martes, 5 de noviembre de 2024

MARIA DAYANA FRAILE: Poesía Venezolana Actual


Maria Dayana Fraile (Venezuela, 1985) Poeta letal, narradora modelo y muñeca asesina. Nací en Venezuela y vivo en Clearwater, Florida, territorio de los extraterrestres. Estudié literatura en Universidad Central de Venezuela y en University of Pittsburgh (Estados Unidos). He trabajado como editora en Monte Ávila Editores (Caracas) y como instructora de español en University of Pittsburgh. He publicado dos libros de narrativa en Estados Unidos, La máquina de viajar por la luz (2020) en la ciudad de Miami y editado por Cuban Artists Around the World y Colección de primeros recuerdos (2021) editado en New York por Sudaquia. En poesía publiqué Ahorcados de tinta (2019) en Miami, impreso por Cuban Artists Around the World y  Medusa decapitada (2022) en Chile, impreso por LP5 Editora. Este año 2024 salieron al mismo tiempo dos de mis libros en LP5 editora: Hella kitty y Gótico tropical. Me gusta comer carne cruda, ponerme vestidos negros y escuchar música alternativa. 


De Hella Kitty (2024)


Hella Kitty

Bigotes inseguros.  
Mentira, equilibrados, 
La dictadura del centro y la tortura o la muerte de las esquinas. 
centro de la habitación por la cual camina el óvalo que cae siempre parado. 
Alfombra manchada de té y maldiciones. 
Bombones envueltos en papel aluminio dorado. 
El ciclo del amor interrumpiendo las trazas brillantes del aluminio.
Dorado, el color de mi mano encrespada, 
sosteniendo el brillante deseo, la brillante genuflexión.
Es eso o mi botella de té desgarrando mi cerebro o un recuerdo de ningún país. 
Amor. Dice la sombra que muere en el televisor. 
Amor es un reino, una palabra, la simpatía de los dedos en el teclado. Chat de messenger y mensajes nunca escritos. 
Tarde de verano en el océano de las ballenas y los vecinos atolondrados por las langostas. Pululando. 
Hablando de mis cervezas en la cava de plástico Igloo. India Pale Ale o una bacteria holandesa haciendo mi vida palatable. 
Un rastro. Una epístola de muñones y muerte periférica. 
Totalitarismo de la subvivientud o sus quejas sobre el privilegio del superior. 
Subviviente: esa categoría de la planeación territorial, de la filosofía existencial, del hallazgo socioeconómico. 
Tambaleándose en nuestras ojeras como un titular de periódico quebrado por una redacción de pacotilla. 
Hey, oficial, présteme una taza de café o una pistola o un algo. 
Un algo que me ayude a vivir o a morir o a subvivir dice el hombre pero no dice, cree que dice en la acera rota del viejo oeste (pero si es la muerte oh mi querido es mi super, es mi super, tu menguado único posible super, lo que nunca está mal, lo que siempre los hará mejores, o a los que se van o a los que quedan, siempre a los que quedan, eso es bondad, dices, es bondad, es mi bondad teórica, mi dilema no dilema de amor profundo).
Quizás no lo dice el hombre. ¿Lo dice una voz en off?
El teorema habla de mis pies caminando desnudos en el centro de la habitación sostenidos por bigotes metafísicos. 
El sino matemático de mis tobillos deriva en odas a las lámparas que me iluminan con celo de boas constrictor. 
La cola ficticia golpeando la alfombra y el temor opaco de mi maquillaje anárquico. 
Soy una cosa; un dibujo, soy super. Algo elevado y mi pijama de fresas. 
Los buenos salvajes me estaban devorando viva, me arrancaron los ojos y la columna vertebral y mi cuerpo fue remasterizado por un biólogo que me admiraba. 
Los sindicalistas no fueron desactivados como bombas de tiempo. Mintieron con el cerebro volteado, con las ruinas de otros días en los que fueron aún más ruines y más abyectos. 
Quiero discoteca, quiero café, quiero mirador, quiero música perfecta a todo volumen.
Distancia progresiva del rock y la ácida atmósfera del techno en mi Alexa.
Soy super y muero por super pero me inferiorizo y hablo de los subvivientes en mi tiempo dorado de bombones y botellas de té helado de dieta.
Durazno de noche carcomida en las junturas de un beso. 
Hada y castillo irreflexivo. 
Trena de muerte.
Mi lugar ondeado y cuadriculado en la noche oscura de pijamas de satén. 
Pijamas! Es en lo que creo.
Mis dedos en la alfombra, la libertad inexistente de lo material, la cola de gato golpea el centro del bungalow.
Mimosas de mango.
El sueño de una granada y un sandwich de pastrami.
Una historia de reinas de corazones y perros níspero corriendo como contables en un jardín del pasado. Comiquitas de condorito y queso fundido facilista. Caracas como una alucinación triste. Gatita de colchones y medias tobillleras negras, mueve el esqueleto y cruza la frontera de la luz.
Porque eres el infierno,
eres el infierno, 
el bigote asesino de la noche, mi Kitty, 
mi Hella hellish Kitty. 


De Medusa decapitada (2022)


Tijeras de punta roma

El horizonte es una línea imaginaria 
que se aleja a medida que me acerco a ella. 
Los coyotes temblaron en mi respiración 
desde el principio. 
Los años cincuenta son considerados 
la edad dorada del futurismo.
La tecnoutopía reconciliaba el plástico 
y el diseño de tupperware con el sueño americano. 
Poemas de amor en cruda exposición, 
viviendo en mi patio de bombillos rotos 
con luciérnagas destrozadas. 
Las imágenes futuristas 
y el espacio de la tradición confluyen eternos. 
Una fiesta en la página en blanco 
y un castillo de comas en el espacio sideral: 
unas encimas de las otras como sombrillas de tiempo.
Soy una nube de poemas y series de Netflix, 
una nube ensamblada con todos mis recuerdos.
Soy un jardín de plantas encendidas. 
Soy el futuro. 
Nunca el tiempo pasó más rápido.
No puedo creer que llevo cinco años guardada en este ataúd.
Yo ingresé a la verdad psiquiátrica: 
un culto a la claridad o una secta de nimbos. 
Miseria simbólica.
Una valentía de tijeras de punta roma.


¿Puedo beber tu sangre? 

1
Yo ingresé a la verdad psiquiátrica.
Un templo para los fundidos.
Un templo de venas azules y huevos estrellados.
Yo fui sometida por una secta de matones que debatían 
acerca de mi salud mental.
Yo fui sometida.
Sometida.
Sometida 
Ilusión cósmica.
Todo lo que escribo 
es contra el sistema de la mentira psiquiátrica.
Se trata de una saga sagrada de bombillos marchitos 
Prisión de vanidades: los adoctrinados por tu amor
no podemos volver.
Ballena blanca entrando en la bahía.
La jadeante respiración del moribundo de la cama de al lado.
Caníbal hundiéndose en el paraíso de la crema ácida.
Galeón con velas de terciopelo, comercial o de guerra.
Su estela se prolongó hasta el paraíso providencial, 
tierra de grandes virtudes y valientes ciudadanos.
Su estela se prolongó por la vía intravenosa 
y descubrió un continente entero 
pululando en mi corazón de colifor-tema-constructivo.
La tripulación se zambulló en mi sangre
y nadó hasta mi garganta
Los marineros se sujetaron de mis dientes 
como de un archipiélago rocoso.
Salieron, uno por uno, pisaron mi lengua 
y alcanzaron la habitación de luces blancas
Las enfermeras gritaban, yo estaba dando a luz el horror 
de una tripulación perdida. 

2
Yo ingresé a un templo para los quemados.
Un templo de batas azules y orina 
dibujando paisajes mustios en el suelo.
Me sentía decapitada como una Medusa 
o como una virgen raptada de su apartamento.
Del teléfono goteaba un arcoíris mientras llamaba al 911
Intenté llamar a la policía, pero ellos eran la policía.
Yo fui sometida.
Sometida.
Sometida.
La sinestesia de los colores era un duelo profundo
porque una lata de guisantes es la medida del amor
cuando estás encerrada en el psiquiátrico 
en contra de tu voluntad.
Y solo queda la noche de los guisantes 
y la salsa espesa volando por los aires.
Ambarinos mis ojos de tanto comer ballenas.
Era terrible quedarme sin señal en un lugar como ése.
Mis referencias eran McMurphy siendo lobotomizado.
La ventana de mi habitación daba a una calle martirizada 
por los estudiantes de enfermería que patinaban en el hielo 
como cuervos arrogantes.
Los otros pacientes se sumergían en mi herida, 
nadaban con snorkel y chapaletas y cambiaban 
los canales de mi imaginación.

3
Me sometieron con esposas 
en un breve paseo por la catástrofe literal.
Me llevaron en las entrañas de un elefante mecánico.
Me dieron tres pastillas y dibujaron mi cerebro en la noche de los escalpelos suicidas. 
Yo solo quería comer unicornios y libros por kilogramos.
Las enfermeras estaban clavadas en un corcho 
con el cronograma semanal.
Con sus cuerpos perforados por alfileres de sangre 
y el primer latido de la mañana brotando 
de entre sus piernas de orquídeas.
Mostraban sus pantimedias de encajes 
y el puño en alto para los pacientes que no entendían 
la longitud de aquella manzana podrida.
Yo ingresé al templo de la mentira abstracta.
El pene de Urano arremetía contra mi lucidez 
en forma de inyecciones que borraban del mundo sensible.
Los tecnócratas me dejaban mensajes en la contestadora:
¿Puedo beber tu sangre?





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