martes, 1 de mayo de 2012

Sobre Las ruinas de la casa. Por Oscar Rodríguez



En Las ruinas de la casa de Isaías Cañizález Ángel: las ausencias son banderas de la memoria

Por Oscar Rodríguez Pérez.
Venezuela.

Solemos pensar la casa como un espacio glorificado y tal vez una visión dominante hegemónica influya en esta recurrente perspectiva. Freud y los freudianos se deleitarían con significados salidos de nuestros sueños con casas; el más tímido tendría a la casa como un mausoleo, un santuario o un museo y las interpretaciones se perderían de vista en la maravilla. Las imágenes con casas suelen ser de protección, de cobijo, de seguridad, pero en otras se vislumbran desasosiegos, desesperos, angustias. Ya J. L. Borges nos deleitaba con su célebre cuento Ruinas Circulares y el también argentino Julio Cortázar en el cuento Casa Tomada, se atreve a recrear un sueño suyo, donde una pareja de hermanos son expulsados de su casa por unos extraños que van ocupando las estancias. La literatura puede ser ese espacio donde se permite problematizar la casa para mirarla de formas menos sublimes, menos ensoñadoras, más próximas a realidades no tan tiernas pero igual de elevadas; a esto se atreve Isaías Cañizález Ángel en su poemario Las ruinas de la casa: premio de poesía Fernando Paz Castillo 2010.



Chile casa

De seguro, la casa más bella soñada jamás para erigir al socialismo como posibilidad para los pueblos del mundo se visualizó en Chile. Convergieron allí multiplicidad de esperanzas colectivas que desplegaron a todo lo largo del siglo XX, luchas estupendas (a pesar de lo trágicas) aderezadas con la indoblegable y siempre maravillosa terquedad de los pueblos. La casa chilena que se materializa con la victoria de la Unidad Popular en el año 70, por breves instantes, se nos erigió como un inmenso sueño adonde los pueblos del mundo irían a tejer sus más bellas victorias: eso no sucedió así. La ira terrible de una fuerza devastadora y criminal se encargó de arrasar con las bellezas de esa casa para dejarla en ruinas. Esas ruinas están detrás del decorado neoliberal que aún embadurna a Chile y el cual se impuso a con fuego de metralla y muerte. Esas ruinas están allí detrás y no son fáciles de ver, pues para hacerlo se debe tener una significativa y relevante carga de poesía en el ojo del alma:

«Ayer, estas calles estaban pobladas de ilusiones, de alegría, de lucha, de voluntad, del sudor de los obreros. Hoy, la muerte se ríe de estas enumeraciones. Sus arrebatos, su venganza se pasea por las calles y va helando los pies, las manos. Lo que no sirve, lo elimina. ¡Y nosotros somos lo que no sirve!» (“XVIII ¿Por qué fuimos tan ingenuos?”p. 49)

Atreverse a ver esa casa arrasada de lo que fue Chile hasta 1973, por sobre las bambalinas del criminal desarrollismo escondido en los colmillos de la economía de mercado, es el amargo premio al que tenemos el doloroso derecho de asistir de la mano de Isaías quien, consciente de nuestra ceguera, es capaz de recordarnos los verdaderos nombres de aquellas estancias hoy ocultas y llenas de dolor amordazado, como si fuera aquel Melquíades garcíamarquiano que, luego de un largo viaje, regresa para curarnos de la epidemia de olvido. Volver a recrear ese dolor escondido en la memoria, esa impotencia frente a la impunidad del genocidio, esa esperanza truncada por el desprecio de un puñado de patricios ebrios de perversión, supone una de las elevadas hazañas poéticas a la que nos somete, como duro desafío Las ruinas de la casa.


Denunciar desde la poesía

Hubo quienes pretendieron banalizar el acto poético desproveyéndolo de su poder de denuncia. Ya Benedetti lo develaba en su poema Outherness y el padre cantor Alí Primera lo señalaba con claridad en su Canción Panfletaria. ¡Estaba claro para las hegemonías! Conscientes del grave peligro que significa para sus intereses de control cultural e ideológico, las infinitas posibilidades denunciadoras del arte poético, desde los celestiales cenáculos de la poética sagrada y bendecida por esos poderes, se condenaba toda denuncia poética con la acusación de Panfleto. Se premiaba a las ensoñaciones insípidas cargadas de vacíos y ausencias preconceptuadas y se condenaba la metáfora lacerante que rasgaba la tierra y el corazón a fuerza de sencillez. Hoy en Las ruinas de la casa podemos reivindicar y hasta recuperar ese poder denunciador siempre natural de la poesía: ¡En hora buena y de qué manera! Como Ernesto Cardenal lo anunciaba cuando escribió aquel poema poseído del escalofriante verso: «Es Somoza que pasa»; como lo labró León Felipe al describir el acto de sentencias de muerte del criminal Franco; como lo dejó Neruda escrito, casi como epitafio, en su poema Los Sátrapas, así Isaías erige, con el poder de una poesía preñada de anunciaciones, veredictos y sentencias, una poesía que rescata su poder denunciador, la cual tiene la particular genialidad de volverse la voz de los acusados, de los criminales, de los impunes.

“Dicen que de un tajo se puede quitar un seno. Lamento haber fallado. Luego lo recogemos. Espero que entiendas lo complejo que resulta mi trabajo. Así que no cuentes cosas con llanto. Dame algunas direcciones. Después podemos leer la borra del café, descifrar los trazos restantes de tu mano, juntar estrellas y también buscar el pedazo de teta que se te ha caído. ¡Necesito nombres!» (II Gitano, p 16)

Desde la múltiple lógica de la poesía, se nos coloca la espiritualidad en la limitada lógica del homicida, se nos recuerda desde la extrema acción de su perversidad, sin renunciar a la probabilidad poética. He allí la ruina. Lo ruinoso no está en lo que se quiso arruinar: ¡No! Lo ya arruinado (la hegemonía) fue lo que vino a arruinar la casa erigida. La ruina no es la casa ahora arruinada sino lo ruinoso, lo ruin que no puede sobrevivir sin imponer su ruindad. Por esta razón poderosamente sensible, la denuncia habida en Las ruinas de la casa, lacera nuestra memoria porque nos coloca en la dimensión del ruin con todas las posibilidades y con la imposibilidad de transitar los enunciados metafóricos sin comprometernos con la memoria.

«Si tengo la mirada extraviada y las manos ceñidas a los bolsillos, si la boca se me seca y las palabras se vuelven afilados cuchillos, si para nombrar las cosas agacho la cabeza y apenas puedo tropezarlas, si mi respiración es la de un eterno difunto, si al veme parece que un abismo me atraviesa el pecho, si no llevo la gloria de los mártires, si no resucité al tercer día, si no me ufano de mis derrotas, si camino de espaldas al sol, si me hago el sordo en las plazas, si me escondo entre la maleza de los parques, si hablo de gente que nunca existió: ¡soy de los testigos que cedió al ímpetu de las patadas!» (VII Testigo-Testículo p. 22)

Pero hasta la memoria queda develada en sus debilidades tramposas, en las mediatizaciones perversas de la hegemonía, en sus posibles ruindades cuando el poeta nos dice:

«La memoria es la puta salvaje que me insulta/ con su cara de privilegios domesticados» (XIX ¡Volvieron! p. 51)

¿Cómo no detenerse a ver esta casa? ¿Cómo no auscultar la profunda ruindad humana que causó estos dolores? ¿Cómo no devolver con desprecio el atropello, la maldad, la inconsciencia que generó la ruina? ¿Cómo no recordar y recordar y más recordar estas voces degeneradas que se acusan a sí mismas desde la impunidad adonde van a bailar el miserable delirio que los acompañó entre tanto ensañamiento?


Las ausencias son banderas de la memoria

«Yo pisaré las calles nuevamente/ de lo que fue Santiago ensangrentada/ y en una hermosa plaza liberada/ me detendré a llorar por los ausentes.» Pablo Milanés

Quienes causaron tantas ausencias son los denunciados en propia voz desde la poesía. Este omnipotente amedrentamiento, esta violenta podredumbre que se impuso y que ahora genera las mil y una ausencias debe ser señalada desde los cuatro costados del espíritu, desde la infinita habitación de la memoria. Dentro de las ruinas aún existe el desafío de renombrar argumentos enterrados a fuerza del terror, del espanto. Hay ecos emergentes que aguardan su hora y cada tanto escuchan las campanadas de la calle para repetirse entre tanta ausencia de sí misma.

«No pueden, con sus lamentables uniformes, socavar la voluntad de un Pueblo que le dio la concha e’ su madre de ser libre. Su cobardía, sus pisadas, insolentes sobre nuestras cabezas, precisan más que de botas negras. No bastan sus perros escupiendo su aliento sobre nuestra sangre. No olviden que la miseria de sus postradas formas de progreso, se pudren ante la insolencia de nuestra eterna rebeldía. Ustedes matan Ustedes matan sólo saben de la muerte. Nosotros juntamos la arena las piedras las lápidas de un templo profano, donde sus malditos fusiles son nuestros breves epitafios. Ustedes matan: ¡pero para matar a los hombres de la Paz, se necesita más que los caprichos de un infeliz General!» (XIII El clamor de la piel pp 38-39)

En una dialéctica asombrosa, ausencia y presencia se dinamizan entre Las ruinas de la casa. Los ausentes hablan en la voz de los presentes y viceversa. Los muertos hablan entre los miserables estertores de sus asesinos, allí se integran a nuestra vista desde sus cuerpos lastimados, desde sus tumefacciones para adentrarse en nuestro espíritu y revivir. El cineasta argentino Eliseo Subiela en su filme No te mueras sin decirme a dónde vas (1995) crea el fantasma de un joven desaparecido, quien le dice a un amigo el lugar donde se encuentra su cadáver enterrado. Hoy desde la poética, Isaías Cañizález Ángel se atreve a mostrarnos en su elevada visión a los ausentes, cuando denuncian la complejidad oculta en las ruinas donde aún están reinando los ruines.

«Somos la sombra que edifica su propia lapida y fermenta el licor profano de su capitulación. Moradores de una cárcel donde la piel se va cayendo a pedazos y el color de la sangre santifica la impúdica levedad de la existencia. Sólo nos quedan estos retazos, estos flácidos cuerpos que son usados como ejemplo para que los eduquen, para arreglar lo que se ha podrido, para borrar tantas utopías juntas y también para que el orden suba por las paredes» (X Por las paredes p 26)

Y en una estupenda dinamización de la memoria que se desacraliza a sí misma, el poeta nos elabora una advertencia que es denuncia y conjuro a la vez; que pudiera tomarse como una travesura propia de las memorias, cuando se ven obligadas a ocultarse para librar batallas en mejores condiciones.

«La memoria viene ahora en forma de propaganda. Escondida en una cajita feliz. La memoria es la que punza mis noches y me dice, nos dice: ¡volvieron!» (XIX Volvieron, p 51)

Las ruinas de la casa es un espacio poético del que no se puede escapar sin antes ceder a la más necia indiferencia, al que no se puede acceder sin comprometerse con la eterna visión de sus imágenes obligadamente espantosas, con la denuncia de ruindades omnipresentes, con el deseo de reivindicar esenciales ausencias. Si alguien quisiera comprender al alma del pueblo chileno desde su terrible tragedia de 1973, bien podría quedarse por algunos momentos entre estas páginas, donde se visionan estas ruinas y las bellezas ausentes que se atrevieron a soñar una casa, donde todavía gritan justicia.


Datos del poeta:

ISAÍAS CAÑIZÁLEZ ÁNGEL (Venezuela 1973) Magíster en Estudios Culturales de la Universidad ARCIS de Santiago de Chile. Egresado de la Academia de Administración de China. Licenciado en Letras, mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana de la Universidad de Los Andes (Cum Laude). Fue Investigador de Casa de Las Américas, La Habana, Cuba. Ex profesor de trayectoria en diversas instituciones nacionales. Es autor de “De los magos” estudio crítico de la narrativa breve cubana de los años sesenta. Ceremonia de lo adverso,  poemario con el que ganó el Premio Municipal de Poesía, (Trujillo-Venezuela-2003). En 2010, publicó Profanaciones y Derrotas; y ese mismo año, obtuvo, en su país,  el Premio Nacional de Poesía Fernando Paz Castillo con Las ruinas de la Casa.  Actualmente es profesor de la Escuela Venezolana de Planificación (EVP) y acaba de culminar Las buenas razones, poemario que pronto será publicado en Caracas .


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