viernes, 24 de noviembre de 2023

MARÍA EUGENIA GARAY: Poesía Actual de Paraguay


MARÍA EUGENIA GARAY (Paraguay, 1954). Escritora, autora de una prolífica obra literaria. Durante su larga carrera en la literatura, se aventuró en la narrativa, la poesía, los cuentos, las novelas históricas, las novelas policíacas y las historias infantil-juveniles en lírica y prosa. Practicó el periodismo de forma independiente. Ha publicado hasta la fecha 51 libros, 16 de ellos de poesía. Varios de sus libros han recibido diversos premios y menciones. Algunos de sus poemas han sido musicalizados y fragmentos de sus novelas históricas han sido dramatizados. Es Miembro Fundadora de la Academia Literaria del Colegio Teresiano y de la Sociedad de Escritores de Paraguay. Su nombre aparece en las principales antologías de la literatura paraguaya.


AQUEL MÍTICO FRASCO DE ALABASTRO


I.-Yo soy la de Magdala


Yo soy la de Magdala, la de los ojos glaucos

y las manos que hilvanan los ignotos misterios.

La que luce en el pecho el abalorio mágico

del corazón intacto hecho cáliz de fuego. 

Como un estigma llevo cicatrices ciclamen

de un amor que en la hondura 

violeta de mis ansias

se convirtió en resabio de luceros.


Yo soy la de Magdala, la injuriada, 

la señalada, la vilipendiada.

Dice de mí la muchedumbre inquieta:

“allá va esa mujer torrencialmente bella,

hecha de atardeceres ariscos, de dunas escarlatas

y de altivas lloviznas del color de las penas.

Allá va esa mujer, cuya hermosura 

hace palidecer a las mismas quimeras.

Segando el aire quieto de la tarde

con su fulgor de lámpara encendida

con su mirada glauca, donde el ovillo añil

con el que el tiempo teje la inextricable duda

se transforma en cadencia de certezas”


Yo soy la Magdalena, abrumada de auroras taciturnas

y el rojo vendaval de los ponientes, que a veces

se entrelaza a mis caderas.

La de la piel de nácar y gaviota,

donde la luna emerge cada noche, 

desde la hondura de antiguas tristezas,

desde las ansias de este amor silente

que me desgarra el alma en sus riberas. 

Me aferro a la esperanza de ese hombre

que dice ser un dios que desconozco

y por él soy capaz de derribar los muros que me cercan

y de llamar hermana a la serpiente,

o de acallar las voces más adversas.

Yo soy la Magdalena, la de los ojos del color del tiempo,

la cabellera umbría y la fragancia a sándalo

donde gravitan estrellas ausentes,

con los lazos magentas de esta pasión secreta.


Recodos desvelados de mi piel, buscan sus manos

de huellas milagreras, y esta hoguera incontenible 

de mi boca, delira por el beso de sus labios lejanos

porque detrás del dios, presiento al hombre

que vencerá los ritos del sepulcro

y al borde de los días que nos cercan, 

podré amar sin la pausa de la muerte,

en esa eternidad, brumosa y azulina

que, como hijo de un Dios,  él nos promete,

después del musgo, la piedra y los cipreses

en aquella comarca sin confines,

donde el tiempo invisible, no atraviesa. 


II.-Pasionaria desnudéz


Yo soy la Magdalena, cuya belleza envidian

las mujeres de Nínive, las rosas carmesí de Nishapur,

la vasta resolana de Megido y, el fulgor infinito

de la noche estrellada sobre el golfo de Menfis

donde en hosco torrente se desbarranca el cielo.


Soy la mujer, violenta, vital y apasionada 

a la que siguen mansos los tigres opalinos del desierto. 

Ante mí empalidecen las auroras 

y el guerrero insensato vacila en la batalla

para rendir su secular espada ante mi altivo paso, 

sensual e indiferente, en la casual penumbra

del incienso, la mirra y los espejos.  

Me han obsequiado los jades de Damasco, 

los cofres del saqueo de Persépolis,

y las perlas cerúleas del Tirreno.  


Ante la pasionaria desnudez de mi piel

donde la luna ahueca sus fragancias de plata

y se florece en nardos mientras vacila el tiempo,

gravitan como sombras los amores

que entre las galerías del pasado

me recuerdan quien fui, antes de conocerlo. 


Para mí no se han hecho los turbios vaticinios

ni las imposiciones, ni el tiempo trashumante,

ese que desde el polvo nos acecha agorero. 

Para mi corazón, tan solo existe

el abismo si pausas de sus besos inciertos,

la hondura de sus brazos, el manantial agreste

que anida sus secretos, el fuego que adivino

en su mirada, y este amor imposible, que no cesa

que atraviesa los muros que lo cercan, 

e insensato se aferra a la esperanza,

que desafía al destino prefijado,

y pretende dejar afuera al tiempo.


III.-Túnica de amapolas


Yo soy la de Magdala.                                                                                                                             

La bella, la envidiada, 

porque el Maestro Supremo

ha ungido con el agua del Jordán

esa melancolía añil de mis desvelos.

La que renace intacta

después de la calumnia y el destierro.

Llevo un vestido silvestre de amapolas

rojas como esa sangre transida de desdichas

que indomable y rebelde aún bulle entre mis venas,

y subleva a los días que me ha otorgado el tiempo.

Los cabellos al viento destrenzados de estrellas,

la piel resplandecida en resolanas,

y en el pecho anidadas

dos palomas de amor estremecidas,

que desnudas de hastío

anclaron en sus playas desoladas, 

allí, entre pescadores y barcas y silencios.


Solo tengo esta vida para amarlo

con mi locura incierta y la certeza

de saber que está envuelto en el misterio

por ser hijo de un Dios que desconozco.


La umbrosa eternidad nace de sus palabras

y en sus ojos fulgura entero el universo.

Hay quietud de remanso en sus pupilas

y una pasión antigua y redimida

asoma transmutada cuando en Él reconozco

los arcanos secretos que atesoran

los códices cobalto del desierto,

esos que rigen a las tempestades

que inventan de la nada los milagros

y logran que se suelten las amarras,

para desafiar a la implacable muerte

que se cierne certera, 

detrás de los olivos de los huertos. 


Solo tengo esta vida para amarlo,

y para que Él me escuche,

me refugio en la orilla de sus sueños,

e hilvanada a mis ansias escarlatas

llevo su voz, sonoro pentagrama

burilado en la arena del recuerdo.

Llevo conmigo su rostro inconfundible

el regusto salobre de su piel, el calor de sus manos,

y ese mensaje extraño sobre un Dios infinito

que en las noches de insomnio que me agobian

logra que me florezcan los confines del alma,

que antes de conocerlo, se encontraban resecos,

como flores de cactus desoladas

en la arena sin fin de un gran desierto.



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