NAUFRAGIOS
Qué es el hombre a su paso por el mundo.
San Buenaventura.
Desde una lejanía hacia
otra, se traza el vasto peregrinar de la autora de los Poemas náufragos, el contenido de los mismos recae en el giro
peculiar de los íntimos naufragios evocados en su memoria, que supo salvar sus
mejores cosechas en tiempos disímiles, en distintos cauces del espíritu para
proporcionarnos su inexorable interpretación del mundo bajo cierto pensamiento
ilustrado. La autora recrea con autonomía su prosa para separarla de todo dogma
y usar la libertad de estilo que le es personal, y cuya última razón hay que
explorar en la inspiración agustiniana y franciscana en su especulación
espiritual; es decir, de la anteposición del corazón y el conocimiento. Ergo
replanteada comunión con la naturaleza.
Por su concepción del
pensamiento como iluminación, con su escuela de razones eternas, indagadas en
San Agustín, examinadas en la demostrabilidad del dogma de la creación en el
tiempo, frente a Santo Tomás de Aquino que lo considera como piedra filosofal,
se tendrá una idea bastante completa de lo que podríamos llamar “exposición
tópica” en la poética de Dulce María Loynaz (La Habana, 1902). Esta
calificación de “tópica” no implica aquí matiz peyorativo. Su manera de
escribir se tornaría imprescindible si quisiéramos dar una visión filosófica y
teológica a sus poemas. Pero la intención de estas anotaciones no está dirigida
a saldar ese reto, sino a hacer perceptible el hondo acento de su mensaje. Ese
acento lo encontraremos en el sentido total de su inteligencia crítica, que
tiende a unificar el espíritu de los pueblos, la religiosidad de cada región y
se expresa ante todo proyectando un itinerario del alma hacia Dios. Ahí reside lo más personal de su fecundo
genio. Basta con desentrañar a sus “Dos Nochebuenas”, “Nochebuena en Granada” y
la “La Paz , 24 de
Diciembre de 1845” ,
que revelan ese don de energía universal para juntar los pueblos y la culturas;
las razas de Europa y América, las vírgenes multicolores, en el designio
navideño.
La catedral de los Poemas náufragos no está enclavada en
ningún centro específico del mundo. Su proyección se desplaza por todos los
puertos del Universo. Alcanza una espaciedad ilimitada, una alta perspectiva de
construcciones cosmogónicas, religiosas, metafísicas, cuya sumaria exposición
puede hacernos comprender hasta dónde su autora pudo semantizar sus
experiencias. A pesar de retratar con fiel precisión todas las imágenes
registradas a su paso, los naufragios de estas “Dos Nochebuenas”, edificadas
entre su pasado y su presente, van a tipificar su privación con lo exterior, y
por ende actúan como acicate de todo cuanto bulle afuera, consumiéndose (ella)
como una genuina observadora que palpa los sucesos bajo una determinada vida
del espíritu. Me atrevo a señalar que Dulce María aporta una contribución
esencial a la superación de lo que
Martín Heidegger ha llamado la ontoteología, en la cual la esencia del Ser revela un don. Aquí las imágenes son expresiones del fondo
íntimo de su voz, haciendo de su obra un testimonio vivo de una experiencia
cristiana, vivida bajo una memoria tridentina, con palabras que signan el
mensaje de los Evangelios, como meta ideal en su afán de adoctrinar con
fórmulas poéticas a sus lectores. Dulce María siempre pensó en ellos a pesar
del encierro. Se expresa como Kant (el espíritu lleva el mundo, pero el mundo
lleva el espíritu, y que no existe sujeto sin objeto, como tampoco objeto sin
sujeto).
El segundo plano de
reflexión es el de la antropología, del don
insertado en esa ontología. Ella posee la facultad de renuncia, se olvida de sí
trasladando su alma al otro, y también en el amor a la belleza del mundo. Esto
se patentiza cuando el alma renuncia a ser el centro del mundo y consiente la
totalidad de todo lo que existe.
Mediante una poética
intelectiva y por demás sensorial, ahonda su misión de observadora con palabras
exactas, pero manteniéndose hostil a toda exhibición personal. Abisma su
silencio para polemizar con todo cuanto bulle afuera. Agita una teoría requerida para su lector,
regida por el amor y también por la fijeza de los documentos al comparar una
Nochebuena en América y otra en la vieja metrópoli española que tienden a
emparentarse bajo los encantamientos, propensos para rendirnos en un acto de
fe, focalizado por su erudición, lejos de dogmas y reconsiderando siempre su
propia existencia. Existencialismo que se expresa por medio del
conocimiento, de un existir en la poesía como única propuesta.
Veo en la calle los últimos restos de los puestecillos de
por la mañana: En la sombra hay confusión de tablones y trapos mojados…”35
Legitima en lo
circundante aseverando una temporalidad de inéditas sintonías. Inscribe los
detalles como resistencia para dejar en suspenso sus temeridades, como todo ser
modifica el miedo, limpia sus
imperfecciones naturales, busca con afán todo lo puede ser dignificado. El
peregrinar es un andar que produce nuevas conexiones. Es también el medio
empleado para la purificación y la gloria de esa soledad que traba en su andar,
y que en otro espacio de tiempo somete su tristeza, proyecta una mente
transformada para transcribir sus especulaciones.
La autora de los Poemas náufragos, especula desde la
turbación del encierro y fuera de él, rastrea en lo inaudito para relatar sus
impresiones. Las interconexiones establecidas no sólo se logran tras la fuerza del símil, sino que se
adhieren a lo folclórico puesto que hay un durar de la vida humana, una
prolongación de lo sonoro y de lo visual cuando compara los rasgos más
significativos de la “Nochebuena en Granada” y “La Paz , 24 de Diciembre de 1845” .
Sin mudarse de su
posición, sumergida en la totalidad de
los símbolos, absorta sobre todo cuanto agita, gana en la confirmación de sus
herramientas para oficiar su poesía, para devenir en versos como único
bruñimiento del espíritu.
“Nochebuena en Granada: La gitanería de la montaña ha bajado
por la tarde y en el Albayzín se alegra a la zambra…”36
¡Nochebuena en la
Paz …! Y qué rosas tan lindas en los rosales! Rosas amarillas,
anaranjadas, que amanecieron esta mañana cubiertas de escarcha”37
En el trasfondo de su
ejercicio escritural se hace visible su carácter observador, propenso a
reprobar su concepción del mundo. Esta concepción reclama a lo
cosmológico. Se torna imaginativa al
proyectar una prolongación de sucesos acentuando en lo temporal. Unificando
todo cuanto le resulte fructífero, y eminentemente sorpresivo. De ahí que sea
un caso raro para nuestros tiempos. Exquisita para nuestros días en que apenas
se encuentran genios entre algunos artistas y renovadores estéticos a títulos
de supervivencias y de pasada.
Víctor Hugo veía en cada
letra del alfabeto la imitación figurada de uno de los objetos esenciales del
saber humano. Por ejemplo, veía en la
A el techo de la casa, con su tejado, travesaño que corta el
arco, arx; D espalda; E, basamento,
la repisa, etc. Para Dulce María, las rosas, los robles, los cerezos, los
castañeros, los olmos, los sauces, las montañas y ríos forman toda una cúpula
celestial. Los astros y los seres humanos sirven de paradigma para nombrar las
cosas. Los hombres, el cuerpo humano, los martirios, los sufrimientos, la
sangre, las vírgenes y la muerte van a ilustrar su misterio. “Una
mujer india amamanta a su hijo, sentada en la acera; por un momento el niño
suelta el pecho dorado redondo para mirar el sol redondo y dorado, otro pecho
también para él, cuya leche quisiera probar densa caliente”.38
En su epifanía americana
el niño indio personifica el nacimiento de Cristo, cobra vida desde los pechos
de la mujer india bajo imágenes tan francas que transparentan la realidad del
hombre americano. En el mismo orden que realza sus descripciones –subyace-
extasiada, y nos regala un plano –guía que dilucida lo que obtiene de la
naturaleza. Prepara al viajero para interpretar y recorrer todos los paisajes
andinos con su peculiar topografía, diversa en todas sus magnitudes,
tipificando todas las regiones que atraviesa como obras divinas. Prosiguen las
iglesias, los mercados, los reyes, los maizales, los genuinos frutos. Esparce
la geometría concéntrica del mundo ante sus ojos. América y Europa se resumen
en un prisma multicolor. Escala con mucho cuidado para no salirse del límite
expresivo que ha trazado. En ese borde rejuegan los ríos y las montañas, el
agua navideña llega al cauce de la vida, la nieve se cubre con sangre humana. Todo
está comprimido en su alfabeto cosmogónico; las letras, las palabras están a
merced de su forma, del exquisito gusto, para mostrarnos a la mujer que
describe al mundo desde su Torre de Babel enclavada en su trasiego y
recuperación de recuerdos. La poesía es también un coto cerrado de la memoria
que se transporta. Es un modo de recepción. Una industria callada de
figuraciones. En la poética de Dulce
María Loynaz los objetos cobran vida, se
transparentan contornos místicos, espectros cuyos matices evocan ese animismo.
Armoniza todo el ambiente que le rodea, todo lo efímero o todo lo eterno se
decretan sobre la ordenación de lo bello. Es una reformadora misteriosa que nos
guía en la búsqueda constante de imágenes vivaces, una intérprete que reacciona
ante lo real o lo irreal. Nos brinda a su vez la solidez de su cultura, su
pensamiento racional.
Este raciocinio se
fragmenta con la dinámica del pensamiento filosófico que retoma de sus
pensadores religiosos medievales. La poetisa detecta que en la tierra, como en
el cielo, todo es signo, todo es animismo figurado, y lo visible solo vale por
lo invisible que encierra. Las plantas, los animales, objetos sagrados,
escapularios, rosarios, telas de santos, ídolos, criaturas legendarias,
espíritus y fantasmas, los sueños; toda imagen se convierte en las“Dos
Nochebuenas”, en materia de interpretación, donde todos los miembros del cuerpo
humano son emblemas, insignias, símbolos, etc. Supone, adivina, intuye que la
cabeza del niño indio es un Cristo viviente. Los cabellos los santos, las
piernas los apóstoles, los ojos, la contemplación del mundo. Detecta además el
simbolismo de las catedrales, se envuelve en el misterio de los murales,
vitrales, arcos. Las torres son la oración de los fieles; las columnas los
apóstoles; las piedras y los cimientos, la asamblea; las ventanas son los
órganos de los sentidos; los contrafuertes y los puentes levantes son la
presencia de lo divino. Y así continúa el naufragio hasta decantar los más
íntimos detalles de su sagrario de versos.
Por lo general se ha
identificado la imaginación mística con la imaginación religiosa. Para esta
criatura que naufraga, y que va marcando todos los espacios por donde transita
en su intenso peregrinar, todas las religiones, por lejanas o cercanas, por
rudimentarias o pobres que sean, suponen un misticismo latente. Su confesional
testimonio de viajera nos ofrece cierto deísmo que ensancha a su vez con un
extraño panteísmo, de manera bien estratificada que los sentidos no alcanzan. En las “Dos Nochebuenas”, desfila por ese
margen desigual de los dioses para aparejarlos en un sólo panteón. Se
representan episodios históricos, sucesos culturales estrictamente utilitarios,
donde la agonía y a la alegría prevalecen en forma de cantos. Estos dos poemas
ilustran situaciones diferentes de la historia que oscilan con sus horrores,
como contra–choque gnoseológico.
“Nochebuena en granada”
procrea la canción, sofoca con el ritmo, acentúa la armonía. Todo demuestra que
coexiste un romancillo que la autora revitaliza, donde la plástica, la música,
el verso enfatizan los desconciertos del alma. La emoción se embriaga con intrínseca
gracia. La autora nos involucra con tenues palmadas, preludia con eficacia, nos arrastra al viaje
Ontológico con la alegre confirmación de
sus pasos.
La “Nochebuena en
Granada”, a contraluz con “La paz, 24 de Diciembre de 1845” , se disipa para enlazar
dos culturas, como rejuego y ligamento de una conquista y una colonización. En
ese dualismo acampan los dioses de la Alhambra con los idolillos de los hombres del
sol. Respiramos una epicidad que le es consustancial, en el momento de
ensanchar ambas estampas unidas dentro de una espontánea fotografía.
Ambas remembranzas,
narradas en tiempo y espacio muy diferentes, desconciertan en su significado
extensional. Sus versos designan y edifican los fenómenos, las acciones y los
matices. En ambos casos hay un quehacer citadino que percute sin mutismo, que
tiende a yuxtaponerse, a supeditarse arbitrando en la visualización de los
espacios escogidos con vigor. La cronista certifica su logos con plurísimos
sucesos, se aproxima a lo sociológico; igual
recontextualiza lo antropológico, se reserva para sí un modo de narrar
muy particular, donde no hace falta revelar desgarraduras, ni hacer tangible el
dolor; el dolor discurre a modo callado, está implícito es su voz, posee un
peso corporal, procede y se reevalúa desde su condición primigenia. En “La paz, 24 de Diciembre de 1845, ovaciona
la estampa andina con un mustio eco. Su perspectiva gnoseológica hace soluble
una extraordinaria heterogeneidad de entornos.
Cobra vida un antiguo argumento bajo la supervisión de un Ser que conceptúa los atrayentes. Ensaya
un claro humanismo, nada artificioso, pero acredita un ascetismo que deja su
impronta en esos lugares que se imprimen en la conciencia.
Dulce María no rebasa el
correlato ontológico de la poetisa chilena Gabriela Mistral en lo concerniente
a revaluar la atmósfera andina. El sello poético de Gabriela se funde en la
desazón de los velos místicos para validar mágicamente los pasajes americanos.
No hay en toda la obra
de Gabriela Mistral y por lo mismo en su vida, que esté al margen de lo íntimo
y esencialmente religioso; lo sagrado en su espiritualidad y en su pensamiento,
en la palabra y en su gesto de quien quiso ser siempre la mujer de la Biblia. Es decir, la Sara vieja de su libro Tala o
la Rut moabita
espigando en las eras de Desolación. Su valle natural es, el
paisaje humano y geográfico del antigua Testamento.39
Resultaría espinoso
poder diferenciar ese sello místico entre la Sara de Chile sacrificada en las raíces andinas, con la Judit de la Habana muy ensimismada en sus dones, lo cierto
es, que al adentrar el ojo para validar
nuestra América, Gabriela Mistral sobrepasa esta meta por encima de
Dulce María Loynaz. En toda su obra se respira todo el misterio que resguarda a
América, el regazo de lo tradicional se ahonda bajo una huella más palpable
para poseer todas las heridas. “Lo
autóctono lima con deleite, gracia y dolor”. Gabriela sabe nombrar donosamente
las estampas de Sor Juana Inés de la
Cruz , recoge con fidelidad los recados de Fray Bartolomé, penetra
en los lugares sagrados en esa inmolación del indígena con la devota
consumación de dolor con una lengua cotidiana, conversacional va a tipificar
una escritura única y novedosa, cargando con lo arcaico y lo criollo, lo
indígena y lo español”.
[…] Más que regazo hay, en
verdad una proyección mayor y honda de los asuntos o bultos corporales que le
importaron, la tierra y sus frutos, la naturaleza y las culturales, los viajes
y los pueblos, los paisajes y la gente…
[…] Para transfigurar este
deliquio americano Gabriela Mistral confesaba: […] “Errante y todo soy una
tradicionalista risible que sigue viviendo en el valle Elqui de su infancia”.
[…] Y desde este valle Elqui va a donarnos ese pesebre navideño de
los niños americanos, con la mustia oración andina, va a sacrificar los toros
salvajes de esa cordillera como nube despeñada contra el infinito de estas
tierras…40
Ambas apostolizan un
discurso místico sobre nuestro continente, pero a diferencia de Dulce María,
Gabriela va a naturalizar ese sello de permanencia al perpetrar los sudores del
indio. América fue su desvelo permanente; pasión y destino.
Dulce María es la airosa
observadora que se adhiere en su contemplación; es el viajero. El Ser que
circunscribe sus emociones en el tránsito atareado de sus pasos. Organiza su
imaginación en anotaciones que concurren en un dualismo de sensaciones desde
sus respectivas cosmovisiones. Hay una dicotomía entre lo natural y lo
artificioso. Percibimos una cuasi frustración con esa realidad que investiga.
Una resignación ante lo que no puede cambiar, y ni siquiera sustituir.
Resignación que se ambientaliza en el éxtasis que reclama el propio trasiego.
Discurre con mucha pasividad sin calar en el sopor de lo perenne. Sin detener el paso y ahondar en esas huellas
de permanencia; sus descripciones serán ligeras pinceladas, especulaciones
recogidas en la agenda del caminante que diseña su ruta y se deslumbra con el
hallazgo y/o se impresiona ante lo prístino. Revela una accesibilidad en correspondencia
con la naturaleza de la erudita meditativa que se accidenta en su
contemplación. Es obvio que reposa bajo el bienestar, bajo favorecidas
circunstancias sociales y económicas que
recaen en su erario familiar, en el desenvolvimiento de esas riquezas que le
permitieron recorrer el mundo y ampliar su caudal cognoscitivo, que supo
plasmar en toda su obra. No se trata de que se muestre indiferente frente
aquellas realidades de América. Todo lo contrario, las “Dos Nochebuenas”
decantan ese grito, pero que su poesía en general tuvo otro interés, otros
elementos, marcados por su continua confrontación; primero con su impronta de cubanía; segundo con la cultura
greco–judaica; y por último un constante acceso con las fuentes documentales de
la Cultura Occidental.
Por ende, su cónclave poético entre la Granada española y La Paz boliviana evocan los
fenómenos bajo otro paradigma, filtrado ante todo por sus experiencias de
viajera, de erudita que asimila con
mucha sensibilidad todo cuanto van absorbiendo sus ojos, presentándose a
lo largo de su recorrido un distanciamiento natural, una interacción con los
documentos epocales espolvoreados con emoción. Y aún así nos regala este
cuadro: Nochebuena en La Paz … Los indios también
celebran a su modo el Nacimiento del Niño Dios. Para ellos, el niño Jesús tiene
piel amarilla, el pelo negro y desflecado, la boca muda como sus hijos; por lo
tanto eligen para que sea en este día el Divino Recién Nacido, a un de sus
infantes, el que les parece más sano y más hermoso.41
Su imaginación mística
no está solamente confinada en los límites plausibles del pensamiento
religioso, aunque en este tópico, es donde su misticismo alcanza su más alta y
completa expresión, como lo demuestra el citado cuadro poético. Bajo su égida
espiritual se entrelazan esos eslabones antagónicos inspeccionados entre la
razón y la imaginación que, en última instancia, es tal vez lo que no le
permite, rendirse ante ningún dogma. Esta imaginación subsiste en lo sensible,
emerge desde los palimpsestos culturales que con mucha independencia deletrea;
por tanto, jamás su poética se torna dogmática ni inquisitiva, más bien en una
renovadora del misticismo poético, donde el mito, ya sea familiar o sacado de
su intenso peregrinar, del potable mundo de ideas que continuas veces extrajo
de las Sagradas Escrituras, de los fenómenos, o estereotipos, ya sean
rastreados en el eco de la historia o de los paradigmas filosóficas, son
convertidos en símbolos. Los estados emotivos no pueden quedar al margen de
Dios, fuera de esa franja que es su memoria donde supongo depone los
resentimientos humanos. El recelo de su interior; la imposibilidad de llegar a
conclusiones finales, a carnalizar el núcleo teorético de las “Dos Nochebuena”,
más allá del significado etimológico tiene, necesariamente que expulsarlos,
propagarlos con cánticos, con Salmos y Cantares. Tiene que apelar al símbolo;
porque en el símbolo hay siempre algo exterior a su representación teórica que
constituye una búsqueda de luminosidades. El símbolo loynaciano se puede
definir como ((signo y metáfora)): metáforas muy escondidas; cerrojo
provisional que remite a una realidad objetivable para rendir versos que se
determinan en el espacio donde surgen y en el tiempo donde se condensan. Las
ideas abstractas y los conceptos puros conviven en la naturaleza de su
espíritu. La relación entre el hombre y la divinidad, que nunca es cognoscible
de manera exhaustiva, aparece apaciguado por la poesía, La sombra de Dios es calcada en las diversas
formas, en las múltiples observaciones; esta relación enciende los sentidos
para validar con el verso atrevido, desafiante. Con sus alegorías vigoriza las
encarnaciones, las mediaciones, y se empecina en salvar todo cuanto describe. En
los Poemas náufragos hay una re
–mitificación de los ídolos, elaborados
por una imaginación compensadora. Su
autora sabía que, para vencerlos había que volver a las raíces, y que esas
raíces podemos recuperarlas en los mitos.
Los episodios representados, fotografiados, los ritos tautológicos pasan a ser laminarios de
hipótesis para la mujer, que se convierte en Buda venerando las disposiciones a
la piedad, y a la resignación, la que vigila con esmero el oficio creador como
finalidad suprema.
Jamás encontraremos en
la poética sagaz, mesurada y elocuente de Dulce María imágenes secas, paisajes
roídos, tierras baldías, lugares despoblados; sino sitios húmedos, lagos
silenciosos, ríos despeñados, pueblos hacinados, baldeados por la vida, mares
que trinan en su memoria que, a manera de palabras, pasan por un declive de
resonancias para tactar los sitios secretos del pasado donde expía sus más
logradas conexiones. Estos poemas poseen una esencia unificadora. Despliegan una sustanciación de -inconclusas
interconexiones-. Dulce reinterpreta dos “culturas” como “unidades
espirituales” enfocadas en una ((extensión sin fronteras)). En dicha cultedad
emula un omnisciente que incluye amen de su tesis gnoseológica, una
enajenación, una acentuada personalización para estandarizar los axiomas,
sensible frente a la novedad y el hallazgo; más allá de los plurisignificados,
en lo concerniente al oxímoron hegeliano: evocar el drama de las historias que
describe como poesía, y en el drama de la poesía como historia; su concreción
última fue: establecer códigos secretos, ensalmos de imágenes para unir en un
sólo fondo; el ritual navideño de ambas regiones.
Cuando se busca la
diferencia entre el simbolismo religioso y el simbolismo metafísico se puede
expiar en la naturaleza de los elementos constitutivos ocultos en el sentir
religioso. El simbolismo místico de los poemas
náufragos, con todas sus piezas consta de dos elementos principales: la
imaginación desbordante, y lo que se mantiene contraído en el sentimiento
condicionado por su espiritualidad, orientada por el sentido metafísico, que
elucubra en lo ignoto y perpetúa esta imaginación con el elemento razonador
preservado en su pensamiento.
La música, la palabra,
el lenguaje transparente se reúnen para formar una obra de arte acodada en el
drama litúrgico. La Navidad
con su pesebre, con sus ángeles anunciadores, con la adoración de los pastores,
con su estrella premonitoria, indicadora del camino a los Reyes Magos hacen que
la pasión y la fe de cada pueblo sean presentados como una delicada ceremonia que unifica, sin fronteras físicas, el aliento
común de ambos hemisferios.
35Dulce María Loynaz, Ob.
Cit., p. 53.
36 Dulce María Loynaz, Ob.
Cit., p. 51
37Ibídem, p. 54.
38 Dulce María Loynaz, Ob.
Cit., p. 54.
39 Jaime Quezada: Gabriela Mistral, pp. 24 y25.
40 Jaime Quezada: Ob.
Cit., pág 29.
41 Dulce María Loynaz, Ob.
Cit., p. 59.
Miladis
Hernández Acosta, (Guantánamo, 1968).
Lic. en Historia. Universidad de Oriente. Poeta y
ensayista. Ha publicado los poemarios Diario de una paria
(1994) y La burla del vacío (1995), ambos por la Ed. Oriente; Los
filos del barro (2000 y 2009) y Memorias del abismo (2004), por la
Ed. El Mar y la Montaña; El conjuro de las runas (Ediciones Ávila, Ciego
de Ávila, 2004), Salmos para el hastío (Ediciones Vitral, Obispado Pinar
del Río, 2005), El libro de los prójimos (Ediciones UNIÓN, Ciudad de La
Habana, 2010), La Armada Tristeza Invencible (Ediciones Ácana, Camagüey,
2009) y La sombra que pasa (Ed. Letras Cubanas, Ciudad de La Habana,
2010). Sus poemas han aparecido en revistas
nacionales y extranjeras, tales como La Gaceta de Cuba, Cauce, Debate,
Señales, El Mar y la Montaña, Del Caribe, El Caserón, Fauces
y Estrella del Sur, estas dos últimas de España; La puerta de los
poetas (Francia), Prueba de Galera (Argentina), Luces y Sombras
(España), Xilote (México), Sol Negro (Perú), Alhucema
(España) y Decirdelagua (revista digital, EE.UU.), Videncia, Cuba, La
siempreviva, Cuba y otras. Ha obtenido los premios Tomás Savignón 1992 y 1993, Regino E. Boti en
poesía 1993, 1995 y 2000 y mención en ensayo en el 2000, Manuel Navarro Luna 1993,
José María Heredia (premio 1995 y mención en el 2006), primer accésit en el 6to
Concurso Internacional La Puerta de los Poetas (Francia, 1998), Premio Santiago
1994; premio Ángel Escobar 2002, mención especial en el Encuentro
Iberoamericano sobre la poeta Dulce María Loynaz (2000), mención en el concurso
Palma Real (Torino, Italia, 2003) y mención Alcorta 2009. Miembro del Grupo
Interiorista. República Dominicana. Fundadora del Grupo Hispanoamericano Guantanamera 2006. Miembro de la UNEAC
y actual presidenta de la filial de escritores de Guantánamo.
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