no me besen en la boca mientras canto

Que no inviten a nadie para que me oiga

Yo he querido aprender a cantar, siempre he querido

No sé por qué no me oyen

Si sé que a la voz se la llama con la mano

Si yo no voy a entrar en el cielo de nadie

Si yo no me voy a tomar el agua de los demás

El canto es bueno

Y uno no olvida estar triste


De La rosa acallada en Soledad intacta. Bid & Co. editor, 2009.


EL CIELO TIENE UN LADO SORDO


El cielo tiene un lado sordo

Conviene abrir las cajas


Empacar los ojos

Asentir en el vacío del vacío


Contemplarnos

                        piadosamente


El cielo tiene un lado sordo


Quién alcanzará la luz de los oídos

Quién hará girar la caja

Y hallará morada la conciencia informe

Y hallará morada la respiración sorda

Y en la ventana encarnará la sombra  


En ayuno              Para dar inicio


Ahora que el horror retumba en el cielo de sus bocas


Enormes, por el canto de los que les falta

Enormes, por el rojo de su lengua


Cargando sus corazones como geranios mutilados

Deseosos de plantarse aquí

Enterrar el alimento que no tuvieron tiempo de acercar a la lengua de los pájaros


                                                                                               Fatigados del aire

                                                                                               Fatigados de respirar


El cielo tiene un lado sordo

Asienten entre cajas



Y la espera pesa sobre sus párpados

Y la espera pesa debajo del viento


Debajo del lado sordo del cielo


Que les corona con plumajes encendidos


Encendidos como tulipanes enjaulados


En el lado sordo del cielo 



SED DE ESCUCHARLE SUFRO


Sed de escucharle sufro


Alcancé a decir


A pedir agua


A espiar mi sangre


A cantar a deshoras


A cantar por nada

                              que habitar confiadamente y vivir reposado busco

Quebrantada he sido

Quien me sane no hallo

Quien me levante del sueño que habla

Quien me guarde

Quien me enlace a su cuello

                                que habitar confiadamente y vivir reposado busco


                                 Que con sabiduría se edificará la casa y con prudencia/

                                                                                                     se afirmará

                                  Y las cámaras se hincharán de todas riquezas


Sed de escucharle sufro

Alcanzar favor intento


Antes del vuelco del corazón

Antes del bocado y la corona

Antes

Por la herida

Por la queja

Antes de atreverme a cantar

                                                   que habitar confiadamente y vivir reposado busco



Obstinado empreño me mueve

Mas el cielo yace entero

La flor erizada

El pájaro parado

El pájaro enlutado 



De La Casa de los Afligidos. Hilos editora, 2010.


“LA CASA DE LOS AFLIGIDOS”


Hincada amanezco

                                          A las puertas de la casa de los afligidos



Coronada abro los ojos en casa de los afligidos


He llegado hasta aquí


                                   Obedezco el mandato del canto

 


Levanto la aldaba

 


Levanto la aldaba y me santiguo con la niebla


He llegado hasta aquí



                                   Obedezco el mandato del canto

De El Almendro Florido. Kalathos ediciones, 2016.



EL ALMENDRO FLORIDO


Veo sucumbir la tierra de mi alma

Y la tórtola atestigua que mi corazón late

                                              silencioso y lejano


Y la tórtola sobrevuela

en torno a las rosas 

en torno a sus almas abiertas


Desasida me hallo

ante la rosa desfigurada

                                        de cara al cielo

                                        y cantada por un ángel



“Rosa, tú que llevas

hasta un día de oro”

                                  llévame contigo


Donde alienta la flor del almendro

“La muerte no tendrá dominio”




Ya se alza el ala maltratada de la tórtola

y me entrega un puñado de dolor

                                        en el cuenco del corazón

Lo inexplicable me recorre en voz baja

al soplo del almendro que apura sus flores

                                          aquejadas de esperanza


Vayamos a contemplar bajo sus ramas

la llamada de la culpa


Inclinémonos

y derramemos caridad y bondad

La Virgen del árbol seco (Inédito).


Primera parte

Siento voces que me llaman 

Un clamor perfumado de arboledas tupidas de soledad

donde claman pájaros, abundantes pájaros,

congregados entre las ramas de un árbol seco

En medio del que se halla, protegida por un precioso ovalo, una Virgen,

una diminuta y hermosa figura de mujer cubierta por un largo manto que/

                                                                               cae con gran delicadeza

Y entre sus brazos sostiene a un niño dorado 

quien ha convocado pájaros de melodioso pero entristecido canto


Los pájaros yacen expuestos espiritualmente

Los anima el deseo de librarse del peso de las culpas

Culpas que desconocen, pero sienten el peso

El peso turbador de la belleza manifiesta, de la belleza prístina

Del amor consumado y aun así casto


Embriagados por la divina luz en sus corazones turbados

buscan refugio entre los huecos de los acantilados sembrados/

                                                                      de débiles y pestilentes flores

Allí, entre las cavernas de piedra, hemos de encontrarnos, antes de rendir 

tributo a la Virgen, y gustar el mosto de granada


Embriagados espiritualmente podemos divisar, entre las ramas del árbol seco,

la llama de la divina luz en el pecho del niño dorado que sostiene/

                                                                    la purísima figura de la Virgen



CLAUDIA SIERICH: Poesía Venezolana Actual

 


Claudia Sierich (Caracas, Venezuela, 1963)

traficantedepalabras des/arraigada en Berlín, Alemania. Traductora e Intérprete de Conferencias (aiic, Ginebra) diplomada en Múnich. En 2008, Monte Ávila Editores publica su primer poemario Imposible de lugar (Premio de Poesía de Autores Inéditos; y Mención Honorífica del Premio Municipal de Poesía de Caracas 2010). En 2011, Ed. Equinoccio publica su segundo poemario dicha la dádiva. En 2015, publica  Sombra de paraíso con OT editores. Parte de su trabajo está incluido en antologías como En-Obra. Antología de la Poesía Venezolana 1983-2008 (Saraceni, Ed. Equinoccio, Caracas 2008); Poetas Venezolanos Contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes (Salas H. y Sebastiani V., Común Presencia Ed., Bogotá 2014); Caracas 102 poetas. Jamming a cargo de J. Goldberg et. al (OT editores, Caracas 2014); Cantos de fortaleza. Antología de poetas venezolanas (Kalathos Ed., Madrid 2016); Nubes. Poesía hispanoamericana concebida por Edda Armas (Ed. Pre-Textos, Madrid 2019); El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora (digital, curada por Requena y Kariakin, 2019). En 2019: Esplendor del exceso (“Herencias y parentelas”, Asoc. Cultural Humboldt). Revistas y periódicos han presentado parte de su trabajo, como “Quimera” (España), “Driesch” y “Wespennest” (Austria), “sur/versión” (CELARG), “POESIA” (Carabobo), Papel Literario “El Nacional” (Venezuela) y “stadtsprachen magazin” (Berlin) | writers@berlin www.claudiasierich.com | traficantesdepalabras@gmail.com ∞.


De dicha la dádiva, Ed. Equinoccio, 2011.



A la noche de nuevo soñé sin mensura.


Me sumergía en el mar firmamento.


La luz. Una ola me capturó y alzó.


Inmensa arremolinada en espiral 


lenta y poderosa


con peligro y sin temor


: volver a inclinarme


sobre la superficie índigo.


Qué decir, el movimiento, los colores.


Inédito, Barcelona, enero de 2018.


, los naipes a los que juegan dos señoras casi calladas producen un leve chasquido al ser colocados sobre la breve mesa de mármol y se conjugan con el ritmo del suave crepitar de las sillas de ratán ocupadas, y las palmeras de adentro, porque la tercera señora limpia con un trapito y tal esmero cada pinna verde de las hojas reverdes. Se repiten los sonidos: el eco tierno casi imperceptible que produce este patio interno con jardines colgantes de malangas a media mañana en un hotel centenario – alguna vez claustro – de arquitectura como solo la había visto en Granada de Nicaragua, por ej., y que recién re/conozco en esta mi tardía primera visita a Catalunya. Estoy de paso. Nómade. Nunca había percibido el seco y pastoso rumor, entremezclado, de naipes a superficie de mármol junto a hojas de palma acariciadas por manos querendosas, esdrujadas, ahora que además es interrumpido por el discreto goteo al cuerpo de agua algo turbia del balde sobre el que la cuidadora de matas retuerce el trapo, su ritmo y resonancia. A la luz que penetra por el cielo cristal del patio sobre el color cian caribe de las paredes y sus blancos en las galerías circundantes, enmontadas en varios pisos, se produce este amabilísimo inmóvil: regocijo singular  ̶  de retiro, de anticipación, y de presente que desdice del horror (mas no salva) de las ortopedias crueles de Cronos. De par en par abiertas las invisibles puertas al momentum. Sinmenso, bocado infinito sin mensura.  


Inédito, Barcelona, 5.1.2018 y Berlín, 31.8.2020.

a Rodolfo Häsler

Para atravesar nada más que una puerta

son elegantes, salvajes a la vez 

guardan secreto cierto y rudo,

voraz, como si supieran mucho 

de luz y de muerte

los versos de las nueve gacelas

por el monte Líbano. 

Ayer detuvimos la pausa y abrimos

el compás de las horas 

en conversación, conversa, 

conversión que sostiene 

el deseo en mi recóndito rincón y amable 

engastado en el infierno del Raval.

Luego nos tomamos un té 

verde lo llamó el oficiante, en verdad 

menta, del Marsella, el desvencijado 

y algo desvalijado lugar del absento.

Luego perdí la voz. 

El viento. ¡La ventolera, las canallas 

ráfagas! No se llevaron 

las penas solas si las hubo,

: trajeron una peste de pronóstico. 

Ya me monto en un avión. 

Voy, África 

: del otro lado tomar los atributos de la fuerza  


Inédito, Banjul, enero de 2018.


, suena el llamado de los muecines اللهُ أكبرُ. Ninguna mezquita, son altoparlantes que carraspean, mal sujetados como están sobre inciertos muros de bloques crudos del vecindario y  distorcionan la propaganda por los aires de las periferias de Banjul. Ahhh, desigual emerge de súbito  ̶  desde dónde  ̶  el clamor roto del carrito de los helados Efe por las calles de Caracas, desafinado anhelo, saciar el paladar, calmar la lengua sedienta, orar a la primera luz del día. El polvo plenipotenciario se está quieto en los quietos patios polvorientos por estos lares bajo la sombra desdibujada de enormes palmas, columnas de un templo a bien mayor. También calla imperturbable el babaobab como el tiempo Rey bajo cielos anaranjados no vistos. Tantos aun duermen en santa paz. Avolaron los sunbirds de sus matorrales de descanso. Dejo a la perra atigrada sola recostada en su caucho-cuna, el neumático desinflado forrado de harapos frente a la puerta siempre abierta. Tomo una escasa ducha desnuda. Las trinitarias. La brisa, las bendiciones sin bocinas. Luego almorzaremos a la usanza, acuclillados en el suelo y de un solo gran plateado plato hondo, con las manos. Las caricias del quedo palabreo de los comensales no requieren traducción. Las niñas sonríen, es fácil recordar mi nombre, dicen, porque suena a nube, me llaman Cloud-ia. O Cláaud con suave acento wólof en el inglés al que les fuerzan las escuelas. Y habrá plétora de coco, merey y maní fresco, plétora como nube y desarraigo será este nómade día. 


Inédito, Berlín, 16.8.16.


, no me refiero a la simultaneidad vivida en el fuero interior. Es la simultaneidad de sucesos externos a los que irremediablemente estamos expuestos. Por fortuna, esta mañana de un martes de mi extrañamiento berlinés, si no me procura rayos de sol ni radiancia, me rinde el presente de un fulgor sonoro: se mudó por un rato un pájaro que no conozco a este castaño. Cómo llama la atención. No conozco su silbido. No es el canto de la paraulata caraqueña, ni del raro ruiseñor berlinés, no es su instante, solo melodioso de madrugada, tampoco la celebración del mirlo ni el runruneo de la tórtola. El silbido claro y metálico que asocio mejor con el trópico resuena como una insistente, repetida pregunta de largo aliento, penetración, color sol naranja. Brinda la hora el día descalzo – anda en su acento, acopio, su por venir. 



De Sombra de Paraíso. OT editores, 2015.


, duermo dos noches en Raakow. Este silencio no tiene parangón. Mana de ninguna parte, nada interrumpe su informe ser, lo envuelve todo sin que se cuele el menor chasquido por ninguna rendija. Ningún cuervo bate su ala cansada, el poste solitario de la electricidad frente a la ventana no crepita, la rama no roza el techo de la casa ni berrea la bocina a lo lejos en este paraje que se torna pura inmensidad. No es hermético, no encierra. No parece vacío de vida el paisaje que se tiende desde el solar trasero hacia la huerta más abajo y desemboca en las suaves colinas de las morenas de terra ukera, viejas como la edad de hielo. Tendida sobre la cama soy paisaje antediluviano y asisto a la total ausencia de sonido. Solo el sordo correr de la sangre por las venas que no escucho, pero que me viene a la memoria como un falso y fugaz recuerdo de aquella visita a la cueva cada vez que se ausenta mucho el ruido. El silencio de Raakow es abierto, enorme. Puedo figurar el escaso sonido que produce la exhalación del niño dormido en la alcoba vecina, tal es el mutismo primigenio del espacio. La certeza que me produce queda fija en la memoria. La noche siguiente vuelve a ocurrir. El insonoro curso de las horas persiste hasta que entra la mañana por la ventana del cuarto que da sobre el rosal silvestre, la estrecha carretera y la casa de enfrente. Ninguna meditación repone la experiencia. Sí retengo la sensación de bonanza que, en su momento, me ha procurado su plenitud. No ser intervenida por ningún sonido, respirar profundo y descansar a sabiendas de que reaparecerá de todos modos con sus golpes y caricias, porque el árbol está cargado de manzanas y los niños treparán la escalera riendo, porque el tractor del campesino pasará tronando a la hora que llama el trigo y dirá buenos días a diestra y siniestra la vieja de enfrente conversando consigo misma en anodino y solitario delirio mientras espera en medio de la calle el carro que trae los pancitos del desayuno. 


Inédito, 15.10.2017, Perú.


Desayunar al pie del Chachani


Su áspera y eterna nieve 

blanquísima, hallarse 

en el desierto 

del mundo más alto 

: el cobre, el ocre, el pesado polvo 

pesa sobre el oasis de la ciudad. 

Arequipa, estarse cerca de su dulce 

gente, real, trastocada 

modernidad torcida, 

incompleta, malograda. 


Eso 

y los viejos sobrevivientes 

: dátiles, jardineros, el jasmín

y el mate, el suave olor siempre.

Coca al agua que hierve y

el hombre quien lo sirve. 

Explica cómo venera al Cristo 

moreno: curan más tal vez 

un tamalito o dos y su suave voz

los males brindados por extenuantes 

sesiones trujamanas, inoperantes diálogos

groseros, vanos foros, conversatorios 

inservibles, el ancestral cansancio.



De Sombra de Paraíso, OT editores, 2015.


alguien está picando ajo, lo puedo oler –


dios estoy en la Tierra me doy cuenta

ahora que el tiempo se acuclilla

(o también fríe plátanos)

mientras yo


penetro cuásares    me tuteo con Einstein

y se abre paso el prodigio

por la ventana    lluvia ventana    mi diluvio ventana –

piensa esto:


infinita pero a punto 

de desaparecer, piensa

cómo el tiempo apurruña

el pequeño planeta y las galaxias

    oscureciendo



De Imposible de lugar. Monte Ávila Editores, 2008.


Trato cotidiano


Quién convocó aquí a estos personajes

por qué se han permitido usar

el tiempo y la sustancia de mi vida


ÁLVARO MUTIS


A la vez el pozo ofrece su boca negra

y cuando quiere fauces caminar a mi lado

ruge rayo adentro ábrete Sésamo

tan crispa corozo el abismo

bostezando otro espanto.


Hay golondrinas que anidan bajo el techo.

Parecen livianas, ligeras de pensamiento.


Recojo una hoja de palma seca

fruto de oro la trastoco bandeja de golosinas

y sobre el canto del mismo cántaro callo

con un tris de sal marina

el sopetón de sinsabor.


La mesa está servida. Llegan los comensales.

El ángel abre su luminoso ojo en silencio.


A tavola brisa de agua

la maga el melodioso y la niña parlanchina.

Un nunca escanciados gestos aéreos

con humor tintinean    tan bate los manteles

reza rubí algo de sombra a la sombra.


También la tarde se da la vuelta crisálida.

También la mano puede quieta en flor.


Cuando de las hojas se vuelca la hora

una noche grande valle la copa

bebe hondo goteando

cóncavo el día de puntillas tropelía

jugó la gran jugada el gran hacedor.


Cuál será tu pregunta ahora que serme

va casi de una forma casi esta vez

hasta suficiente


De dicha la dádiva. Ed. Equinoccio, 2011.


desde el extremo muerte 


      es que sigue pero no aquí 


alma de viaje algo de Stockhausen


su trompeta miniatura creo después en Frankfurt 


pero con Rilke pensando 


    música como comenzar


donde evanescen palabras     por qué no al revés 


o     a través    noche duerme bien


entonces danza τίποτα 


ángel 


nichts 

danza 


 

Paramancito, antes de partir


Para viajar lejos las semillas


hacer hablar a los árboles

mover los molinos de aire y de maíz

darle una vuelta al solar


para sostener a las gaviotas 

inflar las velas de los barcos

atender la flama, sus llamitas 


atizar la lumbre del carbón

caminar las ideas 

y el trabajo de los herreros


para mover las nubes de aquí para allá 

(que llueva de un lado o de otro)

desordenar los paisajes, despeinar palmeras


partir sin abandonar, llevarse

todas las penas, sopla 

el viento de Paramancito 


Inédito, Berlín agosto de 2020.


A la sombra de tal paraíso


moro. Demoro

ante la emergencia 


Toca  ̶̶ ¿sabes? ̶  vivir y morir

sin baranda. Sopla el viento


Sopla viento, borrasca 

a la intemperie, el desarraigo


Galopa sentido suelto

gacela, desbandada inerme 


Los cascos baten la arena caliente

movediza, busque arraigo 


el espíritu indómito. Cuando  

casi mañana en silencio


oro por los atribulados  

y ojo de agua ampare

 

y favorezca, emerja

la ternura de sostenernos


Emerja el ángel 

despliegue su ala 


luz de la lengua, la muerte 

y de la vida, ahora.



no soy yo 

pero ya lo dije