lunes, 7 de septiembre de 2009

Las Ciudades Imaginarias Por Claudio Daniel



Las ciudades imaginarias
Por Claudio Daniel

Traducción al español por Gladys Mendía


El escritor argentino Jorge Luis Borges imaginó una ciudad construida en el desierto africano, habitada por inmortales reducidos a la condición de trogloditas que se alimentaban de carne de serpiente. Marco Flaminio Rufo, tribuno romano y narrador de la historia, cuenta su convivencia con esa extraña tribu y la amistad que tuvo con uno de sus integrantes, el poeta griego Homero, condenado a la inmortalidad y a una existencia casi animalesca después de beber de las aguas de un misterioso río guardado por las murallas de la ciudad sin nombre. Borges describe la arquitectura del lugar de modo sucinto, mencionando pirámides, plazas, templos y torres, deteniéndose más en la descripción del laberinto: “había nueve puertas en aquel sótano y ocho daban hacia un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba hacia una segunda cámara circular igual a la primera. Ignoro el número total de cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplican”. En esa ciudad de piedra, que parecía “anterior a los hombres, anterior a la tierra” y construida por dioses “que estaban locos” no había cualquier actividad económica o política y los hombres, convertidos en fieras, desprovistos de lenguaje y de la noción de tiempo, se dedicaban a la mera supervivencia. Este cuento, El Inmortal, fue incluido en el libro El Aleph, publicado en 1949, y puede ser leído como una fábula moral y metafísica que mezcla erudición e ironía para abordar la soledad humana, la necesidad de la muerte y del olvido.

La ficción de Borges es un marco en la literatura latinoamericana, y en especial en la tradición de los relatos de ciudades y mundos inventados (tema que él desenvolvió en diversas historias, como Tlon, Uqbar, Orbis Tertius). Una obra notable en ese género es Pedro Páramo (1955), del mexicano Juan Rulfo, cuya acción pasa en la ciudad abandonada de Comala, un poblado rural situado próximo a las montañas; leyendo esa novela inusitada, quedamos sabiendo que el municipio posee un río, una iglesia, un área urbanizada donde quedan las casas y nada más. El autor hace poquísimas alusiones a escenarios y ambientes en esta novela que es una sucesión de monólogos y diálogos en que personajes muertos narran sin orden cronológico lineal, diferentes episodios de la vida de Pedro Páramo, cuyo fallecimiento anticipa la extinción de la propia ciudad. Cien años de soledad (1967), del colombiano Gabriel García Márquez, obra bien conocida por los lectores brasileños, también hace una breve descripción de Macondo, “una aldea de veinte casas de barro y bambú, construidas a la margen de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Macondo fue inspirada en la ciudad de Aracataca, donde el autor vivió su infancia, y en lengua bantu la palabra significa “banana” (no por casualidad, una de las actividades económicas referidas en Cien años de soledad es justamente el cultivo de la banana).

El uruguayo Juan Carlos Onetti, a su vez, es más generoso en la descripción de Santa María, ciudad portuaria que aparece en varios de sus cuentos y novelas, como La vida breve (1950). Leyendo este libro fascinante, encontramos referencias al astillero, al mercado, al cementerio, a un hotel, bares, restaurantes, plazas y prostíbulos por donde circula Juan María Brausen, personaje atormentado por la monotonía, angustia y degradación de la vida cotidiana. La ciudad mitológica creada por Onetti, no menos perturbadora que la Comala de Rulfo o la Macondo de García Márquez, instiga la curiosidad de los lectores, que pueden preguntarse: “¿Cómo el escritor concibió esa ciudad? ¿Desenvolvió un plan previo, antes de comenzar a escribir?” Respondiendo a una entrevista para la Revista Bula, poco antes de su fallecimiento, en 1994, el escritor uruguayo declaró: “una vez hice un plano de Santa María con un amigo, mas era sólo para mover mejor los personajes. Yo lo perdí cuando me mudé de Buenos Aires. A mí, se me ocurre escribir un libro, ya tiene su lugar en Santa María. Sin embargo, nunca me propuse desenvolver un plan. O sea: nunca quise escribir una saga. Eso es ya un propósito, y yo no podría escribir con propósitos”.

El escritor mexicano David Toscana, que publicó en 1998 la novela Santa María del Circo (cuyo título es una referencia paródica a la ciudad mítica de Onetti), adoptó una estrategia creativa bien distinta: “imaginé lo mínimo que una ciudad pudiera tener en México: plaza, iglesia y algunas pocas casas. La imaginación me sugirió después que en la plaza debía existir una estatua de un héroe desconocido. Me pregunté a mí mismo si quería algún otro edificio como escuela, hospital, algún comercio o fábrica, y dije que no. Preferí mantener todo lo más simple posible. En la primera novela me ocupé de una ciudad que al final quedó abandonada; ahora quise el proceso inverso: una ciudad abandonada es poblada”, me afirmó en una entrevista realizada por email. La novela de Toscana cuenta la historia de un grupo de artistas circenses que, al llegar a una ciudad desierta, similar a Comala, deciden permanecer allí y fundar una nueva comunidad, bautizada como Santa María del Circo. La troupe es compuesta por figuras bizarras como Barbarela, la mujer barbada; Natanael, el enano; Hércules, el hombre fuerte; Mandrake, el mago; Fléxor, el contorcionista, y Balo, el hombre-bala, que deciden escoger nuevos oficios, más útiles a la construcción del nuevo mundo. Siendo así, cada miembro del grupo escribe en pedazos de papel las ocupaciones que juzga esenciales, que después son mezcladas en el sombrero de copa del mago y sorteados. Barbarela se torna médico; Balo, general; Natanael, padre, y Hércules, prostituta. Lo bizarro de la escena es relativizada por el autor, para quien la suerte “es lo que define casi todas las vidas. Son muy pocos los que deciden. Abrir un papelito del sombrero de un mago y abrir las páginas del diario para buscar trabajo son cosas muy parecidas. (…) la suerte hace con que un taxista dirija un taxi, puesto que cuando niño no decía “cuando crezca quiero ser un taxista” y al final la vida se parece un poco con el circo. Pensemos por ejemplo en la política; ahí tenemos, payasos, prestidigitadores, magos, perros danzantes, equilibristas, domadores, malabaristas y un enorme público que paga muy caro por la entrada, aunque el espectáculo sea pésimo”.

El fracaso de Santa María del Circo es inevitable, por la escasez de recursos del poblado y por la inviabilidad de cualquier acción productiva; después de innumerables peripecias, similares a farsas circences, los artistas resuelven abandonar la ciudad, acompañando la caravana de otra compañía que pasaba por el local. El dueño del circo, Don Estevan, sin embargo, se niega a llevar al enano, la mujer barbada y al hombre fuerte, que son abandonados a su propia suerte. Santa María del Circo, así como las ciudades creadas por Borges, Onetti, Márquez y Rulfo, puede ser entendida como una trágica alegoría de la América Latina, que en el decir de Toscana “excluye a la mayoría de sus habitantes”: la condición dolorosa vivida por los artistas abandonados en el desierto no es distante de la nuestra, que también sufrimos en un mundo bizarro.



Claudio Daniel, pseudónimo de Claudio Alexandre de Barros Teixeira, es poeta, traductor y ensayista. Maestría en Literatura Portuguesa por la Universidad de São Paulo (USP). Publicó, entre otros títulos, los libros de poesía Sutra (1992), Yumê (1999), A sombra do leopardo (2001, premio Redescoberta da Literatura Brasileira, ofrecido por la revista CULT), Figuras Metálicas (2005) y Fera Bifronte (2009), que recibió la beca de creación literaria de Funarte en 2008. En el campo de la ficción, publicó el libro de cuentos Romanceiro de Dona Virgo (2004). Es editor de la revista de poesia y debates Zunái (www.revistazunai.com) y organizó festivales y eventos literarios, entre ellos Tordesilhas, Festival Ibero-Americano de Poesía, realizado en São Paulo en 2007, y Artimanhas Poéticas, realizado en Rio de Janeiro en 2009. Como traductor, publicó la antología Jardim de camaleões, a poesia neobarroca na América Latina (2004), además de libros del poeta argentino Reynaldo Jiménez, del uruguayo Victor Sosa y del cubano José Kozer, entre otros. En 2005, lanzó la antología Ovi-Sungo, 13 Poetas de Angola. Claudio Daniel dicta aulas de creación literaria en diversos espacios culturales, dentro del proyecto del Laboratorio de Creación Poética (http://labcripoe.blogspot.com/).

Curriculum lattes: : http://lattes.cnpq.br/9563812088153403
Blog: http://cantarapeledelontra.blogspot.com

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