jueves, 6 de julio de 2023

MARJIATTA GOTTOPO: Narrativa Actual Venezolana

 


Marjiatta Gottopo (Caracas, 1972 Venezuela)

 A los diez años publica una caricatura en una revista. Se dedica obsesivamente al dibujo de cómics de detectives y hombres de acción. Luego, a los quince, se va de su casa. Cursa estudios en la Universidad Central de Venezuela, también trabaja en La Fundación Museo Arturo Michelena como gestora cultural y en el área de prensa. Estudia teatro. Se larga de Venezuela después de hacer unos talleres en la universidad sobre Conrad y el Viaje y sobre Melville y la aventura. Totalmente envenenada de Cavafis y otras sustancias más groseras decide hacerse aventurera. Viaja por la península española durante tres años, vende enciclopedias, y trabaja en múltiples oficios, se casa en Almería, descubre las alucinaciones del desierto y el octavo pecado capital llamado acedía del que ha sido ferviente practicante sin siquiera saberlo. Náufraga en Canarias en donde en el año 2002 cursa estudios de Filosofía en la Universidad de La Laguna. Trabaja como Jefe de Redacción de las revistas electrónicas Canarias Viva, Revista libra y Canal Joven en Tenerife. Ha publicado poemas sueltos y cuentos en distintas antologías. En el año 2006 después de obtener la nacionalidad española y contrariamente a lo que todos suponían decide afianzar sus raíces y volver un rato a Venezuela a ver que está pasando con la revolución. Vuelve a intentar retomar la carrera de Letras en la Universidad Central de Venezuela pero sinceramente nota que se le pasó el arroz (a la carrera) y piensa que quizá se dedique a la Comunicación Social. Trabajó como productora en el canal de televisión Ávila TV de Caracas. Publicó la novela CADA MINUCIOSA NOCHE DE INSOMNIO (Tenerife, 2009) y el libro de cuentos Manual de autoayuda para náufragos (LP5 Editora, 2021).


Del libro Manual de autoayuda para náufragos (LP5 Editora, 2021)


Suicidios imaginarios



—“Me estoy suicidando desde que nací, tranquilo” 

(La autora cuando un amigo cree que es verdad que está a punto de suicidarse) 

Cuando te tragas las primeras veinte ya estás en el avión que atraviesa el océano. 

Cuando el agua te empieza a entrar en los pulmones recuerdas un recuerdo que nunca has tenido. 

Volvía, por fin volvía. 

Bajaba del avión y miraba el aeropuerto enorme y miraba que no había nadie y miraba al pasado que es a donde miran los que vuelven. Y se encontraba con esas caras idénticas y más arrugadas que dejó atrás y miraba con ternura y cierto sentimiento de culpa, porque se había ido y él que se va, por mucho que lo niegue, se va por algo, y más aún si luego se queda es porque ese algo en vez de morirse crece, no se sabe, pero seguro que eso piensan los demás. 

Y los demás son importantes cuando se trata de irse o de volver, pues son como esa identidad que la línea aérea no sabe a quien encasquetarle, y la dejan, allí, en algún carrito de maletas cuando tú te largas. 

Y tú te bajas del avión, diez horas después, más liviana y perdida, porque eres tú, pero ya no eres, como una reencarnada con memoria, como si te faltara algo, algo que te sobraba. 

Sin embargo, vuelves con cosas, rastros en la mirada esos que fuiste encontrando y perdiendo por el camino, rastro de noches solitarias, rastro de besos que se te han secado en el alma, rastros de decepciones, de alegrías, restos, polvo, humareda de pasos que se han perdido. 

—Es culpa tuya este abismo —te dice tu hermana, es culpa tuya porque te fuiste. 

Aunque cuando te vas no llegas a parte alguna, porque en todas estás, así como de paso, y los primeros años se te pasan distraída, y la gente se estrella contra ti como los mosquitos contra el parabrisas de un coche que va muy rápido por una carretera del norte, en invierno. Y los primeros años te fascinas y te enamoras una, dos y tres y cuatro veces, hasta que tu imposibilidad de detenerte te empieza a dejar sola, saltando de un lado a otro, porque allá tampoco te paraste, tampoco supiste construirte una existencia, con la excusa de que estabas viajando te quedabas lo suficiente para crearte pasiones y después huías de ellas y tratabas de olvidar en otra parte. 

Y alguna vez sentiste que te miraban con un ¿qué haces aquí? Y los viste preocupados por miles de balsas inundadas de hambre que llegaban a la orilla y oíste en secreto: “¿Y los que llegan en avión?, de esos nadie dice nada”. 

Y a veces te preguntas si alguien te recordará en aquel continente una tarde cualquiera cuando tú ni siquiera lo sospeches y la certeza de que nunca se vuelve, jamás. 

Y cuando estás a solas y te lo vuelves a preguntar, no puedes contestar ninguna de las dos cosas, que son la misma ¿Por qué no vuelves? o ¿Por qué te has ido?, fácil es estar con la gente que cree que es por dinero, que es pura geopolítica y enseguida te tachan de inmigrante. 

Con esa gente es fácil porque no hay que estar explicando la condición metafísica del exilio, estás porque sí, porque aquí se vive mejor, te dicen. ¿Mejor que en dónde?, ¿Mejor que en este cuerpo? ¿Mejor que en esta alma? ¿Mejor que en esta memoria? ¿Es que hay algún sitio lejos de uno?

Porque te das cuenta de que no eran los demás, que los otros son simplemente el potenciador del sabor de tu propio placer o angustia, el glutamato monosódico de tu existencia. 

Los demás cambian de rostro y siguen ahí, con la piel más clara u oscura, en una esquina con otro nombre, fumando otra cosa, pero siguen siendo los mismos. 

También hay gente única, pero eso es más raro, hay gente a la que nunca encontrarás por muy lejos que vayas, si no sabes alejarte de ti un poco y abrir los ojos. 

Inconsistencia, que se hace consistente cuando pasan los años, consistencia y permanencia del vacío, vaya, ahora sí que le das la vuelta al asunto, ahora sí que estás rodeando la causa o el efecto. 

Bueno, pero ya estás aquí, aunque ¿Qué significará eso?

Que estás, sólo que estás, que has vuelto, que ya no estás allá, en ese lugar del que vienes, que te has dividido en dos y que siempre tendrás que dejar algo para estar en algún lugar. 

Dicen que Dionisio, el hijo de Júpiter y Sémele ostentaba una eterna condición de extranjero, dicen también que cuando chico, Hera, la mujer de Zeus había mandado a unos cíclopes a que lo desmembraran y también cuentan, que luego, más adelante, el propio Dios, harto de las dudas de su primo Penteo, había hecho que su propia madre lo despedazara en una bacanal. 

Otros dicen que Dionisio, el dios del vino, es la conexión pagana del hombre con la divinidad, igual que Cristo, que era medio humano medio divino, aunque era finalmente un dios. 

Cosa bastante misteriosa, porque los hijos de dioses y humanos eran sólo semidioses. 

Tanta pendejada para darte un traguito de vino, —dátelo y ya—te dijo esa voz dentro de ti, que era menos sublime de lo que a ti te habría gustado ser. 

—¿Y si el vino fuese el pasillo? 

—¿El pasillo? —preguntó tu vocecita vulgar.

—El pasillo entre uno y lo divino... 

La vocecita se descojonó de risa, la vocecita no te vomitó encima porque aún no habías bebido suficiente, pero ya lo haría. 

Bueno, pasillos van, pasillos vienen y tú que no terminas de llegar, no sabes si por el cambio horario o porque los demás están tan acostumbrados a no verte y tu identidad no tiene espacio donde albergarse, y estás allí, como alguien que se acaba de morir pero que aún tiene el cuerpo caliente, bueno, no así, sino exactamente a la inversa. 

Y ahora te cuentan cosas ¿Sabes quien se murió? Y menos mal que se ha muerto pura gente que si no se hubiera muerto no estaría en tu conversación. 

—Vaya—Dices, porque quieres que vean que has cambiado y que ahora te muestras más respetuosa con la gente que se muere.

Tú utilizas cualquier excusa para hablar de lo mucho que has extrañado todo, que si, ¡Que rico esto! ¡Qué ganas tenía de comérmelo! Y es como si les dijeras a todos esos que están allí, que los echabas de menos y que tenías ganas de comértelos de puro cariño que les tienes, aunque la distancia y los años transcurridos y tu silencio, indiquen lo contrario. 

Hay teorías de estas de psicología divulgativa que dicen que cuando una persona se siente acorralada, sólo tiene dos opciones: luchar o huir, entonces quien se va es como el que lucha, pero en silencio. Y la ofensa es la misma, la gente está, así como después de un mal rollo. O el que huye es el que se venga con esa frasecita de Borges, que, si el olvido y la venganza y el perdón son la misma vaina, y tú lo sabes, lo sabes tan al fondo de tu corazón, tan abajo, que no querrías que te culpasen por eso, porque eso sería como culparte por haber sobrevivido. 

—¿Otro traguito? 

No sabes si pregunta la vocecita esa o pregunta alguno de tus amigos, pero respondes que sí, que más por favor. 

Y quieren conversación, pero la única conversación que tú tienes mira para atrás y es odiosa, te estás poniendo salada. 

—Que si antes cuando estaba aquí... 

—Que allá las cosas son distintas... 

Total, que ¿dónde estás ahora?, imposible decir, ahora estoy así o asao, aunque asao suena bien, porque estás como más bien asao que así, que es una conjugación verbal muy venezolana que se te había olvidado. 

Pero el tema es, que de pronto la ciudad se te abalanza encima y recuerdos que aún no tienen forma se desperezan con los olores, con determinadas formas, con el nombre de esos restorancitos que habías olvidado que existían, de golpe la ciudad esta ronca y te susurra cosas al oído y las voces de tus amigos se pierden bajo su cadencia, es esta misma ciudad, esta misma madre salvaje de la que huiste hace ya tiempo, esta ciudad que para celebrar tu vuelta inmolará a diez personas más, esta ciudad que te da regalos que tu no quieres, tu ciudad, tu maldita ciudad, esa que decía Cavafis que siempre te acompañaría, aquí está, en toda su inminencia, atropellando las otras ciudades más bonitas que conociste, aquí está el tiempo retrocediendo o adelantando. 

Y parece que no tiene sentido haberse ido tan lejos, porque todo sigue igual, tu miedo, tu ciudad y ese tiempo que parece no haber transcurrido y que sin embargo se ha mostrado cruel con las calles, ennegrecidas de pólvora y desencanto, y todos esos que se fueron para siempre, ¿Y dónde puede estar Kaicú? ¿Y dónde están tus diecisiete años? ¿Seguirán chamuscándose con alguna pipa de crack en aquellos apartamentos encendidos? ¿Seguirá tu alteridad huyendo por los pasillos del tiempo para tratar de alcanzarte? ¿Seguirá tu vida o tu muerte goteando como un cadáver con un disparo en la cabeza? ¿Será posible recuperar todo eso que se pierde cuando todo se desbarata o esos cadáveres por los que ya no rezarás nunca más porque murieron justo después de que habías dejado de creer en dios y en el cielo? ¿Tendrá alguna ventaja morir rodeado de creyentes o será igual que tus máximos dolientes sean unos descreídos que sólo creen en ese dolorcito instantáneo que tu muerte les produce? 

De pronto sientes frío y escupes agua. 

Te levantas en esa habitación oscura y recuerdas que anoche te emborrachaste y que estás en casa de los chicos. 

Te lo piensas mejor, aún no es momento de suicidarse, ni tampoco de volver. 




FIN

 


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