jueves, 6 de julio de 2023

CLAUDIA SIERICH: Poesía Venezolana Actual

 


Claudia Sierich (Caracas, Venezuela, 1963)

traficantedepalabras des/arraigada en Berlín, Alemania. Traductora e Intérprete de Conferencias (aiic, Ginebra) diplomada en Múnich. En 2008, Monte Ávila Editores publica su primer poemario Imposible de lugar (Premio de Poesía de Autores Inéditos; y Mención Honorífica del Premio Municipal de Poesía de Caracas 2010). En 2011, Ed. Equinoccio publica su segundo poemario dicha la dádiva. En 2015, publica  Sombra de paraíso con OT editores. Parte de su trabajo está incluido en antologías como En-Obra. Antología de la Poesía Venezolana 1983-2008 (Saraceni, Ed. Equinoccio, Caracas 2008); Poetas Venezolanos Contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes (Salas H. y Sebastiani V., Común Presencia Ed., Bogotá 2014); Caracas 102 poetas. Jamming a cargo de J. Goldberg et. al (OT editores, Caracas 2014); Cantos de fortaleza. Antología de poetas venezolanas (Kalathos Ed., Madrid 2016); Nubes. Poesía hispanoamericana concebida por Edda Armas (Ed. Pre-Textos, Madrid 2019); El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora (digital, curada por Requena y Kariakin, 2019). En 2019: Esplendor del exceso (“Herencias y parentelas”, Asoc. Cultural Humboldt). Revistas y periódicos han presentado parte de su trabajo, como “Quimera” (España), “Driesch” y “Wespennest” (Austria), “sur/versión” (CELARG), “POESIA” (Carabobo), Papel Literario “El Nacional” (Venezuela) y “stadtsprachen magazin” (Berlin) | writers@berlin www.claudiasierich.com | traficantesdepalabras@gmail.com ∞.


De dicha la dádiva, Ed. Equinoccio, 2011.



A la noche de nuevo soñé sin mensura.


Me sumergía en el mar firmamento.


La luz. Una ola me capturó y alzó.


Inmensa arremolinada en espiral 


lenta y poderosa


con peligro y sin temor


: volver a inclinarme


sobre la superficie índigo.


Qué decir, el movimiento, los colores.


Inédito, Barcelona, enero de 2018.


, los naipes a los que juegan dos señoras casi calladas producen un leve chasquido al ser colocados sobre la breve mesa de mármol y se conjugan con el ritmo del suave crepitar de las sillas de ratán ocupadas, y las palmeras de adentro, porque la tercera señora limpia con un trapito y tal esmero cada pinna verde de las hojas reverdes. Se repiten los sonidos: el eco tierno casi imperceptible que produce este patio interno con jardines colgantes de malangas a media mañana en un hotel centenario – alguna vez claustro – de arquitectura como solo la había visto en Granada de Nicaragua, por ej., y que recién re/conozco en esta mi tardía primera visita a Catalunya. Estoy de paso. Nómade. Nunca había percibido el seco y pastoso rumor, entremezclado, de naipes a superficie de mármol junto a hojas de palma acariciadas por manos querendosas, esdrujadas, ahora que además es interrumpido por el discreto goteo al cuerpo de agua algo turbia del balde sobre el que la cuidadora de matas retuerce el trapo, su ritmo y resonancia. A la luz que penetra por el cielo cristal del patio sobre el color cian caribe de las paredes y sus blancos en las galerías circundantes, enmontadas en varios pisos, se produce este amabilísimo inmóvil: regocijo singular  ̶  de retiro, de anticipación, y de presente que desdice del horror (mas no salva) de las ortopedias crueles de Cronos. De par en par abiertas las invisibles puertas al momentum. Sinmenso, bocado infinito sin mensura.  


Inédito, Barcelona, 5.1.2018 y Berlín, 31.8.2020.

a Rodolfo Häsler

Para atravesar nada más que una puerta

son elegantes, salvajes a la vez 

guardan secreto cierto y rudo,

voraz, como si supieran mucho 

de luz y de muerte

los versos de las nueve gacelas

por el monte Líbano. 

Ayer detuvimos la pausa y abrimos

el compás de las horas 

en conversación, conversa, 

conversión que sostiene 

el deseo en mi recóndito rincón y amable 

engastado en el infierno del Raval.

Luego nos tomamos un té 

verde lo llamó el oficiante, en verdad 

menta, del Marsella, el desvencijado 

y algo desvalijado lugar del absento.

Luego perdí la voz. 

El viento. ¡La ventolera, las canallas 

ráfagas! No se llevaron 

las penas solas si las hubo,

: trajeron una peste de pronóstico. 

Ya me monto en un avión. 

Voy, África 

: del otro lado tomar los atributos de la fuerza  


Inédito, Banjul, enero de 2018.


, suena el llamado de los muecines اللهُ أكبرُ. Ninguna mezquita, son altoparlantes que carraspean, mal sujetados como están sobre inciertos muros de bloques crudos del vecindario y  distorcionan la propaganda por los aires de las periferias de Banjul. Ahhh, desigual emerge de súbito  ̶  desde dónde  ̶  el clamor roto del carrito de los helados Efe por las calles de Caracas, desafinado anhelo, saciar el paladar, calmar la lengua sedienta, orar a la primera luz del día. El polvo plenipotenciario se está quieto en los quietos patios polvorientos por estos lares bajo la sombra desdibujada de enormes palmas, columnas de un templo a bien mayor. También calla imperturbable el babaobab como el tiempo Rey bajo cielos anaranjados no vistos. Tantos aun duermen en santa paz. Avolaron los sunbirds de sus matorrales de descanso. Dejo a la perra atigrada sola recostada en su caucho-cuna, el neumático desinflado forrado de harapos frente a la puerta siempre abierta. Tomo una escasa ducha desnuda. Las trinitarias. La brisa, las bendiciones sin bocinas. Luego almorzaremos a la usanza, acuclillados en el suelo y de un solo gran plateado plato hondo, con las manos. Las caricias del quedo palabreo de los comensales no requieren traducción. Las niñas sonríen, es fácil recordar mi nombre, dicen, porque suena a nube, me llaman Cloud-ia. O Cláaud con suave acento wólof en el inglés al que les fuerzan las escuelas. Y habrá plétora de coco, merey y maní fresco, plétora como nube y desarraigo será este nómade día. 


Inédito, Berlín, 16.8.16.


, no me refiero a la simultaneidad vivida en el fuero interior. Es la simultaneidad de sucesos externos a los que irremediablemente estamos expuestos. Por fortuna, esta mañana de un martes de mi extrañamiento berlinés, si no me procura rayos de sol ni radiancia, me rinde el presente de un fulgor sonoro: se mudó por un rato un pájaro que no conozco a este castaño. Cómo llama la atención. No conozco su silbido. No es el canto de la paraulata caraqueña, ni del raro ruiseñor berlinés, no es su instante, solo melodioso de madrugada, tampoco la celebración del mirlo ni el runruneo de la tórtola. El silbido claro y metálico que asocio mejor con el trópico resuena como una insistente, repetida pregunta de largo aliento, penetración, color sol naranja. Brinda la hora el día descalzo – anda en su acento, acopio, su por venir. 



De Sombra de Paraíso. OT editores, 2015.


, duermo dos noches en Raakow. Este silencio no tiene parangón. Mana de ninguna parte, nada interrumpe su informe ser, lo envuelve todo sin que se cuele el menor chasquido por ninguna rendija. Ningún cuervo bate su ala cansada, el poste solitario de la electricidad frente a la ventana no crepita, la rama no roza el techo de la casa ni berrea la bocina a lo lejos en este paraje que se torna pura inmensidad. No es hermético, no encierra. No parece vacío de vida el paisaje que se tiende desde el solar trasero hacia la huerta más abajo y desemboca en las suaves colinas de las morenas de terra ukera, viejas como la edad de hielo. Tendida sobre la cama soy paisaje antediluviano y asisto a la total ausencia de sonido. Solo el sordo correr de la sangre por las venas que no escucho, pero que me viene a la memoria como un falso y fugaz recuerdo de aquella visita a la cueva cada vez que se ausenta mucho el ruido. El silencio de Raakow es abierto, enorme. Puedo figurar el escaso sonido que produce la exhalación del niño dormido en la alcoba vecina, tal es el mutismo primigenio del espacio. La certeza que me produce queda fija en la memoria. La noche siguiente vuelve a ocurrir. El insonoro curso de las horas persiste hasta que entra la mañana por la ventana del cuarto que da sobre el rosal silvestre, la estrecha carretera y la casa de enfrente. Ninguna meditación repone la experiencia. Sí retengo la sensación de bonanza que, en su momento, me ha procurado su plenitud. No ser intervenida por ningún sonido, respirar profundo y descansar a sabiendas de que reaparecerá de todos modos con sus golpes y caricias, porque el árbol está cargado de manzanas y los niños treparán la escalera riendo, porque el tractor del campesino pasará tronando a la hora que llama el trigo y dirá buenos días a diestra y siniestra la vieja de enfrente conversando consigo misma en anodino y solitario delirio mientras espera en medio de la calle el carro que trae los pancitos del desayuno. 


Inédito, 15.10.2017, Perú.


Desayunar al pie del Chachani


Su áspera y eterna nieve 

blanquísima, hallarse 

en el desierto 

del mundo más alto 

: el cobre, el ocre, el pesado polvo 

pesa sobre el oasis de la ciudad. 

Arequipa, estarse cerca de su dulce 

gente, real, trastocada 

modernidad torcida, 

incompleta, malograda. 


Eso 

y los viejos sobrevivientes 

: dátiles, jardineros, el jasmín

y el mate, el suave olor siempre.

Coca al agua que hierve y

el hombre quien lo sirve. 

Explica cómo venera al Cristo 

moreno: curan más tal vez 

un tamalito o dos y su suave voz

los males brindados por extenuantes 

sesiones trujamanas, inoperantes diálogos

groseros, vanos foros, conversatorios 

inservibles, el ancestral cansancio.



De Sombra de Paraíso, OT editores, 2015.


alguien está picando ajo, lo puedo oler –


dios estoy en la Tierra me doy cuenta

ahora que el tiempo se acuclilla

(o también fríe plátanos)

mientras yo


penetro cuásares    me tuteo con Einstein

y se abre paso el prodigio

por la ventana    lluvia ventana    mi diluvio ventana –

piensa esto:


infinita pero a punto 

de desaparecer, piensa

cómo el tiempo apurruña

el pequeño planeta y las galaxias

    oscureciendo



De Imposible de lugar. Monte Ávila Editores, 2008.


Trato cotidiano


Quién convocó aquí a estos personajes

por qué se han permitido usar

el tiempo y la sustancia de mi vida


ÁLVARO MUTIS


A la vez el pozo ofrece su boca negra

y cuando quiere fauces caminar a mi lado

ruge rayo adentro ábrete Sésamo

tan crispa corozo el abismo

bostezando otro espanto.


Hay golondrinas que anidan bajo el techo.

Parecen livianas, ligeras de pensamiento.


Recojo una hoja de palma seca

fruto de oro la trastoco bandeja de golosinas

y sobre el canto del mismo cántaro callo

con un tris de sal marina

el sopetón de sinsabor.


La mesa está servida. Llegan los comensales.

El ángel abre su luminoso ojo en silencio.


A tavola brisa de agua

la maga el melodioso y la niña parlanchina.

Un nunca escanciados gestos aéreos

con humor tintinean    tan bate los manteles

reza rubí algo de sombra a la sombra.


También la tarde se da la vuelta crisálida.

También la mano puede quieta en flor.


Cuando de las hojas se vuelca la hora

una noche grande valle la copa

bebe hondo goteando

cóncavo el día de puntillas tropelía

jugó la gran jugada el gran hacedor.


Cuál será tu pregunta ahora que serme

va casi de una forma casi esta vez

hasta suficiente


De dicha la dádiva. Ed. Equinoccio, 2011.


desde el extremo muerte 


      es que sigue pero no aquí 


alma de viaje algo de Stockhausen


su trompeta miniatura creo después en Frankfurt 


pero con Rilke pensando 


    música como comenzar


donde evanescen palabras     por qué no al revés 


o     a través    noche duerme bien


entonces danza τίποτα 


ángel 


nichts 

danza 


 

Paramancito, antes de partir


Para viajar lejos las semillas


hacer hablar a los árboles

mover los molinos de aire y de maíz

darle una vuelta al solar


para sostener a las gaviotas 

inflar las velas de los barcos

atender la flama, sus llamitas 


atizar la lumbre del carbón

caminar las ideas 

y el trabajo de los herreros


para mover las nubes de aquí para allá 

(que llueva de un lado o de otro)

desordenar los paisajes, despeinar palmeras


partir sin abandonar, llevarse

todas las penas, sopla 

el viento de Paramancito 


Inédito, Berlín agosto de 2020.


A la sombra de tal paraíso


moro. Demoro

ante la emergencia 


Toca  ̶̶ ¿sabes? ̶  vivir y morir

sin baranda. Sopla el viento


Sopla viento, borrasca 

a la intemperie, el desarraigo


Galopa sentido suelto

gacela, desbandada inerme 


Los cascos baten la arena caliente

movediza, busque arraigo 


el espíritu indómito. Cuando  

casi mañana en silencio


oro por los atribulados  

y ojo de agua ampare

 

y favorezca, emerja

la ternura de sostenernos


Emerja el ángel 

despliegue su ala 


luz de la lengua, la muerte 

y de la vida, ahora.



no soy yo 

pero ya lo dije


No hay comentarios: