Tan rico es, tan variado, tan transversal y poco beato (esperando conversaciones al oído/ para redimir el alma asustada en los rebaños / extraviados / por los templos desgastados y en humo convertidos), que entre sus versos van a aparecer Mesopotamia, Egipto, Delfos, Marrakech, Capadocia, los templarios, Santo Tomás de Aquino, la cábala, los derviches danzantes, mitos del siglo XX, Yemanjá, pero también el cóndor, Bogotá, la selva y, de fondo y como numen, la noche, a menudo una noche sideral que es tan cósmica como terráquea (Ojalá que las estrellas hagan un rastro y en la noche de luna/ menguante puedan besar tus diminutos pies negros y aligerar la/ inmensidad del cosmos), tan material como espiritual, piedras que deconstruyen y otras que construyen, pinturas delicadas y otras repulsivas, gritos, aullidos, cantos silbidos, toda la vorágine de la vida en su máxima explosión que, por eso mismo, también tiene cerca la muerte.
Emilio Ballesteros
Kairós de Vladimir Queiroz es un libro que, desde lo primigenio de la palabra y el mito, desliza una fastuosa fiesta donde los tambores de la noche liberan la belleza del deseo. Desnudo ante los signos, el yo poético estructura y desestructura el ritmo de una tierra que emerge anunciando la vorágine de unos versos a los que no les basta el pasado, sino que lo deconstruyen en mágico futuro. La visión de este poeta busca el perfume perdido, pero lo hace imitando el amanecer, es decir, persiguiendo la liberación auroral de la palabra. Penetrando en el bosque de lo profético, vislumbramos las ruinas del deseo de la piel. Uno lee este deslumbrante libro, navegando en delirio ancestral, con la sensación de que la mágica pira del amanecer de los tiempos sigue encendida. Sea propicio al lector este numen que desde el misterio de las máscaras une a los sueños los cantos de lo divino y lo profético a un tiempo.
José Gabriel Cabrera Alva
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Sobre el autor del poemario
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